―Aladdin-dono, Morgiana-dono, Alibaba-dono… siento mucho haber escogido el camino en el cual tendré que enfrentarlos… ―murmuró Hakuryuu con melancolía, observando a la distancia las siluetas difusas de sus antiguos amigos, que celebraban con alegría la derrota del médium.

Judal, a su lado, bufó divertido y anuncio que ya era momento de irse. Hakuryuu consintió distraídamente y lo siguiente que supo fue la sensación de ser empujado a través de un túnel. Todo estuvo oscuro durante algún tiempo, sin embargo, no estaba realmente pensando en eso –la verdad es que ya estaba acostumbrado-, su mente estaba fija en la brillante cabellera roja de Morgiana que se mecía contra la brisa, mucho más larga de lo que la recordaba.

Hacía demasiado que no la veía, casi se sentía como una vida entera, desde aquel día a las afueras de … . En retrospectiva, Hakuryuu sabe que se había apresurado en formalizar su declaración. Morgiana era entonces muy joven y llevaba muy poco viviendo la vida de un ser humano libre. Aún recordaba su rostro sorprendido, casi al borde del pánico al oír que él la quería, realmente él no había comprendido completamente lo profundo de su situación; Alibaba le había contado sobre su pasado como esclava de un Sharif más alla de Balbadd en medio del desierto, arrancada de su tierra natal, obligada a seguir órdenes horribles y tratada como menos que un animal.

¡Cómo había deseado que aquel Sharif estuviera vivo para hundirle en el cuerpo miles de astillas de madera, cortesía de Zagan! Ese día Hakuryuu se había jurado a sí mismo que trataría los asuntos relacionados con el esclavismo él mismo y se propuso abolirlo del planeta como regalo de bodas a su emperatriz…

Ah, Realmente era tan solo un niño…

―Ya hemos llegado, Hakuryuu. Ya puedes abrir los ojos.

La voz de Judal lo sacó de la ensoñación y tras unos parpadeos enfocó el magnánimo Palacio Kou del Este. Las construcciones ornamentadas y los tejados rojos al estilo Kou dominaban por completo la arquitectura, mediada únicamente por algunos jardines y quioscos diseñados como lugares de meditación y siempre cercanos a algún riachuelo cristalino y silencioso. Aquel había sido su hogar desde la fatídica batalla contra su Emperatriz (el concepto de 'Madre' ya no tenía significado alguno en su mente) y solo Judal permanecía con él, entrenándolo y enseñándole cosas que nadie más podría haber hecho, no Sinbad, ni Hakuei, ni siquiera Aladdin.

Cosas que le permitirían muy pronto tener el poder para destruir a esa bruja de los infiernos y gobernar su país con justicia.