Fac ut nemo me vocet
Fue muy repentino. La ráfaga de viento, la ola funesta y el agua fría: Todo a la vez y el abismo negro que me impedía ver y respirar. Tenía que pensar en algo que me encendiera de nuevo. Un recuerdo alegre que pudiera escudarme de todo. Un arma de defensa, o aún así, de ataque. Como en ese fragmento del Eclesiastés: Arrasando con mi memoria por entero y nada. Todo se había ido con los golpes. Mis dedos me masajeaban la cabeza. Sollocé muy alto. Muy quedamente, por debajo del agua. Cuando me desvanecí, nos imaginé juntos y a salvo, pero cuando al fin nos encontramos, no pude proyectarnos más que yo con mi túnica y tú con la tuya. Igual que en la realidad, éramos Exorcistas. Me sentí mal por ti, porque te conjuré a un sueño compartido, pero no pude asimilar tus expectativas. Hubiera querido un sari, pero no estaba segura de cómo dibujarlo en sueños. Qué poco exótica soy.
No sé qué hora es. Cuando cerré los ojos, acontecía el espacio ínfimo, casi nulo, entre un segundo y otro. Mi nariz se llenó de agua y mis ojos se cerraron. Mis párpados pesaban como el plomo. Soy una chica débil pero he pretendido ser fuerte por los demás. Y así me ha ido.
No quiero saber. No quiero saber qué es lo que él está haciendo con mi cuerpo mientras que sueño que te abrazo, Allen. No quiero más que un silencio amable entre los dos y que apretemos nuestros cuerpos astrales hasta el cansancio. Que seamos como Hansel y Gretel, con la bruja muerta para siempre. Porque soy débil y aunque diga siempre que no me importa qué ocurra conmigo, si puedo salvar a los demás, tengo miedo de regresar. No deseo saber qué será de mí cuando ya no tenga fuerzas ni para hablarte de esta forma.
