Algunos de los personajes pertenecen a la señora S. MEYER. Pero aquí estoy yo, jugando de nuevo con ellos, otros son de mi propiedad.
Espero que disfruten de mi nueva locura.
Gracias a Wanda por ser mi pre lectora. Te quiero amiga.
Solo tú, sin Normas ni Moral.
Capítulo 1
Mi reino por él.
"Las cosas pasan por algo", decía mi madre, "La vida es muy bella para estar malgastando tu tiempo en tonterías o en estar molesta, solo diviértete"
Yo me había divertido, no tenía duda de ello, a mis veintitres años había disfrutado de los placeres de la vida sin inhibiciones y le había agregado al mantra de mi madre: "Solo diviértete, sin normas y sin moral". Y no me arrepentía de nada, incluso podría decir que a mi corta edad había pasado por tanto que en ocasiones me sentía mayor de lo que era.
Era la primogénita de los tres hijos de Charlie y Renée y, aunque mi madre diga lo contrario, siempre fui la consentida, dejando hacer lo que deseaba y saliéndome con la mía, cosa de la que no habían disfrutado mis hermanos, James y Jane. En ocasiones nos habían confundido en ser trillizos ya que solo nos llevábamos once meses de diferencia. Mientras yo me había ido de la casa a los dieciséis años para ir a la universidad, ellos habían tenido que terminar sus estudios universitarios antes de que papá le comprara un apartamento a cada uno como regalo de graduación y pudieran salir a conocer el mundo, James como abogado y Jane como veterinario.
Mi familia tenía un legado de abogados desde tres generaciones y, aunque esa era la profesión que corría por mis venas yo me había decidido por arte y fotografía, nada más lejos de lo que Charlie deseaba.
La vida había sido generosa conmigo, tenía una perfecta combinación de rasgos de mis padres aunque mis hermanos habían salido tan rubios como mi madre. Les agradecía a ellos mi hermosa anatomía, estoy bien proporcionada y sé lo que mi atractivo causa en el género masculino, sin embargo el único que me interesaba no parecía importarle mis hermosas piernas, mi delgada cintura, mis pechos grandes sin ser exagerados y la hermosa cabellera chocolate de la que siempre me he sentido orgullosa.
Mi único problema radicaba que mis mejores años los había vivido a través de los ojos de él, Edward Cullen. Desde que recuerdo tener noción de la vida, él siempre estaba presente: en mi cumpleaños, la escuela y en la preparatoria, las fiestas de fin de año, vacaciones y hasta cuando me había desarrollado, él había estado a mi lado consolándome por el gran dolor de vientre que tenía.
No concebía un mundo donde él no existiera, era mi todo, éramos literalmente inseparables. Sin embargo, para él yo no existía como mujer o mejor dicho: "como su mujer". Y lo peor de todo, siempre estuvo totalmente ajeno a mis sentimientos, a lo que se cocía en mi interior por él.
Luego al incursionar en el trabajo que desempeñaba actualmente desde hace cuatro años como modelo, yo lo había apoyado, como su mano derecha, fotógrafo, su amiga, la asistente eficiente que le acompañaba a cada rincón del planeta donde lo solicitaban, incitándolo y alentándolo a que era lo correcto, reiterándole en infinidad de oportunidades que había nacido para eso aunque él no necesitara de mi empuje, se le daba de forma natural y ambos disfrutábamos de su éxito. Él había aceptado esa profesión con mucho agrado, aunque en el fondo yo tenía la plena seguridad de que esa era la mejor manera que había encontrado con tal de no regresar a su casa.
Era un hombre muy guapo, agradable y con un carisma que desbordaba por cada poro de su cuerpo, causando que muchas mujeres cayeran rendidas a sus pies. Lo que nunca pasó por mi mente es que el dueño de mis pensamientos pudiera enamorarse de alguna de ellas, que después de la vulgar cantidad de chicas que habían desfilado por su cama a la final se decidiera por una, la más niña, la más inocente, para mi desgracia y siendo honesta: la más hermosa. Las demás nunca me habían preocupado, sentada en primera fila había presenciado cada una de sus aventuras, estaba segura que eran chicas de una noche y si tenían suerte de un par de meses, ahora al aparecer ella en su camino, yo lo perdería de manera definitiva.
Pensaba que la vida era injusta, por unos meses me estuve revolcando por la rabia y la envidia de que él fuese suyo, de que no se hubiera enamorado de mí, sin embargo en el fondo estaba feliz por él. Era irónico, aunque me doliera entendía a la perfección lo que era el verdadero amor, el desinteresado, el que se sacrificaba bíblicamente hablando, el que todo lo daba, ese amor que todo lo soportaba solo por verle feliz. Porque aunque me costara admitirlo, esta vez lo había notado en su mirada, en su forma de actuar cuando estaba con ella, lo protector y amoroso de su comportamiento, signos que quizás para alguien que no lo conociera tan bien como yo, le hubiera pasado desapercibido, sin duda ella era la indicada.
Ya sus atenciones y preocupación no eran para mí o por mi bienestar, Edward había encontrado a otra de quien cuidar recibiendo incluso el doble de lo que él le daba, la chica estaba enamorada hasta las trancas. Una hermosa rubia, educada, cariñosa, amable, de buena familia aunque algo inmadura, pero que se puede esperar a los diez y nueve años, ese era el único defecto que podría encontrarle después de darle vueltas tratando de conseguirle alguno, —para colmo—, la chiquilla era jodidamente perfecta. La perfecta y hermosa modelo francesa Camille Deveraux.
Tenía que vivir lo que me quedara de vida en un círculo vicioso de amor y odio. —Amor por y para él, odio por no ser yo a la que él amaba—, sufriendo en silencio por un deseo y una necesidad de su compañía, de sus caricias o sus besos, de su presencia.
Su cuerpo había sido un veneno que había degustado a placer, por una irrisoria cantidad de tiempo, una noche de copas y cachondeo que recordaría por el resto de mi existencia. A pesar de la bebida recordaba cada caricia recibida, el alcohol había desinhibido mi sistema y parecíamos dos hambrientos en el desierto. Los besos calientes, rudos y demandantes, el sabor de su boca húmeda y jugosa, la exigencia a la hora de poseerme, aunado a ese momento de locura y perfección total donde habíamos alcanzado el primer orgasmo juntos, el primero de tres.
¡Jodidos, maravillosos y torturantes recuerdos!
Hoy me preguntaba y reprochaba: Primero ¿qué coño estaba pensando cuando me entregué a él? «Es que en ese momento no estabas pensado con la cabeza», me respondía sonriente y no me arrepentía en lo absoluto. Segundo ¿Por qué claudiqué cuando me dijo que dañaríamos nuestra amistad con sexo? Me acobardé siguiéndole la corriente, aceptando que mejor la pasábamos como amigos, justificando nuestro acto como algo que nunca debió suceder, que solo habíamos sido atrapados en la situación nublando nuestro juicio, enajenados y estimulados por el licor. Tercero ¿Por qué yo había sido tan idiota? Pasaríamos la página y continuaríamos con nuestra complicidad, confiando el uno en el otro de manera irrevocable.
¿Por qué no había luchado por él en ese momento? Eso era de lo único que me arrepentía, aunque para qué luchar contra la corriente si sabes que esa persona por la que darías tu vida y a la que amas con todo tu ser no te corresponde de la única manera que lo deseas. Esa era mi triste y vergonzosa historia, tan cliché como un amor no correspondido.
A pesar de toda mi desdicha me conformaba con que Edward fuese feliz, que idiota de mí si alguien se enteraba de mi más profundo secreto.
¡Vaya cagada!
Él era mi cielo, mi vida, sería mi muerte, daría mi reino por él y el haber amanecido entre sus brazos esa mañana había sido estar en la gloria, pude morir en ese preciso momento completamente extasiada, tan solo con el calor de su cuerpo arropándome, respirando su aliento, el día más pleno de mi jodida existencia.
Sin embargo yo había sido la mejor actriz, la mejor de las amigas, su cómplice, su paño de lágrimas, la mejor de las compañeras de juergas, ocultando mis sentimientos y refugiándome en los brazos de hombres que no significaban nada para mí, aparentando una felicidad inexistente detrás de miradas furtivas, cada día: "sin normas, sin moral y divirtiéndonos al máximo".
.
.
Mi móvil repicó enseñándome su rostro en la pantalla, me levanté corriendo sobresaltada, escondiéndome en el baño para atenderle y no despertar a mi acompañante.
Ahora me encontraba acostada en una cama que no era la mía, no podía conciliar el sueño, no solo había sido su llamada telefónica a las tantas de la noche lo que me dejó sorprendida, sino la petición que me había hecho dejándome inquieta y mal humorada.
Tenía una semana sin verle desde que regresamos de Milán y él se había enclaustrado en la casa de ella. Deseaba verme a primera hora para desayunar, según él para darme una noticia. Esa llamada había activado todas mis alarmas, nunca lo había visto tan enamorado, tan entregado en cuerpo y alma y a decir verdad supuse lo peor.
Mi instinto me gritaba que lo había perdido de manera definitiva.
Me volteé a mi izquierda con cuidado para no despertar al hombre que yacía a mi lado. En la penumbra pude distinguir su rostro, estaba sereno y entregado a un sueño profundo, sus facciones se veían suavizadas por la tranquilidad onírica, sin embargo aún se podía observar su ceño levemente fruncido. Le acaricié la arruga que se hacía en medio de sus cejas, haciendo que diera un audible suspiro, se removiera y me diera la espalda. Lentamente me acerqué a su firme espalda musculosa, rozándolo con mis senos, abrazándolo, apoyando mi rostro y dando unos suaves besos en ella. Emmett apoyó su brazo sobre el mío ajustándolo a su pecho, ajeno a todas mis preocupaciones.
Estaba pérdida en millones de recuerdos, deseando que este hombre que hoy calentaba mi cama oliera igual a él. Recordé sus besos, el calor de su cuerpo, su hermosa sonrisa torcida. Sin darle muchas vueltas al asunto, me abracé más fuerte al torso que tenía frente a mí, dándole un beso debajo de la oreja, para luego llevarme el lóbulo a la boca y succionar de él.
Emmett se removió gruñendo algo ininteligible y con su mano aun sobre la mía la guió bajando lentamente por su abdomen hasta su parte baja para que tocara su erección. Presionó mi mano mientras yo tomaba el control dándole un par de bombeadas, haciendo que engrosara y se irguiera aún más. En medio segundo se encontraba de espaldas al colchón mientras yo lo cabalgaba desesperadamente, concentrándome en sus palabras, en las rudas caricias y las fuertes estocadas.
Sentirme deseada era lo que necesitaba en ese preciso momento. En ocasiones la diversión y el sexo era la mejor distracción aunque no llenaran ese vacío.
Había amanecido cuando me desperté sola en la gran cama King, me quedé un rato retozando en ella enredada entre las sabanas, recordando como Emmett me hizo el amor en una forma tan brutal que estuve a punto del desmayo, follándome y colmándome con su enorme miembro, dándome fuertes empellones contra sus caderas satisfaciendo cada rincón de mi cuerpo, —como cada noche que pasábamos juntos había sido estupenda—, después de una buena sesión de sexo, una ducha y deliciosamente agotada por fin logré dormir.
La puerta se encontraba entre abierta y podía escuchar el leve trasteo en el piso de abajo.
No me sentía con ánimos de ir a ningún lado, estaba dudando en asistir a la cita con Edward, mi cabeza era un cumulo de contradicciones pero para que iba retrasar lo inevitable, así que me di una ducha, me vestí con un vaquero negro, una camiseta del mismo color y mis converse.
Al bajar de la habitación divisé a Emmett que ya estaba en la cocina preparando Tortitas. Se había duchado, estaba descalzo y no se molestó en vestirse, lo único que llevaba era la toalla enrollada en su cintura.
Era un hombre de veintinueve años, divorciado, sin hijos, guapo, agradable, cariñoso y lo más importante: el sexo era muy satisfactorio. —Un excelente partido diría mi madre—. Tenía su propia empresa, era piloto comercial, junto con su padre había adquirido una pequeña flota de Jets que alquilaba para viajes privados y vuelos chárter. Siempre que regresaba de viaje él se tomaba un par de días para estar conmigo. Teníamos cuatro meses tonteando pero le encantaba que amaneciera en su cama y a mí no era que me molestara.
—Hola, hermosa, buenos días—dijo frunciendo su ceño, después de dar una mirada recorriendo mi cuerpo de pies a cabeza, acercándose y dándome un sonoro beso que no profundizó.
—Buenos días, muero de hambre—caminé directo hasta el refrigerador sacando un zumo de naranja y llenando los dos vasos que estaban en la mesa, para luego servir el humeante café de la Greca que aún permanecía sobre la estufa. Me senté a esperar que mi cocinero particular terminara su labor.
—Pensaba llevarte el desayuno a la cama pero me arruinaste la sorpresa ¿Vas de salida? —preguntó después de colocar la bandeja con tortitas recién hechas en medio de los dos.
—Sí, me voy a ver con Edward—aparenté una sonrisa que estoy segura no llegó a mis ojos, lo cual sirvió de mucho ya que Emmett interpretó que me fastidiaba sobremanera dejarle solo y tener que salir a verme con mi jefe.
—Él fue el que llamo a noche ¿Cierto?
—Umm, sí—contesté luego de dar un trago de mi café—. Está delicioso.
—¿Y qué quería? acabas de llegar, espero que te quedes unos días en casa. —Colocó una tortita en su boca dándole un buen mordisco—. Y yo tengo que viajar el fin de semana, deseo pasar el mayor tiempo posible contigo.
—Solo me dijo que quería decirme algo, en persona, que era importante y no podía pasar de hoy.
—¿Te acompaño? —Se veía cabreado, no le gustaba Edward, decía que me manipulaba a su antojo, pero era mi jefe, mi todo, aunque trataba de aparentar lo mejor que podía.
—No es necesario, así tendré la excusa perfecta para regresar lo antes posible y decir que mi apuesto hombre me espera en casa en paños menores. —Dio una sonrisa enseñándome los hoyitos que se le hacían en sus mejillas mientras continuaba comiendo.
—Está bien, no tardes entonces, si te apetece podemos salir al cine esta noche.
—Es un excelente plan.
Terminamos de comer, después de recoger la mesa y lavar los platos me despedí antes de mandarle un Whatsapp a Edward diciéndole que estaba en camino.
Bueno chicas aquí el primer capítulo, espero que sea de su agrado. Besos de a dos.
Cleo.
