Hola, bienvenidos a El Refugio. Espero que les guste mucho esta historia; en otras páginas está siendo aprobada por el público así que espero que acá sea igual :) desde ya, muchísimas gracias por haberse pasado.
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-*La cafetería de siempre*-
Si bien era verano, la cafetería continuaba abierta. Era ese lugar en el que todos se reunían siempre: el grupo de estudio de la universidad, los que querían oír buena música, los ancianos que nada tenían que hacer, el grupo punk de la ciudad que se refugiaban de la luz solar como si fueran vampiros, los frikis que buscaban un lugar para charlar sin ser juzgados, las chicas que iban a chismorrear, los que gritaban y hacían barullo, los egocéntricos y los humildes, los perezosos y los activos, los agradables y los desagradables. Gente de todos lados, de diferentes generaciones, clases sociales y a los que les gustaban diferentes cosas, todos compartían diferentes mesas en esa cafetería. Claro, no sólo servían café, también té, capuchino y licuados, batidos frutales o de chocolate y en verano abrían la parte de heladería. La favorita de muchos.
Esa cafetería, tan acogedora, de paredes forradas de madera que daba un aspecto a cabaña, con una chimenea de piedra hermosa y amplia, adornada con cuadros, diplomas y certificados de apertura (los papeles que informaban que el lugar había sido revisado y autorizado por inspectores) la barra mostrador, amplia y limpia, las mesas redondas de madera (algunas con dos sillas, otras con cuatro, con cinco, con seis y hasta con ocho o diez sillas) con servilleteros encima; ese lugar era el refugio de muchos… De ahí salía su nombre «Cafetería El Refugio», hermosa, simple pero con un toque diferente. La cafetería había pasado de dueño en dueño, pero nunca había perdido su toque, había sido inaugurada hacía cincuenta años por un hombre llamado Hashirama Senju, quien le había heredado el lugar a su hija Tsunade Senju y ésta, cansada de trabajar allí se la había legado a su hermana menor Mebuki y al esposo de ésta Kizashi.
En el lugar trabajaban cuatro chicas, cuatro simpáticas muchachas apenas entrando a la adultez que juntas se divertían y atendían ese lugar al cual tomaban como un hobby. Ellas, eran la luz del lugar, la alegría y el motivo por el que todos querían ir siempre. El motivo por el cual la clientela nunca dejaba de llegar.
El lunes a las seis de la mañana una chica se levantó sabiendo que ése día iba a ser espectacular. El verano había llegado con un calor sofocante pero agradable, los árboles estaban verdes y las plantas florecidas, y el césped hermoso, mojado con el rocío de la noche; aunque en la intimidad del hogar de la muchacha todo estaba patas para arriba, sus padres no dejaban de trabajar ni un segundo, se dedicaban a hacer juguetes —además de ser los propietarios de su lugar favorito en el mundo— y en ésa época del año, las ventas subían considerablemente al igual que el trabajo. Sakura abrió los ojos sin darle importancia a los alaridos histéricos de su madre ni a las órdenes que su padre gritaba por teléfono. Ella tenía otras cosas en mente, cosas más agradables, responsabilidades que la llenaban de regocijo. Sus ojos de un verde tan intenso como una esmeralda y tan profundos como el océano estaban humedecidos debido al cansancio y sus labios rosados y hermosos algo resecos; se pasó la lengua por la boca y saltó de la cama llena de energía. Se había levantado de un humor estupendo y nada ni nadie podría arrebatárselo ese día.
Ese día comenzaban las vacaciones, claro… vacaciones de sus estudios, el trabajo aún debía hacerlo, pero estaba tan emocionada que nada le importaba. ¿El motivo de su emoción? Ni ella lo sabía, tal vez era que le gustaba su empleo, que la pasaba de maravilla con sus amigas, que el verano había llegado dejando un aroma a vida que le encantaba o simplemente que ese día tenía ganas de estar animada. Corrió hacia el baño que compartía con sus padres y se miró en el espejo, lavó su cara, cepilló sus cabellos rosados y respiró profundamente sin dejar de sonreír. Se dirigió a saludar a sus padres que simplemente le dieron los buenos días con miradas inquietas y continuaron arreglando cosas del trabajo como si nada. Sakura, acostumbrada a ese trato, buscó en la nevera algo que desayunar y encontró un sachet de leche por la mitad. La calentó, la sirvió con un poco de azúcar y a los dos minutos ya se había desayunado algo rápido y simple.
— ¡Voy a trabajar! —Anunció con sus energías positivas mirando a su padre y su madre que asintieron en silencio como si no la hubiesen oído y Sakura encogiéndose de hombros y sin permitir que eso le borrara su humor, abrió la que era la puerta de entrada, aunque esa puerta no daba a un patio, ni a la vereda, sino a unas escaleras caracol de piedra, de aspecto rústico increíblemente hermosas. Las bajó y se encontró en su lugar, en su refugio.
La cafetería estaba completamente vacía, parecía más grande de lo que era en realidad. Había dos carteles al lado de la escalera por la que Sakura había bajado, uno mencionaba ofertas y el otro los precios normales de los productos. La chica los tomó y los llevó cerca de una puerta de vidrio enorme que estaba tapada por unas persianas verdes, en la puerta se veía un cartel de «abierto» pero debido a las persianas este cartel estaba tapado al público; después de depositar los carteles a un lado de la puerta se dirigió detrás del mostrador, donde había tazas, platos, un microondas, máquinas de café y diversos artefactos que utilizaban para la labor, aunque Sakura se dirigió a un equipo de audio que había oculto en un rincón y lo encendió en su radio favorita. Para su sorpresa estaba empezando una canción que hacía años que no escuchaba, y sólo pudo subirle el ánimo más de lo que estaba. Si bien no era la canción más alegre de la vida, debido a su letra, tenía una melodía que le levantaba el ánimo hasta al más deprimido.
—Eres sirena, oigo tu canto y me ahogo en tu cadera —comenzó a cantar la chica para sí misma mientras tomaba una escoba y barría el lugar sonriente, no se le daba muy bien cantar, ella estaba consciente de eso pero no había nadie que la oyera y ese humor la estaba volviendo menos tímida— Por que tú vuelvas yo daría lo que fuera… —tarareó una parte de la canción distraídamente mientras seguía limpiando, hasta que una voz se oyó por encima de la música. Una voz aguda, de mujer, gritaba su nombre y golpeaba la persiana por el lado de afuera. Sakura dejó la escoba a un lado con el montoncito de polvo que había barrido y abrió la puerta del local para poder retirar, también, la pequeña puerta de la persiana, sin levantar aún ésta. Agachándose para poder pasar, una chica hermosa y rubia de cabello largo y sedoso que siempre desprendía aromas exquisitos entró al lugar y miró con sus ojos azules e intensos todo el entorno.
—Ah… empezaste sin mí —Dijo, pero no le estaba reprochando nada, más bien parecía agradecida. Ino tenía la misma edad que Sakura, veinte años, habían ido desde el jardín de infantes juntas a la escuela y se habían separado recién al terminar la secundaria, pero no tanto como otras personas. Sakura se había dedicado a estudiar medicina, en cambio, su amiga, se había tirado por el lado de la belleza estética, estudiaba diseño de indumentaria en la misma Universidad que Sakura pero no compartían ninguna materia juntas, aunque siempre lograban verse en el trabajo. Ino iba vestida con una blusa amarilla limón de mangas cortas y un pantalón de jeans negro, era el uniforme que utilizaban para la cafetería; la otra joven también lo llevaba puesto. Sakura continuó barriendo mientras su compañera pasaba un trapo a la barra con aburrimiento.
—Eres el mar… —Se escuchó cantar nuevamente Haruno Sakura y se calló de inmediato al recordar la presencia de su amiga.
—Extraño que pasen esta canción ¿no? —Comentó la rubia, al notar que su amiga cantaba, acomodándose el cabello en una cola de caballo bien alta, pero dejando su flequillo largo hacia afuera —. Ya es algo vieja.
—Sí, eso mismo pensé yo. Es agradable, ya la había olvidado. —Admitió Sakura terminando de barrer y acercándose a las persianas para abrirlas por fin. Antes de comenzar a tirar de la cadena comprobó la hora en un reloj de pared sobre el mostrador. Ya eran las seis y media de la mañana, la hora justa para abrir. Tiró de las cadenas al momento que una pelirroja entraba agachándose por la puertecita, llevaba puesta la misma ropa que Ino Yamanaka pero estaba más despeinada y notablemente menos arreglada que ésta.
—Creí que llegaba tarde… pero Tenten aún no está aquí ¿no? —Ino negó con la cabeza desde detrás del mostrador mientras Sakura continuaba abriendo el local.
—Estoy segura de que se quedó estudiando hasta las tres de la mañana de nuevo— Dijo Sakura terminando la apertura mientras miraba a la recién llegada que tenía el cabello rojo desmechado de una mitad más larga que la otra, no parecía importarle ese extraño corte, y sus ojos rojos y brillantes estaban ocultos detrás de unos gruesos anteojos rectangulares.
—No importa que se atrase ahora, a la mañana, que no viene mucha gente… Pero espero que llegue a trabajar para el mediodía —Susurró Karin Uzumaki de mala gana mientras se dirigía a las mesas para limpiarlas un poco de manera rápida. La canción terminó en la radio y se oyó al locutor por un rato, agradeciendo a la gente antes de poner otro tema que Sakura no conocía. Las tres chicas se acomodaron detrás del mostrador, Ino revisaba el cambio en la caja registradora y Karin les pasaba un trapito a las tazas y platos. No estaban sucias, pero ella siempre había sido así de pulcra, todo lo opuesto a su primo hermano.
Ya habían dado las siete y media cuando apareció el primer cliente, un hombre de piel morena y cabello castaño que apagó un cigarrillo antes de entrar al lugar debido a los repetidos carteles de «prohibido fumar» que había colgados allí. Suspiró cansado antes de dirigirse a las chicas y se apoyó con todo su peso en la barra frente a Ino.
—Hola chicas ¿cómo están? —Saludó confianzudo. Era profesor de Ino en la Universidad— me gustaría un café cargado con mucha azúcar por favor —pidió para luego sentarse en una mesa redonda individual y sacar de un maletín que aferraba en su mano varias fotocopias, planillas y una lapicera azul.
—¿Mucho trabajo? —Preguntó Ino mientras le preparaba la infusión. El hombre asintió echando una mirada de molestia.
—Eres de las pocas que promovieron la materia Yamanaka —Continuó el hombre disfrutando de la soledad del lugar, Ino, Sakura y Karin lo miraban con atención pero era bello ser el único cliente.— No tienes idea de cuántos alumnos van a final, y cuántos continuarán yendo hasta que decidan re—cursar el año entrante… —Suspiró mientras negaba con la cabeza a las chicas— No fue un examen tan difícil ¿O sí? —Parecía preocupado por sus métodos de enseñanza por lo que Ino se animó a calmarlo.
—Claro que no, profesor Asuma… El examen no era difícil. No soy muy lista y no me ha costado —Admitió mientras le sonreía y le llevaba el café hasta la mesa—, sólo bastaba estudiar.
En ese momento una chica entró apurada al lugar con rostro preocupado y varios apuntes entre los brazos, tenía los ojos rodeados por ojeras violetas que había intentado cubrirse en vano con algo de maquillaje, sus pupilas color almendra denotaban cansancio y su cabello castaño, que siempre llevaba amarrado en dos rodetes infantiles, estaba más desprolijo que lo que era costumbre.
— ¡Perdón, perdón! ¡No me echen! De verdad necesito el empleo —Entró diciendo la joven con aspecto arrepentido, llevaba la misma vestimenta que las otras tres chicas que la miraron entre confusas y divertidas. Tenten Ama, venía de una familia china, se habían mudado recientemente a la ciudad de Tokio por asuntos laborales de su padre, y su madre aún estaba desempleada, la joven de veintiún años había conseguido matricularse en la Universidad y continuar con su carrera de abogacía sin ningún inconveniente pero su familia estaba enfrentando problemas económicos graves y Sakura y las demás lo sabían a la perfección. A pesar de lo que le costaban sus estudios en un país nuevo, de que no había entablado relación con nadie más que con sus compañeras de trabajo y de sus problemas privados la joven era entusiasta y se las arreglaba para trabajar mucho, aunque últimamente llegaba tarde seguido.
—No te preocupes, todavía no vino nadie más que el profesor Sarutobi —Explicó Karin, que también tenía veinte años al igual que su empleadora y estaba conteniendo la risa por el modo en el que había entrado la chica— ¿Cuántas materias tienes que rendir aún? —Preguntó cambiando de tema mientras Tenten entraba, seguida por Ino, detrás de la barra.
—Dos… Sólo dos y estaré de vacaciones como Dios manda —Habló en voz aliviada, arrastrando las palabras. Su acento japonés era impecable pero a la chica le costaban otras cosas— No sé cómo hacer; ustedes escriben de una manera tan diferente —Se extrañó la chica, sabía leer y escribir pero tardaba mucho en hacerlo.
Sarutobi Asuma, echó una mirada fugaz al reloj de pared desde su asiento, se apresuró a beber todo el café de un trago, guardó sus cosas en el maletín, se acercó para pagar y se marchó sin decir más. El pobre hombre estaba muy atareado. Las cuatro jóvenes volvieron a quedar solas, Sakura se dedicó a enjuagar la taza de Asuma y a ponerla con las demás, limpias, mientras oía como Ino, que guardaba el dinero en la caja, le contaba chismes sobre sus vecinos y reían juntas. Karin le explicaba algunas cosas a Tenten sobre sus apuntes, y ésta le agradecía una y mil veces por la ayuda.
Con sólo unos pocos clientes casuales, se hicieron las once de la mañana, ya casi llegando el mediodía las chicas se dispusieron a cerrar por breve tiempo la cafetería. Se cerraba a las once, tenían el tiempo del almuerzo y volvían a abrir a las dos de la tarde. No era mucho el horario de descanso pero era suficiente, además, para ser un trabajo en un local del centro era bastante tranquilo y la paga estaba bien, por lo tanto, ninguna de las cuatro chicas podía quejarse demasiado. No terminaban cansadas, ni aburridas y ahora que estaban de vacaciones (Todas menos Tenten que tenía por rendir aún algunos exámenes finales) tenían más tiempo para estar juntas y cotorrear como ancianitas. Ése era uno de los hobbies de Ino. Aunque Karin no se quedaba atrás.
En cuanto Tenten notó el horario en el enorme reloj redondo que colgaba de la pared a sus espaldas, medio escondido entre estantes con tazas, aparatos y platos, soltó los apuntes que leía, se refregó los ojos y corrió hacia la puerta de vidrio que daba a la calle con una escoba en las manos. Sakura revoleó los ojos; hacía dos meses que Ama Tenten había empezado a trabajar en el local, y justo una semana después de comenzar la labor se había obsesionado por barrer la vereda todos los mediodías. A sus tres compañeras no les costó averiguar por qué tanto énfasis en aquella acción. En cuanto Teten comenzó a barrer la vereda y a juntar los envoltorios que la gente tiraba al pasar por allí, un muchacho salió de una casa en la vereda de enfrente. Su casa era pequeña pintada de celeste pastel y con techo plano, sólo se divisaba la puerta de madera y la ventana siempre cerrada con una cortina gruesa, nunca se veía para adentro ni se distinguía ningún otro detalle. El muchacho que siempre salía a esa hora, era un chico apuesto, alto, de cabello largo y lacio, atado siempre en una cola de caballo baja que le dejaba varios mechones rebeldes afuera; se lo solía ver con ropas deportivas y binchas de tela de toalla en la cabeza para absorber la transpiración después del ejercicio, su tez era pálida y su nariz respingada, y sus ojos—aunque no se llegaban a distinguir bien, nunca, debido a la distancia que los separaba—eran muy claros. A más de uno le habría dado la impresión de que el muchacho era ciego, pero notablemente no lo era. Tenten se volvía loca cada vez que lo veía. No conocía su nombre, ni su vida, ni a su familia, pero se lo veía tan apuesto, serio, misterioso, deportista… Ella no podía contener a su corazón cuando lo observaba, y se empeñaba en hacerse ver mientras barría la vereda para que él la notara… Pero eso nunca pasaba, el chico, día tras día, se dedicaba a cerrar la puerta de su casa con llave y a salir trotando por la vereda iluminada con luz solar hasta vaya uno a saber dónde y Tenten lo miraba hasta que doblaba en la esquina y se perdía de vista.
Ése día no fue distinto, Tenten lo vio perderse al doblar y terminó su labor igual de decepcionada que siempre cuando notaba que él no la veía ni siquiera por un segundo. Adentro, Karin se dedicaba a limpiar las mesas y a juntar las sobras, mientras que Ino lavaba y Sakura barría y como siempre, observaban impacientes hacia la vereda para ver cómo se sentía su amiga nueva. Pero cuando Tenten entraba, no le decían nada. Después de un mes de haberla estado animando llegaron a la conclusión de que era mejor no mencionar el tema, ya que sólo hacía que la castaña se pusiera peor.
En cuanto la cafetería quedó cerrada, las cuatro chicas se dispusieron a subir las escaleras caracol que comunicaban con la casa de Sakura, acogedora y linda pero siempre muy desordenada. Mebuki y Kizashi saludaron a las chicas entre rezongos trabajosos y pocos minutos después, mientras Sakura, con su cabello rosado y corto amarrado en una cola de caballo pequeña, se dedicaba a cocinar el almuerzo, se despidieron para ir hasta sus oficinas laborales, dejándoles la casa a las chicas en completa intimidad.
—Qué lindas cosas que hacen tus padres —Comentó Ino maravillada, los padres de ella tenían un vivero y atendían una florería en la puerta de su casa—y aunque también tenían varias sucursales a lo largo del país, lo cual destacaba que no les iba mal en el trabajo—a ella le desagradaba mucho.
—Si no se la pasaran rezongando, peleando, gritando, haciendo ruido y desordenando todo sería aún mejor —Se quejó Sakura mientras daba vuelta un huevo frito en la sartén negra y cómoda que tenía en la mano.
—No te quejes, por lo menos no eres alérgica al plástico —Bufó la rubia sentada en la mesa, aguardando la comida, reposando su mejilla en una mano. Ino era alérgica al polen, una de las razones por lo que odiaba la labor de sus padres. Tenten se rio algo divertida ante la desgracia de la joven chica que le echó una mirada compungida.
—Dejen de quejarse tanto… A ninguna de las dos les falta nada —Dijo Karin, con aire maduro. En realidad tenía razón, Karin Uzumaki en su infancia había sufrido de problemas nutricionales debido a que no comía adecuadamente. Su padre la había abandonado apenas nacer y su madre se había hecho cargo como pudo. Ayudada por su tía materna, Kushina, su tío Minato… e incluso por su primo hermano Naruto habían salido adelante y ahora se podía decir que tenían una economía digna y sostenible. Aun así, Karin, temerosa de volver a pasar necesidad, ni bien cumplió la mayoría de edad se metió de cabeza a trabajar por su cuenta para colaborar en su casa. La situación de Tenten todas la conocían y por eso, más que nada, las quejas y los bufidos terminaron ahí.
A la una y media de la tarde y ya más perezosas después de comer frito y sentido el calor del sol de mediodía, las chicas se dispusieron a hacer lo de siempre: colocar en la vereda, previamente barrida, dos mesas con sombrillas rodeadas de sillas de plástico. Esas mesas solían ser ocupadas por la gente más apurada o por la que más disfrutaba del aire libre. Siempre las colocaban al caer la tarde, ya que por la mañana casi nadie aparecía. Y sólo unos minutos después de haber abierto el local nuevamente, ambas mesas se encontraban ya repletas. En una de ellas había un grupito de chicas jóvenes, aún no habían terminado la secundaria y andarían todas por los dieciséis o diecisiete años; dos de ellas tenían puesto el uniforme escolar de una escuela privada muy cara que quedaba cerca de allí, las demás iban vestidas con ropa casual. Reían en voz muy alta y se contaban chismes; según lo que Tenten había oído cuando fue a entregarles el pedido, las dos de uniforme salían de rendir un examen mientras que las demás ya habían terminado el año sin contratiempos. En la mesa vecina había sólo dos muchachos de unos veintiún años, uno de cabello castaño disparejo y despeinado, de mirada salvaje y oscura, piel bronceada y sonrisa feroz que cada vez que las chicas de al lado se reían fuertemente las miraba como si estuviesen locas; su acompañante era un tanto más misterioso, un chico de piel pálida y rostro alargado que cubría sus ojos con lentes de sol oscuros y llevaba el cabello oculto bajo una gorra con visera. Casi no hablaban y sólo se disponían a beber sus licuados. Adentro, la cafetería, también estallaba de gente, Karin, Ino y Tenten recorrían las mesas y no daban abasto mientras que Sakura se quedaba vigilando la caja registradora por las dudas; la música como siempre, daba un aire alegre al lugar y todas las personas que allí estaban sonreían divertidas entre sí; sin embargo, Sakura posó la vista en una chica que se encontraba sola, distante de los demás, con la mirada perdida en un libro de gruesas páginas amarillentas, tal vez por el paso del tiempo; una chica que siempre iba sola y se la pasaba sola mientras disfrutaba de su café. Esta vez había pedido un batido de chocolate con crema, grande y con mucho hielo, pero su actitud era la de siempre. La joven tenía los ojos sumergidos en la lectura detrás de unos anteojos redondos y enormes, su cabello de un lacio perfecto de color negro azulado caía como cascadas sobre sus mejillas y le tapaba la cara de la vista de las demás personas, tenía un flequillo recto perfecto, parejo y bien peinado y la piel blanca y suave, no necesitaba maquillaje para que notaran lo bella que era… Parecía una muñeca de porcelana, y sin embargo siempre se encontraba tan solitaria. Sakura salió de su ensimismamiento al oír la voz gritona y alterada de un rubio muy familiar.
—¡Vamos, Karin! ¿Para qué trabajas aquí si no puedes ni siquiera conseguirme una mesa?
—Todos los lugares están ocupados —Repetía la pelirroja cruzada de brazos mientras le echaba a su primo una mirada indiferente. Sakura suspiró, Naruto, de veintiún años, cabello rubio y alborotado, ojos azules como el mar y dientes blancos y resplandecientes se quejaba para conseguir una mesa. Sin embargo, ya no había lugar. Algunas personas levantaron la cabeza desde sus lugares para mirar cómo el escandaloso muchacho seguía rezongando.
—Naruto —Llamó Sakura y el muchacho caminó hacia ella sonriente.— No hay mesas —continuó la chica en cuanto el rubio se acercó lo suficiente a la barra—, lo siento, pero no comprometas a Karin, está trabajando…
—¡Vamos, Sakura!... Es pleno verano, vengo de trabajar y quiero tomar un licuado… o un helado.
—Pide para llevar y bébelo en cualquier plaza —Le respondió Sakura secamente sin saber qué más decir—, no tienes prioridad por ser primo de Karin y amigo mío. No tenemos lugar, a esta hora la cafetería se abarrota de gente. —Naruto bufó.
—No quiero estar en el sol, Sakura —continuó quejándose pesadamente como niño pequeño—. Afuera están Kiba y Shino y no quieren que me siente con ellos porque esperan a más personas… Eso no es justo —Rezongó el rubio. Ino se acercó algo molesta con el comportamiento del chico.
—Naruto, ya basta de payasadas, eres un hombre adulto. —La rubia revoleó los ojos pero el chico continuó firme en su lugar con una determinación desesperante.
—Sakura…
—A menos que consigas que alguien te deje sentarte a su lado yo no puedo hacer más, así que no insistas —Dijo la chica para dirigirse a subir el volumen de la música que se había apaciguado entre las voces de la gente.
Naruto observó con recelo toda la sala grande y rústica con paredes de madera. Kiba y Shino, que habían ido a la misma escuela secundaria que él, no querían dejarlo estar allí y él no podía obligarlos. Nunca se había juntado con nadie en la escuela, siempre había sido un chico muy revoltoso y muchos tenían miedo de tener problemas si los veían cerca del muchacho, así que Naruto no se había quejado con sus excompañeros. Siguió mirando: grupos de estudiantes, personas mayores… Nadie con quien poder entablar una amistad. Mientras el joven continuaba mirando a todas direcciones, una chica levantó los ojos de su libro y Naruto la vio. Detrás de unos anteojos finos, redondos y gigantes, había unos ojos color blanco perla, intensos, profundos, iluminados por toda la luz que podía haber en el lugar; parecían brillar divertidos, la chica se ruborizó al encontrarse con la mirada del rubio y volvió a bajar la vista a su libro. Sólo eso le bastó al joven que corrió hasta la silla que había frente a ella y se sentó sin siquiera pedir permiso.
—Hola, me llamo Naruto Uzumaki ¿tú eres? —El rubio le sonrió con ganas y ella volvió a verlo completamente roja.
