ENTRE LA ROPA SUCIA DE CUPIDO.

Nunca han sido una pareja convencional, y a él le ha costado demasiado aceptar eso. No son una pareja de película y jamás podrán llegar a serlo. Son distintos, extraños y se necesitan. Se quieren. Son simplemente ellos.

Capítulo 1. Milagro navideño.

"Pasan las estaciones, hace tiempo que te fuiste."

Canta a pleno pulmón bajo el chorro de agua fría intentando no desafinar demasiado y estropear el sonido que sale de su mp3. Le gusta esa canción, le encanta. Aunque no tenga mucho sentido, le recuerda a ella. No sabe bien por qué, por qué precisamente esa de todas las que podría haber elegido, pero es así.

"Creo que he tocado fondo pero estoy cómodo en él.

Te di besos hasta en los huesos pero tú no quisiste más."

Sonríe un poco, aunque el gesto está lleno de amargura.

Huesos, cómo la echa de menos. Hace ya casi medio año que se marchó pero él sigue sin acostumbrarse a su ausencia.

Aún le parece increíble que él fuera el causante de su partida. No debería haberla presionado tanto, es cierto, pero en cualquier caso su reacción fue exagerada. Completamente desmedida.

Suspira con cansancio. Debería salir de la ducha y secarse y vestirse. Zack le espera en el Jeffersonian. Tiene que reconocer que ha aprendido a trabajar a su lado; lo lleva mucho mejor de lo que podría haber llegado a imaginar en un principio. Sin embargo, Zack no es Huesos. Y para él no hay mejor compañero que esa complicada mujer.

Dios, daría lo que fuera por que ella volviera.

Apoya la cabeza en la pared de azulejos y cierra los ojos.

Se deja llevar y pide en silencio que ella regrese a su lado. Reza, ruega. Quiere que ella sea su regalo de Navidad este año. Volver a verla, se conforma con eso.

"Y la pólvora ya mojada de este amor a contrarreloj

entre la ropa sucia de Cupido quedó."

Esa frase le devuelve a la realidad. Nunca mejor dicho; todo lo que ellos tenían, todo lo que habían conseguido, explotó un día y ella cogió la puerta y desapareció.

Y ahí está él, seis puñeteros meses después, aún llorando su pérdida.

Rememora la caricia de sus labios, el tacto de sus manos en su piel.

Y el golpe de la puerta de entrada de su casa al cerrarse a su espalda.

Recuerda las sábanas frías cuando ella se fue, su contestador saltando continuamente cuando él trataba de hablar con ella.

Cierra el grifo, extiende la mano para alcanzar la toalla y se la enrolla alrededor de las caderas al salir de la bañera.

Parece que empieza otro día sin ella.

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Parpadea una vez más tratando de enfocar la vista el la pantalla del ordenador, pero sin éxito. Las letras bailan ante sus ojos y en la hora entera que lleva allí sentado no ha conseguido pasar del primer párrafo de su informe.

Necesita que le dé el aire. Ya.

Sale de su despacho sin molestarse en apagar el aparato. Espera despejarse lo suficiente con un descanso de diez minutos como para poder continuar luego con su trabajo.

Ve a Sweets frente a los ascensores y, como no le apetece hablar con él, decide bajar por las escaleras. Por mucho que tenga que caminar esa opción es preferible a cualquier tipo de charla con su amigo. En ese momento no podría soportar que le preguntase por Huesos.

El aire frío de diciembre lo golpea con fuerza cuando sale a la calle. En menos de un minuto nota las orejas y la nariz congeladas, pero no le molesta. Inspira hondo.

Se aleja una manzana de la entrada del edificio del FBI y entra en un pequeño bar. Se sienta en la barra y, a pesar de la tentación de pedir un whiskey, finalmente se decide por un café. Cuando el camarero lo deja frente a él se lo bebe en dos grandes tragos, quemándose la lengua.

No quiere regresar, pero sabe que tiene que hacerlo.

Solo desearía poder sentir que, sin ella, la vida sigue mereciendo la pena.

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Palpa el bolsillo derecho en busca de las llaves. Ni rastro de ellas. Hace lo mismo con el izquierdo, pero no aparecen por ninguna parte.

Entierra las manos en la chaqueta poniéndose nervioso. ¿Y si las olvidó en el despacho? Recuerda haberlas dejado sobre la mesa cuando llegó, antes de hacer la pequeña excursión a media mañana, pero juraría que al salir no estaban allí. Así que debe de haberlas cogido. ¿O no?

Sube las últimas escaleras y se detiene en su rellano; la puerta de su piso está entornada. El pulso se le acelera, aunque de inmediato se obliga a respirar hondo y calmarse. Saca la pistola y avanza lentamente.

Entra en la casa sin hacer ruido. No escucha nada y eso solo lo pone más alerta aún.

Pegado a la pared se desliza hasta la sala y, una vez allí, el arma tiembla en su mano.

Booth se queda parado junto a la puerta, inmóvil, mientras su cerebro se niega a aceptar lo que está viendo.

Toda la decoración de Navidad que él, sin ánimo para festejos, había dejado olvidada en sus cajas, aparece ahora perfectamente colocada.

La repisa de la ventana está cubierta de algodón a imitación de la nieve real, como tanto le gusta a Parker. Las luces del árbol parpadean alegremente, reflejando el brillo rojo y dorado de las bolas. Y bajo el pequeño abeto de plástico hay un único paquete envuelto en papel azul.

Sin embargo, a pesar de lo mucho que él adora la Navidad, de lo mucho que disfruta normalmente con la decoración, ahora apenas repara en ella. Porque lo único de lo que no puede despegar los ojos es de ella.

Huesos está sentada en el sofá, tan guapa como él la recordaba o puede que incluso más. Tiene los brazos cruzados frente al pecho, pero el ligero tono rojizo de sus mejillas suaviza su expresión.

Booth traga saliva con fuerza y da un par de pasos hacia ella, dejando la pistola sobre la mesa.

—¿Huesos? —Ella sonríe un poco, con evidente nerviosismo, y hace ademán de levantarse aunque no llega a tiempo. A él le tiemblan tanto las piernas que se deja caer a su lado en el sillón.

—Hola, Booth. —Ambos se miran durante largos segundos. Ninguno de los dos sabe muy bien qué decir; sobretodo él, al que la sorpresa de verla allí, en su casa, lo ha dejado mudo. —Feliz Navidad —consigue decir ella al fin.

—Feliz Navidad. —Se siente orgulloso de que su voz suene firme. O casi firme, en realidad.

Quiere extender la mano y tocarla. Quiere asegurarse de que es real, de que vuelve a estar allí, pero no es lo suficientemente valiente para ello. No sabe cómo están las cosas entre ellos ahora y no quiere molestarla.

—¿Has… Has hecho tú todo esto? —pregunta, en cambio, mirando a su alrededor. Ella afirma. —¿Por qué? No te gusta la Navidad.

—Pero a ti sí. —Responde con sencillez y Booth se da cuenta de lo intimidada que se siente, aunque no lo demuestre. Él la conoce bien. —Cuando llegué… Es Nochebuena, me extrañó que no hubieras decorado la casa. Pensé que estaría bien hacerlo por ti.

—Gracias, Huesos. —A pesar de que ella lo abandonó sin ninguna explicación, él en ningún momento le guardó rencor. Sin embargo, siente que necesita saber por qué hizo lo que hizo, por qué lo dejó.

—Booth, yo…

—¿Qué haces aquí? —No es eso lo que de verdad quiere preguntar, pero las explicaciones, mejor desde la más sencilla.

—Quería darte una sorpresa. Quería pedirte perdón y tenía miedo de que no quisieras hablar conmigo así que le pedí a Sweets que consiguiera tus llaves y…

—¿Mis llaves? —Ella estira la mano hacia él y deja caer en su palma el llavero desaparecido. Se le forma un nudo en la garganta. —Eso significa que… ¿Qué hiciste con tu copia? ¿Las… las tiraste?

Ella niega lentamente con la cabeza.

—Pensé que habrías cambiado la cerradura. Pensé que no querrías verme. —Le tiembla la voz. Un poco.

—¿Por qué iba a…?

Brennan alza una mano y lo interrumpe.

—Déjame hablar a mí primero. —Inspira hondo. —Yo… lo siento, Booth. Sé que no lo hice bien, que las cosas no se solucionan huyendo. —Evita su mirada. —Cuando me pediste que me casara contigo… No se me dan bien esas cosas. —Suspira. —No se me dan bien y… tuve miedo. —Baja la voz. —Quería decirte que sí. Y eso es lo que me asustó. Que no debería haber querido, pero quise. Yo nunca… Siempre he estado sola, Booth. Y pensar que el resto de mi vida podría depender tanto de otra persona… Pensé que no podría hacerlo. —Los ojos le brillan, llenos de lágrimas. El agente estira la mano y roza la suya. Para su sorpresa, ella no solo no la retira sino que entrelaza sus dedos con los suyos. —Nunca quise hacerte daño. Pensaba irme solo unos días. Quería pensar en lo que sería mejor, para mí, para ti.

—No fueron solo unos días, Huesos. —Traga con dificultad. La garganta le arde y le pican los ojos. Él no llora, él es fuerte. Pero la quiere. Y aún le duele haberla perdido.

—Lo sé. —Agacha el rostro. —Te echaba mucho de menos. Y pensé que eso no estaba bien. Creo que quise demostrarme a mí misma que podía seguir bien sin ti. No estuvo bien —repite.

—Y, ¿lo conseguiste? —inquiere tras una pausa. —¿Demostrar que estabas bien sin mí?

Ella no contesta durante un minuto eterno. Booth se remueve inquieto en el sofá, pero no quiere presionarla.

—No. —Cuando la respuesta al fin llega empieza con un murmullo que va ganando fuerza. —No, Booth. No lo conseguí. Porque no puedo estar bien sola. Ya no.

El corazón del hombre da un vuelco y ella sigue hablando.

—Sé que no puedo venir aquí después de tanto tiempo y decirte esto. Estoy segura de que has rehecho tu vida, lo que es completamente lógico, y…

—Huesos. —Booth la corta antes de que empiece a enrollarse. Necesita oír de sus labios exactamente lo que cree que le está diciendo. Después de todo, con ella nunca se sabe. —Dime lo que quieres decir, Huesos. Nada más.

Por fin, ella alza la mirada. Y cuando sus ojos se encuentran Booth se da cuenta una vez más de lo mucho que la necesita. Después de todo lo que han vivido juntos, ella ya es parte de él. Y el no tenerla es simplemente insoportable; un dolor físico, una agonía que lo consumió día a día desde el mismo instante de su partida. Hasta ese momento. Porque, aún antes de que ella responda, él ya sabe lo que va a decir. Puede verlo en sus ojos.

—Te quiero. —Booth reprime un jadeo y aprieta su mano. —Lo siento, yo…

No deja que continúe. La atrae hacia él y busca sus labios con ansia, deseando borrar tanto de su mente como de su piel ese medio año sin ella.

Quedan muchas cosas por aclarar, muchas disculpas que aceptar, dos vidas por rehacer.

Sin embargo, él ya tiene claro que, por más que ella lo niegue, están hechos el uno para el otro. Y, por muchos problemas que puedan venir en el futuro, ahora sabe que podrán superarlos.

Porque gracias a ese pequeño milagro navideño, ahora él sabe que ella le quiere tanto como él a ella.

Y eso no es precisamente poco.

Continuará…

¡Feliz Navidad y feliz año a todos! Un beso ;)

PD: La canción es de Melendi: Entre la ropa sucia de Cupido.