Sin duda alguna ese idiota iba a conseguir que la mataran. Eivor corría intentando escabullirse de todos aquellos guardias que la perseguían por orden de su propio padre, que según él la estaba "protegiendo" de un criminal. Lo que su padre no parecía darse cuenta era que ella amaba a ese "criminal" y que por eso mismo no iba a dejar que le hicieran daño. Pero… ¿Cómo había empezado toda esa locura a la que ahora mismo estaba llamando vida? Oh, eso fue hace mucho tiempo.

La diosa Frigga sujetaba con mucho cuidado un pequeño bebé recién nacido, su poco cabello era rojo como el fuego y sus ojos de un precioso verde esmeralda no paraban de expulsar lágrimas al son de un pequeño llanto. Era diciembre y la reina solo podía mecer al recién nacido, al que por cierto aún no había identificado como hombre o mujer. Cuando Frigga hubo descifrado de que se trataba de una mujer, no pudo evitar sonreír levemente –en el fondo siempre quiso tener una hija a la cual peinar y poner vestiditos–.

Frigga sonrió ante aquel pensamiento. Sin duda alguna aquella niña necesitaba un nombre, pero antes que nada debía ir a hablar con Odín, pues el padre de todos tendría antes que aceptarla o denegarla como una más de los suyos. Suspiró para armarse de valor y, mientras tapaba a la niña entre sus ropajes, caminó decidida hacia la sala del trono, donde se encontraba Odín, su marido. Cuando llegó allí pudo ver como el padre de todos sostenía a unos pequeños Thor y Loki en su regazo mientras explicaba algún relato, que por la cara de asombro de los menores, podría ser bélico.

—Cariño —se hizo notar la mujer, mientras se acercaba lentamente a lo que podría ser la segunda oportunidad de vivir o la muerte de la pequeña pelirroja que había en sus brazos.

—¡Madre! —gritaron al unísono los pequeños Thor y Loki, de siete y seis años respectivamente, mientras saltaban de su padre para ir a abrazar a su madre.

—Seguro que os estabais divirtiendo con vuestro padre, pero ahora necesito hablar con él un minuto… ¿Podréis esperar hasta entonces? —pidió amablemente su madre, con aquella voz dulce que la caracterizaba tanto. Ambos niños asintieron y salieron corriendo gritando alguna cosa sobre quién era más rápido que quién.

—¿Qué deseas Frigga? —preguntó Odín, mientras se levantaba de su trono, para ponerse a la misma altura que su mujer. Nunca le había gustado tratarla como a una súbdita, al fin y al cabo, era su mujer.

—Odín, hace pocas horas me he encontrado a esta niña recién nacida abandonada en uno de los jardines de palacio. Seguramente es de alguna criada que no desea tener un hijo y que ha creído que la forma más fácil de acabar con ello era dejándola tirada…

—Ya entiendo lo que me vienes a pedir, y mi respuesta es no. —replicó tajante el padre de todo— Con él ya hicimos una excepción, no volveremos a hacer otra.

—Por favor —rogó Frigga— ella no tiene la culpa de haber nacido, es una niña inocente.

Odín suspiró: —No sé cómo logras convencerme tan fácilmente Frigga… Pero esta vez tú te tendrás que encargar de ella.

—Siempre me he encargado yo de nuestros hijos —comentó juguetona la reina, mientras se despedía de su marido con un beso y caminaba hacia sus aposentos para vestir a la niña y cambiarse ella que, gracias al bebé, también se había manchado el vestido.

Con la ayuda de dos doncellas, Frigga y la niña estuvieron cambiadas en poco tiempo. Fue entonces cuando la diosa recordó que aquella niña de rojos cabellos aun no poseía nombre alguno. Sujetándola con mucho cuidado, Frigga observó cada centímetro de su rostro, mientras un susurro, como si parte del viento se tratara, salía de sus labios: —Eivor.

—Madre, madre… ¿Cuál es la sorpresa que nos tienes que dar? —gritaba un entusiasta Thor mientras seguía a su madre, dando saltos alrededor de ella.

—Madre, padre nos ha dicho que tenéis una sorpresa para nosotros… ¿Podría saber de cual se trata? —el menor era ahora el que atacaba. Se encontraba al lado de su madre, caminando tranquilo, al igual que su voz.

—Vaya, parece que vuestro padre no se puede guardar las sorpresas, ¿eh? —comentó divertida la reina, mientras paraba delante de sus aposentos; donde Eivor residía. Los príncipes rieron divertidos ante el comentario de su madre. —Ahora tenéis que estar en silencio para poder ver vuestra sorpresa, ¿entendido?

Los hermanos asintieron a la vez, mientras la reina entraba y tomaba a la pequeña en brazos ante la atenta mirada de sus dos hijos. Thor se aproximó rápidamente a su madre: —¿Se trata de un juguete, madre? —Frigga rio levemente ante la inocencia de su hijo.

—Es vuestra nueva hermana, Eivor. —anunció la reina, con una sonrisa.

—¿No es muy pequeña, madre? —preguntó Loki, con curiosidad.

La reina no pudo evitar soltar una leve carcajada, mientras negaba con la cabeza: —Tú también eras así de pequeño, Loki —Thor rio, pensando que él era el único que había sido grande— Y tú también, Thor —añadió la reina al haber escuchado la risa de su primogénito.

Ambos hermanos se quedaron mirando a la pequeña, quien reía al ver a sus nuevos hermanos, sin saber realmente lo que le iba a esperar en aquella familia.