NA: Este fic participa en el concurso realizado por Pam Ch para conseguir un audiofic. No es mi mejor trabajo, pero igualmente quería participar :D
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(Sin espacios ni asteriscos)
Delicado.
Hermione cogió su carpeta y abandonó su puesto de trabajo unos minutos antes de que terminara su jornada laboral. Era consciente de que necesitaba recorrer todo el Ministerio para llegar a su destino: el despacho de Draco Malfoy. Él no sabía que iba, había decidido no avisarle para evitar una negativa por su parte. Era muy consciente de que siempre estaba ocupado para ella, pero aquel día tendría que escucharla. Y le daba igual si su sola presencia le hacía chirriar los dientes a modo de repulsa.
Sus pies se clavaron al suelo cuando estuvo frente a su puerta. De repente se sentían pesados, como si la carga emocional que llevaba constantemente en sus hombros se hubiera materializado por arte de magia y la hundieran en el sitio. Tragó saliva. No podía permitir que su determinación se viera mermada por la sola idea de encontrarse frente a él después de tanto tiempo. Se tomó unos segundos para llenar sus pulmones de aire y expulsarlo lentamente por la boca. Necesitaba que su acelerado ritmo cardíaco volviera a niveles normales antes de abrir esa puerta, tenía que estar serena para conseguir su cometido.
Al fin, sus dedos se posaron en el pomo de la puerta y lo presionaron suavemente para abrirla. Sus ojos se encontraron con la frialdad de los suyos cuando levantó la mirada del suelo.
—Los informes que tengas que entregar se los puedes dejar a mi secretaria —dijo él con aspereza al percatarse de su presencia.
—No estoy aquí por temas de trabajo —aclaró ella, dando un par de pasos al frente para entrar en la habitación—. Vengo por nuestro hijo.
Hermione lo vio echarse hacia atrás en su asiento mientras la miraba con ojos entrecerrados. Pasaron unos segundos hasta que movió su varita e hizo que la puerta se cerrara bruscamente tras ella. Luego le hizo un gesto con la mano para que se sentara. Ella salvó la distancia que había hasta su escritorio y se sentó con cuidado frente a él. Su escrutinio la ponía tan nerviosa que decidió colocar la carpeta sobre sus piernas para disimular su temblor.
—¿Qué ocurre?
Hermione tuvo que armarse de valor para volver a hablar. Le costaba horrores no desviar la mirada de él, aquellos penetrante ojos se clavaban en ella de una manera que provocaban que su pecho ardiera en ansiedad.
—Hoy es su cumpleaños…
—Lo sé —le interrumpió él.
—Me ha pedido que lo celebremos juntos.
Las facciones de Draco se endurecieron con sus palabras.
—El trato era que tú te encargas de organizarle una fiesta y yo otra —le dijo con voz firme, aunque en ella había un atisbo de recriminación implícito.
Conocía aquel trato a la perfección, no necesitaba que le recordara que lo habían pactado así desde antes de que el niño naciera.
—Nuestro hijo no quiere celebrar dos fiestas separadas, lo que quiere es ver a sus padres juntos el día de su cumpleaños.
—Tiene cinco años, ya se le pasará —sentenció él con aire petulante.
Hermione se miró las manos entrelazadas en su regazo con el ceño fruncido. Necesitó volver a tragar saliva para deshacer el nudo que se había formado en su garganta. Scorpius rara vez los había visto juntos, mucho menos cruzar más de un puñado de palabras entre ellos. Sabía que la hostilidad que se profesaban estaba afectando negativamente a su hijo, necesitaban empezar a limar sus asperezas por el bien del niño. Diablos, se suponía que ellos eran los adultos.
—Sí, tiene cinco años —dijo Hermione con rotundidad. Sus manos se aferraban al borde de su carpeta mientras mantenía la mirada fija en los grisáceos ojos del hombre—. Pero algún día crecerá, y cuando lo haga no será a mí a quien tenga que reprocharle no haber intentado llevarse bien con su padre.
Se levantó del asiento y sostuvo la carpeta muy pegada a su pecho mientras se daba la vuelta y caminaba hacia la puerta con paso firme. No, Scorpius no tendría nada que recriminarle. Con la mano ya puesta en el pomo de la puerta y dispuesta a salir de allí cuanto antes, una voz a su espalda la hizo parar en seco.
—¿Y Potter y los demás?
Hermione se giró lentamente para volver a enfrentarlo. Su férreo semblante se había suavizado un poco, aunque ahora clavaba la vista en los papeles que había sobre su escritorio.
—He cancelado la fiesta con ellos, pueden venir a felicitarlo en cualquier otro momento —dijo ella, la voz quebrándosele un poco al final—. Iremos a comer a su restaurante favorito, a la una.
Y dicho aquello, se dio media vuelta y se fue.
Aquel era uno de esos días en los que daba gusto estar en la calle. El frío y húmedo tiempo inglés les había dado una tregua para contemplar el cielo azul. Los pájaros cantaban sus canciones en las copas de los árboles y una agradable brisa primaveral acariciaba su rostro con suavidad, trayéndole la esencia de las flores más cercanas al lugar.
Hermione había decidido sentarse en la terraza del restaurante. Las mesas de su alrededor estaban ocupadas por otras familias que, como ella, habían querido disfrutar del buen tiempo que se les brindaba.
Scorpius jugaba distraídamente con una servilleta de papel y Hermione lo observaba con un atisbo de preocupación en el rostro. Se arrepentía de haberle dicho que su padre vendría. Draco Malfoy era tan impredecible que, aunque le hubiera dado a entender que iría, podía perfectamente no aparecer nunca. No tenía manera de saber lo que iba a pasar y eso la ponía tremendamente nerviosa. Lo último que quería era ver decepción en los ojos de su hijo el día de su cumpleaños.
Hermione le daba golpecitos con el dedo al hielo de su bebida. Ya llevaban un buen rato sentados y estaba empezando a perder la esperanza, pero el hecho de que su hijo se levantara de la silla le hizo alzar la mirada de inmediato. Scorpius salió corriendo hacia los brazos de su padre, quien lo alzó en el aire y le dio un beso en la coronilla antes de dejarlo en el suelo. Ella los vio acercarse de la mano sin poder contener una pequeña sonrisa en la comisura de sus labios. Ambos se sentaron a la mesa y un elfo con delantal se apareció ante ellos para tomarles la comanda.
Scorpius no podía dejar de mirar a sus dos padres, sentados uno a cada lado de la mesa. Una luz de alegría iluminó su carita cuando los vio hablar por primera vez.
—Me alegro de que hayas podido venir —dijo Hermione.
—He tenido que cancelar unas cuantas reuniones —comentó él con sorna, aunque su rostro se suavizó un poco cuando miró al niño—. Pero tenía ganas de darle el regalo de cumpleaños a mi hijo.
Metió la mano en el bolsillo interior de su túnica y sacó un sobre blanco con unas letras doradas escritas con una caligrafía exquisita. Lo puso sobre la mesa y lo desplazó hasta Scorpius, quien lo tomó y leyó su nombre sin dificultad.
—¿Para mí? ¿Puedo abrirlo? —preguntó el niño.
—Por favor —respondió Draco.
Scorpius abrió aquel sobre y sacó unos billetes de avión de su interior.
—París… —murmuró. Luego contó los billetes, miró a sus padres de manera intermitente y abrió mucho los ojos de la sorpresa—. ¿Nos vamos los tres a París?
Draco se tensó un poco en el sitio y Hermione se pasó una mano por el pelo para disimular.
—Sí, nos vamos tú, Astoria y yo —respondió.
—Ah —el descontento en el semblante del niño era evidente. Astoria era su madrastra y la encargada de recogerlo y llevarlo con su padre cuando le tocaba. Hermione sabía que era una buena mujer, de eso no tenía dudas. Podía confiarle a su hijo y quedarse tranquila de que estaría bien… pero Astoria no era ella, Astoria no era su madre.
—No te veo dándole las gracias a tu padre —le reprendió Hermione.
—Gracias —dijo Scorpius, volviendo a meter los billetes en el sobre y dejándolo sobre la mesa con desgana.
—Astoria está deseando verte mañana, y tus abuelos también —le dijo Draco—. Ya verás qué fiesta más divertida vas a tener.
Los platos llegaron y todos empezaron a comer en silencio. Con el paso de los minutos Scorpius se fue olvidando del tema de los billetes y empezó a contarles a sus padres unas cuantas anécdotas divertidas que solo un niño puede relatar. Draco y Hermione le sonreían y hacían preguntas para que siguiera hablando. Lo escucharon con atención hasta que terminaron de comer y les preguntó si podía ir a jugar al parque que había frente al restaurante. Ambos lo siguieron con la mirada hasta que lo vieron llegar y empezar a jugar con otros niños.
Hermione suspiró y se acomodó en su silla. Los nervios del principio se habían ido disipando y ahora se encontraba relajada a su lado.
—No pensé que pudiéramos llegar a hacer esto —dijo ella con tranquilidad.
—Yo tampoco —confesó él.
Hermione lo miró por el rabillo del ojo, no dejaba de seguir con la mirada los movimientos de su hijo unos metros más allá.
—Todavía recuerdo todos los momentos que compartimos en nuestro paso por Hogwarts.
Draco giró la cabeza hacia ella con asombro. Hermione le dedicó una pequeña y triste sonrisa. Podía notar cómo sus palabras habían provocado que su pecho empezara a subir y bajar con más intensidad… y contra todo pronóstico, Draco separó los labios y exhaló el aire de sus pulmones antes de volver a hablar.
—Yo también.
Hermione asintió. Se había preguntado infinidad de veces si todo lo que vivieron en su juventud había sido una ilusión. Solo eran un par de adolescentes intentando descubrir por qué sentían lo que sentían cuando no debía ser así. Habían sido unos años llenos de un romance atípico que calaba en los huesos de ambos, un tira y afloja entre dos personalidades tan opuestas que siempre terminaban lanzándose, ya fueran insultos o a los brazos del otro. Los enfrentamientos eran inevitables, daba igual que fuera entre la multitud de los pasillos o en la soledad de sus camas.
—Todo cambió tan rápido… —dijo Hermione con un hilo de voz—. No lo vi venir. De verdad que no lo vi venir.
—Fue un momento delicado.
—Lo sé —respondió ella.
Sus ojos volaron hacia el pequeño que se divertía en los columpios. El anuncio de su llegada los dejó a todos desconcertados. Él casi queda desheredado y ella sin amigos. Ambos habían traicionado a alguien en su loca y tórrida aventura, y no faltó el que los tachó de inconscientes cuando todo quedó al descubierto. Hermione extendió la mano sobre la mesa para colocarla encima de la de Draco. Su roce lo hizo temblar levemente. Alguna vez se habían querido tan fuerte que el amor les había regalado un pequeño niño rubio con el corazón de oro. Y sí, tal vez debieron estar locos todo el tiempo que duró, pero sin duda volvería a perder la cordura una y otra vez. Quizás no habían sido lo suficientemente maduros como para saber llevar una cosa tan delicada como el amor, y aunque supiera que se rompería de nuevo y los trozos volverían a esparcirse por doquier, daría marcha atrás y pasaría por todo aquello una infinidad de veces más.
¿Me dejas un review? :D
Cristy.
