Disclaimer:nada me pertenece
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Legado
Lucius esperaba en el descansillo a ser llamado. Caminaba de un lado para otro, de este a oeste, impaciente por lo que iba a acontecerle, queriendo saber por qué su Señor lo había llamado tan urgentemente. Lucius llevaba casi nueve años con los mortífagos. Al principio era discreto, no llamaba mucho la atención, a pesar de ser uno de los magos de más raigambre, y de una familia aristócrata bien conocida, los Malfoy. Había escalado puestos en la jerarquía mortífaga, a veces por sus méritos, otras veces por la muerte de sus superiores, o cuando eran capturados. El Señor Tenebroso consideraba una deshonra el ser capturado por los aurores, así que no se preocupaba por liberar a los prisioneros pronto. Estaba convencido de que estos no querrían reunirse tan deprisa por temor a un castigo anunciado. Tres de sus compañeros salieron del despacho, y ninguno lo saludó, quizás porque aún era demasiado joven para ellos. Lucius no los reconoció por las máscaras que llevaban, y seguramente entre ellos estaba el lugarteniente. Cuando salieron, Lucius entró. Nada más hacerlo, las puertas del despacho se cerraron.
El despacho, o el lugar donde el Señor Tenebroso recibía a sus secuaces, era una amplia estancia llena de cuadros y tapices en las paredes, y que tenían motivos de serpientes y del fundador Slytherin. Al fondo, tras cruzar un pasillo de columnas, había un escritorio. Y tras el escritorio, estaba Él. El Señor Oscuro no era partidario de tantos lujos, quizás porque nunca los tuvo. Prefería no establecerse demasiado tiempo en un sitio, para que así los aurores no pudieran localizarle, y en caso de extrema necesidad, se quedaba en la casa de alguno de sus mortales seguidores. Pero ahora estaban en guerra, y por eso tenían guaridas secretas.
Lucius se acercó hasta el escritorio, vacío a excepción de un pequeño libro. Cuando estuvo delante, se detuvo, arrodillándose, y esperó. Podían ser segundos, o podían ser horas, pero nunca bajo ningún concepto debía hablar primero, sino que era el Lord Tenebroso quien lo hacía. Aunque fuesen buenas o malas noticias, aunque fuesen noticias del curso que estaba tomando la guerra. Daba igual, él no podía hablar antes. Era así. Era la Ley. La Ley del Señor Tenebroso —Lucius… me alegra que hayas podido venir —habló con su usual voz siseante, lo que le hacía parecerse a una serpiente.
Lucius creció oyendo hablar del Gran Lord Voldemort. Su familia, adinerada y que ocupaba un puesto de poder en la sociedad mágica, pensaba como Él. Su padre, Abraxas Malfoy, decidió no unírsele, pues eran tiempos oscuros, de desconcierto, y Voldemort acababa de hacer aparición, después de años de estar lejos de la vida pública, algunos diciendo que estaba reuniendo poder, y también seguidores. No obstante, Abraxas sí que compartía su lema, sus ideas, y no dudó en ayudarlo lo que se dice de forma económica. Nunca aportó ideas, nunca puso cartas sobre la mesa, nunca dijo lo mío es tuyo, pero desde el primer momento, Abraxas había vendido su alma al Diablo, y lo que era peor, había servido a su primogénito en bandeja de plata. Desde el primer momento en que Lucius entró en Hogwarts, las noticas llegaban como un torrente: sospechas, ataques, desapariciones… muertes. Cada noticia, por nimia que pareciese o grandiosa que fuese, suponía un fervoroso grito de júbilo en la mesa de Slytherin y una exaltación al Lord Oscuro. Y la mayoría de los alumnos de la Casa de las Serpientes que terminaba su educación, pasaba a engrosar las filas del Lord. Los que no lo hacían, ayudaban por otros derroteros. Sólo unos pocos eran considerados traidores.
Y ahora, Lucius, arrodillado, esperaba pacientemente. Su padre había muerto ya, por una viruela de dragón, y ahora la fortuna de los Malfoy no era enteramente suya, era del Lord. Este se levantó, rodeó la mesa y se acercó hasta el joven, extendiendo su mano, la cual fue besada por el siervo —¿Qué ordenáis mi Señor?
—Levántate —así lo hizo. El Lord caminó de nuevo hasta el escritorio y cogió el pequeño libro, dándoselo a Lucius — ¿Sabes qué es esto?
Lucius lo tomó entre sus manos. Era un librito pequeño. Sus dedos rozaron el cuero con el que estaba encuadernado. Le dio la vuelta y vio un nombre Tom Sorvolo Ryddle.Aquel nombre no le decía nada, pero supuso que ese libro era de su Señor. El Señor Tenebroso era un hombre reservado. Prefería guardarse las cosas para él, y casi nunca revelaba sus secretos a no ser que fuesen determinantes para el curso favorable de los acontecimientos. Era por eso que muchos no sabían de su pasado —Es un libro, Señor.
Él esbozó una mueca que Lucius interpretó como una sonrisa que le sonó amarga —Es un diario Lucius. Era mi diario en Hogwarts. Sí, Tom Sorvolo Ryddle… era yo. Ese era el nombre muggle que mi madre me dio al alumbrarme ¿Por qué te lo enseño? Verás, no sé si lo habrás notado… algunos como Bella ya lo han hecho… pero estoy algo… ¿preocupado? Hay algo que me ronda en la cabeza —lo cierto es que Lucius sí lo había notado. Llevaba días observando el extraño comportamiento de su Señor, como si hubiese algo en su cabeza que no le dejase pensar con claridad. Sin embargo no dijo nada —. Este diario es muy importante para mí, Lucius. Es por eso que quiero que lo guardes bien. Eres un buen mortífago, uno de los mejores. Tú último ataque a esa familia de muggles me ha hecho… recapacitar sobre ti. Bien… retírate. He de ir a ver a Colagusano. Tiene importantes noticias para mí.
Lucius mantenía el diario en sus manos, y lentamente se retiró, llevándoselo. Cuando ya estuvo fuera, le pareció extraño que el mago más poderoso de todos los tiempos tuviese un diario, y más aún que se lo diese personalmente, arriesgándose a conocer los secretos que había escondidos. Sin duda debía de darse cuenta de que lo leería en cuanto tuviese oportunidad. A Lucius no le gustaban los diarios. Los consideraba, primeramente, hechos sólo para mujeres, y luego un peligro, ya que podían revelar los secretos de su dueño. Así que sus dedos pulgares rozaron el borde lateral de las páginas y abrieron el diario. Estaba en blanco. Repasó las demás páginas, extrañado. También estaban en blanco. Sin entenderlo, cerró el diario y se marchó de allí.
Los días pasaban sin mayores noticias. Las misiones habían cesado, y la guerra parecía haber tomado un punto muerto que algunos calificaban de tregua. Estaban ya a finales de octubre, y el Lord Tenebroso no parecía dar muestras de vida. Y entonces ocurrió, lo impensable, lo que muchos temían. Había caído. Aquella noche salió de casa, dejando a su mujer y a su hijo solos. Alegó que tenía que buscarle, saber qué había pasado, pero no lo hizo. En su lugar, llevaba consigo el diario. Sabía que ahora que Él ya no estaba, lo buscarían, a todos los seguidores, sin descanso. Era por eso que Narcisa se había ido a casa de su madre hasta que se calmaran las cosas. Por su parte, Lucius fue al único sitio en el que todavía tenía a alguien que podía considerar un amigo, la Calle de la Hilandera. Allí vivía Snape, su confidente en Hogwarts y el padrino de Draco.
—Lucius —saludó él, con el rostro compungido por lo ocurrido. Lucius no dijo nada. En su lugar se acercó y le enseñó el diario — ¿Y esto?
—No puedo decirte qué es Severus. Lo único que te pido es que me ayudes a ocultarlo de los aurores y del Ministerio. No en el espacio… en el tiempo.
Severus lo miraba extrañado —Sólo es un libro ¿por qué quieres guardarlo?
—Severus, los aurores vendrán enseguida… ayúdame.
Snape lo miró largamente hasta que se acercó a una estantería y extrajo un libro, el cual abrió y pasó las páginas. Cuando llegó a la que quería, se lo enseñó a Lucius, quien leyó.
—¿Traslado de objetos en el Tiempo?
Severus afirmó mientras dejaba el libro sobre una mesa, estudiando la página —Es un hechizo. Sirve para enviar objetos a otro lugar en el tiempo. El problema es que es impreciso. No sé a dónde puede llegar.
—Me da igual, hazlo —confesó Lucius.
Severus no obstante tuvo que reprochar —Lucius, es peligroso. Llevar objetos al pasado conlleva muchos riesgos… peligros. Podrías cambiar el futuro, los acontecimientos y…
—¡Me da igual! ¡Ahora nuestro futuro está perdido! ¡Hazlo! ¡Si no lo guardo… los mortífagos sabrán su secreto!
Snape obedeció, sin saber quizás a qué se refería su amigo, y cogió el diario. Ni siquiera lo examinó, simplemente lo puso sobre la mesa y alzó su varita, mientras comenzaba a realizar extraños movimientos a la vez que pronunciaba palabras ininteligibles. De pronto, el diario comenzó a brillar y temblar, y un segundo después, desapareció del campo de visión de los dos mortífagos —Está hecho —sentenció Severus. Acto seguido la puerta de entrada fue derrumbada, y por ella entraron varios aurores, los cuales los inmovilizaron. Un hombre alto, parecido a un gran león, se acercó a ellos. Lucius lo reconoció. Era Rufus Scrimgeour, jefe del Cuartel de Aurores. A su lado estaba Alastor Moody.
Scrimgeour se acercó hasta Snape y Lucius —¿Nombres?
—Lucius Abraxas Malfoy y Severus Tobías Snape —contestó Moddy —. Malfoy es sospechoso de torturas a muggles, y de formar parte del círculo más cercano del Lord. Snape… bueno… Dumbledore…
Scrimgeour lo detuvo —Estoy al tanto de la decisión de Dumbledore, Alastor. Confío en él. Bien, llevaos a Malfoy, yo me quedaré para interrogar a Severus.
Los aurores que lo tenían agarrado lo arrastraron y se lo llevaron de allí, al mismo tiempo que Lucius podía ver la inexpresiva cara de su confidente, de su amigo, viendo como se lo llevaban. Ya no era nada de eso. Era un simple traidor. Cuando lo sacaron de la calle, un grito hendió la noche.
Mientras tanto, no a kilómetros de allí, sino años atrás, en el mismo barrio, el diario aparecía en el pequeño escritorio de una habitación. Todo en ella, los peluches, la colcha verde esmeralda, los lirios en el alféizar de la ventana… Todo hacía pensar que era la habitación de una niña. Una niña pelirroja y de ojos verde esmeralda, que no debía contar más de diez años, y que en ese momento entraba en la habitación, descubriendo el diario sobre el escritorio. Lo cogió y lo revisó, extrañada de que estuviera en blanco. Acto seguido salió corriendo con el diario y gritando alegre — ¡Tuney! ¡Mira lo que me han regalado papá y mamá!
