Él ya no va a volver.

Se repetía eso siempre, porque no podía entender porqué la había abandonado.

¿Por qué? ¿Por qué ahora, cuando más lo necesitaba?

No podía respirar, no quería respirar, porque respirar significaba que estaba viva, y él no.

_ ¡Se suponía que ibas a cuidarme!_ le gritó, porque siempre hacía eso, hablaba con el vacio, con la nada, porque ya no había nada ni nadie que la escuchara_ ¡si tú no estás dime quien va a encargarse de mí!

¿Por qué él? ¿Por qué no ella? si ya no tenía más ganas de respirar, no podía, no sin él. Las pesadillas la consumían, no comía, no bebía, no caminaba, no salía de aquél agujero, nadie venía a verla, ni a preguntarle como estaba.

Destruida, así estaba sin su Finnick.

¿Por qué le hizo promesas que jamás iba a cumplir?

_Volveré antes de que puedas contar tres_ le había dicho.

Uno, dos, tres.

UNO, DOS, TRES.

UNO, DOS, TRES.

Pero él no volvía.

Ya habían pasado dos meses, se había perdido la euforia de la caída de Snow, y se levantaban monumentos a los caídos. ¿Pero qué pasaría en unos años, o quizás unos meses, cuando todos se olviden que ocurrió y retomen sus vidas? ¿Ocurriría otra vez lo mismo?

¿Ella se permitiría olvidar a Finnick, seguir con su vida?

La respuesta era clara. No. Ella no seguiría su vida sin él porque ya no tenía vida. Ya no tenía nada.

¿Por qué la había ilusionado? ¿Por qué le había prometido quedarse con ella para siempre, sin que nada ni nadie los pueda separar?

¡Se lo había prometido! Y lo odiaba, lo odiaba por haberla dejado sola, sin nada porque vivir, regodeándose con su miseria.

Porque ella era Annie Cresta, Annie Odair… la chica pobre chica loca de la cual se enamoró un ángel: Finnick Odair, que luchó porque ella viviera en un mundo mejor. ¿Pero eso de qué le sirve si no está él?

Y su vida se apaga, ella lo sabe, porque ya no quiere respirar, no sin él.

Aunque quizás no todo esté perdido, porque quizás, aquél ángel le dejó alguien que la proteja.

Y quizás, solo quizás, ella vuelva a respirar.