Buenas! Después de muchos años sin escribir una fanfiction, me sentí inspirada para escribir otra, siempre de YGO. Desde hace muchísimos años que no escribía una historia y mucho menos una fic, pero ayer noche me sentí realmente inspirada y pues, nació este fragmento de fic, RyôxBakura. No quiero hacerla muy larga pues no sé hasta dónde llega mi inspiración xD De todas formas espero que les guste ^^ sean piadosos xD son siglos que no escribo. Ah sí! Otra cosita más. Esta es una de esas fanfictions donde Bakura se materializa, y como he dicho anteriormente, aun n o me explico bien como, pero es bastante cómodo para escribir =w= dicho esto, espero que disfruten la lectura :3

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Todo termino. Desde que regreso de Egipto todo termino. No mas heridas extrañas, no más perdidas de memoria. Todo eso había llegado a su fin. Se repetía insistentemente Ryô Bakura

Después de despedirse de sus amigos, al terminar la escuela, regresaba al solitario apartamento que le dejo su padre. Se quitaba los zapatos metódicamente y se dirigía a la cocina con aun el uniforme para calentar algo ya precocido, comprado la noche anterior en el "conbini " más cercano. Después de 5 minutos, regresaba a la cocina, con su ropa e casa y se sentaba enfrente de la televisión con una soda al lado a comer su almuerzo antes de ponerse a estudiar. La soledad de todo aquello podía cortarse con un cuchillo.

No que Ryô extrañase ser golpeado, herido y dominado por un espíritu milenario… Pero aquella rimbombante soledad… eran años que no la sentía.
Desde la muerte de su madre y su hermana, Ryô comenzó a sentir aquella soledad que, gracias a la siempre presente compañía de su hermana, nunca había notado. Siempre estuvo solo , ahora que lo piensa; su única compañera de juegos era su hermanita pequeña, incluso en los recreos, no recuerda que alguien más se sentara a compartir su almuerzo y no les parecía necesitar a nadie más para ser felices. Después de que ella lo dejase, el pequeño albino empezó a sentir la magnitud de aquella isolacion, creada por el mismo.
Su padre le veía constantemente en la casa, vacía, golpeando la pelota contra la pared o jugando con sus peluches imitando diferentes voces que resonaban en el apartamento. Era una escena triste por no decir dolorosa. Papa Bakura incito a su hijo para que fuese al parque a jugar con otros niños, y así intentara hacerse algún compañero de juegos. La primera vez, Ryô regreso sucio y desaliñado pero se veía contento a pesar de que tenía mucha tierra en el cabello. Su padre le sonrió contento de que al parecer se había divertido mucho. El pequeño solo asintió con la cabeza y se dirigió al baño para lavarse. Sin embargo una tarde, su padre regreso más temprano de la hora habitual y describió a su hijo, suprimiendo sollozos de dolor, mientras intentaba limpiarse un feo raspón en la rodilla con un poco de alcohol. El niño al darse cuenta del intruso, lanzo un pequeño grito de susto pero al darse cuenta de que era su querido padre le sonrió infantilmente y le dio la bienvenida. Papa Bakura se arrodillo y le pregunto que le había sucedido. El chiquillo le contesto que se había caído jugando y que no era nada grave pero sus ojos revelaban que mentía y poco después, confeso entre llantos y sollozos que los niños del parque eran malos y le pegaban mucho, incluso que le habían quitado la pelota . Limpiándose las lagrimas con los brazos marrones por la tierra le rogo a su padre que no le obligara a volver, que el sería un buen niño , que no le obligase a jugar con aquellos niños del parque. Su padre lo abrazo y le acaricio el cabello, diciéndole que estaba bien, que podía quedarse en casa si así quería pero tenía que prometerle que intentaría de todas formas hacerse algún amigo en la escuela. A pesar de que no hizo amigos en su pequeña infancia, una vez ingresado en el liceo, todo fue diferente. La chicas encontraban que su cabello era precioso y sus ojos azules celestiales. Se volvió rápidamente muy popular entre las jóvenes. Con los muchachos sería extraño decir que también causo conmoción, pero asi fue. Muchos jóvenes le pedían consejos sobre diferentes juegos de rol, pues Ryô era un experto, sabia las reglas a memoria y las mejores tácticas… después de todo que otra cosa podía hacer un pequeño de 10 años en su casa, solo, si no leer manuales de juegos de rol que su padre le había regalado, pensando que eran historias fantásticas.

La vida de Ryô podía definirse, desde el aquel trágico accidente, una completa soledad, interrumpida constantemente por pequeños momentos de compañía. Las mañanas en la escuela, la cena con su padre. Pero desde hace algunos años que las cenas desaparecieron. Su padre se fue a Egipto y en uno de esos raros viajes de regreso le regalo una extraño pendiente a forma de aro con péndulos a lo largo de su circunferencia y decorada al centro con una pirámide que a su vez tenía un ojo. Muy egipcio pensó el albino. Apenas la recibió en sus manos, tuvo el irresistible deseo de ponérsela. Per o suprimió ese impulso y dejo la sortija sobre la mesa, para ayudar a su padre con las maletas.

Poco días después de que su padre se marchase de nuevo para Egipto , el joven se acordó de su regalo. La tomo nuevamente y la sortija brillo de una forma misteriosa, peculiar, tentadora. –Sera oro de verdad? Es muy ligera para ser tan grande… - sus ojos reflejaban el de la sortija.
con un gesto natural se acomodo alrededor del cuello, el fino cordón de cuero del que pendía el anillo. Inmediatamente una hondada de calor recorrió su cuerpo, se sentía diferente. Aquella sensación cálida que recorría su cuerpo le recordaba la ginebra que probo aquella fría noche de invierno, cuando solo en su cuarto quiso probar ahogarse en el alcohol. Aquel vacio que sentía en su interior no estaba más… Se sintió, después de tantos años, como si alguien estuviese con él, que ya no estaba solo.

Ryô después de experimentar tal cosa se asusto un poco, puede que la sortija tuviese algún tipo de droga que le estaba ofuscando los sentidos y casi esforzándose, se quito la sortija del cuello y la coloco de nuevo en la mesa. La observo con sospecha y un poco de temor, y se dirigió rápidamente al baño a lavarse. Sentía como si la sortija lo observase marchar.

El agua caliente de la ducha aplaco los escalofríos que recorrían la blanca espalda del joven. Lo que acaba de experimentar no era común. Quizás finalmente la pubertad estaba demostrando sus efectos en el cuerpo ya cambiado de Ryô. Quizás esto es lo que llaman "placer". Ryô no lo sabia, nunca había llegado "hasta el final" con aquellas que tuvieron el valor de ofrecérsele. Solo un par de besos, cual que toque ahí y allá y ellas se asustaban, decían que realmente aun no se sentían listas y se marchaban dejando a un pobre Ryô con la curiosidad de querer continuar. Aunque el a menudo fantaseaba con sus compañeras del colegio, necesitaba mucho tiempo y concentración para "descargarse" por completo. Claro que esto era su oscuro secreto. A los ojos de sus compañeros seguía siendo el seguía el angelical ídolo de las chicas. Tal vez debido a este comportamiento "casto" e "inocente", se había ganado el apodo de "príncipe" y algunas veces, también de gay.
A el no le interesaban los hombres. Admitía una que otra vez, para sus adentros, que había ídolos y modelos que era muy atractivos, pero nunca llego a fantasear con alguno de ellos.

Salió del baño, dejando vidrios empañados y un camino de luz entre toda la oscuridad de la casa. Ya había oscurecido. Secándose el cabello paso con indiferencia delante de la sortija, quien brillo nuevamente, de la misma forma que la primera vez. Ryôo noto el destello dorado con la cola del ojo. Se volteo y ahí estaba, la sortija apoyada en donde el la dejo. De nuevo los escalofríos le recorrieron la espalda. Y el recuerdo de aquella sensación, aun vivo, le recorrió todo el cuerpo casi haciéndolo estremecer. Ryô dio un paso hacia un lado, alejándose de la mesa y con algo de voluntad decidió que no se la pondría esta noche. Una vez es suficiente. Pero ahí estaba, a tres pasos de el, tan tentadora… De repente decidió que se la pondría, solo para comprobar que esa sensación no era mas que una ilusión creada por su cerebro. Cogió de nuevo el cordón de cuero, lo paso alrededor de su cuello y siguió su camino hacia el cuarto, sin dejar de secar su pelo, como si nada hubiese ocurrido. Esta vez no sintió nada de especial, solo el ligero peso de la sortija sobre su cuello. Lo que había sentido antes fue solo su imaginación, además, si la sortija tuviese droga, su padre se hubiese dado cuenta no? Después de todo el también la toco. Con esta firme afirmación, el joven se había ido a su cuarto a cambiarse y continuar con su rutina, como si nada hubiese ocurrido.

Eran las diez de la noche y aun no tenia sueño. No había cenado, no había hecho los deberes y mañana faltaría a la escuela. Se toco el pecho, donde normalmente debía estar la sortija milenaria, y lo cerro al sentir que faltaba. Cuantas habían sido las noches en que el se sentaba a ver la televisión con su sortija al cuello y cuantas otras habían sido las que su Yami le acompañaba. Eran extraños momentos en los que Bakura (como prefería llamarlo el) simplemente aparecía, se sentaba a su lado y se hacían compañía el uno al otro. Eso era lo único que verdaderamente los unía. El odio a la soledad.

La primera noche que apareció Bakura fue horrible, recordó Ryô, tomo su cuerpo y convirtió a sus "amigos" en piezas de juguete. Le gusto tanto que también convirtió a Yugi y a los otros y le hirió la mano. Fue horrible. Después de ese primer choque de voluntades Ryô prometió no ponerse la sortija nunca jamás. Pero aquella ineludible solitud lo asustaba y la sensación de maldito bienestar que le ofrecía la sortija era irresistible. Con ella se sentía completo, como cuando era niño y el mundo era un lugar fantástico que compartir con sus padres y su hermana. Después de una semana volvió a colocarse la sortija y como una droga, se dejo llevar por el placer de ser completo y lo único que recordó fue el eco de la jocosa risa del espíritu mientras todo se oscurecía.
El espíritu sin embargo no era únicamente un factor destructivo en la vida de Ryô. Una vez algunos maleantes intentaron violarlo en almacén , donde los clubs deportivos guardaban sus cosas. Y lo hubiesen logrado si el "otro" Bakura no hubiese tomado el control y golpeado hasta casi dejarlos muertos. Cuando Ryô despertó, se encontraba en su casa con el uniforme manchado de sangre y unos vendajes mal puestos alrededor de los brazos y cintura. Esa misma noche Yugi lo llamo, preocupado porque había oído lo que había ocurrido esa mañana, los profesores estaban muy preocupados pues, se había fugado del colegio. Ryô alego que se había asustado mucho y en un momento de pánico salió corriendo hacia su casa, riendo tontamente y Yugi, siendo Yugi, se lo creyó todo.
Así que se había fugado de la escuela, pensó el albino. Por una parte le preocupaba que diría mañana a los profesores, pero por la otra le alegraba haber, por primera vez en su vida, hecho algo de maleante el mismo
- no imagino que diría mi padre en este momento… - y se abandono en una risa despreocupada.
Es decir, casi lo violan cuatro personas y sin embargo se encuentra de pie, sin haber obtenido heridas más profundas que un simple golpe en el estomago y sin saber un golpe de karate… mejor no le pudo haber ido, no?

El albino se estiro en el sofá de manera perezosa. No quería hablar con nadie, no quería tomar nada que no fuese el brandy que tenía en la mano. Eran momentos como ese que quería autodestruirse con la bebida. O la poca que su padre tenía en el apartamento. Le asqueaba tomar. Si podía evitarlo lo hacía, pero era el único camino que conocía al mundo indolor de las fantasías etílicas. Fantasías, así fue que el espíritu se hizo sentir. Como una fantasía. El estaba ocupado en el baño, oscuro, pensado en aquella compañera a la que la pubertad le cayó de maravilla cuando se sintió invadir por un placentero escalofrió. Alguien se encontraba a sus espaldas. El sabia de estar solo, pues tenía la puerta cerrada y las ventanas con seguro. Alguien o algo se encontraba atrás de el y intentaba atraparlo entre sus brazos. Ryô pensó que era todo producto de su imaginación, y en las condiciones que se encontraba lo único que hizo fue cohibirse pero cuando "eso" cogió su mas delicado miembro, gimió. Se giro bruscamente para ver quien lo estaba tocando cuando se encontró con su imagen, aunque con sus ojos azules mas profundos , su cabello platino despeinado y una sonrisa picara en sus labios. Gimió otra vez. Su reflejo lo mimaba bruscamente. Que clase de fantasía narcisista estaba teniendo, se preguntaba el joven, pero se sentía tan bien que simplemente se dejo llevar. Llego tres veces al clímax y aun pedía por mas. Aquel "Ryô" se comportaba salvajemente, le besaba y le mordía en las partes mas vergonzosas de su cuerpo, lo acariciaba y arañaba al mismo tiempo. Era una locura. El pequeño solo sucumbía ante los placenteros maltratos, disfrutando por primera vez lo que era tener sexo… o algo parecido pues aun aquel personaje no lo tomaba. Y la parte mas desvergonzada del albino deseaba que lo hiciese.

El joven adolecente tumbado en el sofá se estremeció al recordar aquella noche. Y sus mejillas se encendieron al pensar las muchas otras mas que le siguieron. Cuando es espíritu entendió como materializarse usando el poder de las sombras fueron pocas las noches que Ryô durmió vestido en su cama. Aquel ser, que lo empujaba entre las sabanas deseando poseerlo con violencia, lo excitaba mucho más que todas las mujeres que pudiese haber deseado. De alguna perversa manera es e maltrato le hacía sentirse querido, deseado.

Ryô no se dio cuenta cuando rompió en llanto. Solo sintió sus mejillas mojadas, ardientes ante recordar todo aquello. Lloraba, y golpeaba con sus débiles brazos el cojín que tenía bajo su cara. Descargaba toda su frustración con ese inanimado objeto. Quería verlo, gritar su nombre y ordenarle que apareciera aunque solo fuera para que le escupiera en la cara. Necesitaba ver su imagen reflejada ante sus ojos, una proyección poderosa de lo que él era. De lo que él nunca podría ser. De aquello que nunca regresaría de donde se haya ido. Ishizu les conto que ahora todo estaría bien, que los objetos milenarios se habían perdido en el desierto. Lo que no sabían era que Ryô había regresado a las ruinas y como si allí estuviera para él, cogió su sortija y se marcho. Era su regalo después de todo.

Perezosamente se alzo del sofá y camino hacia su armario. Junto a la chaqueta de piel negra estaba colgada la sortija. Casi como si fueran las prendas de algún difunto querido en un altar. Tomo la sortija en sus manos pero no sintió nada en particular. Era fría ligera tal como la recordaba, pero de aquella sensación particular, que tanto anhelaba, no había ni rastros. La sortija al final se volvió lo que efectivamente era, una simple sortija. Más de una vez pensó en devolverla a Ishizu para que la expusiera en el museo o algo pero se sentía demasiado legado a aquel objeto como para despedirse de él. No lo había podido abandonar en el desierto, como podría abandonarlo ahora?

Lagrimas mojaron el resplandeciente metal cuando se lo acerco al pecho, esperando que aquellas puntas entraran nuevamente en su carne, ahí donde las cicatrices señalaban donde estuvieron. Pero solo tintinaron angelicalmente como si fueran inocentes. Ryô se dejo caer, llorando violentamente. La cabeza le punzaba y se sentía ahogar. No tenia fuerzas de nada. Casi casi prefería perderse en el reino de las sombras que a vivir así. En ese momento, sus orejas percibieron aquella malvada risa que tanto querían escuchar y sintieron un tibio aliento que susurraban

- Aquí estoy.

Merece una continuación? Dejen su opinión con lindo review, ne? XD
No de pana, por favor díganme que opinan y aunque no pueda responderles en la fic –me dijeron que ya no estaba permitido- les responderé en algún modo.
Gracias por leer :D