Prólogo
No sé cómo hemos llegado a esto, sinceramente. Sé que él me odia ahora, no me cabe duda alguna. Estos últimos días no ha hecho otra cosa mas que evitarme. Lo que hicimos no estuvo bien, ambos lo sabemos. Pero le quiero. Bueno, en realidad, ni yo mismo sé ya lo que siento. Mi mente está hecha un mar de sentimientos, y mi corazón busca entre sus restos una señal que le guíe en el camino. Quiero decir, miradme. A mí antes me gustaban las tías. Buenas tetas, rubias y con un buen cuerpazo, como a la mayoría. Pero llegó él, y lo cambió todo. Rompió mis esquemas, y sin haberlo intentado, derribó todas mis barreras. Era un chico cualquiera a ojo del resto del mundo. Con unas pinceladas más de rareza, pero no más destacable de ninguna otra manera. Y en cuanto le conocí, puedo decir que me perdí en un gran laberinto, y que todavía no he sido capaz de llegar a encontrarme.
Quisiera contaros una historia. Corriente, como otra cualquiera, pero con un significado especial para mí, al igual que cualquier recuerdo que guardamos cada persona dentro de nosotros, al cual le atribuimos un valor incalculable e imposible de sustituir.
Todo empezó un catorce de febrero, al corriente del año dos mil nueve, si mal no recuerdo. Los arrumacos se palpaban en el aire, los 'te quiero' envolvían a las parejas y las muestras de cariño se hallaban en cada rincón de esta pálida ciudad, aun en un día tan memorable para algunos como lo es San Valentín. Me dedicaba a pasar las horas en un céntrico bar londinense. No es el mejor plan para una fecha tan indicada en los calendarios, pero tampoco tienes muchas opciones cuando no tienes a tu lado a la persona con quien pasar momentos como este. Ya sea porque no la has encontrado todavía, o porque no puede estar contigo ahora. O porque a las modelos les encuentran trabajo en cualquier lugar que no sea el mismo país en el que vives, como es mi caso. Pegaba un sorbo más a mi cerveza, cuando volteé mi cabeza para cruzarme con la mirada de Harry. Quizá lo más sorprendente fue encontrarle a él aquí, sabiendo que tenía a su novia en casa esperándole, lo más probable.
- ¿Qué haces aquí? - pregunté probando todavía otro sorbo más.
- Buscarte - contestó en tono seco.
- ¿Para qué?
- Para que vengas a casa de Tom. Ha traído a un amigo suyo - dijo acercando una silla al lado mío.
- Está bien - refunfuñé entre dientes - pero espérate a que me termine la cerveza, que para algo la he pagado - continué, llevándome hasta la última gota entre las paredes de mi garganta.
Agarré la cazadora, y salimos del bar. Caminamos por aquellas ajetreadas calles hasta su coche. Después de todo el alcohol que llevaba en mis venas, la idea de conducir era pésima, además de peligrosa. Y estaría bien que llegásemos de una sola pieza a nuestro destino.
