Antes de empezar a leer, debo aclarar algunas cosas.
Mi nombre artístico es BlackHole, o MyPresenceEuphoria en DeviantArt. Esta es mi primera historia como narradora, ya que estoy más centrada en el formato cómic o manga -por eso pido vuestras sinceras críticas aunque siempre que sean desde el respeto.
Esta historia es un extracto del doujinshi en el que estoy trabajando, Faith Prison, el cual aún estoy editando y subiré a capítulos desde mi dA: MyPresenceEuphoria . deviantart . com
El doujinshi será en inglés, y pronto subiré la versión traducida al inglés de este fanfic.
Con respecto a la historia, no soy partidaria de hablar mucho de ella en el resumen ni de poner las parejas. Sé que el principal motor de búsqueda a la hora de buscar fanfiction es el de "personaje X personaje", pero en esta historia (y en la mayoría de mis obras) el amor no es el tema estrictamente principal y colocar la pareja sería spoilear parte de la trama.
Por último, dar las gracias a mis incondicionales amigas, SteveRae7 y a meine kleine Spring Rollito (FrigQueen). A la primera por soportar mi fiebre Hetaliana y a la segunda por contagiármela. A meine kleine le debo la idea de esta historia, y de muchas otras que bullen en mi pluma y sustituyen mis ganas de estudiar, pero que a la vez hacen mi vida mucho más alegre.
Y gracias a ti, por darle una oportunidad a esta historia. Deseo que te llegue y te haga pensar.
"El apocalipsis se cierne sobre nosotros antes de haber terminado esta guerra".
Es lo que pensaba Inglaterra mientras corría ofuscado buscando un sitio donde resguardarse del vendaval.
El cielo se había abierto y su ira, como caída de la nada, había calado hasta el último de sus huesos, mientras un terrible viento lo azotaba y amenazaba con lanzarlo contra algún risco letal. Peñascos que evitaba, pues de los acantilados de la isla habían empezado a desprenderse riadas de rocas.
A lo lejos creyó oír un cañonazo y se puso en guardia. ¿Serían quizá los aliados? ¿O había atacado el enemigo? Buscó a lo lejos, pero con la cortina de agua era imposible vislumbrar un camino hacia ese sonido. De pronto notó un temblor –esta vez en el suelo, y supo que se trataba de un terremoto.
Demonios, como fuera una isla volcánica estaban perdidos.
En cualquier caso, ¿cómo habían llegado allí?
Por más que intentaba hacer memoria, todo lo que se refería a aquel destino se le antojaba vago. Recordaba haber seguido al grupo, liderados por América, en un viaje descabellado por el Atlántico –pero tras eso, sólo lagunas y una sensación parecida a la resaca invadían su mente. Creía recordar un naufragio y haber caminado por aquel infierno junto a alguien más, pero tras varios días en ese laberinto, no sabía a qué atenerse.
La lluvia no tenía intención de amainar. Se cubrió con la capa y comenzó a caminar con más tiento, buscando un refugio en vez de simplemente huir. "Cuanto más alejado del epicentro de los temblores, mejor", pensó.
Tras dos horas andando sin rumbo acompañado tan sólo por el tronar del cielo y los troncos partidos, el fantasma del miedo –y el de la locura- amenazaban con controlarlo, y para espantarlos comenzó a tararear:
-London bridge is falling down, falling down… -cuando un chasquido lo hizo callar.
Rápidamente tomó la pistola y buscó el origen del sonido. Sus ojos escudriñaron toda la espesura… excepto, para su desgracia, las copas de los árboles.
-¡CLANG!
El clamor de las armas al chocar retumbó en toda la jungla. Sólo le dio tiempo de desviar la silenciosa katana de su oponente, evitando la muerte, pero el dolor de la hoja clavada en su muñeca le obligó a morderse la lengua para no gritar.
"¡Japón…!" –miró a su alrededor. –Estás solo.
Sonriendo, le apuntó con el arma, pero olvidó que aquel enemigo era más veloz que su índice. Antes de querer advertirlo, le había vuelto a ganar la espalda, pero él también sabía jugar a esquivar.
Dio media vuelta, fintó el golpe y sacó el puñal con su izquierda sana para atacar desde abajo; Japón leyó sus intenciones y atacó por la derecha. Él volvió a huir. Inglaterra comenzó a advertir el fastidio en sus ojos.
"Sabe que no voy a poder dispararle, y menos con la mano hábil en este estado", reflexionó, "así que sólo me queda el cuerpo a cuerpo". Entonces vio una vía de escape entre la maleza y decidió tomarla para ganar tiempo.
Cualquier otro contrincante le hubiera gritado, incriminado por su cobardía y tratado de provocarle. Japón no. Simplemente le persiguió implacable, arma en ristre, convencido de que en un campo intrincado su pasado ninja tenía todas las de ganar.
Pero él conocía algo que Japón no había tenido en cuenta.
Inglaterra sabía que al otro lado de aquel ramaje había un acantilado frágil dispuesto a caer.
"Un terremoto, por dios, un terremoto… Y si eso no funciona tendré que subirme como pueda y disparar desde lo alto".
Llegaron al lugar. El risco amenazaba con caerse, sí, pero no de un tiempo a esta parte. Parecía lo suficientemente resistente como para burlarse de él, pero no lo bastante accesible como para dejarlo escalar con una sola mano…
Inglaterra se giró, con esperanzas muy negras, para ver a la muerte blanca llegar…
-¡AAAAAAAAAAGH-!
Blanco.
El mundo se había vuelto blanco. Su oponente era, literalmente, blanco. Y él era el que gritaba, cegado por la luz. Un relámpago había sido mandado por aquel mismo cielo iracundo de antes para permitirle vivir un día más.
No dudó y desarmó a su oponente, clavándole el puñal en el mismo brazo de la mano que él casi había perdido.
Lanzó la katana de Japón bien lejos de su alcance antes de cernirse sobre él con una expresión de triunfo. Sin embargo, no blandió el golpe final.
El país del sol naciente, aún medio ciego, lo miró con confusión mientras trataba de levantarse y alejarse cuanto pudo de él. Contrario a su naturaleza, dejó escapar las palabras que rondaban su mente:
-¿Por qué no me has matado?
Socarronamente, Inglaterra hizo girar el puñal en su mano izquierda mientras lo dejaba incorporarse.
-Tan sólo trato de que luchemos en igualdad de condiciones –y le dedicó la más aviesa de sus sonrisas.
No se creía ni una de sus palabras. Algo raro estaba tramando. Lo más seguro es que aquello fuera una emboscada y lo hubiera atraído a una trampa donde el resto de sus enemigos estarían aguardando para atraparle –si así era, lo mejor sería salir huyendo de ahí. Pero su contrincante no estaba por la labor de dejarle escapar.
Su espada aún brillaba en el suelo, al alcance de un amago rápido, pero esta vez Inglaterra estaba alerta y no podía cogerla tan velozmente con la izquierda.
Como leyéndole la mente, Inglaterra le dio una patada al arma –a su sagrada katana, pensó con acritud, lanzándole una mirada asesina-, para su sorpresa, en su dirección.
-¿Buscas esto? Vamos, tómala. No tiene nada de caballeroso pelear con las manos desnudas.
-¿Qué pretendes? –espetó con furia, y tomando de forma refleja su arma con ambas manos. Inhibió un gemido de dolor antes de cogerla sólo con la izquierda, se puso en guardia y la alzó. ¿De verdad iba a enfrentarse a un samurái tan sólo con aquella ridícula espada corta?
Dejó que fuera el europeo el que diera el primer paso mientras guiaba toda su atención a posibles compinches agazapados en las sombras. Inglaterra se dio cuenta de lo poco atento que estaba en el combate y le pilló desprevenido por el flanco herido dos veces.
-¡Si no luchas en serio esto no es divertido! ¿Se te ha perdido algo entre los árboles?
-¿Dónde está la trampa? ¿Se puede saber a qué juegas?
Era terriblemente consciente de que su rival, aún siendo más tosco que él en movimientos, le estaba ganando terreno. Que aún así Inglaterra no le hubiera querido herir de gravedad le hacía más daño en el orgullo que la propia posible herida en sí. Seguía rememorando esa sensación de poder que emanaba de la nación cuando se había encontrado encima de él. De pronto, recordó que había visto algo más. Un momento de duda. Por un segundo, en los ojos de su rival había brillado… ¿la compasión? No, debía de haberlo soñado. ¿Desde cuándo un enemigo se lo pensaba antes de derrotar a su rival en la guerra?
Japón gruñó ante este pensamiento con rabia y descargó un golpe que hizo tropezar al caballero frente a sus pies. Listo para acabar con esa molestia, bajó la hoja para rematarlo, cuando…
-¡Te tengo! –y dio un tirón a los bajos del uniforme blanco nipón. Un movimiento tan tonto, tan sencillo, que hizo que el serio país se parara en seco, abochornado, e Inglaterra lo tumbó de un golpe seco de boca contra el suelo y aplastó el cañón de su pistola contra su espalda.
"Check mate", susurró para sí.
Durante un largo minuto el tiempo se paró. Japón estaba tan humillado que tan sólo esperaba ya su muerte con los ojos cerrados en una mueca de disgusto, pero Inglaterra se había quedado congelado ante la posibilidad de qué hacer.
Lo cierto es que había tratado de ganar tiempo antes, cuando lo tenía tan cerca y tan fácil de aniquilar, porque se había visto ante la misma tesitura y no era capaz de decidirse. Pero era muy sencillo; un simple presionar de gatillo y estaría muerto.
Parecía mentira que acabar con tal antiguo imperio fuera tan fácil de lograr.
No debería serlo, pero desde que llegó a aquel lugar, sentía como si de repente todos fueran vulnerables unos a otros. En aquel minuto tan eterno le dio tiempo incluso a preguntarse si realmente no lo habían sido siempre, pero hasta ese momento, al menos él, jamás se había planteado matar de verdad. Arrebatar una vida.
¿Por qué se le antojaba tan complicado? ¿Acaso no sabía ya lo que era la guerra, tras tantos años? ¿No sabía dónde se metía?
Había visto a sus hombres matar por su persona. ¿Era de verdad tan hipócrita para no ser capaz de terminar aquel encuentro por sí mismo?
Mientras sus puños se apretaban debido a su dilema interno, comenzó a llover a mares otra vez. Sólo cuando notó la respiración agitada de Japón tratando de no ahogarse debajo de él pareció reaccionar.
Se levantó sin dejar de apuntarlo y tomó su katana del suelo, guardándola junto al puñal en su cinturón. Japón rodó sobre sí mismo al notarse libre, aunque se frenó al ver el cañón frente a sí.
-Necesito un lugar donde resguardarme o moriré de una pulmonía –recibió como toda respuesta a su mirada inquisitiva. –Me serás más útil vivo si sabes dónde podemos guarecernos.
Japón no era capaz de comprender nada. Él había tratado de matarlo desde el primer momento. ¿Por qué le había salvado la vida no una, sino dos veces?
-Si sales huyendo no me eres de ninguna ayuda y dispararé, tenlo por seguro. Y te lo advierto, yo me quedo con las armas.
-¿Qué te hace pensar que sé dónde hay un lugar seguro?
-Que hace ya días que llueve desde que llegamos y tú estabas seco cuando me atacaste, además de solo. Tienes que tener un escondrijo cerca de aquí y el resto del Eje no sabe dónde estás.
-¿Por qué no me has matado ya?
-Te lo he dicho ya, tengo más posibilidades de sobrevivir con alguien que se sepa mover por este bosque criminal.
Fuera cual fuese su verdadero motivo, Japón se veía muy lejos de llegar hasta él, así que dejó de hacer preguntas y comenzó a moverse hacia el lugar donde, como bien había adivinado su rival, aguardaba a sus compañeros o a alguna otra ayuda exterior.
Aquella cueva había resistido de forma asombrosa las inclemencias del tiempo y la corteza terrestre. Además, el país oriental la tenía abastecida de leña y fruta, incluso había carne que había conseguido cazar.
Ambos llegaron empapados, sangrientos y agotados. Japón se había quitado la chaqueta de su uniforme, ya no tan blanco sino más bien embarrado –para Inglaterra era un misterio cómo lo había conservado impoluto hasta entonces-, y sólo llevaba sus pantalones y una camiseta interior. Inglaterra también se había quitado su capa, pues sólo era una carga, y la dejó junto a su chaqueta desgarrada en un lateral. Sin soltar las armas en ningún momento, cogió una brazada de leña y la colocó sobre el cerco negro que indicaba el sitio donde Japón había encendido una hoguera poco antes.
-Tengo un pedernal ahí al lado –indicó, a lo que el otro país contestó con un sonido seco.
Japón contempló el fuego arder y se sumió en sus pensamientos, aún sin poderse creer lo que estaba pasando. En cualquier caso, no tenía muchas más opciones que tolerar la presencia de su enemigo allí.
Se dio cuenta de que le costaba definirlo con aquella palabra: enemigo. ¿Debería seguir llamándolo así?
Racionalmente, no tenía motivos para odiarlo. En primer lugar, ¿por qué eran antagonistas? Para decir verdad, aquella isla tenía la facultad de hacerle olvidar los motivos por los que estaba luchando. Tan sólo se le ocurría argumentar que luchaba porque estaba en el bando contrario al suyo. Sin embargo, a nivel personal, su código de honor le obligaba a rendir sumisión a aquella persona.
Le había derrotado en justo combate –bueno, no tan justo; el mero recuerdo de verse en paños menores delante de otra nación bastaba para hacerle hervir la sangre de vergüenza, pero le causaba más bochorno el haber caído en aquella estratagema que el hecho de que su contrincante le manipulara de aquella forma . No sólo eso –y se volvía a repetir-, le había perdonado su vida. Aún cuando él no lo hubiera hecho.
Podía sentirse confuso, extrañado, insultado o contento, eso no cambiaba el hecho de que tenía no una, sino dos deudas pendientes con él. Se conocía lo suficiente como para saber que no iba a ser capaz de volver a enfrentarse a Inglaterra hasta haberlas saldado.
Se quitó los zapatos y los puso a secar al lado del fuego. Al verlo, Inglaterra decidió imitarlo. Después, le dio la espalda y comenzó a subirse la manga de su camisa para examinar mejor el corte de la katana.
Era más profundo y se lo había hecho más arriba de lo que pensaba. Le llegaba hasta la mitad del antebrazo y se lo había clavado bien; tanto que aún después de un rato bajo la lluvia no le dejaba de sangrar. Una vez la adrenalina del combate se hubo esfumado le había comenzado a doler horrores, pero había hecho un esfuerzo atroz por ocultarlo. Antes había aguantado el tipo como pudo, manteniendo el brazo firme y apuntando a Japón en todo momento, pero nunca con verdadera intención de disparar. Ahora, ya a salvo, no pudo dejar escapar una mueca de dolor ante aquella sangre negra.
Entonces se dio cuenta de que el otro había tomado un botiquín de uno de los recovecos de la cueva y se estaba curando su propia herida en el brazo derecho.
-¿De dónde has sacado ese material? –inquirió Inglaterra.
Japón alzó la mirada, indiferente.
-… ¿Necesitas que te cure ese brazo?
No es que hubiera envenenado su espada ni nada, pero sabía que aquella brecha fácilmente podía acabar en septicemia, así que una vez terminado, se levantó y se acercó ante el otro país, dispuesto a examinarlo.
-¡N-no, yo…! –Inglaterra trató de retroceder, en parte alerta por la seriedad que Japón presentaba. No descartaba que pudiera tomar represalias estando ahora él tan vulnerable. Pero no sólo era eso: cuando Inglaterra luchaba, le gustaba jugar con sus enemigos y se volvía fresco e ingenioso; pero cuando se trataba de verdaderas relaciones interpersonales buscaba alejarse lo máximo posible de los demás. Lo peor de todo es que no podía ocultar su incomodidad y se puso rojo de vergüenza cuando Japón se agachó frente a él, diciendo:
-Es lo menos que puedo hacer.
Japón tomó su mano derecha e Inglaterra se puso alerta. No era propio de aquel tímido archipiélago oriental el buscar contacto deliberadamente. Inconscientemente, llevó su mano izquierda a la pistola.
-Si con la pistola te sientes más seguro, a mí me parece bien. Pero no tienes de qué preocuparte.
-Ah… -desvió la mirada, sintiéndose como un niño pillado in fraganti, pero se dejó hacer. Mientras le limpiaba la herida, murmuró:- No tienes por qué hacer esto.
-Ni tú tenías por qué perdonarme la vida –Inglaterra fue a protestar, pero se encontró con su mirada resuelta y supo que no engañaba a nadie. –No le des más vueltas. Es simplemente algo que debo hacer.
El resto de la noche pasó sin incidentes y ambos durmieron plácidamente con el crepitar del fuego de fondo.
Aquella mañana, el cielo amaneció completamente despejado por primera vez desde su pelea. Japón e Inglaterra habían estado compartiendo la cueva mientras esperaban una señal, pero ni la tormenta ni la ausencia de otros países había desaparecido. Durante aquellos días, la convivencia había impuesto una cierta calma entre ellos, e incluso habían llegado a entablar conversaciones.
Por alguna razón, Japón había estado muy interesado en conocer la religión y las costumbres morales de su gente. Igualmente, Inglaterra se había mostrado curioso ante las técnicas curativas de su compañero de reclusión. Le había sorprendido gratamente recuperar la movilidad del brazo tan sólo dos días después, y sin apenas fármacos. Simplemente hay que saber dónde tocar, contestó Japón, y después de aquel comentario ambos giraron la cabeza y cambiaron de tema, ruborizados.
El brillo del sol despertó a la nación de cabellos negros antes de lo normal. Aún amodorrado, sonrió ante el regreso del calor y se desperezó pensando en algún buen lugar donde conseguir leña seca.
-Parece que por fin vamos a poder salir en busca de los demás… -pero nadie contestó- ¿Inglaterra? ¿Aún duermes?
Por toda respuesta notó el brillo de su katana con el rabillo del ojo en la otra esquina de la cueva, aquella que había celado la otra isla durante toda su estancia allí. Pero de Inglaterra no quedaba ni rastro.
