Despertando en Las Vegas

Por: Jeadore


1. Día bipolar

El teléfono celular vibraba y sonaba encima de la cama de Alex, donde ella estaba despreocupadamente tirada, con una expresión furiosa en su rostro. Alrededor de ella también se encontraba el cobertor descuidadamente revuelto, papeles de regalos, un elegante reloj femenino, una tarjeta de disculpa y una horrorosa bufanda. La habitación estaba levemente iluminada por el sol entrante de la ventana y no se oía más que los bufidos, el celular y los sonidos que hacía Alex cuando se movía.

Así encontró la situación Justin cuando la fue a ver.

Él golpeó la puerta abierta dos veces seguidas y atrajo la atención de su ceñuda hermana.

—Ah, viniste —dijo sin emoción alguna.

Justin entró a la habitación y prendió la luz, descubriendo un caos mayor allí de lo que originalmente había vislumbrado.

—Sí, no me iba a perder el cumpleaños de mi hermanita —contestó, con una leve sorna en la última palabra.

Alex fijó su mirada asesina en él, volvió a bufar e hizo una mueca de desagrado.

—Mi peor cumpleaños.

Justin asintió, comprendiendo la situación.

—Me contaron que tuviste una rabieta esta mañana, empezando porque te levantaste temprano.

—Y no es para menos —farfulló molesta.

—Es lo que hay.

—Lo que hay es un asco, un bodrio, por Dios —desdeñó—. ¿Tu cómo hiciste…?

—Busqué algo que me levante el ánimo —la interrumpió. Se le acercó, se sentó a su lado con sutileza y precaución—. Vamos, algo bueno el día de hoy tiene que haber… ¿Harper?

Alex gruñó con la cara en la almohada.

—En Washington. No pudo volver.

Ella señaló la tarjeta de cumpleaños que reposaba del lado contrario adonde estaba Justin, y éste la tomó. En ella su amiga la felicitaba y le pedía perdón, prometiendo que en cuanto pudiera iría a visitarla. Como el ruido del teléfono llegó a resultarle extremadamente molesto, Alex lo agarró con rudeza y lo abrió. Otro mensaje en que le deseaban un feliz cumpleaños. Inmediatamente le quitó la batería al celular y lo tiró sobre la cama.

Justin intentó estratégicamente cambiar de tema.

— ¿Qué te regalaron?

—Una bufanda que no pienso usar jamás, dinero y ropa. ¿Me olvido del algo…? —simuló pensar, pero su ceño y su boca fruncidos no demostraban aquello—. Ah, sí. Un mensaje hermosísimo: ¡que pierdo mis poderes!

El chillido de Alex rebotó en toda la habitación y seguramente se oyó en otros lugares de la casa. Su hermano intentó suavemente que ella comprenda.

—Es sólo una suspensión, Alex —rectificó—. Yo también la vivo, y es solamente hasta que Max cumpla también los veintiuno.

— ¡¿Pero por qué?!

—Es una nueva medida, para que los tres hermanos tengamos la misma cantidad de posibilidades. Él cumple los veintiuno, nos devuelven los poderes y al mes siguiente realizamos la competencia —simplificó.

Aun así, Alex no se calmó. Golpeó inútilmente el colchón y se tapó la cabeza con la almohada. Su vida estaba empezando a apestar. Justin trató nuevamente de animarla, con diferentes cosas. Le preguntó si ahora, que ya no tenía límite alguno, que era una adulta para la ley, no le interesaba o había pensado en hacer algo. Alex se detuvo y reflexionó.

—Bueno… sí, hay algo que con Harper hace algunos años, antes de saber de toda esta… porquería de situación, habíamos pensado… —comentó. Lo correcto habría sido decir yo había, pero ella lo pasó por alto—… pensamos que sería genial ir a Las Vegas.

Él arqueó sus cejas. ¿Las Vegas? Viniendo de Alex no le parecía nada extraño, pero aún así él no le aconsejaría ir allí. Aunque no importaba, ella nunca le haría caso.

Alex continuó quejándose de su suerte, de la ausencia de su mejor amiga, de lo ocupado que los demás estaban con los estudios o el trabajo como para irse todo ese fin de semana, de lo mucho que le gustaría ir. Justin asentía sin escucharla realmente, intentando imaginarse si Las Vegas sería en verdad tal y cómo decían. Él no se veía encajando allí, él pertenecía a otro mundo, más científico y un poco más calmado, alejado de ése.

En un momento Alex se detuvo sospechosamente y lo observaba con fijeza.

—Aunque… —ella murmuró.

A Justin no le dio buena espina el tono y la sonrisa en el rostro de su hermana. Gracias a su vasta experiencia, sabía que ella tenía una idea y dudaba de que sea una inofensiva.

—Justin, ¿dónde está tu valija? —preguntó mientras se paraba y empezaba a sacar algunas de sus mejores y más nuevas vestimentas, y calzados y accesorios.

—Abajo, ¿por?

Ella sonrió maliciosa y metió todas las cosas en una maleta, sin darle importancia al desorden, junto con su billetera y su celular y la batería de éste. Con la maleta en mano, empujó a su hermano fuera de la habitación y escaleras abajo. Él no paró ni un segundo de pedir explicaciones, a lo que ella hizo caso omiso. Justin opuso resistencia, pero Alex lo venció tirándolo en el sillón.

— ¡Max! —gritó mientras buscaba un papel y una bolígrafo—. ¡Ven aquí, Max!

El aludido apareció unos segundos más tarde, inseguro, y vio a su hermano tirado en el sillón y a su hermana sentada encima de él, aplastándolo mientras ella escribía tranquilamente en una hoja.

—No me vas a seguir gritando, ¿o sí? —cuestionó Max, recordando el horrible momento que vivió esa mañana cuando a ella le secuestraron la magia.

—No, no. Necesito que me hagas un favor.

Alex sonrió inocentemente, mientras metía un bollo de papel en la boca de su hermano mayor para que amortigüe las quejas de éste.

Max arqueó las cejas e intentó negociar.

— ¿Qué recibo yo a cambio?

—No intento asesinarte por una semana —contestó rápidamente Alex, que ya se lo esperaba.

—Un mes —elevó.

—Dos semanas.

Sin pensarlo dos veces, aceptó:

—Hecho.

Ambos hermanos estrecharon sus manos. Alex le alcanzó el papel escrito, diciéndole que era un conjuro y le pidió que lo lleve a cabo. Previamente, tomó de la mano a Justin y con la otra acercó a su cuerpo su maleta y la valija de su hermano. Alex asintió lista y Max procedió a leer el conjuro con la varita en alto.

Las Vegas es genial, Las Vegas es otra realidad; quiero que mandes a mis hermanos a esa ciudad.

Una luz verde los envolvió, sus cuerpos se volvieron por una fracción de segundo más livianos que una pluma y una brisa golpeó sus rostros mientras el espacio a su alrededor se descomponía y se volvía a recomponer. Al pestañear, se encontraron en el sillón de otro lugar. Por la forma de la habitación, el mostrador, los sillones acomodados estratégicamente y las puertas abiertas, sumándole los empleados; era tonto no deducir que estaban en un hotel. Uno muy bueno.

Acostumbrada a la momentánea sordera luego de un viaje con varita, Alex comentó algo sorprendida que los hechizos de Max habían mejorado en el momento en que Justin logró finalmente escupir la bola de papel. Alex rodó los ojos, imaginándose el sermón.

— ¡Alex! ¿Las Vegas? ¿Estás loca? Esto está mal, tenemos que regresar a casa…

Su hermana lo interrumpió, cansada. Sí, los años pasaron, pero nada parecía cambiar.

—Está bien Justin, tú tampoco eras mi mejor opción como acompañante pero, como dijiste, es lo que hay. Eres el único que está desocupado y tiene el tiempo libre como para venir conmigo. Sé que eres un raro y un nerd y que la diversión la debes tener prohibida, pero haz esto por mí, ¿sí? —pidió Alex, recurriendo a la vieja carita de angelito que usaba con su padre.

Un pequeño tic en la oreja izquierda de Justin comenzó a presentarse mientras oía molesto los desdeñosos adjetivos que su hermana le otorgaba.

—Yo no tengo prohibida la diversión, sólo que… —comenzó a replicar.

—Vamos, hazlo por mí. ¿Como regalo de cumpleaños? —propuso.

—Yo te compré un regalo, lo tengo en la…

— ¡Justin! ¡Vamos! Sé que más de una vez te molesto, y te digo nerd y miles de cosas más, pero yo te quiero porque eres bueno, porque eres el mejor hermano que puedo tener, porque sabes hacer sacrificios y…

Justin sonrió, algo orgulloso de sí mismo ante sus palabras, mientras se acomodaba la camisa negra.

—Está bien. Por tu cumpleaños —aceptó.

Alex sonrió victoriosa.

—…y porque pagarás la habitación y la estadía —completó.

El rostro de él se descompuso. Alex agrandó su sonrisa socarrona y se dio vuelta. Caminó hacia el mostrador serenamente y con un suave vaivén en sus caderas que siempre tenía cuando se declaraba la victoria a su favor. Justin la siguió, maldiciendo el haber caído nuevamente en ese viejo truco.

El conserje los atendió con una sonrisa en cuanto Alex le pidió una habitación.

—Me temo que nos queda el penthouse…

—Algo más barato —dijo Justin ariscamente.

Él ni quería saber cuánto costaba el penthouse, es más, él estaba tratando de contar cuánto dinero tenía y podía gastar. Alex lo miró algo fastidiada. A ella el penthouse le sonaba fantástico.

El empleado fingió toser para ocultar un tacaño. Justin frunció el ceño. Ya estaba entrenado con los inútil, los consigue una vida y los nerd de Alex como para no darse cuenta.

—Oiga, ¿dónde está su superior? Creo que el gerente estará interesado en saber que sus empleados son unos irrespetuosos, que no tienen ganas de trabajar y que les hacen perder al hotel… —se enfureció Justin. Alex lo miró sorprendida.

El conserje se apresuró a acallarlo antes de que se arme un escándalo y que realmente vaya el gerente.

—Tenemos una habitación preciosa que acaba de ser desocupada. Se las puedo rebajar un treinta por ciento. Si la aceptan, envío ahora mismo a que la limpien —ofreció el hombre, algo atemorizado.

Luego de pensarlo por unos segundos, Justin aceptó. El empleado le entregó la tarjeta de la habitación 483 registrada a nombre de J. Russo y Justin agarró su maleta, dirigiéndose al ascensor sin decir ni una palabra. El conserje suspiró, aliviado de que se haya retirado, hasta que notó que Alex continuaba allí.

— ¿Puedo servirles en algo más? —preguntó simulando cortesía.

—Sí. El minibar y el servicio a la habitación y el restaurante son absolutamente gratis, tenemos pases VIP para cualquier cosa que haya en el hotel, al igual que tenemos prioridad en caso de que pida una limusina —exigió segura.

—Disculpe pero no puedo…

—Le mando a Justin con el gerente y toda tú vida acabará. No sabes qué tan influyente es —amenazó.

—Pero puedo conseguirle un descuento de más del cincuenta por ciento —dijo inmediatamente, despavorido.

Alex asintió, satisfecha.

— ¿Viste qué bien nos podemos llevar, Bobby?

—Señorita, mi nombre es…

—No me interesa —canturrió Alex, despidiéndose con la mano y yendo hacia su hermano, quien esperaba el ascensor.

Alex estaba sinceramente sorprendida de que su hermano pudiera también ser algo malo, además de sabelotodo. Le gustó cómo manejó la situación, así que tal vez no le haría pagar todo el viaje. O sí, después de todo era su cumpleaños.

—Te saldrá barato mi cumpleaños —le dijo apenas se posicionó a su lado.

Las puertas del ascensor ser abrieron y ambos entraron y se pararon al fondo, al lado del vidrio que mostraba el paisaje taciturno de Las Vegas con sus edificios, casinos y demás lugares de entretenimiento.

—Déjame creerte por un segundo —pidió irónicamente.

Alex apretó el número cuatro mientras el ascensor se llenaba de gente. Cada uno presionaba el piso al que debía ir. Justin negó con la cabeza para sí mismo. Sus pensamientos eran susurrados inconscientemente. Esto estaba mal, muy mal. Era Las Vegas, la ciudad del pecado. Esto estaba mal.

— ¿El qué está mal? —le preguntó una chica, interesada, con una sonrisa coqueta mientras se le acercaba a él junto con su gemela.

Justin tartamudeó un nada. Bueno, quizás Las Vegas no eran tan mala. Supo el nombre de las gemelas justo cuando Alex lo empujaba para salir. Ya estaban en el cuarto piso. Buscaron su habitación y, cuando la hallaron, entraron. Ya estaba ordenada, con una pequeña tarjeta de bienvenida encima de una mesa con un florero con orquídeas. Ambos respiraron profundamente. El ventanal estaba abierto y les mostraba un hermoso paisaje de la ciudad.

Oficialmente, ya estaban en Las Vegas. Ahora sólo tenían que divertirse.


Theresa suspiró. Recordaba ese día, muchos años atrás, cuando le dijeron que no desespere, que sus hijos se llevarían bien. Todo a su debido tiempo. Que durante la adolescencia madurarían, se acercarían más, las peleas amenguarían y se convertirían en… ¿cómo había sido la palabra? Ah, sí. Compinches.

Que vil mentira había sido aquella.

Se reía de sí misma, qué ingenua había sido. En momentos sus hijos parecían que no querían ni verse entre ellos, en otros parecían ignorarse y sólo compartir la casa, en otros se hacían bromas de mal gusto mutuamente, y en otros muy escasos se demostraban que se querían.

Al principio creyó que serían Alex y Justin quienes se llevarían mejor, ya que eran los mayores y ambos tenían edades similares. Luego pensó que serían Alex y Max, ambos eran aliados en cuanto se trataba de realizar bromas no muy inocentes a Justin. Después también pensó que serían Justin y Max, siendo que los dos eran hombres. No obstante, ninguna combinación se dio. Sus personalidades chocaban y cada uno rebotaba a su mundo. A veces se ayudaban, pero era como una tregua momentánea.

Creyó que era sólo cuestión de madurez, dentro de poco todos se volverían unidos y serían una familia normal. Bueno, una familia normal con magia. También intentó culpabilizar a la magia, pero se rindió en el acto. Eso sólo era otro factor en la ecuación que, lamentablemente, no podía solucionar. Cuestión de tiempo, se repitió. Pronto, sin que se diera cuenta, sus hijos serían mucho más unidos, se juntarían y harían cosas por sí solos, y no treguas para realizar bromas en conjunto o escapar de líos.

Respirando calmadamente mientras se acomodaba el cabello, entró a la cocina y se encontró con Max estirando todo su largo cuerpo en el sofá anaranjado. Era increíble cuánto había crecido en unos años, ahora casi la pasaba a ella, sus facciones eran más varoniles y su voz había cambiado completamente. En verdad, todos sus hijos cambiaron. Son lo años, estos no vienen solos, se dijo.

—Max, ¿y Alex? Tengo pensado en hacerle un gran pastel de chocolate, quiero ver qué piensa…

Max la miró inmediatamente, con los ojos brillando. Ella sólo tenía que decir las palabras pastel y chocolate para ganarse toda la atención de su hijo y de su marido. Pero Max hizo una mueca, como si había un inconveniente y devolvió su atención al televisor.

—No está —anunció.

Claro, el inconveniente para hacer el pastel de cumpleaños era que la cumpleañera no estaba.

— ¿No está? —repitió.

Hubiese creído que Alex, con el malhumor de esa mañana, no saldría de su habitación.

—Ya dije que no. Se fue con Justin —informó Max mecánicamente, sin despegar los ojos del televisor.

¿Con Justin? Theresa se emocionó. Era posible que todo se esté cumpliendo, que sus hijos estén empezando a volverse hermanos más unidos. Tendría que haber confiado más en las experiencias ajenas, se reprendió.

— ¿Y sabes adónde fueron? —cuestionó interesada y con una leve sonrisa en su labios.

—Sí, a Las Vegas.

—Ah, a Las Ve… ¡¿Qué?!

Theresa se dio cuenta de que su voz salió una octava, o dos, más alta. Cuando se sorprendía le sucedía eso. Y cuando se aterraba y cuando enloquecía completamente. El problema fue que las tres la asaltaron en conjunto.

Las Vegas. Sus hijos, sus queridos niños, en una de las ciudades con peor fama del país. Un lugar corrompido por la tentación, que llegaba de distintas formas. Un lugar de juerga y a la vez perdición. El que iba, nunca volvía realmente bien.

Está bien, todo está bien; intentó asegurarse a sí misma. Sus chicos habían crecido, sabrían cuidarse. O por lo menos Justin, que era más responsable y siempre pensaba todo fríamente, cuidaría a Alex. Aunque Alex siempre encontraba la forma de engatusar a Justin, que también era un poco ingenuo.

Theresa empezó a hiperventilar.

¿A quién iba a engañar?, si se estaba santiguando para que no les pase nada. Sólo esperaba que suceda un milagro y realmente no pase nada y pueda hacerlos volver.


¡Hola! ¿Cómo andan?

Síí, al fin lo subí. A quien esté leyendo mi otra historia, Max lo sabe, sabrá que dije "el viernes" pero soy un poco desastre para la puntualidad. Originalmente iba a ser un One-shot pero se alargó un poquito mucho (y aún ni lo termino de escribir). De cualquier forma, hasta ahora, este es el capítulo más largo.

Espero que les haya gustado el comienzo :)

¡Besos! ... y ¿reviews?