El Principito
Disclaimer: Ni Star Trek ni El Principito son de mi propiedad, simplemente hago esto porque adoro el Principito y me encanta Star Trek.
Importante: Basada en la historia de "El Principito" de Antoine de Saint-Exupéry. Por consiguiente habrá fragmentos del libro incluidas en la historia y un gran parecido a esta.
Cursiva fragmentos del libro. Muchos de los diálogos entre Spock y Jim son del libro, pero al estar un tanto cambiados no estarán el cursiva.
Los números romanos entre paréntesis indica el capítulo al que pertenecen los fragmentos.
Edades: Según Memory Beta y Memory Alpha Jim nación en 2233 y Spock en 2230, por lo que Spock y Jim se llevan tres años, siendo Spock el mayor. Sam, el hermano mayor de Jim, nación en 2229 aproximadamente, por lo que es cuatro años mayor que Jim.
Aclaraciones: Frank Davis es, según las wiki de Star Trek mencionadas en edades, el hermano biológico de Winona. Debido a que no encontré a que se dedicaba Winona—y para facilitar la trama del fic (un AU) —le di el titulo de embajadora.
Solo.
(I)
Cuando yo tenía seis años vi una vez una lámina magnífica en un libro sobre el Bosque Virgen que se llamaba «Historias Vividas». Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera. He aquí la copia del dibujo.
El libro decía: «Las serpientes boas tragan sus presas enteras, sin masticarlas. Luego no pueden moverse y duermen durante los seis meses de la digestión.»
Spock frunció el ceño sutilmente, tratando de imaginar el porqué la boa hacía eso. Tampoco lograba entender porque el libro favorito de su madre empezaba de esa forma tan extraña ni el porqué de esos peculiares dibujos que el autor había adjuntado junto al texto escrito. Su madre, Amanda, había insistido en que leyera el libro y él había sido incapaz de resistirse a su madre.
Además no iba a poder hacer nada mejor.
Por cuestiones de trabajo Sarek, su padre—embajador de Vulcano en la Tierra—había tenido que ir al planeta en cuestión, lo cual pudo ofrecer a su madre—siempre sometida por el hieratismo de Vulcano—volver a su planeta materno por unos días y de paso enseñárselo a su querido hijo Spock, de ocho años de edad.
Tal vez por eso había accedido a leer el libro en su Padd.
—¿Te está gustando? —Preguntó Amanda.
Spock la miró y alzó una ceja puntiaguda.
—Gustar es un término inexacto madre. —Replicó, bajo la mirada de Sarek que había dejado a un lado el Padd en el que estaba absorto hasta hace unos minutos.
Amanda sonrió cándidamente.
—¿Qué te está pareciendo la lectura? —Rectificó, diplomática.
Spock lo pensó unos segundos.
—Es diferente a lo que normalmente leo, y apenas he podido llegar si quiera a descubrir de que trata, es un tanto…—lo pensó durante unos segundos. —Inexacto. Se dispersa mucho.
Amanda dejó escapar una risa suave.
—Pero Spock, ¿acaso no es la vida así?
El medio vulcano miró a su madre, atónito ante esa pregunta que no sabía responder. Notó el calor subir por sus mejillas y orejas y supo que debía estar, en términos humanos, colorado—solo que su sangre era verde y no roja—.
Cuando la nave aterrizó, unos minutos después, Spock ya había terminado los primeros capítulos del libro que definió como «muy humano». Hablaba de los sacrificios de crecer, o eso había entendido, aunque lo cierto era que con los humanos uno nunca sabe de que fiarse.
Ese día no pudo avanzar mucho más con su lectura, por lo que se resignó a proseguir con el libro al día siguiente, después de que su madre lo llevase a conocer lugares terrícolas. Iba a realizar un estudio y elaborar una tesis, como todo científico, y se sentía enormemente orgulloso de su decisión—aunque los vulcanos no se sintieran orgullosos, porque obviamente no sienten—.
En cualquier caso—y por estadísticas—su estancia en la tierra no iba a ser tan mala como esperaba.
Las personas mayores me aconsejaron que dejara a un lado los dibujos de serpientes boas abiertas o cerradas y que me interesara un poco más en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. Así fue como, a la dad de seis años, abandoné una magnífica carrera de pintor.
Jim saltó un poco más, tratando de alcanzar el Padd sobre la mesa de la cocina. Finalmente logró tomar el aparato con una sonrisa triunfante, lo observó entre sus pequeñas manos, acariciando la pantalla con cuidado. Caminó hasta las escaleras, donde subió con suma cautela, aferrándose a la barandilla—todavía no se fiaba de sus piernas después de su última caída—.
Al llegar arriba suspiró aliviado.
Actualmente habían tenido que desplazarse a San Francisco por no sé qué de la Flota, no le había interesado el porqué—en esos momentos solo podía ver como Spiderman entraba a formar parte de Los Vengadores después de que Iron Man se lo pidiera—. Por ello cuando dos días después hicieron las maletas y se montaron en una nave para ir a San Francisco tubo que preguntarle a Sam a donde iban.
Este solo negó con la cabeza y le respondió tranquilamente, señalándole por si acaso, a Frank Davis—el hermano mayor de su madre y el encargado de "cuidarles" cuando su madre no estaba—por si tan bien la había olvidado, cosa imposible. Frank se encargaría de llevarles junto a su madre en San Francisco.
Iban a vivir temporalmente en un dúplex, lejos de Iowa y su arenosa existencia, lejos de las granjas y la tranquilidad. Por lo que Jim se sentía sumamente nervioso, era una aventura como nunca antes la había tenido.
Pasó el cuarto de Sam, que daba pequeñas cabezadas sobre el escritorio y entró en el siguiente cuarto—su cuarto—y se acomodó en la cama para leer el libro del que le había hablado Sam algo molesto porque la profesora le obligara a leer ese libro en vez de Harry Potter.
Jim sabía que a su hermano le gustaba Hermione, pero jamás había dicho nada porque tampoco lo veía tan grave. A él le gustaban las estrellas.
Pues sí, con sus cinco años James Tiberius Kirk ya sabía que le gustaban las estrellas. Era algo extraño pero lo sabía, del mismo modo que sabía que no le gustaban las verduras.
Abrió el libro en el Padd, retomando la lectura donde lo había dejado. Mañana Winona tenía que ir a una cena donde habría varios embajadores y, por recomendación de alguien llamado Christopher—creía haber oído a su madre llamarlo así—, ellos también debían estar presentes. Aunque para que mentir, realmente iban a ir forzados—incluyendo a su madre—la cual solamente estaba triste en sus recuerdos.
¿Había visto sonreír a su madre alguna vez? Lo dudaba, siempre lucía como las aves enjauladas: Vivas en una muerte eterna.
Cuando encontré alguna persona que me pareció un poco lúcida, hice la experiencia de mi dibujo número 1, que siempre he conservado. Quería saber si era verdaderamente comprensiva. Pero siempre me respondía: «Es un sombrero». Entonces no le hablaba ni de serpientes boas, ni de bosques vírgenes, ni de estrellas. Me colocaba a su alcance. Le hablaba de brige, de golf, de política y de corbatas. Y la persona mayor se quedaba muy satisfecha de haber conocido a un hombre tan razonable.
Continuará...
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