[CONTRATO]
Alrededor del 10 de octubre, que no solo es día de fiesta en california sino también mi cumpleaños, me sucedieron tres cosas. A parte de cumplir los veinticinco, recuerdo la fecha por lo siguiente:
La reconstrucción de mi domicilio toco a su fin y volví a instalarme en el.
La esposa de un tal Clyde Dietz, me contrató para que fuera al desierto de Mojave, en busca de su madre.
Me situé entre los primeros puestos de la lista de víctimas de Tyrone Millhone, un psicópata en potencia.
No he enumerado los tres acontecimientos por orden de importancia, sino por el orden que se me hace más fácil de explicar.
Para quién le interese, me llamo Uzumaki Naruto, y soy investigador privado, con licencia expedida por las autoridades del estado de california, porque aunque no nací en estados unidos, soy de origen japonés, se me hizo fácil reubicarme y adaptarme al lugar.
Tengo, a partir de ahora, veinticinco años. Siempre he llevado mi cabello rubio con corte bajo, pero he decidido dejarlo crecer para ver cómo me queda. Por lo general me lo cortó yo mismo, ya que mis ingresos no me permiten pagar los 28 dólares de una barbería.
Tengo ojos azules, y una nariz que me han roto un par de veces, pero que aun sigue con su cometido bastante bien. Si me pidieran calificar mi aspecto en una puntuación del uno al diez, me negaría rotundamente, suelo ser aseado y quisquilloso con la ropa, me voy por lo cómodo, como todo libra.
Desde año nuevo venia hospedándome en la casa de mi jefe, Jiraiya, ya que se creyó culpable de lo sucedido en mí domicilio, que está situada justo detrás de la suya. Lo cierto fue que no pude rehusarme, pues aparte de no tener a más nadie en el mundo, estaba en banca rota.
¿El motivo de que mi casa volara por los aires?, un carro bomba.
¿El culpable?, se presume era el sujeto que me tenia de tercero en su lista de venganzas.
Según parece, en la naturaleza hay una ley que estipula, que toda reparación domestica debe duplicar el coste calculado en el presupuesto y multiplicar por cuatro el tiempo previsto. Ello explicaría por qué, después de diez meses de trabajo intensivo, se había planeado inaugurar por fin el monumento con el boato propio de un estreno cinematográfico. En lo tocante a la nueva casa, yo no las tenía todas conmigo, porque no estaba completamente convencido de que fuera a gustarme lo que el mismo ero-sennin había tramado a la hora de trazar la nueva planta y diseñar la decoración interior. Se había mostrado muy reservado y también sumamente complacido desde que las autoridades aprobaron su proyecto. Lo que me preocupaba era que al echarle el primer vistazo se me notara en la cara la desilusión.
De todos modos no podía quejarme, ya que mi jefe me había dejado en un excelente precio la propiedad, justo antes de que esta terminara hecha añicos.
Aquél jueves desperté a las seis en punto, salte de la cama, rebosante de energía y me puse la ropa de deporte. Me cepillé los dientes, me lavé la cara, hice unas flexiones de rutina y salí del lugar, no sin antes despedirme de Tsunade-oba chan y robarle unas tostadas que estaba preparando.
Santa teresa suele estar cubierta de niebla durante varios meses, y el clima es tan soso y monótono como el zumbido de la pantalla de un televisor al acabar las emisiones nocturnas. Las playas de invierno se vacían y las piedras van quedando al descubierto a medida que las mareas se llevan la arena del verano. En julio y agosto había llovido mucho, pero al entrar en septiembre habían vuelto el buen tiempo y el cielo despejado. Las corrientes primaverales nos devolvían la arena y las playas estaban otra vez a punto de caramelo para los turistas que comenzarían a invadir dentro de poco.
Fue un amanecer digno de verse, las nubes matutinas surcaban los cielos dejando una estela de copos grisáceos y el sol acariciaba su vientre con dedos de un matiz rosa intenso.
Había bajado la marea y la playa parecía prolongarse hacia el horizonte como un espejo de plata que reflejaba el firmamento. Hice footing a lo largo de ocho kilómetros y una hora más tarde volvía a estar en casa, tiempo para que la parejita de tortolos con los que vivía me canturrearan, al unisonó ¡Cumpleaños feliiiiiiiiiz!, mientras que Tsunade sacaba del horno un pequeño pastel moteado de chocolate. Que me canten canciones no es mi entretenimiento favorito, pero mi jefe y su esposa lo hicieron tan mal que termino por hacerme gracia.
Les agradecí con una pequeña reverencia, lo cierto es que no estoy acostumbrado a ciertas cosas, y que alguien me felicite en mi cumpleaños, es una de ellas.
Me duché, me puse unos tejanos, una franelilla unicolor y mis Adidas, que jamás pueden faltar, y minutos más tarde recibía de manos de mi jefe, y auto proclamado padrino, las llaves de mi casa, envueltas en un estuche de regalo.
Jiraiya apenas podía contener su emoción. Salimos ceremoniosamente los tres por el pasillo que iba al patio, está conectaba con la calle de atrás que daba directo a la puerta principal de mi domicilio.
Estuvimos unos minutos contemplando la fachada: dos plantas pintadas de color crema y esquinas achaflanadas, un estilo que yo calificaría de modernista. Por fin, mi padrino me dejó girar la llave, luego de que Tsunade le golpeara por intentar alargar las explicaciones, según él, para aumentar el suspenso.
No me había formado alguna idea previa del interior, me había esforzado por no fantasear al respecto, pero lo que vi me dejo sin habla. Parecía el camarote de un barco. Las paredes eran de teca y roble pulidos a más no poder y por todas partes había estantes y cubículos. La cocina se encontraba a la derecha, como la anterior, y la habían organizado igual que en los jates, a la sala de estar le habían añadido una especie de mirador, con un sofá cama incorporado.
En la vivienda anterior solía dormir desnudo en el sofá, envuelto en un edredón. Por fin voy a tener un dormitorio de verdad.
Subí y me quede boquiabierto al ver la cama de matrimonios con cajones empotrados en la parte inferior. En la parte del techo que quedaba encima de la cama había una abertura cilíndrica que se prolongaba más allá del tejado, cubierta con espejos, uno de mis sueños eróticos y una claraboya que mostraba el cielo, que parecía bañar de luz la estancia. Había de todo, el closet empotrado poseía innumerables divisiones: para los zapatos, la ropa delicada, la ropa diaria. Claro si tuviera alguna, pues la explosión se llevó todo con ella, dejándome lo que llevaba puesto, una camisa multiuso que siempre llevaba en el auto y la ropa de deporte que estaba tendida afuera de la casa.
Había un cuarto de baño adjunto con un juego de ducha y bañera hundida en el suelo. Al nivel de está había una gran ventana. Me podría bañar entre la copa de los árboles y mientras, contemplar las nubes que se amontonarían sobre el océano.
― La planta de arriba la decore yo― habló de repente la única mujer que nos acompañaba, al darse cuenta de lo idiotizado que yo estaba. ¡MALDICION! Si hasta los jabones y las toallas del baño concordaban perfectamente con los diseños.
Después de inspeccionarlo todo, voltee sin saber que decirle a la pareja. Era más importante para mí de lo que ellos creían. Está casa era lo que ahora me hacía parte de algo, una comunidad, una familia.
―Eres como un hijo para nosotros, no lo olvides niñato― declaró el peliblanco adivinándome el pensamiento, algo abochornado por las palabras, pero sumamente complacido ante mi cara.
Con las lagrimas apunto de salírseme los abrace a ambos, luego tosí un poco para eliminar poco a poco ese ambiente empalagoso que yo mismo había creado.
Se fueron al cabo de unos minutos, luego de que Tsunade nos convenciera de brindar con algo de sake, la verdad no se me da bien el alcohol. Una vez estando solo, me puse a resolver todos los armarios, todos los cajones, aspirando el aroma de la madera, escuchando los fantasmagóricos crujidos que producía el viento en las vigas del techo, hoy no dormiría.
Tarde quince minutos en trasladar mis enseres. Pues la misma dichosa bomba había destruido casi todo lo que poseía. Con el dinero del seguro había comprado algunas cosas y prendas, la mitad la había gastado en la reconstrucción del lugar y lo restante estaba a plazo fijo en un banco, ganando y ganando intereses.
Salí a las nueve y cuarto, agradeciéndole de nuevo a una entusiasmada Tsunade que se encontraba en su amplio jardín, regando sus flores, pues disfrutaba unas vacaciones de su trabajo en el hospital.
Puse rumbo a la oficina, que estaba en el centro de la ciudad, a diez minutos de distancia. En el fondo deseaba quedarme, pasearme una y otra vez por mi nuevo domicilio como capitán de barco que se dispone a emprender un viaje fabuloso, pero había facturas y recibos que pagar, también llamadas que contestar.
Por si no lo había mencionado, no trabajo solo, somos un grupo de investigadores privados, que aunque cada quien trabaja en casos individuales, a la hora de tiempos difíciles eran personas en las cuales podía confiar; ese era el caso de Sai, Sakura, Shikamaru, Kakashi y el cabecilla, ero-sennin.
Solucioné ciertas minucias al entrar en mi oficina, rellenando un par de facturas que tenía congeladas.
Revise, como todos los días los mensajes en el contestador, el último nombre de la lista de llamadas telefónicas era de una tal Jermaine Dietz, el mensaje indicaba devolver la llamada lo antes posible.
Marqué su número mientras que me hacía con un taco de notas. El pitido sonó dos veces, descolgó una mujer.
― ¿La señora Dietz?
― Si― había un tono de cautela en su voz, como si fuera a pedirle algún donativo para una obra de caridad.
―Soy Naruto Uzumaki y he recibido su mensaje
Se produjo un silencio durante una fracción de segundo y de pronto pareció recordarme.
― Ah, sí, Uzumaki. Le agradezco su rapidez. Me gustaría discutir con usted ciertos asuntos, pero no se conducir y preferiría quedarme en casa. ¿No podría pasar usted por aquí? Hoy mismo, cuando guste.
― Por supuesto, ttebayo- respondí. Me dio la dirección y como según mi agenda no tenía nada más que hacer, le dije que estaría en su casa en menos de una hora. Según la dirección, la casa estaba algo cerca de la oficina.
Me iba a encaminar al sitio, total, aunque según su voz pude reconocer que no había apuro, trabajo es trabajo. En eso llego Sai, seguido de Sakura.
―Buenos días chicos― les dije muy campante, tratando de no parecer extraño, pero es que no quería que recordaran que día era hoy.
―No creas que se nos olvida que es tu cumpleaños, idiota ― respondió directa, como siempre Sakura, quien extendió su mano derecha, un pequeño paquete rosa descansaba en ella. ― Se que no te gustan los regalos, pero no me resistí, este se parece a ti― me dijo cambiando su tono de voz, de amenazante a apenada, hay que ver que las mujeres sí que son extrañas.
No pude ni agradecerle a Sakura su molestia, cuando ya tenía a Sai peligrosamente muy cerca de mí, traté de retroceder, pero este no me lo permitió. Me abrazó fuertemente, haciendo crujir los huesos de mi columna.
― ¿Qué haces, idiota?- exploté, pues las muestras de cariño sorpresivas no eran mi fuerte.
― Leí en una pancarta que el mejor regalo siempre era brindar afecto― respondió él moreno como si nada ― ¿O deseabas un beso?― dijo divertido Sai, logrando su cometido, hacerme enojar.
Sakura debió sostenerme para no estrangular a cierto insensible. En fin, ese era el pan de cada día.
― Esto es para ti cabeza hueca ― extendió Sai su incolora mano, dándome una segunda caja, un poco plano, esta vez de color azul. ― Lo otro solo era parte del regalo― sonrió, pasando de mi, directo a su oficina. A veces, y solo a veces, me pregunto que pasara por su mente.
― ¡Ah! Gaara habló, que lo llamaras en cuanto pudieras― me explicó mi amiga peli rosa, marchándose también.
Una vez solo me dispuse a abrir mis regalos, como infante.
El de Sakura era un perfume, con un aroma varonil cautivante y por Sai un cuadro, con la foto de nuestro grupo de trabajo, y una pequeña dedicatoria por la parte posterior.
Te queremos, cabeza hueca
Una sonrisa se me escapo, pues aunque no lo reconozco a menudo, estos idiotas paranoicos son mis amigos.
Ya llamaré a Gaara cuando regresase.
Decidido salgo del lugar, subo en mi auto, un Volkswagen del 84. La dirección que me había dado resultó ser una callejuela tranquila, no muy lejos de mi oficina, donde se alzaban las casonas más antiguas de la ciudad. Estacioné el coche en frente de la casa y cruce la puerta crujiente que daba al jardín. El edificio estaba hecho una ruina, me acerque a la puerta principal, apreté el timbre mientras observaba la fachada. La casa sin duda databa de los años veinte y no tenía ni un ápice de elegancia, expresamente para un comprador entre la clase media y media alta de antaño. En la actualidad, a pesar de su aspecto, debía costar por lo menos medio millón de dólares, quedando lejos del alcance del ciudadano corriente.
Me hizo pasar una linda chica de color, vestida con un uniforme amarillo canario, de cuello y puño blancos.
― La señora Dietz está arriba, en la terraza ― dijo amablemente señalándome las escalares.
Subí, no sin antes echar un vistazo a la ancha chimenea de ladrillo que estaba en la sala, flanqueada por librerías con portezuelas de vidrio emplomado, y grandes alfombras de lana. Toda la casa olía a coliflor y a curry.
Al final de la escalera había un cancel que comunicaba directamente con la terraza. El tráfico de la avenida principal, a dos calles, producía un murmullo parecido al sonido de las olas. La señora Dietz estaba recostada en una tumbona, con una manta de cuadros sobre las piernas. Aunque el día era cálido, allí arriba hacía un poco de frio. La mujer era delgada como un palillo y su rostro tenia la palidez propia de quien está muy enfermo.
Me pareció una de esas mujeres que hace un siglo habrían permanecido internadas mucho tiempo en un sanatorio, aquejadas de lo podemos llamar ansiedad, tristeza, adicción al láudano o aversión por el lecho matrimonial. A pesar de su aspecto parecía joven. Quizá unos cuarenta y tanto, o menos; la enfermedad de por si es un mecanismo envejecedor.
― ¿La señora Dietz?
La pobre sufrió un sobresalto y abrió de repente unos ojos que se inundaron de un verde opaco. Por segundos pareció desorientada.
― Usted debe ser Naruto― Murmuró. ―Soy Jermaine Dietz― Me tendió la mano izquierda y estrecho la mía con dedos fríos y sarmentosos.
― Disculpe si la he asustado.
― No se preocupe. Soy un manojo de nervios. Por favor coja una silla y siéntese. Duermo mal por la noche aprovecho cualquier oportunidad para echar una cabezada.
Mire a mi alrededor y en un rincón de la terraza vi tres sillas blancas de jardín que formaban una pila. Cogí la de arriba, la acerque a la tumbona y me senté.
― Es usted más joven de lo que me figuraba ― me observó con atención, al parecer obtenía su visto bueno aunque no sabría decir a propósito de que.
― Ya soy mayorcito ― Dije con una sonrisa tonta ― Hoy es mi cumpleaños número veinticinco.
― Pues felicidades, espero no estar interrumpiendo ninguna celebración.
― En absoluto.
― Yo tengo cincuenta y siete ― esbozo una ligera sonrisa ― ya sé que parezco una vieja bruja, pero aun soy relativamente joven.
― ¿Ha estado enferma?
― Es una forma de decirlo. Nací y me crie en el desierto, odio el mar y más odio tanto espacio verde junto. Pero por cosas de mi marido nos mudamos acá hace poco. Mi salud no ha hecho más que empeorar desde que nos vinimos a california. Los médicos no me ven nada anormal. Es angustioso creer que Clyde piense que me hago la delicada. Pero no es así. Todas las mañanas me despierto presa de un nerviosismo enervante, como con un peso terrible en el pecho.
― ¿Se refiere usted a ataques de pánico?
― Así los llama el médico― dijo
Murmure un no sé que para salir del paso, ella pareció notarlo así que fue directo al grano.
― ¿Que sabe usted de Hormigón?
― ¿El Hormigón?
― Nada me supongo. No me extraña. El Hormigón se encuentra en el desierto de Mojave. Durante la segunda guerra mundial los marines tuvieron allí una base. Ya no existe, solo quedan los cimientos. En los inviernos bajan los mal llamados golondrinas, que son personas que huyen del frio espeso. Allí fue donde me crie. Mi madre, que yo sepa sigue viviendo en ese lugar. Las condiciones de vida son sumamente primitivas. Ellos viven como los gitanos, mi madre es una de las pocas residentes fijas pero hace meses que no se de ella. No tiene teléfono ni dirección oficial. Estoy muy preocupada. Quisiera que alguien fuese allí y compruebe que este bien.
― ¿Cada cuanto suele ponerse en contacto con usted?
― Una vez al mes. Siempre me llama de alguna gasolinera cuando va a comprar provisiones.
― ¿Dispone de algún ingreso? ¿Cobra algún subsidio de la seguridad social?
― No, solo tiene los cheques que le envió.
― Si no tiene dirección oficial ¿Cómo le llega la correspondencia?
― Tiene un apartado de correos o solía tenerlo.
― ¿Y los cheques los ha seguido cobrando?
― Creo que no, no me aparecen en los extractos que me envía el banco.
― ¿Cuándo fue la última vez que se comunico con ella?
-En mayo, le mande dinero y llamó para darme las gracias.
― ¿Qué me dice de la policía? Nos podrían ayudar a localizarla
― Me resisto a avisar a la policía. Mi madre es muy recelosa con su intimidad. Es una mujer insoportable cuando esta de malas.
― ¿No crees usted que seis meses es mucho tiempo como para andarse con escrúpulos?―dije cauteloso, no quería sonar grosero, solo realista.
Se le encendieron las mejillas.
― Ya lose, pero esperaba tener noticias de ella en cualquier momento. Hablando con sinceridad no quería hacerla disgustar, se lo advierto es una mujer terrible cuando está furiosa.
Medite la situación y sus posibilidades.
― ¿Que he de hacer para localizarla?
Metió la mano por debajo de la tumbona y extrajo un arrugado sobre.
―La última nota que me envió. Y dos fotos que hice hace tres años. Aquí también tengo un mapa de donde está aparcado el remolque. De sitio no ha cambiado, se lo aseguro. Por cierto mi madre se llama Yolanda Graftóne.
― ¿Y no tiene ninguna foto suya?
Divagó unos instantes.
― Pues no, pero todos la conocen, no creo que se le haga difícil localizarla si aun está allí.
― ¿Y qué hago cuando la encuentre?
― Ante todo informarme de su estado de salud. Luego ya pensare lo que más me convenga. ¿Acepta el caso?
― Si le parece bien puedo partir mañana mismo
― Estupendo. Necesito que me deje cierta información, para localizarlo a usted personalmente.
Anote mi dirección y mi número móvil al dorso de la tarjeta.
― Le ruego que sea discreta, no suelo dar esta dirección a cualquiera.― dije y le entregue la tarjeta.
―No se preocupe, gracias.
Discutimos las condiciones de transacción. Había llevado conmigo un modelo de contrato y lo rellenamos a mano. Me dio un anticipo de 700 dólares. No me tocaba un caso de búsqueda de personas desde junio. Lo tomé como un bonito regalo de cumpleaños.
Salí de la casa de los Dietz a las doce y cuarto, fui directamente a un McDonald`s para celebrar el acontecimiento con una súper hamburguesa con queso.
A eso de la una estaba otra vez en mi domicilio sintiéndome satisfecho de la vida. Nada más al abrir la puerta se puso a sonar el teléfono.
― ¿Naruto? ¿Naruto eres tú?― oí una voz con un ápice de ansiedad en ella, supuse que era Gaara, un buen amigo, era el jefe de un bufet de abogados del condado vecino que hacía de fiscal de distrito, quien en conjunto y con ayuda del juez Sarutobi, encerramos por unos años a Tyrone Millhone, por robo a mano armada, actitud violenta y cuatro asesinatos. Aun no se contaba el carro bomba que destruyo mi propiedad, ya que no se pudo verificar exactamente si era culpable, aunque nosotros no teníamos dudas.
― ¿Gaara?
― Sí, soy yo. ¿Qué hay?
― El momento es bueno― Dije ― ¿Cómo anda todo?
― Por ahora sin novedad, aunque hay ciertos rumores, que fueron constatados por nuestros infiltrados en prisión-
― ¿De qué trata?
―Escucha, ahora viene lo más interesante. Por lo visto hace dos semanas Tyrone contactó con otro preso para una especie de contrato de homicidio cuyas víctimas éramos nosotros dos y el juez del distrito, el viejo Sarutobi.
Fruncí el ceño al auricular mientras me tocaba el pecho con el dedo
― ¿Cuándo dices nosotros dos, me incluyes a mi también?― solté con voz nerviosa. No podía negar que me dio un escalofrío, pues las escenas criminales de ese psicópata eran unas de las más espantosas que había visto. Desde violación hasta torturas inhumanas.
― Exacto, por suerte el otro preso era un confidente que nos lo comunico enseguida.
― Pero lo dices en serio― inquirí con resuelta inconformidad en mi voz y apretando los puños, la verdad no solo me ponía nervioso, pues estaba seguro de que ese sujeto no descansaría hasta eliminarme, ya lo intentó una vez, que lo haga por segunda vez no quería decir nada.
―Aun falta lo peor Naruto, está pagando cinco mil dólares por los tres ¿Puedes creerlo? Eso es una miseria ― Dijo riendo sin ganas debido al chiste de mal gusto que había soltado, algo común cuando está nervioso― y por lo que se oye en una grabación que llego a mis manos, cabe la posibilidad de que haya arreglado con más gente, no sabemos con quien. Eso es lo que nos preocupa, que haya ya uno que otro desalmado actuando contra nosotros. El juez y yo estamos protegidos por agentes armados, aunque tu sabes que no es mi estilo.― Soltó un suspiro ― Lo más sensato es que hables con tus compañeros y con la policía de santa teresa para que te pongan protección, me preocupas Naruto, él ya intento dañarte una vez.
―Yo no estaría tan optimista, la policía de acá no tiene el presupuesto ni el personal para algo así y además tu más que nadie sabe que no me gusta preocupar a nadie.
― No te creas, la protección que nos brindan no será eterna, a la sumo cuatro o cinco días, después veremos cómo nos las arreglamos. Mientras podrás contratar a alguien por tu cuenta. De manera provisional, claro.
― ¿Un guardaespaldas?― dije curioso.
― Bueno, alguien versado en técnicas de seguridad.
―Tendré que pensarlo― dije después de titubear unos segundos, mi mente estaba estudiando mi presupuesto.
― Conozco a cierto individuo. Es detective privado, es un pesado pero es magnífico en su trabajo.
Por momentos me pareció extraño que Gaara hablara tanto, creo que en los años que llevo conociéndolo, esto es lo más que ha gastado saliva en mi persona, claro sin contar hace unos meses cuando nos embriagamos y terminamos cantando karaoke.
― ¡Claro! un engreído es lo que necesito.
Se echo a reír casi silenciosamente. Ese sí que es el Gaara que conozco, algo retraído.
― Se llama Uchiha Sasuke, precisamente hable con él hace un par de días, creo que está disponible.
―¿Uchiha Sas…?― Di un respingo que casi me hace caer del sofá de mi sala en el cual me había acomodado.― Lo conozco― dije nerviosamente ―hace más de un año que me lo presentaron en una fiesta, le ayude en un caso― Las palabras para definir a aquél hombre: Misterioso… y cautivante. Aun no recordaba con eficiencia lo sucedido en esa noche de festividad, el alcohol se me subió a la cabeza, solo sé que amanecí en un lugar que no era mi casa y abrazado a algo que no era una almohada, solo de recordarlo siento el calor de la sangre subiendo a mis mejillas.
Tome nota del número del Uchiha.
― Naruto debo colgar acabo de recibir una llamada de emergencia, no dejes de contarme lo que decidas.
― De acuerdo, gracias por todo Gaara, y cuídate.
― Tu también. ¡Ah! Y FÉLIZ CUMPLEAÑOS, Naruto― dijo y colgó, sacándome una sonrisa.
Puse el auricular en su sitio. ¿Un contrato de homicidio? ¿Cuántas veces habían querido matarme en los últimos doce meses? ―Bueno no tantas― dije poniéndome a la defensiva contra mi lado realista. Pero aquello era distinto. Nadie jamás, bueno que yo me enterara, me había incluido en un contrato como objeto de la transacción. Esta noticia no dejaba de tener sus puntos extraños. Ante todo, me costaba imaginar que alguien viviese de aquello. ¿O es que era un trabajo de temporadas? ¿Se habría puesto un precio reducido por ser tres víctimas?, la verdad aun no me entraba en la mente aquella noticia. Aunque si lo veo por le lado frio ¿Qué mas quería? Tenía una compañía distinguida, un jefe de bufet y fiscal de distrito y además a un juez.
Miraba y miraba el número de Uchiha, aun sin sentir ánimos de llamar, tal vez el problema se solucionase antes de verme obligado a tomar medidas de protección. Por ahora no tenía sentido decirles a los chicos y menos a mi jefe, que de seguro se pondría paranoico.
Editado el 15 de diciembre de 2011 (Pido disculpa a quien leyó esta barbaridad en el estado anterior)
