Junio de 2008

Durante ocho meses, los nefilim estuvieron debatiendo sobre qué medidas debían de tomar a continuación. La Clave había sido testigo de la creación del Maestro, los híbridos. Pese a que habían logrado capturarlo, alguien había seguido con su legado. Ese honor posiblemente correspondía a Luke Herondale, quién se encontraba en busca y captura en esos momentos, no sólo por ser el principal sospechoso de la creación de nuevos híbridos. También era el primer, y hasta el momento, único tríbido existente. Además de a él, también se buscaban a otros dos nefilim, madre e hijo. Jace Montclaire, quién además era un híbrido y Céline Montclaire, esposa del mismísimo Maestro. El hombre que había iniciado todo, seguía a disposición de los Hermanos Silenciosos, en una celda, a la espera de que La Clave decidiera qué hacer con él. Pero el prisionero no iba a ir a ninguna parte y la amenaza híbrida debía de ser contenida. Por ello surgieron las denominadas Partidas. Grupos de nefilim voluntarios que investigaban rumores de híbridos, acudían al lugar y los capturaban. Aunque la mayoría de las veces volvían sin prisioneros, justificando que habían respondido con una violencia extrema que había obligado a los cazadores de sombras a neutralizarlos. Tanto Jonathan Morgenstern como Teri Herondale no se creían ni una palabra de todo esto. Sabían que muchos de los que se apuntaban voluntariamente a la Partida sólo buscaban asesinar impunemente híbridos, ya fuere por venganza porque algún familiar hubiese muerto o resultado herido en el ataque a Idris, o simplemente porque les servía de excusa para matar aquello que no les parecía correcto que viviese.

Teri no podía evitar preocuparse, aun con todo lo que había hecho, por su hermano pequeño. Porque el Maestro le confesó que había manipulado a Luke desde niño, había hecho crecer esa oscuridad en él que había culminado en el asesinato de Clarissa Morgenstern. Luke podría haber sido diferente, un niño sano y normal. No un sádico cruel que no sentía un ápice de remordimientos. Temblaba cada vez que pensaba en ello, cada vez que recordaba que toda su existencia, la de ella misma y su familia, estaba maldita porque otra persona así lo había decidido. Y esa persona, el Maestro, había sido su propio tío Lucian, al que todos dieron por muerto una vez.

—Teri, ¿estás bien?

Ella reconectó con el mundo. La voz de Jonathan le devolvió al presente, a lo que ocurría fuera de su mente. Entonces sintió de nuevo la brisa sobre su piel, el aroma de la humedad y el calor del sol. Se encontraban frente al lago Lyn, habían decidido ir allí, como muchos otros días, para huir del vacío que les producían las personas que ya no estaban. A Teri no sólo le habían arrebatado un hermano, sino también a su parabatai. Helen Blackthorn era una mestiza entre nefilim y hada, lo había sido así de nacimiento como su mellizo Mark. A la luz de los recientes acontecimientos, la Clave había decidido condenarlos al exilio, lejos de sus familias y la gente que les quería. El exilio hacía que ambos hermanos Blackthorn sufriesen un descenso considerable del poder de sus runas, de esta forma, aunque ambas chicas compartían la runa de parabatai, ninguna podía sentir a la otra. Le mataba por dentro no saber si Helen estaba bien. Pero sus pérdidas no le parecían tan graves como las de Jonathan.

Miró al muchacho rubio, cuyos ojos verdes aguardaban respuesta a su pregunta. Había algo en él diferente, un cambio sutil. Su mirada no brillaba con la fiereza de antes y era comprensible. Primero perdió a su padre a manos del Maestro, luego a su hermana a manos de Luke. Teri no comprendía cómo era capaz de soportar su presencia, su tío y su hermano le habían hecho un daño irreparable. Aun así, la cosa no acabó ahí. La madre de Jonathan estaba embarazada en el momento de los hechos, no supo encajar bien la pérdida de su marido y su hija. Perdió al bebé, lo cuál la sumió más aún en una espiral de dolor. Acabó en un estado catatónico. Los Hermanos Silenciosos se hicieron cargo de ella, cómo solía ocurrir cuándo alguien resultaba enfermo. Le dijeron a Jonathan que volvería a verla en cuando estuviese mejor, pero ese momento no había llegado aún. No tenía noticias de ella. Teri había perdido a Helen y, en parte, a Luke. Aún tenía a sus padres y su abuela. Jonathan estaba completamente solo.

—Solo pienso—le respondió finalmente.

—¿En qué?

—En todo. No puedo dejar de repasar todo lo ocurrido desde agosto, es una especie de bucle interminable del que no puedo salir.

Él miró al frente, con aspecto cansado, soltó el aire por la boca en un sonoro suspiro.

—Estamos estancados.

—Deberíamos hacer algo.

Se ganó una mirada de Jonathan.

—¿Qué quieres hacer?

Teri sintió que las palabras se atragantaban en su boca. Quedaba tanto por resolver. Dónde se encontraba Luke, cómo iban a detenerlo, quién era la misteriosa Salvadora de la que Lucian le había hablado, cómo recuperar a Helen. Por un instante, uno breve y efímero, Teri olvidó todo aquello, para recordar algo completamente diferente. Ellos dos volviendo a Idris para revelar la identidad del Maestro, esperando a que concluyese la reunión de la Clave. Solos, mientras la Ciudad de Cristal permanecía en una quietud absoluta. Por primera vez en sus vidas, se sinceraron el uno con el otro, tuvieron una conversación real y dejaron que sus sentimientos se liberasen en un beso completamente auténtico. Y la tragedia les golpeó, cómo un tsunami. Les destrozó por completo y los alejó de ese instante de felicidad. Por mucho que ambos quisieran retomar ese beso, y todo lo que ello implicaba, habían llegado a un consenso silencioso de que no era el momento. No podían crear algo que pudiese ser destruido, no iban a sufrir otra pérdida si podían evitarlo. Así que Teri volvió a meter sus sentimientos en una cajita, la cerró y la guardó en un rincón de su mente.

Así pudo aclarar sus ideas y decir finalmente:

—Debemos apuntarnos a la Partida.

Jonathan negó con la cabeza.

—No nos van a dejar.

—Te recuerdo que ambos hemos cumplido la mayoría de edad hace no mucho.

Una mueca amarga cruzó el rostro de Jonathan, cambió su peso de una pierna a otra. Lo conocía y sabía que estaba ocultándole algo.

—Aún así...no creo...no, nos van a dejar ir.

Algo en la mente de Teri hizo clic.

—No me van a dejar ir, a mí. Eso es lo que estás diciendo.

En ocho meses habían ocurrido muchas cosas, entre ellas cómo una multitud de cazadores se habían posicionado en contra de los Herondale por culpa de Luke. Ocultar la verdad sobre su naturaleza, o al menos que había algo diferente en él, le había costado a Stephen Herondale su puesto de Director del Instituto de Londres. Había vuelto a Idris junto a su mujer y su hija, pero no había sido bienvenido. Casi todos los días Amatis Herondale, lamentablemente hermana de Lucian, tenía que borrar pintadas de las paredes de su casa. Gente que la culpaba a ella de lo ocurrido en especial.

Los Herondale no eran las personas favoritas de nadie en ese momento.

—Creo que es arriesgado, no deberías de ponerte en peligro.

Por gratificante que pudiese resultarse en otro momento sentir cómo Jonathan se preocupaba por ella, Teri esa consciente de que alguien debía de reparar el daño. Debía de limpiar el nombre de su familia, puesto que sus padres no se merecían sufrir por los malos actos de otros.

—Hablaré con mi abuela—dijo con firmeza.

Imogen Herondale seguía siendo la Inquisidora, tanto su palabra cómo sus decisiones seguían siendo respetadas. Nadie se había puesto contra ella y eso decía mucho a su favor. Teri sentía que si alguien le daba una oportunidad, podría equilibrar la balanza de nuevo y traer la paz al Mundo de las Sombras.

—De acuerdo.

La mano de Jonathan se acercó a la de Teri, por un momento a ella le pareció que el chico iba a entrelazar sus dedos con los de ella. Quizás nunca fue su intención, o quizás se arrepintió en el último instante. Pero no lo hizo.

Y ambos se quedaron mirando al frente, las calmadas aguas del lago Lyn, mientras sus dedos se rozaban.