Título: Ignis Fatuus.
Fandom: Katekyo Hitman Reborn!
Relación: Hibari Kyoya/Sawada Tsunayoshi (1827).
Advertencias: OOC, incoherencias, errores gramaticales, yaoi, romance. Actualizaciones aleatorias. Situado a finales del siglo XIX.
Clasificación: T.
Disclaimer: Katekyo Hitman Reborn! así como sus personajes pertenecen a Akira Amano.
Comentarios: Decidí aventurarme a escribir algo distinto y que fuese de varios capítulos.
UNUS
INITIUM ET ITER
El paisaje le mostraba una vista hermosa que era opacada por el persistente recuerdo de una persona. Su corazón evocaba las más hermosas memorias que había pasado, las disimuladas sonrisas, las bromas poco frecuentes; las manos callosas acariciando sus mejillas, sus dedos enredándose en los castaños cabellos.
Apartó la mirada de la ventana y llevó una mano a su pecho, se sujetó fuertemente de su abrigo y rogó porque se encontrara bien, que siguiera en su hogar, ignorante de la situación.
Tocaron suavemente la puerta de la cabina en la que viajaba. Ofreció un ligero "Adelante" y, tras deslizar la puertecilla, un joven que tendría aproximadamente su edad apareció y le preguntó si habría algo que pudiese traerle. Tsunayoshi le observó con esos ojos avellana muy suyos y pensó dos segundos antes de responder suavemente:
—No, gracias.
El muchacho hizo una reverencia, deslizó la puerta y el eco de sus pasos murió una vez se hubo alejado del todo.
Retiró la vista de la puerta recién cerrada y se recostó en el respaldo del asiento. Echó un último vistazo a la ventana y al cambiante paisaje antes de que sus párpados se unieran y le diera la bienvenida al indeseable sueño.
Otro toque a su puerta le despertó, un poco más brusco que el anterior.
—A-adelante —falló miserablemente al intentar suprimir un bostezo.
—Señor, hemos llegado a su destino —anunció el recién llegado y se retiró inmediatamente.
Tsunayoshi asintió brevemente para él mismo, jaló hacia sí su maleta y soltó un sonoro suspiro que, seguramente, hubiera despertado a su acompañante… si hubiese tenido uno. Deseó que uno de sus mejores amigos, Yamamoto Takeshi, hubiese viajado con él, pero al proponérselo le rechazó con verdadero arrepentimiento, como si le doliera el no poder ser su compañero deaventuras.
—Lo siento, Tsuna. Mi padre y yo hemos hecho algunos planes. Sabes que me hubiese encantado ir contigo.
Pensó que era lógico que su propuesta fuera declinada, después de todo, había pasado mucho tiempo desde que Takeshi se había reunido con el resto de su familia para pasar las festividades.
Abandonó sus pensamientos y su pequeño recinto y se dirigió hacia la salida del vagón una vez que el tren se detuvo completamente. Dejó su transporte y, al girarse para verle partir divisó una muy conocida cabellera negra. Agitó su cabeza en negación, aquello no era posible, ¿o sí? Sus ojos se encontraron con la mirada del encargado de la puerta del tren, el mismo joven que le había atendido continuamente. Éste le despidió haciendo una reverencia, cerró la puertecilla y tocó una campana, avisando así que estaban listos para partir.
Tal y como pensó, había sido su imaginación.
Tsunayoshi se giró y observó la estación en la que estaba. Se encontró muy pronto con la figura de un hombre un poco más alto que él. Reconoció en seguida la misión de aquél hombre, no por la pobre descripción de él en una de las cartas de su tío (que sólo decía "Habrá alguien que irá a recogerte, seguramente sabrás quién es en cuanto le veas."), sino porque su intuición así se lo dictó. Su cabello plateado estaba estilizado de manera que los rasgos de su rostro se mostraban de manera espléndida. Sus ojos verdes manifestaban su fastidio al estar esperando por mucho tiempo. Era la persona indicada para llevarle a su destino y, por algún motivo, le resultaba demasiado familiar.
No queriendo enfadarle más, se acercó un poco temeroso, decidido a partir cuanto antes.
—Disculpe…
El joven volteó y en cuanto se encontró con él la expresión en su rostro cambió drásticamente.
—Buena tarde, Décimo —sonrió.
Tsunayoshi se quedó expectante, a la espera de que su interlocutor dijese alguna otra cosa que delatara quién era. Un momento. ¿Décimo? Sólo había una persona que le llamaba de esa manera, un amigo suyo a quien no veía hacía tiempo.
—¿Gokudera-kun? —sus ojos se abrieron desmesuradamente al tiempo que dibujaba una gran sonrisa.
—No sabe cuán feliz me hace que usted me recuerde —el chico estaba conmovido. Nada le hacía más feliz que el que Tsunayoshi le recordara—. He estado esperando su llegada, pero creo que me emocioné tanto que arribé muchísimo antes de lo acordado. Le ruego me disculpe —y con esto hizo una reverencia que demostraba que no cambiaría su posición a menos que el otro hombre le perdonara por su excitación.
Tsunayoshi no podía creerlo. Uno de sus mejores amigos estaba ahí. Su mirada se iluminó aún más, ¡qué buenos recuerdos tenía! Él, Yamamoto (como el castaño solía llamarle) y Gokudera fueron compañeros de juegos y aventuras hasta que cumplieron los dieciséis. Después de ello Hayato tuvo que marcharse a Italia y, posteriormente, a Inglaterra, donde continuaría sus estudios y viviría con su padre. Se encontró recordando que siempre le decía "Eres muy listo Gokudera-kun", a lo que el susodicho respondía "No es para tanto".
—No tienes que disculparte por nada —tomó por los hombros al joven de cabello plateado, obligándole a erguirse—. Pensé que seguías en Inglaterra. ¿Qué te ha traído a Italia?
El de la mirada esmeralda observó a su amigo de la infancia, sonrió una vez más y decidió responder, con toda sinceridad, a la pregunta formulada por éste.
—Su tío, Reborn-san, solicitó mi presencia para que le ayudase con algunos negocios que Timoteo-sama tenía. Eso fue hace dos años.
—¿¡Hace dos años!? ¿Cómo es que no me dijeron nada?
—No quería importunarle. Reborn-san me dijo que usted estaba muy ocupado y que pronto vendría desde Japón. ¡Debe estar muy cansado! —añadió, recordando repentinamente todo lo que el joven castaño tuvo que haber viajado para poder llegar hasta allí.
Era cierto, estaba agotado. El viaje en tren le había fatigado desmesuradamente, tanto que no creyó que fuese posible bajarse del vagón cuando le habían indicado que había llegado a su destino. Era comprensible, se dijo, pues había tomado un viaje en barco para llegar a China y, desde ahí, viajó en tren, deteniéndose por poco tiempo entre estaciones. Así fue su travesía hasta Italia.
Notando el cansancio en los ojos avellana, le arrebató —prácticamente— el equipaje de las manos.
—Sígame, Décimo. El carruaje está esperando —echó a andar.
Tsunayoshi suspiró y siguió a su amigo. Ya había llegado hasta ahí, ¿qué eran unos minutos más a comparación de los días que ya había viajado?
El carruaje se mantenía en un continuo movimiento gracias a las piedras que daban forma al camino por el que conducían. Esperaba que el chófer dijese pronto que habían llegado a la casa de su abuelo, su cuerpo se lo agradecería.
Fue entonces que se le ocurrió la idea de mirar por la ventana de la puertecilla. Estaba cansado y aburrido, así que corrió un poco la cortina que le impedía observar el camino y se sorprendió un poco al encontrar un pequeño cementerio a unos cuantos metros del camino. Un escalofrío recorrió su cuerpo y apartó la vista de ahí. Se enfocó en su compañero, quien comenzaba a sacar su pipa de uno de los bolsillos de su abrigo para comenzar a fumar. Éste, al ver la mirada avellana puesta en él, notó lo que había hecho por inercia y pidió una disculpa, aseverando que no fumaría en la presencia de su preciado Décimo.
El castaño sólo sonrió ante los exagerados ademanes de su amigo e intentó probar el conversar sobre las vivencias de cada uno en sus respectivos países.
—Y dime, Gokudera-kun, ¿cómo te ha ido en estos años que no estuviste en Japón?
Después de un viaje de dos horas en coche, llegaron a la enorme casa que pertenecía a su abuelo y en la que se hospedaría durante los próximos dos meses.
Una vez entró, pudo notar los grandes y viejos retratos pintados en lienzos colgando de las paredes. La escalera enorme (ubicada en el centro de la estancia) daba a la segunda planta y, en la cima de la escalinata, se encontraba su abuelo, de pie, sonriéndole justo como siempre había hecho. Era el tipo de sonrisa cálida que le daba la bienvenida y expresaba completa felicidad de verle ahí.
Timoteo descendió lentamente las escaleras, apoyándose de vez en cuando en su viejo bastón. Tsunayoshi respondió al gesto de su abuelo yendo hacia él, notando que Hayato había entrado y cerrado la puerta.
—Has llegado. Me alegra verte después de tanto tiempo —la voz tranquila del hombre le instaba a sonreír una vez más.
—A mí también me da gusto verle, abuelo. Y debo agradecerle por decirle a Gokudera-kun que fuera por mí.
—Fue idea de Reborn. Dijo que te animaría verle —entornó su mirada hacia la de Hayato, quien solo asintió—. Debes estar cansado por el viaje, sería mejor que tomes un baño y vayas a dormir.
—Décimo, sígame. Le mostraré su habitación.
—Pero…
—Lamento no poder conversar contigo —interrumpió el anciano—, ya habrá tiempo para ello. Tengo que salir por unos momentos, no te preocupes.
Y con esto, el anciano se despidió y caminó hacia la salida. Tsunayoshi sólo observó su espalda desaparecer tras aquélla enorme puerta que, unos segundos antes, él había atravesado.
El chico de cabellos plateados carraspeó un poco, lo que regresó la atención del castaño hacia él.
—Sígame.
Fue todo lo que dijo y comenzó a subir las escaleras, el equipaje de Tsunayoshi en su mano derecha. El castaño iba observando la casa, era enorme. Las decoraciones eran exquisitas: pinturas que formaban retratos de distintos miembros de la familia, pinturas que ilustraban paisajes; gente que, tal vez, nunca conocería y lugares que no visitaría.
Fue siguiendo a Hayato hasta que casi chocó con él. Se detuvo en la puerta justo al final del pasillo y escuchó un rechinido que indicaba que había sido abierta.
Cuando Tsunayoshi entró en la habitación, no daba crédito a lo que sus ojos veían. La cama, en el centro de la habitación, era enorme, lo suficiente para que cupieran cuatro personas en ella. Las traslúcidas y blancas cortinas del dosel estaban amarradas a los postes con una cinta color dorado, brindándole aún más elegancia. A ambos lados del lecho había unas pequeñas mesitas de noche donde reposaban unos atractivos y finos candelabros. El ventanal adornado con visillos —igualmente blancos y exquisitamente bordados a mano— daba salida a un balcón. Justo frente a la cama, pegado a la pared, se hallaba un enorme guardarropa y al lado de este un espejo del mismo tamaño. El joven castaño se acercó al espejo y pudo apreciar su aspecto físico entero: su agotada mirada, su cabello castaño alborotado, su traje arrugado y sucios zapatos.
—Dejaré su equipaje aquí, Décimo —Hayato dijo y se encaminó hacia una puerta al lado izquierdo de la cama—. Este es el baño…
—Disculpe… —interrumpió una voz femenina.
—¿Haru? —la sorpresa en la voz de Gokudera era palpable—. ¿Qué haces aquí? Pensé que habías ido a la ciudad.
—Sí, pero como ves, he regresado. ¿Así que este es el famoso nieto de Timoteo-san? Mucho gusto, soy Miura Haru, el ama de llaves —con sus manos hizo un agarre en su falda y se inclinó ligeramente.
El aspecto físico de Haru era similar al de su madre, a excepción del color de sus ojos y cabello. Los de ella eran más oscuros y, si bien en los ojos de Nana se reflejaba la amabilidad, en los de esta chica se notaba fuerza y tenacidad. Su vestido azul marino resaltaba los rasgos finos de su rostro y le daba un contraste alto de madurez. Tsunayoshi se preguntó cuántos años tendría, pero era de mala educación preguntar por la edad de una dama, eso le habían enseñado.
—Soy Sawada Tsunayoshi, un gusto conocerle —las palabras salieron atropelladamente y finalizó dando una pequeña reverencia a la recién llegada.
—He venido a preparar su baño Tsuna-san, espero que no le moleste —una gran sonrisa se dibujó en su rostro.
—"¿Tsuna-san?" —repitió el castaño. Ahora que lo pensaba también había mencionado primero su apellido.
—Haru también proviene de Japón —contestó Hayato mientras apretaba los dientes—. Mujer, ¿qué no tienes otra cosa importante qué hacer?
La muchacha simplemente se dirigió hacia la bañera. Echó un vistazo y continuó su camino hacia uno de los muebles que se encontraban ahí. Sacó de uno de ellos algunas botellas con líquidos varios y los puso en una mesita que estaba junto a la tina de porcelana. Se dirigió hacia otro y comenzó a sacar toalla tras toalla, como si pensara que una sola no era suficiente para el huésped.
—¡No me ignores!
Miura, continuó con su empresa y eso molestó aún más al de cabello plateado.
—Mujer estúpida, ¡te dije que no me ignores!
—¡Haru no es estúpida!
Tsunayoshi observaba cómo los jóvenes se insultaban el uno al otro y soltó una ligera risita. Hacía mucho que no veía a Hayato y, cuando se encontraron en la estación pensó que su amigo había cambiado. Pero justo cuando comenzó la discusión con su compañera el alivio se apoderó de él, tal vez Gokudera había cambiado, pero en el fondo seguía siendo él.
Hayato dejó de sisear y Haru de gritar. Ambos se miraron y un sutil tono de rojo comenzó a invadir sus rostros.
—¡Lo siento Décimo! No era mi intención… es que esta mujer…
—¡Perdóneme Tsuna-san! Gokudera siempre…
La risa del castaño les interrumpió y ambos sonrieron. Su gesto era uno de disculpa, hacia su invitado, hacia el otro. No podían creer que habían perdido los estribos enfrente del nieto de su empleador.
Una vez más tranquilo, Tsunayoshi les aseguró que todo estaba bien curvando su boca ligeramente, dibujando una sonrisa cómplice de la situación. No diría nada sobre la discusión, aunque no creía que su abuelo fuese a despedirles si algo parecido a lo anterior se presentaba.
—Terminaré de arreglar los preparativos para su baño, disculpe Tsuna-san —una ligera reverencia y se retiró.
—Décimo, siento mi conducta, no volverá a suceder —el arrepentimiento en la mirada y palabras de Hayato era visible.
Tsunayoshi negó con la cabeza.
—Me alegró verte discutir con Haru. Por un momento creí que habías cambiado.
El de cabellos plateados se sorprendió. No creía que su amigo estuviese tan preocupado por él.
El castaño tomó asiento en el pequeño taburete ubicado a los pies de la cama y Hayato se puso a su lado. Estuvieron así unos minutos hasta que la voz de Haru se hizo presente anunciando:
—El baño está listo.
El agua caliente hacía estragos en su cuerpo, relajaba sus músculos y calmaba su adolorido cuerpo. La fragancia de la vainilla con la que habían llenado el agua de la tina se entremezclaba con el de la colonia de lavanda que estaba en una mesita junto a esta. Inundaba sus sentidos.
Comenzó a pensar una vez más en él. ¿Qué estaría haciendo en esos momentos? ¿En su mente también estaría él? Recordó cómo solía escaparse en las noches para ir a su encuentro, a esa gran casa solitaria en donde podía verle, gastar unos segundos observándose y disfrutar juntos del silencio a su alrededor.
Creyó en la comodidad de aquél secreto y, habiéndose descuidado una noche, no se percató en la presencia de su padre, siguiéndole. Sacudió la cabeza, tratando de borrarse la imagen de la memoria pero le fue imposible. El dolor en su brazo, el susurro impregnado de rencor, los gritos; la mirada de decepción de su madre y el desprecio en los ojos de su padre, el dolor en una de sus mejillas, el reinado del silencio después de ese duro golpe. E inmediatamente el encierro del que desesperadamente quería escapar.
No podría volver a los días en los que podía compartir pequeños momentos de felicidad con su familia.
Todo era tan doloroso, tan nostálgico.
Un toque a su puerta le sobresaltó, le arrancó de sus pensamientos y lo devolvió a su realidad.
—¿Sí? —titubeó al hablar. Esperaba que, quienquiera que estuviera afuera lo atribuyera al cansancio.
—Décimo, soy yo. En cuanto termine, diríjase a la escalinata. Estaré esperándole ahí para guiarle al comedor.
—Oh sí, muchas gracias. Estaré listo en quince minutos.
Escuchó al otro alejarse y comenzó a pasar el trapo húmedo y lleno de jabón por su brazo, poniendo especial atención en el lugar donde, días atrás, se habían dibujado marcas que coincidían con los dedos de su padre. Ya no estaban, pero no fue impedimento para que no tallara fuertemente; quería lastimar su piel, quería que quedara prueba de su resignación, un recuerdo de la obediencia que había jurado.
Se detuvo y, al mismo tiempo, la opresión en su garganta se hizo presente. Estaba solo y quería sacar esa mezcla de sentimientos que le atormentaba, quería sacarla antes de que le devorase poco a poco y, después de tantos días, se permitió llorar.
Apretó sus brazos y contuvo las ganas de gritar. Fue ahí cuando recordó un fragmento de una de sus tantas conversaciones.
—¿Se puede robar la felicidad? —preguntó de la nada, mientras observaba algunas de las estrellas. Su mirada en ellas, su atención en su compañero.
—No. No se puede…
Sin embargo, en esos momentos, el podía jurar que el otro se había equivocado pues, días antes, le habían robado la suya.
—¿Décimo?
Su mente volvió a aquel comedor bien iluminado en el que un preocupado Hayato le observaba. Y no sólo él, también las dos doncellas e incluso el mayordomo. Ahora que ponía atención, Haru no estaba presente.
—¿Eh? —no había notado que Hayato le había hablado.
—Le preguntaba si la cena de su agrado, ¿se encuentra bien?
—Ah, ¿el risotto? Es delicioso. Nunca había comido algo parecido.
—Me alegra escuchar eso. Décimo —hizo una pausa y el otro le observó detenidamente—, ¿es mi imaginación o sus ojos están hinchados?
El castaño, notándose descubierto, dijo lo primero que acudió a su mente y que no pareciera una excusa.
—Es… es que estoy muy cansado. El viaje fue muy largo.
—Sí, el viaje es agotador para aquéllos que no están acostumbrados, sin ofender —añadió como disculpa, antes de que sus palabras se "malinterpretasen".
—No me ofendes —sonrió—. No había viajado tanto, ahora comprendo lo duro que es para el abuelo ir hasta Japón —hizo una pausa y continuó—. Disculpa, es que la casa es enorme. Sabía que era grande, pero no tenía idea de cuánto.
Hayato sonrió al observar a un Tsunayoshi intimidado, cuyo rostro también expresaba admiración. Algunas cosas no cambiaban.
El resto de la cena transcurrió tranquila. La mansión se sentía muy solitaria sin la presencia del anciano, aunque no por eso el castaño despreciaba la compañía de los demás. Una vez acabaron, el de cabello plateado guió nuevamente al otro hasta su habitación y, aunque pareciera extraño, ya se estaba familiarizando con el recorrido. Las pinturas en los muros le recibieron por tercera vez en el día pero los rostros en ellas lucían distintas bajo la luz de las velas que iluminaban el camino. Uno de ellos llamó su entera atención, los ojos de esa persona eran muy atrayentes pues Tsunayoshi podía sentir emanar de ellos el aburrimiento, la molestia, la ira.
—¿Gokudera-kun? ¿Quién es él? —no pudo evitar preguntar.
El susodicho acercó el candelero lo suficiente como para tener una buena vista de la pintura.
—Ah, es el cuarto hijo del Noveno.
—¿Cuarto hijo? —replicó dubitativo—. Pensé que sólo tenía tres hijos.
—Ah, es que el maldito de Xanxus no es su hijo, pero el Noveno lo quiere como propio —Hayato consideró que la conversación había terminado una vez que Tsunayoshi no preguntó nada más y apartó la mirada de aquel cuadro.
El castaño sólo pensaba en cómo Hayato le había llamado maldito y que, definitivamente, no quería conocer a esa intimidante persona. Era mejor si jamás se veían.
Siguieron su camino y en unos instantes llegaron a su habitación. Cuando entró en esta observó que ya se encontraba arreglada, lista para el momento en el que Tsunayoshi deseara dormir. Las velas habían sido encendidas e iluminaban la habitación de manera tenue.
—Disculpe que tengamos que usar las velas. La electricidad no funciona y hemos realizado algunas reparaciones —tras realizar una ligera reverencia continuó—. Buenas noches, Décimo.
—Que descanses Gokudera-kun —fue su respuesta.
Hayato cerró la puerta de la habitación y se perdió en la oscuridad del pasillo, siendo lo único visible un círculo de luz que provenía de su candelabro.
Tsunayoshi se dirigió a los pies de la cama, ahí donde reposaba su equipaje. Buscó su nemaki1 entre sus pertenencias, se despojó de la ropa occidental y se puso aquélla prenda gris oscuro. Apagó las velas y se recostó en el lecho, su cabeza reposando suavemente en los enormes almohadones que había visto en la tarde. Justo cuando cerraba los ojos deseó dormir y olvidar, no importando que esto sólo fuese por unas pocas horas.
Per continuare...
Notas:
Unum: Uno.
Initium et iter: Inicio y viaje.
1. Nemaki: kimono que se utiliza como bata, se pone después de bañarse o bien, para dormir.
