¡Hola! :D He escrito un nuevo fic :) Estaba pensado ser un One shot pero me quedó muy largo y pensé que sería muy tedioso leerlo de una vez así que lo partí en dos partes n.n Espero que les agrade, gracias por pasarse a leerlo 3
Corazón de Hielo
Parte I
Zelda estaba parada en la terraza de la torre más alta de su castillo, observaba el horizonte, la nieve cubría todo lo que podía verse. Las lejanas montañas se alzaban blancas como las nubes con sus cimas más heladas que nunca. Los pinos del jardín combinaban a la perfección con aquel paisaje y recordó cuando de niña decoraba los árboles junto con sus padres para esa época. Fue el tiempo más feliz de su vida. La princesa había cambiado mucho al entrar a su adolescencia, ya no era aquella dulce infante que gastaba bromas inocentes y jugaba correteando por todas partes. Luego de la muerte del rey de Hyrule en un infortunado accidente en las tierras del desierto cuando Zelda apenas venía conociendo la vida, las cosas jamás fueron iguales, especialmente con la muerte de su madre por una enfermedad, dos primaveras después. El dolor había acompañado su vida desde siempre como una sombra implacable. Sólo le quedaba Impa, su nana, que ya estaba muy anciana, y a sí misma. Por eso había levantado muros impenetrables en su corazón, para evitar el dolor a toda costa.
Bajó su mirada hacia la entrada del castillo. Su mayordomo y otros tres soldados escoltaban a un muchacho joven de unos veintidós años. "Ese debe ser el nuevo capitán", pensó acertadamente justo cuando una sirvienta tocó la puerta y le informó que debía atender ese asunto.
-Bajo en un minuto. Pasaré por mi habitación e iré.
-Entendido su majestad. Con permiso.
La joven monarca se retiró de la terraza y luego de prepararse, llegó al salón principal donde recibiría a los soldados. La comitiva ya estaba ahí esperándola. Entró en correcta postura caminando elegantemente con sus manos al frente, su barbilla erguida y la mirada fija hacia adelante. Su expresión era seria.
-Buenos días, soldados.
-Buenos días- contestaron ellos con una reverencia.
-He venido a presentarle al nuevo capitán de guardia que será a la vez su escolta. Ha pasado satisfactoriamente todas las pruebas y nos sentimos honrados de tenerlo con nosotros- dijo uno de los hombres del grupo.
-Mm. Gracias. Estará unos días bajo inspección- agregó la princesa ojeándolo de pies a cabeza- y si todo sale bien, se quedará. Que pase conmigo al estudio para aclarar unos últimos puntos.
El chico, que no era para nada amargado, esbozó una pequeña sonrisa ante la actitud tan acartonada de la princesa. Le habían dicho que era muy seria pero no imaginó qué tanto. La siguió a través de la gran puerta y traspasó a un amplio pasillo con paredes rojo vino y toques dorados. Se paró un momento a observar un cuadro de la tierra de Hyrule. Zelda lo notó y girándose apenas un poco dijo:
-No se detenga.
Continuaron su marcha hasta dos grandes puertas que una sirvienta abrió por la princesa. Una vez adentro, ella se sentó en un escritorio junto a la ventana, de frente a la entrada. El caballero sólo se paró en medio del salón.
-Acérquese- ordenó.
Él lo hizo. La miró escribir y escribir en muchos papeles. Después de unos minutos, el joven se empezó a desesperar. Descompuso su postura apoyándose en su pierna izquierda intercalándola con la derecha de vez en cuando, luego giró su cabeza observando toda la habitación y movía su pierna en señal de impaciencia. Llevaba unos diez minutos así.
-Es usted muy impaciente, ¿no?- preguntó la heredera sin despegar la vista de sus escritos.
-Disculpe- respondió él, apenado.
-Venga. Debe firmar estos papeles y leerlos. Aquí le explican sus días de trabajo y su paga. Tiene libre los días que yo no tenga deberes y espero que sea puntual cuando deba ir a reuniones. A los cortesanos no les gusta esperar.
-Entendido, su majestad.
Procedió a firmar lo que le proporcionaron. En la habitación reinaba un silencio incómodo, al menos para Link. La princesa esperó con sus manos entrecruzadas sobre la mesa y una vez que terminó recogió los papeles.
-Comienza mañana. A las ocho en punto tengo un desayuno con el duque de Kakariko así que espero contar su presencia quince minutos antes. Imagino que el mayordomo ya le indicó sus labores. Es todo. Puede retirarse.
El muchacho se retiró algo nervioso. Se dirigió a la que le indicaron como su habitación y se recostó en su cama.
-La princesa sí que es especial. Es muy aburrida y seria- dijo para sí mismo.
"Necesita reírse un poco. Apuesto a que nadie la ha contado un chiste en años… Aunque es muy bella y majestuosa, a pesar de que nunca pone otra expresión que no sea la de seria" comentó ahora para sus adentros y pensando en su nuevo trabajo, se quedó dormido hasta el día siguiente.
Al sonido de dos golpes en la puerta, Link se despertó sobresaltado. Escuchó unos cuantos golpes más en los cuartos cercanos y se preguntó que ocurría. Salió al pasillo frotándose los ojos y se encontró con un gran ajetreo. Todos los soldados se movían de aquí para allá.
-¿Qué… qué pasa?- preguntó.
-¡Ya es hora de levantarse!- contestó uno de sus compañeros- No esperabas que una linda damisela viniera a despertarte con un beso ¿o sí?
-Pues… pues no.
-Entonces ¡apresúrate!
Y todos, muy entusiastas, se prepararon para un nuevo día de trabajo. El despistado muchacho se apuró para llegar a tiempo al desayuno de la princesa. Se le hizo un poco tarde e iba llevándose todo a su paso. Llegó justo en el momento preciso.
-Buenos días su majestad- saludó tratando de calmar su agitación.
-Buenos días. Veo que se le hizo tarde. Levántese más temprano y no tendrá que realizar estas maratones cada mañana para llegar a tiempo. Entremos.-dijo seguidamente sin dar lugar a comentario alguno.
La reunión ocurrió sin eventualidad y así siguió el día entero. Ni una palabra salió de la boca de la princesa a menos que fuera necesario. Aunque los deberes de la joven eran aburridos, a Link le causaba gracia la seriedad con la que hacía todo. Se hacía la idea que en un rostro tan hermoso como aquel, una sonrisa sería la cereza del pastel.
Alrededor de las nueve, Zelda despidió a su escolta y se fue a sus aposentos. Un día más sin vivir como quería. A pesar del dolor que acompañaba su existencia, la soledad en algunos momentos le sabía dulce. No más actuar como una mandataria de la realeza, podía ser sólo ella, sólo Zelda. Y como Zelda, amaba observar las estrellas desde su balcón e imaginarse volando a través del espacio infinito. Era muy fantasiosa, pero ese era un secreto muy bien guardado. Ante los demás, ella sólo era la futura reina de Hyrule que debía mantener el reino en orden y ya. Nadie consideraba sus sentimientos como joven, como mujer, como persona.
De repente, hubo un suave toque en la puerta.
-Pase- dijo ella.
Al no obtener respuesta, se acercó y abrió pero no encontró a nadie. En su lugar, vio un sobre blanco a sus pies. Observando hacia ambos lados del pasillo tomó el papel y entró de nuevo a su habitación. "¿Qué es esto?" se preguntaba mientras rompía el sobre y sacaba una hoja doblada en tres partes.
-Hm, ¿una carta?
En efecto, era una carta. Bastante corta al parecer y con una caligrafía impecable. Estaba escrita con tinta negra en papel ordinario.
Querida princesa Zelda
En primer lugar, quisiera que excusara mi atrevimiento de llamar su atención de esta manera, pero veo necesario hacerlo así. El motivo de la carta que tiene sus manos es expresarle mis sentimientos hacia usted, comunicarle que es la mujer más hermosa que mis jóvenes ojos han tenido la dicha de admirar. Quizás considere que esto es una cosa fuera del lugar y que es impropio, pero asumí tomar el riesgo. No soy capaz ahora de decir abiertamente quién soy, pero pronto lo sabrá.
Con cariño, un admirador.
¿Era acaso una broma? ¿Quién se atrevería a hacer una cosa así? Contrario a lo que cualquiera esperaría, la princesa no estaba molesta ni la parecía una falta de respeto; más bien lo encontraba halagador. ¿Quién alguna vez le había dicho que era hermosa? Otros nobles claro, pero eran cumplidos por compromiso. Y no era como que la carta era confiable tampoco… Ya averiguaría quién era. Puso el papel sobre su cómoda y durmió placenteramente.
Al día siguiente, asistió a sus deberes como de costumbre, una mañana como cualquier otra. Alrededor de las tres de la tarde, fue al jardín a sentarse. No tendría más reuniones y quería relajarse un poco… pero estar en el jardín sin nadie con quien compartir la belleza de las flores, que empezaban a congelarse por el invierno, le acongojaba. Miraba hacia el verde pasto y volteó la cabeza encontrando a su escolta apoyado con la espalda en un árbol. Parecía aburrido, igual que ella. Lo que se le ocurrió hacer no era algo propio de la princesa, pero dadas las circunstancias no le importó. Se levantó de su banca y se dirigió al árbol dónde estaba su acompañante.
-Joven Link.
-Sí alteza, ¿necesita algo?
-No… bueno, sí. ¿Me haría el favor de bajarme un melocotón?
-¿Un melocotón? ¿De este árbol?
-… Sí.
-Con gusto.
El confundido muchacho hizo lo que le pedían. ¿Para qué quería un melocotón de ahí si tenía muchos ya cortados en la cocina? No era que le estorbara hacer eso pero no encontró el punto en tal acción.
-Aquí tiene su majestad.
-Muchas gracias.
Zelda lo tomó en sus manos y lo mordió. Link se extrañó del actuar de la princesa. No era el tipo de persona que cortaría una fruta y la comería. De cualquier forma, le pareció un buen momento para intentar conversar. Seguramente obtendría una respuesta corta y seca, pero valía la pena intentar.
-¿Le gustan mucho alteza?
-¿Mm?- dijo confundida. Link estaba hablando con ella. Ningún otro sirviente se atrevía a preguntarle cosas… ni si quiera otros monarcas lo hacían, bueno, no así tan personalmente.
-Pues… sí. Son dulces y jugosos.
-¿Los ha probado con crema? Saben muy bien.
-Ah… sí, pero no me hacen muy seguido para que no aburra.
-Mm.
Él le regaló una luminosa sonrisa y ella devolvió una poco más tímida. Nerviosa por la situación en la que jamás se había encontrado, decidió regresar dentro del castillo. Link la siguió sin musitar palabra. La princesa se sentía extraña, muy pocas veces conversaba con alguien. Bueno, no fue una "conversación" propiamente dicha, pero el intercambio de palabras entre ella y alguien más no eran parte de su día a día, al menos no las pláticas casuales… solamente las diplomáticas. "Esto debe ser una cosa natural entre las demás personas… para mí es todo un evento. No suelo hablar con nadie" pensaba.
En la noche subió a su cuarto, dirigiéndose directamente a su armario a cambiarse a su ropa de descanso. Se sentó sobre la silla de la cómoda y vio algo que no debía estar ahí. Una rosa azul y otra carta. ¿Quién y cómo entró a su pieza para dejar eso? Ignoró la pregunta en su cabeza y abrió el sobre. Era similar a la anterior, le decían lo hermosa que era y lo mucho que la pensaban. No quiso tomar muy en serio aquellos escritos pero era todo tan nuevo para ella que no podía evitar el halago que le causaban las palabras de la persona misteriosa. Vaya día de sorpresas. Eso junto con la pequeña plática que tuvo con su escolta la hizo replantearse toda su actitud ante la vida. El papel de la fría princesa con centro de piedra la estaba marchitando por dentro. ¿Por qué no ser más relajada y amena con los demás? Sabía que eso debía terminar, pero también la razón de esos comportamientos tenía un peso: evitar el dolor. No era permitido para ella mostrar debilidad. La habían adiestrado bien en eso. Además, quitarse la máscara de roca que llevaba significaba abrirse ante los otros… confiar en alguien… ¿Pero quién? No. Aún no estaba lista para eso.
Cuatro noches después, tenía cuatro cartas más. A pesar de ser remitidas por alguien desconocido, aquellos papeles con dulces palabras, confortaban sus noches más oscuras. Primero pensó que el autor era un soldado, pero lo descartó. Ninguno se atrevería a una cosa así. Llegó a considerar hasta al cartero, aunque él no tenía manera de llegar a su habitación. Sospechó de Link, pero luego de revisar la firma en los papeles y el juramento de lealtad escrito el primer día, confirmó que la letra no era la misma. Sentada en su habitación, la divertía tratar de averiguar quién sería su admirador. Se sentía como una adolescente cualquiera tratando de saber qué chico le gustaba. Le atraía el participar de una actividad tan normal para una chica común del pueblo que para ella era negada. Se le notaba más relajada últimamente, menos seria. De vez en cuando repartía pequeñas sonrisas a los empleados seguidos de unos cálidos "buenos días".
-La princesa ha estado más feliz estos días ¿no?- preguntó Link a uno de sus compañeros soldados.
-Así es. La veo menos dura. ¡Quién sabe! Dicen las mucamas que ha de estar enamorada.
-¿Enamorada?
-Sí, corren muchos rumores. Algunas aseguran que se ve en secreto con algún cortesano. Otros, que tiene aventuras con un chico del pueblo y hasta dicen que está por casarse, pero yo no creo nada de eso. Ellas hablar por hablar.
-Mm, qué extraño. ¿Y de donde surgieron esos rumores?
-Parece que las sirvientas han leído unas cartas o algo así. Pero a mí nada de eso me interesa mientras no me afecte. ¿Quieres algo de tomar? Voy a la cocina.
-No, así estoy bien. Gracias.
Acababan de terminar el entrenamiento matutino. En unos minutos debía encontrar a Zelda en el portón principal. Irían a la ciudadela a visitar a las personas del pueblo. Él estaba emocionado, le agradaba estar junto a ella, especialmente ahora que le daba tenues sonrisas de vez en cuando e intercambiaban palabras eventualmente. Se apresuró a llegar al carruaje. La princesa aún no había llegado, pero minutos después apareció tras el portal tan majestuosa como siempre, con un vestido color lila de falda amplia y un recogido en el cabello al lado que la hacía ver muy elegante. Con toda la gracia que siempre la acompañaba, subió a su transporte y seguidamente su escolta también. Iniciaron el camino. Tras unos silenciosos quince minutos, la princesa cortó el aire con su controlada pero suave voz.
-Señor Link.
-Dígame, su majestad.
Ella retuvo sus palabras mientras lo observaba frente a ella. Había cambiado sus ropas verdes del entrenamiento por la armadura de caballero. Sin duda era de los soldados más apuestos de toda su guardia. Despejó todo tipo de pensamientos que pudieran producir una reacción notoria a través de sus mejillas y dirigiendo su mirada a la alfombra del carruaje y luego nuevamente a los ojos de Link. Continuó:
-Quisiera hacerle una pregunta y agradecería su sinceridad al contestarla.
-Por supuesto, alteza.
-He escuchado a las mucamas decir cosas- dijo con notas de una curiosidad inocente y traviesa en su voz. Un tono completamente nuevo para el valiente caballero- cosas sobre mí… y mi vida amorosa. ¿Sabe usted de qué tratan?
-…He de decirle que nadie me ha comentado directamente al respecto, pero he escuchado rumores… de alguna boda o aventuras… con alguien del pueblo.
Link estaba avergonzado por tener que contar tales cotilleos a la princesa, pero no tenía opción. Esperó una reacción de molestia por su parte; sin embargo, en su lugar, escuchó una fresca risa. Una risa que sus oídos jamás habían tenido el privilegio de experimentar.
-No lo puedo creer. Las sirvientas hablan mucho ¿no? No sé de dónde sacan esas conclusiones. Pero de todas maneras… son chismes inofensivos.
-O sea que… ¿no está enamorada?
-¡Qué voy a estarlo! No he conocido a ningún muchacho últimamente.
-Es que dicen que se le ve más alegre.
-…Bueno… eso es por… otras cosas. Personales.
Link entendió que no debía hacer más preguntas. Zelda se había sonrojado y volteó hacia la ventana terminando la conversación. "Qué linda se ve así…" pensaba el caballero. Continuó el viaje una hora más y llegaron al su destino.
La ciudadela, que ahora se encontraba llena de hielo y nieve, era muy pintoresca y animada. A la princesa le recordaba las veces que visitó con sus padres aquellas callejuelas de piedra y jugó con su nana y otros niños en la plaza durante las más floridas primaveras que presenció en su vida. Qué tiempos aquellos… tiempos que jamás volverán. Dejó la nostalgia a un lado y se reunió frente a una bonita casa, con un cortesano. Tenía que tratar algo sobre el exceso de nieve que bloqueaba algunas calles. Link se quedó fuera, esperando. Dos horas más tarde, la princesa salió de la casa y se tomó unos minutos para saludar a algunos pueblerinos que habían venido a verla. Era muy cortés a pesar de su constante seriedad. A Link le llamó la atención la calidez en especial que tenía hacia los niños. "Quizás su alma no está del todo congelada" pensó antes de que ella regresara y le indicara que ya era hora de irse.
Volvieron al palacio lo más rápido posible y justo antes del anochecer estaban ya de regreso. La nieve caía más fuerte que otras noches y se encendieron fogatas por todas las habitaciones. Zelda se fue a su pieza y se quedó ahí hasta el día siguiente.
Un par de semanas pasaron desde entonces y la princesa había recibido más cartas, la mayoría confesando un amor en secreto y otras, contando cosas personales sobre el misterioso remitente. Ahora sabía que este hombre desconocido gustaba de largas caminatas, de cabalgar en los días soleados y observar la lluvia de finales del otoño. Nunca pudo averiguar de quién se trataba, y dándose por vencida, decidió que algún día lo sabría.
Una mañana, Impa se acercó para darle preocupantes noticias. Los pueblos del norte estaban casi incomunicados por las fuertes tormentas invernales. Era preciso enviar ayuda cuanto antes.
-Debemos preparar una comisión de ayuda. Yo iré con las caravanas a la montaña y…
-¿Usted?- interrumpió su guardiana- puede ser muy peligroso.
-Impa, no puedo solucionarlo todo siempre desde aquí. Están habiendo revueltas y saqueos por toda esta situación. Si no hay una figura de autoridad, atacarán los carruajes y habrá caos. No sólo tengo que llevar provisiones, debo imponer orden.
-Podemos enviar a un embajador.
-Sí, pero sabes que durante todo el verano, las aldeas más lejanas se quejaban de mí. Dijeron que la corona los había abandonado y tienen razón. Ellos necesitan confiar en mí y saber que tienen mi apoyo.
A pesar de su desacuerdo, la anciana sheikah tuvo que aceptarlo. La princesa estaba en lo correcto, era necesario. De inmediato llamaron a Link, su escolta que esperaba fuera del salón y le comunicaron los hechos. Sin ningún titubeo aceptó acompañar a su soberana en el viaje, la acompañaría hasta el fin del mundo si fuera necesario con tal de asegurarse que estaría bien. El bienestar de Zelda era lo único que le importaba... sentía un cariño inexplicabla hacia la princesa, en el fondo, sabía que bajo toda esa seriedad que siempre mostraba, había un centro tierno y dulce, como para recrearse en la belleza de su alma, comparable únicamente con su belleza exterior. Listo para ir siempre al lado de su futura reina, se alistó para el viaje. Partirían la mañana siguiente.
La segunda parte ya está escrita, la subiré en un par de días porque le haré unas revisiones n.n gracias por leerla :) si tienen alguna sugerencia háganmela saber para incluirla o revisar de nuevo la próxima parte.
Nos leemos pronto :D
