Caliente

Por: Maleysin

Prólogo

Caliente.

Todo lo sentía caliente. Húmedo y cálido en el lóbulo de su oreja, donde Taichi succionaba y reventaba las venas que cruzan por ahí, amoratando su piel cremosa; suave y tibio en su espalda, cintura y caderas, por donde las grandes manos morenas se deslizaban como seda, dejándolo temblando en éxtasis; duro e hirviendo en su pelvis, donde su novio apretaba con su propia masculinidad, en una ardiente simulación al sexo que tenían a Yamato gimiendo y arqueando su espalda, restregándose contra el macizo cuerpo que tenía encima.

Había esperado tanto... Yamato estuvo fuera de Odaiba por un mes entero, en una gira con su banda por todo el sur de Japón. Y aunque el rubio amaba su música, estar con sus compañeros, tocar y cantar frente a su público, nunca había estado tanto tiempo separado de su novio.

Con una pareja como Taichi, donde las relaciones sexuales deben formar parte de una rutina diaria, 29 días sin siquiera poder verse era la peor de las torturas que pudiera experimentar. Aunque las llamadas telefónicas fueran diarias, y se hayan dado unas cuantas "ayudaditas" durante ellas ¡Por supuesto que no era lo mismo!

Por eso era algo obvio que el día en que Yamato regresó a su casa, en el momento en que se cerró la puerta, su camisa ya estuviera medio desabotonada y sus labios ocupados con unos morenos, pertenecientes a un muchacho que no sabía por dónde comenzar, dónde tocar o qué hacer, ya se sentía explotar de pasión.

Ni siquiera habían alcanzado a llegar a la habitación del rubio cuando cayeron los dos fundidos en un desastre de manos y lenguas en el sofá de la sala, frente a la televisión, donde Yamato ahora se retorcía de placer, mientras Taichi se deleitaba con un dulce pezón pálido entre sus dientes. El moreno respiraba agitadamente, alternando entre succionar, morder y chupar ese punto tan sensible y que tanto le gustaba complacer.

Los ojos de Yamato se llenan de lágrimas cuando su novio cambia de pezón y se dedica a torturar el otro con sus dedos, pellizcándolo y sobándolo y volviendo loco al rubio. Ya no pudiendo aguantar un segundo más de tortura, Yamato lleva sus manos al cabello marrón y dirige a Taichi hacia sus labios, donde se encuentran y beben del otro como si fuera su única fuente de vida.

Taichi se siente explotar. Extrañó tanto la tierna piel pálida que tenerla de nuevo lo abrumaba, se movía errático, respiraba agitado, tocaba toscamente y besaba con desesperación. Pero a Yamato parecía no importarle. Estaban los dos tan excitados, que les bastaba inhalar la esencia del otro para perder los sentidos, cerrar los ojos y gritar en placer.

Con manos ansiosas, Taichi desabrochó el cinturón de Yamato. Temblando en anticipación bajó el cierre de los pantalones negros y se encontró con su favorita prenda íntima que poseía su novio: una diminuta tanga negra. El rubio se sintió sonrojar cuando vio al moreno chuparse los labios, mirando con hambre animal los finos vellos rubios que salían de su ropa interior.

Taichi miró fijamente a Yamato y, sosteniendo la mirada, descendió lentamente hacia el miembro erecto de su novio, escondido bajo la tanga. Yamato tuvo que cerrar los ojos en espera de lo que sabía venía, y justo en el momento en que la imposiblemente ardiente lengua de Taichi se deslizaba sobre su necesidad, el rubio escuchó la puerta de su departamento abrirse.

Con un brinco apresurado, estaban los dos ahora en los extremos del sillón: Taichi más despeinado de lo usual y con la boca fruncida en molestia y frustración, bajándose la camiseta que afortunadamente bajaba lo suficiente para cubrir su erección; Yamato rojo en las mejillas, nariz y orejas, avergonzado, mientras luchaba con dedos temblorosos para abrochar su camisa arrugada y subir el cierre de sus pantalones tan rápido, que cuando terminó, tuvo que agradecer que no se le hubiera atorado nada en su prisa.

Al oír la voz de su padre llamando su nombre, Yamato volteó hacia Taichi verificando que estuviera en decentes condiciones, y después pidiéndole disculpas con una pequeña sonrisa.

-Aquí estoy, papá. – Se asustó de su voz rasposa y aclaró su garganta.

El moreno suspiró y miró de reojo a su novio, sus ojos deseosos viajando hacia la pelvis de Yamato. Notando la obvia erección que seguía ahí, no muy escondida dentro de apretados jeans, Taichi tomó uno de los cojines del sillón y se lo aventó al rubio, agradecido de haber acertado al lugar correcto.

Justo en ese momento, Ishida Masaharu apareció en la sala de su casa, luciendo algo cansado pero con un brillo especial en sus ojos. Estaba contento de tener a su hijo en casa de nuevo. Quizá no se veían mucho –él siempre ocupado con el trabajo, Yamato con su banda y la escuela- pero aún así, el departamento se sentía solo sin el constante murmullo de Yamato cuando cantaba para sí mismo, o el olor a comida cuando llegaba de trabajar. Ver el bajo de su hijo en la entrada le trajo una sonrisa a los labios. Lo había extrañado mucho.

Sin embargo, algo estaba mal. Lo sintió al abrir la puerta y vio un par de tenis no muy desconocidos –los de Taichi. Cuando el mejor amigo de Yamato estaba en la casa, el silencio no cabía. Siempre había música, gritos, risas, la televisión en casi el volumen más alto, o el ruido de algo friéndose en la estufa. El silencio cuando Masaharu llegó, la tensión de Yamato al confirmar que ahí estaba, lo raro que se veían los muchachos cuando por fin los pudo mirar, tan tiesos y separados el uno del otro le hizo fruncir el cejo.

Yamato se dio cuenta de las sospechas de su padre y le sonrió.

-Te extrañé, papá.

Masaharu entonces olvidó todo y se acercó a su hijo. Algo incierto, colocó la mano en el hombro de Yamato.

-Qué bueno que estás de vuelta, hijo.

El rubio agradeció entonces que no fueran muy expresivos o emocionales en su familia. ¿Qué pensaría su padre si lo abrazara y sintiera algo presionándole, que no debería estar ahí? Yamato se ruborizó ante la idea.

-Llegas temprano, papá. Creí que salías hasta las ocho.

-Me salí antes, hay que celebrar que ya estás aquí. ¿Qué te parece si vamos todos a cenar? Podemos ir a ese lugar donde hacen esas ensaladas que tanto te gustan. –Masaharu dijo sonriendo.

Yamato volteó hacia Taichi. De verdad quería estar a solas con él, sentirlo de nuevo, oír su respiración agitada en su oreja, arquearse contra el sólido pecho moreno mientras las manos de Taichi recorrían un camino caliente por cada centímetro de su piel. El rubio se mordió el labio. De verdad, de verdad necesitaba a su novio, pero… sabía que debía aprovechar ese momento en que su padre, por primera vez en muchos años, se tomaba un tiempo libre para estar con él.

Los dos se vieron resignados. Yamato sonrió de nuevo, algo nostálgico, y volteó hacia su papá.

-Por supuesto, padre.

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El restaurante tenía una nueva promoción: todos los martes había una barra de ensaladas y aderezos por lo que, por supuesto, Yamato fue feliz con su comida. Después de la tensión inicial de no poder consumir su deseo, la pareja se fue enfriando. Claro que, sin la tela nublosa de la pasión, la mente se les aclaró y pudieron disfrutar de la presencia del otro: se habían extrañado y por lo pronto, estar juntos y viéndose era suficiente. Además, de verdad se la habían pasado muy bien. Estuvieron horas sentados en ese cálido y familiar lugar donde comieron hasta desabrocharse el pantalón, rieron a gusto y compensaron todo el tiempo perdido.

Casi se les olvida la abstinencia de un mes.

Casi.

-Taichi¿te dejo en tu casa?

Taichi abrió la boca para contestar, pero Yamato lo cortó en seco.

-De hecho, Taichi se va a quedar a dormir en casa. – respondió viendo al moreno por el espejo retrovisor –Ya sabes, como en los viejos tiempos.

Masaharu frunció y Taichi sonrió.

-Tienen escuela mañana –dijo con voz firme –Sobre todo tú, Yamato. No olvides que no has ido por casi un mes.

Yamato suspiró apenas audible.

-Es cierto, papá.

Mientras Taichi caminaba con los hombros caídos hacia su edificio, Yamato lo miraba intensamente. Antes de entrar y desaparecer tras las paredes, el moreno volteó y miró la cara de su novio. Lo conocía tan bien, que supo que esos ojos fieros le mandaban una promesa:

Te regalaré la mejor noche de tu vida…

Taichi sonrió y asintió con la cabeza antes de despedirse una última vez con la mano de su novio y –aunque él no lo sabía- su suegro.

-Continuará-

¿Hace cuánto no publicaba algo?

Bienvenidos de nuevo a mis fics. Espero no me hayan olvidado y que les guste todo lo que he aprendido en lo que se refiere a redacción.

Es una pequeña introducción, pero no se preocupen, tengo bastante escrito y bastantes ideas para desarrollar. Tenía ganas de escribir algo de puro sexo caliente. No es cierto, solamente lo que les sucede a estos dos cada vez que quieren disfrutar de sus órganos reproductores.

Todo lo que quieran saber o preguntar, pueden checar mi perfil, mandarme un mail, o mejor aún, dejar un review.

Por favor ¡dejen review! Siempre los respondo, así que no me tengan miedo.

--Maleysin