Nombre completo: Tesoro (o La Maldición de Draco Malfoy)

Sumario: Donde Draco está maldito y Harry es su 'tesoro'. Y eso no siempre es bueno.

Género: según yo, esto es un casi misterio/romance, pero por el tipo de escenas que llega a tener, mejor lo dejo como horror; quedan advertidos.

Claves: Drarry (¿medio platónico?), con trama. Post-Hogwarts. Prácticamente canon, excepto por el epílogo.

Extensión: Cinco partes, cuatro bastante largas, la última viene siendo algo parecido a un epílogo.

Disclaimer: Todo lo que reconozcan, no me pertenece. Este es un escrito sin fines de lucro.

Advertencia de escenas que pueden resultar perturbadoras. También hay saltos en el tiempo, se recomienda prestar atención al comienzo de la escena para diferenciarlos.


Tesoro (1/5)

Tenía dieciséis años la última vez que vio al verdadero Draco Malfoy. Era lo que solía creer, al menos.

Tenía veinticinco recién cumplidos cuando entró por segunda vez a la Mansión Malfoy, y veintiséis exactos cuando fue encerrado dentro, también por segunda vez.

No, no había un Señor Tenebroso que resurgía de las cenizas, los Mortífagos prófugos constituyeron una plaga en la sociedad mágica que no duró más de dos años y medio, y por lo que sabía, ningún otro mago tenía próximas aspiraciones a gobernar el mundo o iniciar matanzas, basados en el linaje de los demás. Puede que, incluso si hubiese uno, tuviese que enfrentar a otra persona, porque resultaría difícil luchar desde donde estaba en ese momento.

De hecho, si alguien le preguntase a Harry la razón de que estuviese esperando un llamado a las nueve de la mañana, para desayunar, sentado en el alféizar de una ventana que no pertenecía a su casa, vistiendo una túnica sedosa sobre un pijama de dos piezas, que tampoco era suyo, él habría dicho sólo tres palabras.

Fui un tonto. No había explicación más simple.

La versión corta también podría ser algo como estúpido e irresponsable Ron, pero aquella ya supondría hondar más en el tema, y alguien acababa de tocar la puerta, así que tenía que levantarse, ir hasta allí, y fingir que no se daba cuenta de que hasta los elfos domésticos se desaparecían tan rápido como lo buscaban, para evitar que los fuese a ver. No es que él se los hubiese pedido.

Acertó. El pasillo del segundo piso estaba desierto cuando abrió la puerta, no se molestó en mirar a un lado y el otro, porque sabía que no encontraría ni rastro de otra vida, hasta haber llegado al comedor, en la planta de abajo. El comedor de los Malfoy constaba de treinta y seis asientos, aunque desde que Harry estaba recluido ahí, una mesa redonda y más pequeña se instalaba junto a las terrazas, con sólo dos sillas; entonces le tocaba simular que no se percataba de que barreras de protección los rodeaban, y si era uno de esos días, apartar la mirada del pavo albino que aparecía despellejado en el césped, convertido en una masa grumosa, rosácea y de partes blanquecinas, que por su bien psicológico, prefería no reconocer.

Él ya lo estaba esperando cuando llegó allí, como de costumbre. Tenía los tobillos cruzados y llevaba una de las túnicas de gala que lo hacían ver como Lucius Malfoy en antaño, el cabello se lo había recogido en una coleta que le caía por encima de un hombro. Sonrió cuando lo notó acercarse.

Harry se sentó en la silla opuesta y comenzó a comer en silencio, los ojos fijos en la extensión de grama que iba más allá de la línea de horizonte, a un patio que nunca terminaría de descubrir.

—Linda vista —Mencionó de pasada, sólo para tener algo que decir.

—La misma que todos los días. Hay una mejor.

No se giró, porque podía sentir la mirada del sujeto clavada en un lado de la cara, igual que un alfiler. Apretó la mandíbula, y al darse cuenta de que lo hacía, se obligó a relajarse, intentar sonreír, y continuar con el desayuno. No debía dar señales de que algo estuviese mal, no debía alarmarlo, y por sobre todas las cosas, nunca, jamás, debía mirarlo a los ojos.

—¿Qué quieres hacer hoy, Harry?

Tragó en seco. Era la pregunta de cada mañana.

—Quiero quedarme en la Mansión —La sonrisa que esbozaba era tensa, sentía las comisuras de la boca y mejillas ligeramente adoloridas. Mantuvo los ojos en el mantel de una tela demasiado costosa y sofisticada para que tuviese idea de cómo se llamaba, y esperó el sonido afirmativo que hacía después de haberlo escuchado.

Y la respuesta de cada mañana, también.


Harry no estaba del todo seguro de cómo explicar esta situación, para alguien que quisiera entender por qué está encerrado ahí.

Podría comenzar por hablarles de una tienda de túnicas que visitó a los once años, un semigigante que le hablaba del mundo de los magos, y un niño pretencioso, lleno de comentarios extraños y un poco punzantes. Niño que luego conocería como Draco Malfoy. A veces, pensaba que si hubiese preguntado por otra tienda de túnicas, si hubiesen ido otro día por las prendas, o incluso si esa charla casi unilateral se hubiese dado de otro modo, no estaría donde estaba, quién sabe.

También podría empezar por alguna de las disputas que tuvieron, comentarios hirientes hacia las familias de cada uno, hacia las actitudes, el aspecto, alguna maldición que pasaba rozándolos, regañinas de los profesores por el comportamiento que tenían, siempre alterados, revoloteando uno en torno al otro, listos para pinchar, provocar y reaccionar a la más mínima acción, transformarla en caos, del que terceros tendrían que separarlos en la mayoría de las ocasiones.

O podría ser durante el sexto año.

No importa cuántas veces lo piense, Harry está convencido de que Draco Malfoy, como lo conocía, dejó de existir por aquel entonces. En los días donde su ánimo estaba peor, incluso llegaba a decirse que había sido por él, que si no se hubiese obsesionado, si no hubiese insistido en encasillarlo en el papel de malvado, cuando no eran más que dos adolescentes perdidos, empujados a destinos que no pidieron, las cosas serían diferentes.

Tal vez si le hubiese ofrecido ayuda, tal vez si lo hubiese salvado a tiempo. Tal vez si, al verlo derrumbarse aquel día en el baño, hubiese dejado la varita y usado las palabras, si hubiese tenido, al menos, la intención de entender, de intentar. Construir un puente entre dos mundos desolados.

Como se darán cuenta, a estas alturas, la vida de Harry Potter está repleta de tal vez que no tendrán respuestas. Si de algo está seguro, y podría poner su magia en juego para demostrarlo, era que el sujeto que salió de Azkaban durante los Juicios, y por el que abogó, no era Draco Malfoy. Lo sabía, lo había sentido entonces, en forma de un escalofrío que le recorrió la espalda de arriba abajo, ¿pero qué clase de cobarde hubiese sido, al negarse a acercarse a un ex compañero, que estaba cabizbajo, demacrado y encadenado?

Ni una sola vez, por un segundo, él levantó la mirada mientras Harry presentaba frente al tribunal las razones que preparó con Hermione, por las que creía que su ex rival no tendría que obtener una cadena perpetua en la prisión mágica, por crímenes que fue forzado a cometer por coacción. Coacción, la palabra le era divertida ahora.

Harry salió del Ministerio ese día, sintiéndose como alguien que había dejado atrás los rencores, realizado una buena acción por dos personas que lo ayudaron, de cierta forma, a mantenerse con vida en tiempos difíciles, y Draco Malfoy no volvió a pasar por su cabeza en años.

Si tuviese que elegir un día, un momento, el que generaría las reacciones en cadena para llevarlo hasta ahí, podría haber sido justo ese: él, despidiéndose y saliendo del tribunal, y un Draco Malfoy arrastrado por un pasillo lateral por dos guardias, de rostros en los que jamás se fijó.

No fue hasta largo tiempo después, cuando a su escuadrón de Aurores se les pidió colaboración para una expedición, en un lugar en ruinas donde fueron atisbados dos criminales, un par de hombres jóvenes que iban por ahí arruinándoles la vida a los que tuvieron algún tipo de relación con el círculo de Voldemort y allegados. Los casos eran duros; en los sitios que visitaron antes, las paredes tenían manchones de sangre, que sólo podían ser explicados cuando hallaban un cuerpo abandonado, destrozado por continuos impactos con una superficie sólida, o cadáveres sin piel que colgaban del techo, rostros desfigurados, magos en shock. Si tenían suerte, llegarían a ser reconocidos por sus varitas. La mayoría no la tenía.

En esa ocasión, el edificio se veía como si hubiese ocurrido un incendio tiempo atrás, y nadie se hubiese molestado en reconstruirlo o eliminar las muestras del pasado. Se dividieron en grupos, fueron sigilosos, cautelosos, varitas en ristre, los hechizos preparados en la punta de la lengua.

Ninguno de los criminales fue encontrado ese día; de hecho, la última vez que preguntó, aún no habían sido atrapados y los únicos objetivos que les quedaban, estaban recibiendo apoyo y refugio de los Aurores. Pero había alguien.

En la parte de adentro, a donde ninguno tenía muchos deseos de ir, si podía evitarlo, aún quedaba una persona, y no hubiese sido descubierta sin un hechizo para escanear el lugar. Harry fue uno de los que se ofreció para unirse al equipo de cuatro que fue en su búsqueda.

Todavía tenía pesadillas al respecto, destellos de memorias cuando cerraba los párpados, que le hacían sentir el estómago revuelto. La sala completa era subterránea, dos pisos por debajo del nivel del suelo general, las paredes de piedra estaban cubiertas de fluidos imposibles de identificar, que despedían olores putrefactos y rancios.

Y él estaba en el centro.

Un cuerpo pendía de una cuerda mágica del techo, de cabeza y desnudo; aún tenía piel, a diferencia de muchos otros, pero líneas rojizas la surcaban, mostrando mensajes en dos caligrafías diferentes. Traidor. Dejó entrar a los Mortífagos. Asesino. Les dio Hogwarts. Escoria. Basura. Mierda. Mortífago. Harry no los alcanzó a leer todos, porque cayeron en cuenta de que un hechizo cubría las marcas, cambiándolas de lugar cada cierto tiempo, y cuando ocurría, la sangre borboteaba de la silueta ya de por sí encogida y demacrada.

El líquido descendía en un hilo casi perfecto por debajo de él, a un hundimiento redondo en el suelo, del que surgían diferentes canales por el resto de la piedra. Les tomó un momento reconocer lo que veían en la oscuridad. Era la Marca Tenebrosa, tallada y redibujada con su sangre.

Draco Malfoy fue el último objetivo conocido de los criminales, cerraron con broche de oro, le escuchó decir a un idiota en alguna ocasión, lo que debía ser la opinión general por aquella época. Harry no lo reconoció enseguida; el cabello lo tenía trasquilado en diferentes puntos, cubierto de sangre y quién sabe qué más. Les tomó día y medio desmantelar las severas protecciones que impedían el paso a un metro alrededor de él, y la mitad de otro en las que evitaban que lo bajasen.

Estuvo internado en San Mungo por meses, él no recordaba cuántos con exactitud. Estaba vivo, sí, gracias a un permanente hechizo de regeneración de sangre que se abastecía de la propia energía de la víctima para continuar en funcionamiento, pero las marcas de palabras no eran lo único que cargaba, y con una sola vez que llegó a divisar la lista de maldiciones que le habían echado, lo único que se preguntaba era cómo no se había muerto. Luego entendió.

El reporte médico oficial que llegó a manos de los Aurores, explicaba la manera en que el tallado de la roca hacía de campo mágico, y lo obligaba a mantenerse así; los detalles eran demasiado tediosos para mencionarlos. Sin comida, sin bebida, las muestras de heridas halladas en su cuerpo se regeneraban una y otra vez, cuando eran curadas, y por lo que pudieron investigar, era imposible que hubiesen sido hechas en poco tiempo o de forma descuidada.

Aquello requirió tiempo, paciencia. La seguridad de no ser atrapados.

Mientras los Aurores buscaban a los criminales por magos heridos en diferentes puntos, ellos tenían aquel lugar como refugio. Y así fue cómo se enteró de que Draco Malfoy estuvo más de cinco años en poder de esos locos.

Otra investigación tardía arrojó que el mago había sido visto por última vez en los Juicios. No era una sorpresa en sí, porque se asumía que no sentiría ganas de regresar cuando los guardias lo acompañasen hasta la salida y lo pusiesen en libertad. El detalle fue que los guardias tampoco volvieron.


Algunas veces, Harry intentaba imaginarse qué había ocurrido en esos años. El cautiverio, la sensación de desesperación que llega a tener una persona que está sumida en la oscuridad, la laceración constante de las maldiciones, no saber por qué terminaste en esa situación, cuando se suponía que fuiste eximido de la mayoría de los cargos. Las preguntas. Él siempre pensaba que debió tener muchas, muchas preguntas, y si los criminales eran lo bastante vengativos, muy probablemente le hayan explicado con lujo de detalles por qué, de acuerdo a ellos, se merecía ese castigo, o lo que le harían a continuación.

No disfrutaba de pensarlo, tendría que haber sido peor que el infierno muggle del que tanto oía hablar, pero creía que era necesario para ser consciente. Para comprender.

Para saber cuánto tiempo más estaría ahí.

—¿Qué tienes que hacer hoy, Draco? —Preguntó en el tono más terso que podía utilizar. Draco. Al sujeto le gustaba que lo llamase por ese nombre que no era el suyo, mas si era lo que necesitaba para mantenerse así, bien podría fingir que no lo sabía, o que le creía.

—Algunas lecturas, acomodar en el despacho, nada importante —Podía verlo, por el rabillo del ojo, ladear la cabeza en una posición anormal y extraña. Harry reprimió un escalofrío cuando sintió un toque en la mejilla; se obligó a permanecer ahí, inmóvil, tan relajado como podía, y dejarse acariciar la piel por una mano que le era conocida y ajena a la vez—. Voy a ir con madre a la tarde, no me esperes para comer, tesoro.

Tesoro.

—Bien —Asintió y deslizó el plato lejos en cuanto terminó su desayuno, el plop de los elfos no le dejó ver a ninguno de ellos.

Al sujeto le gustaba llamarle tesoro.


Entonces, de acuerdo a Harry, se podía decir que el inicio del embrollo estaba aquella tarde en que comía ponquecitos duros y resecos de su mejor amiga, que todavía no daba con el toque de las recetas de Molly, y Ron se atragantaba y se quejaba del trabajo a la vez, lo que no era ninguna novedad, si no hubiese sido por lo que decía y lo pálido que estaba.

—No importa lo que digan, ni quién me mande —Dictó él, con la boca llena de comida, y masticó sin sellar los labios otro ponque, que pasó con un trago largo de jugo de calabaza—, yo no vuelvo a pisar el área de CI de San Mungo, ni la Mansión Malfoy.

—Ronald, sólo escucha las babosadas que estás diciendo —Hermione no dejaba de reprenderlo desde la cocina. No tenía que darse la vuelta para que él estuviese seguro de que rodaba los ojos cada vez que negaba a lo que decía su prometido.

—Me estoy escuchando, Hermione —Hizo una pausa entre cada palabra, para darle mayor énfasis—, son ustedes, y todos, los que no lo están haciendo. No saben lo que es estar asignado al caso Malfoy. Ni siquiera sé qué hago yo ahí en primer lugar, si todos saben que quería maldecir al hurón cada vez que lo veía en Hogwarts.

Mientras se dirigía a la sala con otra bandeja de sus postres en proceso de mejora, Hermione le dio uno de los sermones acerca de cómo ya no eran adolescentes ni estaban en guerra, y la violencia sin razón sólo generaba más violencia, y Harry se dedicó a averiguar la mejor forma de masticar el ponque sin que pareciera que se ahogaba, hasta que ambos estuvieron acomodados en el sofá y la discusión llegó a su fin.

—No puede ser tan malo —Intentó apoyar a su mejor amigo, que bufó en su dirección y se dejó caer sin gracia contra el respaldar, ganándose una mirada reprobatoria de la mujer.

—Ron, se supone que sólo tienes que llevarlo de la Mansión a San Mungo, quedarte en el pasillo de Cuidados Intensivos cuando se necesite, asegurarte de que hagan el reporte médico, y regresarlo a su casa. No hay ningún peligro en ese trabajo, los que lo secuestraron no han dado la cara en meses.

—Con la forma en que grita, uno pensaría que Quién-tú-sabes volvió de la muerte, otra vez.

—¿Grita? —Preguntó Harry, frunciendo el ceño, y cuando fue a tomar un nuevo ponque, tuvo la difícil tarea de elegir alguno que sí pudiese apretar entre los dedos, sin sentir que se fracturaría. Tal vez Hermione necesitaba más que libros de cocina mágicos.

Ron asintió con ganas, varias veces.

—Grita todo el tiempo cuando está dentro, los demás se asustan, está como desquiciado, ¿saben? En serio, algo anda muy mal dentro de esa cabeza —Hizo una pausa, en la que arrugó la nariz—. Peor de lo que ya estaba cuando estudiábamos, quiero decir.

—Pero por supuesto que algo tiene que andar mal. En realidad, muchas cosas tienen que andar mal dentro de él, Ron —Hermione resopló—, secuestrado por cinco años, ¿recuerdas? Yo no diría que tuvo una experiencia agradable.

—¿Al menos tienes idea de lo que pasó?

—¡Claro! Leí el reporte completo —Ella giró el rostro, indignada, y Ron se pasó las manos por la cara.

—El reporte no es estar ahí, Hermione. Es…es horrible, verlo, tratarlo.

—Es una víctima de…

—Ya sé —Él la silenció, y algo en su tono urgente, en la manera en que una capa de sudor le perlaba la frente, o en la mirada frenética que le dirigió, la hizo mantenerse así, escuchando—, ya sé, lo sé. He tratado con otras víctimas como Auror, incluso víctimas de esos dos idiotas que se creían justicieros mágicos, pero esto es diferente. La forma…la forma en que- mira, me mira a mí, a todos, cómo se mueve, cómo suena cuando grita, sólo una vez escuché algo tan horrible. Cuando Bellatrix te torturó para sacarte información —Completó, y ella abrió mucho los ojos. Él asintió, como si hubiese probado el punto—. No pienso volver a acercarme a Malfoy.

—Ron —Hermione se removió en el asiento, dando un vistazo a Harry en busca de apoyo, pero este sólo atinó a encogerse de hombros—, sé que puede que no te guste, pero incluso si hay algo mal, mal en verdad, en él, y es como dices, no les puede hacer nada. Eres un Auror, y Malfoy no lleva varita cuando lo escoltas.

Ron sacudió la cabeza, inclinándose hacia adelante, y después de apoyar los codos en las rodillas, hundió el rostro entre las manos.

—No entiendes, no es eso lo que me preocupa. Que me maldiga, sí, yo se la regreso y puedo llevarlo al Ministerio por atacar a un Auror, y problema resuelto. No es eso —Insistió, y esa vez fue Harry quien se acercó, desde el sillón opuesto.

—¿Entonces qué?

Su mejor amigo levantó la cabeza hacia él, despacio, y pareció pensarlo un momento, considerarlo. Tal vez sopesar las palabras.

Se relamió los labios antes de hablar.

—A veces…sé que suena loco, compañero, créeme que lo sé, pero…tengo- me da esto, no sé, esta sensación, de que Malfoy no es la víctima.

—¡Escucha lo que estás diciendo, Ronald! —Hermione saltó, lista para otra de esas diatribas interminables que los dejaban agotados a ambos. Pero Ron no apartó los ojos de los suyos, y Harry no lo había visto lucir tan asustado en años, así que asintió. No entendía, no veía el problema, pero asintió, porque eran amigos, y eso era parte de ser amigos, ¿cierto?

—Podemos cambiar de turnos, ve con los chicos de la Academia para las prácticas, y yo me quedo con el caso Malfoy unos días, hasta que pensemos en algo.

—No te pediría que tú te ocupes de él, Harry, creo que no me estás entendiendo…

—Sí, Malfoy está trastornado y da más miedo que Voldemort regresando —Se encogió de hombros con ligereza—. Si surge otro Señor Tenebroso, de todas formas es a mí a quien van a buscar primero, así que es mejor que esté cerca de él.

Ron lució indeciso por largo rato, Hermione los atacó a los dos con una larga plática sobre por qué debían ser más considerados con una víctima de secuestro. Él les prometió a sus amigos que sería amable y que nada le pasaría, y a la semana siguiente, cuando tocaba la visita a San Mungo, era Harry quien se paraba frente a las rejas escalofriantes, a esperar que lo maldijesen o le dejasen entrar; nunca se podía estar seguro con esas cosas horrendas.

Harry recordaría haber esperado muchas cosas de ese día. Al Malfoy demacrado que encontró en los Juicios, incapaz de despegar la mirada del suelo, la cáscara dejada atrás del muchacho arrogante que conoció, o quizás un hombre cubierto de cicatrices, que temblase ante el más mínimo sonido y sintiese miedo de su sombra. Según su mejor amigo, podía imaginarse una versión rubia de Tom Riddle, antes de que la magia oscura lo consumiese y convirtiese en un ser deformado, pero dentro de su cabeza, el recuerdo que lo azotaba era el del cuerpo irreconocible que pendía del techo y era usado como bote de tinta humano para un dibujo tétrico; Ron no se había unido al grupo que fue a buscarlo esa vez, ni lo vio por entonces.

Draco Malfoy resultó ser lo único que no se le pasó por la mente: un hombre joven, pálido, ojeroso, al que el cabello le crecía donde tuvo que recortarlo, y que intentaba no revelar los vendajes debajo de túnicas holgadas.

Lo recibió afuera y las rejas se abrieron para el amo de la Mansión, desde la muerte de Lucius. Parpadeó hacia él, dio un vistazo alrededor, y al encontrarlo solo, una sonrisa lenta se formó en sus labios, de medio lado, casi tan desdeñosa como las que solía darle de jóvenes. En un movimiento rápido, tenía la varita afuera y hacía una floritura, y Harry estaba a punto de maldecirlo, cuando cayó en cuenta de que era un hechizo para examinar los alrededores, y Malfoy le tendió la pieza después de haber obtenido el resultado.

¿A qué debo el enorme placer de que el Salvador del Mundo Mágico sea mi escolta?

Harry sintió que la mandíbula se le desencajaba. Observó, por un momento, a la varita que ahora tenía en su mano, decomisada hasta la hora de regreso, y luego al hombre frente a él, altivo, que habló en un suave tono sin separar los labios. Ante su mirada, aquel arqueó una ceja, interrogante.

¿Te he dejado impresionado, Potter?

Lo hacía de nuevo. Harry frunció el ceño y lo señaló con el índice de la otra mano, tomándose un segundo para buscar las palabras.

—Tú…me acabas de hablar, ¿cierto?

Tu astucia y nivel de comprensión nunca dejan de sorprenderme.

—¿Cómo lo haces?

¿Hacer qué?

—Deja de hacerlo —Casi le chilló, y se percató de que este apretaba los labios para que su sonrisa no se hiciese más amplia. Cuando sintió un leve roce en una parte de la cabeza, similar a una caricia fantasmal, fue que lo entendió—. Te metiste a mi mente —Malfoy elevó la otra ceja, apuntándose a sí mismo con un gesto que pretendía ser de la más pura inocencia—. ¿Qué haces? No sabía que fueras un legeremens, no te metas a mi cabeza.

Tan listo que no pareces Gryffindor, San Potter —Malfoy le tocó la barbilla con las puntas de los dedos, alzándole la cabeza al pasarle por un lado; su piel estaba helada y creyó percibir un débil escalofrío, pero las rejas cerrándose y él enganchando el brazo a uno de los suyos, lo distrajo—. Soy mejor en Oclumancia, por cierto, y tus barreras son débiles. ¿Nos Aparecemos ya? Voy a comer con madre hoy en la tarde.

—Pero no vuelvas a hacerlo —Intentó apartarse del contacto, pero este se mantuvo pegado a uno de sus costados, ojos grises parpadeaban en su dirección. La sonrisa se había ido.

No puedo hablar, Potter. Si te asignaron esto, alguien tendría que haberte dicho que lo único que suena cuando abro la boca son sonidos que ni yo entiendo —Torció los labios—. Se supone que todavía están trabajando en San Mungo para arreglarlo.

—Yo no…no…¿se supone? —Balbuceó. Lo sintió encogerse de hombros, debido a lo cerca que estaban.

Si me lo preguntas, y serías el primero de los Aurores que lo hace, tengo la impresión de que soy un interesante sujeto de estudio y para experimentos, y nada más.

Harry no podía creer lo que acababa de oír. Debió demostrarlo en su expresión, porque Malfoy chasqueó la lengua.

¿Ya nos podemos ir? Weasley me miraba como la reencarnación de Voldy, pero al menos tenía tanta prisa como yo por acabar con esto.

Voldy. Se sentía demasiado aturdido para reír, mientras rebuscaba la varita en su túnica de Auror.

—No disimulas su nombre como…como los demás.

Lo último que escuchó de Malfoy, antes de Aparecerse juntos, fue un:

Hay cosas peores a las que tenerle miedo, que un mago muerto, Potter.

Cuando llegaron a San Mungo, Malfoy se encargó de todo el procedimiento, desde anunciar su llegada, todavía sin abrir la boca, hasta dirigirlos al área que buscaban. Harry, en resumen, sólo estuvo ahí.

Weasley esperaba aquí —Señaló, y él asintió y lo vio desaparecer por detrás de una puerta doble, blanca.

Apoyó la espalda contra la pared opuesta del pasillo y aguardó. Por un largo rato, lo único que escuchaba era el murmullo de las voces distantes de los medimagos de turno, el plop-plop-plop de las Apariciones, y alguna que otra puerta que se cerraba sin cuidado, por un trabajador apresurado o un visitante del hospital que estaba al borde de una crisis nerviosa.

Y luego llegaron los gritos.

Ron tenía razón, al menos respecto a eso. Eran sonidos agudos, chirriantes, irregulares y potentes, y si no fuese porque estaba preparado y supuso que los escucharía, habría llegado a creer que se trataba de una criatura mágica que tenían atrapada ahí dentro. Se estremeció contra su voluntad y se encogió, los tímpanos le dolían, sentía el impulso de correr lejos o de cubrirse los oídos, o quizás ambas cosas a la vez.

—¡Déjalo, ya déjalo! —Sollozó una voz femenina desde el interior del cuarto, y otro de esos gritos agudos le respondió. Un golpe sordo resonó en el pasillo, los medimagos más cercanos empezaron a apartarse, los visitantes esquivaban esa área; si alguno iba con frecuencia, ya debía saber lo que ocurría, pero Harry no tenía idea de qué clase de examen causaba esa reacción, y después de un momento de considerarlo, se abalanzó hacia adelante y abrió la puerta, empujándola con su cuerpo entero.

Ojalá no lo hubiese hecho, era otro de sus tal vez.

Tal vez, si se hubiese quedado afuera, la situación habría sido diferente. Tal vez si Ron le hubiese avisado que tenían prohibido pasar al área de exámenes. Tal vez si hubiese hecho caso a su mejor amigo, en primer lugar, y hubiesen pedido el cambio de turno para ambos y ser redirigidos a las misiones regulares. Tal vez, tal vez, tal vez.

Harry no lo sabría, porque en cuanto dio un paso dentro de la sala, la puerta se cerró tras él, y ni un tirón ni un hechizo la pudieron destrabar. Cuando el golpe se repitió, giró despacio, recorriendo el lugar con la mirada. Una estructura redonda, paredes y suelo blanco. Había dos medimagos presionados contra una pared, una muchacha joven que debía estar en prácticas era la que gritaba y lloraba, a un mago que tenía la varita alzada y arrojaba a otro contra la pared con esta.

Un golpe, otro golpe, otro. Por cada vuelta de muñeca, el hombre impactaba contra la superficie dura y plana, tenía los ojos cerrados y la boca medio abierta, y que la cabeza empezara a colgarle en un ángulo extraño no podía ser una buena señal.

—¡Alto ahí! —Elevó la voz por encima de los sollozos de la practicante, que lo observó como si fuese el mismo Merlín. Harry intentó rodearla, para mantenerla resguardada de cualquier hechizo como ese, y sacó su varita para apuntar al enloquecido medimago, cuando una nueva duda lo sobrevino, ¿dónde estaba Malfoy?—. ¡Te dije que te detuvieras, soy Auror! Baja la varita en este instante y no te voy a…

Apenas pudo esquivar la maldición asesina que le lanzó. Hacia años que no veía un Avada tan de cerca, el rayo verde pasándole por un lado, la urgencia creciendo dentro de él. Bloqueó el siguiente hechizo y le arrebató la varita con un Expelliarmus, no opuso la suficiente resistencia; cuando le aplicó un Petrificus, el tipo aún estaba moviendo la cabeza y parpadeando a la nada, como si no tuviese idea de lo que acababa de hacer.

El medimago que fue utilizado como muñeco para levitar y golpear, estaba tendido en el suelo, la sangre se arremolinaba debajo de él, desde la parte posterior de la cabeza. Harry corrió hacia donde estaba y se inclinó para comprobar que tenía pulso y respiraba. El resto iba más allá de sus capacidades.

Miró a los que aún estaban en la sala, uno a uno. La practicante se hizo un ovillo y sollozaba, los otros dos recuperaban movilidad de a poco y hacían ademán de acercarse a cuidar de su compañero.

—Necesita ayuda, rápido —Los apremió con un gesto—. ¿Dónde está Malfoy?

Ambos, al aproximarse para recoger al hombre, intercambiaron miradas confundidas. Fue la chica más joven la que ahogó un sollozo y apuntó, temblorosa, hacia la cama de colchón delgado y sábanas blancas, que estaba dispuesta en el centro de la sala, vacía. Harry se apresuró a ir hacia allá cuanto notó una mancha rojiza que se escurría hacia un lado, goteaba el suelo y se perdía en las líneas hundidas entre las baldosas.

Estaba por optar por un hechizo de rastreo cuando se percató de que había algo por debajo de la cama, que sobresalía un poco en los bordes de la sábana. Se puso de cuclillas, la varita en mano, mientras la otra levantaba la tela, despacio, cuidadoso.

La maldición que tenía en la punta de la lengua quedó olvidada cuando lo vio.

Malfoy estaba apretujado por debajo de la camilla, las largas piernas dobladas contra el pecho para entrar, los brazos alrededor de las rodillas y la cabeza metida entre estos. Sin la túnica holgada encima y los vendajes, el resto de la ropa revelaba las líneas de las maldiciones escritas en su cuerpo, rojas y vívidas sobre la piel pálida y casi grisácea.

—Malfoy —Llamó, suave, y lo vio encogerse y apretujarse más. Estiró un brazo para ponerle la mano en el hombro y sacudirlo—, Malfoy, ya pasó, muévete.

Él negó. Harry contuvo un resoplido, dio un vistazo por encima del hombro a los asustados medimagos y se dijo que, maldición, incluso alguien sin corazón como el Draco Malfoy del colegio se asustaría con esa situación. En especial ese Draco Malfoy, tuvo que corregirse.

—Todo está bien, pero necesito que te pares y salgamos de aquí, y afuera me vas a decir qué pasó.

Volvió a negar.

—Malfoy, tienes que salir.

Después de un momento sin reacción, el mencionado levantó un poco la cabeza, lo necesario para que los brazos le quedasen por debajo del nivel de la boca, y Harry pudo distinguir las líneas rojas que le surcaban la cara; iban desde las orejas, desde el cuello, cubrían incluso los párpados, el puente de la nariz, el labio inferior. Estaba lleno de ellas, justo como el día que lo encontraron. Todo él estaba maldito.

¿Cómo es que no se las habían quitado en San Mungo, si iba cada semana?

Me quitaron el glamour —Incluso dentro de su cabeza, la voz tenía un tono quejumbroso que asoció a él durante años, y acompañaba los párpados caídos y labios apretados con que lo explicaba.

—Nos Apareceremos directo en la Mansión, no lo necesitas.

Malfoy abrió mucho los ojos, mirándolo como si se hubiese vuelto loco.

Madre no debe verme así.

Harry frunció el ceño al considerarlo. Durante el tiempo que creían que estuvo secuestrado, ni en una ocasión, Narcissa Malfoy se había presentado en el Ministerio. De hecho, no la había visto desde el final de la Batalla de Hogwarts, y por lo que sabía, no había alguien que conociese que sí. Excepto su hijo.

La mujer había perdido a su esposo un año después de la caída de Voldemort, y su único heredero estaba maldito. Ni siquiera él podía no ver el por qué ocultarlo.

Asintió y se arrodilló, intentando recordar cómo se hacía un glamour decente, de los entrenamientos en la Academia. No era algo que aplicase seguido; por lo general, su fama hacía que fuese mejor que los crimínales le viesen el rostro a disimularlo.

Le tomó unos minutos hacer parecer que Malfoy era sólo Malfoy y nada más. Para cuando estuvo medianamente satisfecho con el resultado, los medimagos se habían llevado a su compañero inconsciente y a la practicante, que se desmayó en algún punto del proceso, y él jaló a Malfoy de regreso a ponerse de pie en una sala vacía.

—¿Qué fue lo que pasó? —Comenzó el protocolo, llevándolo de la muñeca hacia afuera y a la zona para Apariciones. Ya podía imaginarse la montaña de papeleo que lo esperaba; informe para el Jefe, informe para San Mungo, informe para la Oficina de Aurores y para Seguridad Mágica, y era sólo si no le pedían armar un expediente por la idiotez de un medimago loco. Eso era, estaba loco. Si Harry hubiese podido hacer el informe sin protocolos, eso sería lo único que habría puesto.

La respuesta se demoró un rato en llegar. Estaban listos para partir cuando se volvió hacia él y lo encontró con los ojos clavados en el suelo.

No lo sé.

Harry frunció el ceño, otra vez.

—¿Cómo que no lo sabes?

Estaba debajo de la camilla, Potter, por si no te diste cuenta —Le replicó, alzando la cabeza con la única intención de dirigirle una mirada desagradable.

—¿Qué pasó antes de que te pusieses ahí abajo?

Él apartó la mirada unos segundos.

Me quitaron el glamour, la túnica y las vendas —Explicó, lento—. Usan encantamientos para que la maldición no siga su curso, que las marcas dejen de moverse y seguir cortando; tenían que renovarlas hoy.

—¿Y no lo hicieron?

Malfoy asintió dos veces.

Oh, sí, sí lo hicieron, no vuelvo hasta la otra semana.

—¿Y sobre el medimago que atacó a los otros?

Fue el que me los puso —Sus pestañas aletearon sobre los ojos muy grises y cristalizados. Genial, significaba añadir una solicitud de informe médico, para asegurarse que el medimago loco no empeoró su condición. Harry amaba el papeleo, nada más emocionante que encerrarse en la oficina cuando podía ir a una misión real o jugar Quidditch y comer con los Weasley, sí, claro—. Después, con la misma varita, comenzó a atacar a los demás y me alejé, no me iba a quedar ahí a que me matase. El instinto de autopreservación Slytherin dura toda la vida.

—¿Así nada más? —Él asintió. Ya podía verse sufrir con el papeleo cuando dijese que no tenía idea de por qué un medimago de San Mungo querría atacar a sus compañeros y un paciente, en medio de una terapia de sanación—. ¿Y eso fue todo?

Estaba bajo la camilla —Le recordó, cruzándose de brazos, aunque el gesto, más que eso, lo hacía parecer que se abrazaba a él mismo—, pregúntale a ellos.

—Eso haré —Volvió a sostenerle un brazo para realizar la Aparición, cuando hizo una pausa, se mordió el labio, y se le ocurrió que una pregunta más no hacía daño a nadie. Y podía ser útil en el informe, se dijo—. ¿Eras tú quien gritaba antes de que entrase?

Malfoy le dedicó una mirada larga e indiferente, para después apretar los labios y asentir.

—¿Por qué lo hacías?

Me estaban haciendo daño —Resopló por la nariz—, ¿podemos irnos ya?

¿Qué tipo de daño era, Malfoy? Consideró preguntar, pero lo dejó para otro momento.

me da esto, no sé, esta sensación, de que Malfoy no es la víctima. Harry recordaría las palabras de su mejor amigo más adelante.

Esa tarde, cuando se pararon frente a la entrada a la Mansión, Harry le devolvió la varita y lo vio entrar, las rejas cerrándose a su paso, pero Malfoy giró la cabeza hacia él y lo llamó con un gesto.

¿Weasley va a volver a tomar mi caso la otra semana?

Él fingió que lo pensaba, aunque bien sabía la respuesta de su amigo. Negó.

—No lo creo.

Malfoy asintió.

Él no hubiese entrado por mí, ni siquiera a ver qué pasaba.

—No lo hice por ti —Espetó, más por un reflejo, la costumbre aprendida de seis años de llevarle la contraria, que no podía eliminarse con la madurez de la edad, aparentemente. Pero era lo más parecido a un "gracias" y "de nada" que se dijeron alguna vez, así que Malfoy arqueó una ceja, se despidió con un gesto vago y se perdió en un sendero de apariencia interminable.

Esa noche, Harry tuvo una de muchas pesadillas con el día en que lo encontraron colgado del techo sobre la Marca Tenebrosa sangrienta. Sólo recordaría despertarse jadeando y tomar la red flú para salir de Grimmauld Place hacia la Madriguera, donde Molly lo recibiría con una taza de té y un plato de comida, sin importar que fuese de madrugada y por poco la hubiese tenido que despertar. Ella no preguntaría, ni él le contaría, y cuando lo dejara irse por la tarde a su encuentro con Teddy, como buen padrino que era, se habría relajado lo suficiente para que Malfoy no volviese a pasar por su cabeza hasta la siguiente semana, cuando se acercó el día de la escolta y Ron volvió a estar enfurruñado.

—Compañero, pero hablando en serio, ¿no sentiste como…no viste…? —Su mejor amigo gesticulaba con ambas manos, las palabras exactas parecían incapaces de posarse en su boca—. Ya sabes, lo que te hablé sobre el hurón, ¿no? ¿nada?

—¿Sobre ser un sucesor de Voldemort? Hombre, no sé, déjame que lo vigile un poco más. Ni siquiera Dumbledore supo que Riddle sería malo tan rápido.

—¡Te estoy hablando en serio, amigo!

—Yo también —Le dio un golpe sin fuerza en el hombro, para que cerrase la boca cuando se preparó para replicarle—. Mione tiene razón sobre esto, está todo…tú entiendes. Es una víctima —Se encogió de hombros, y Ron lo miró con la boca abierta.

—No puedes decirlo de verdad, Harry.

—Pues lo hago. Ya cálmate, escucha a tu futura esposa, o les irá mal por el resto de sus vidas, ¿cuándo se ha equivocado Mione con algo importante?

Él tuvo que darle la razón.

Ese día, Malfoy volvía a recibirlo afuera de los terrenos de la Mansión, cubierto de un glamour y una túnica ancha y gruesa, incapaz de hablar por la boca y pinchándolo sobre sus débiles defensas, hasta que lo estresó y le dijo que se debía a lo mal profesor de Oclumancia que era Snape. No supo que le afectaría tanto la mención del hombre hasta que lo notó bajar la mirada. Si debía ser sincero, además de él, y sólo después de conocer la verdad, no creía que hubiese alguien que se preocupase lo suficiente por el antiguo maestro de Pociones. Ahora veía lo equivocado que estaba.

Esperó afuera del pasillo, intentó ignorar los gritos chirriantes provenientes de la sala, ahora que tenía en claro que estaba prohibida su interrupción dentro, y luego se lo llevó de vuelta al área de las Apariciones del hospital mágico.

Él era el único que nos cuidaba a todos —Escuchó, en cuanto intentó mencionar el tema—, en Slytherin, quiero decir. Pomona tenía sus Hufflepuff, Flitwick a los Ravenclaw, a McGonagall y Dumbledore nunca le importamos. Nadie más hubiese podido tenernos, y aunque hubiese podido, seguramente no hubiese aceptado. Viste al viejo que tuvimos en sexto, y eso que era nuestra mejor opción.

Harry tenía que admitir que era un asunto que nunca consideró, y lo dejó ir esa tarde, luego de una escueta despedida y la misma pregunta de la vez pasada: ¿Weasley va a volver a tomar mi caso la próxima semana? Él le dijo que no sabía, pero cuando llegó el día, volvía a estar de pie fuera de las rejas, y Malfoy arqueaba las cejas en su dirección.

Alrededor de dos meses transcurrieron de ese modo, idas y venidas semanales, la sensación apremiante de que tenía que hacer algo cuando esos sonidos se clavaban en sus tímpanos igual que agujas, Malfoy haciéndole comentarios desde alguna parte dentro de su cabeza cuando hablaban, preguntándole si Ron retomaría su caso o él volvería, Harry fingiendo que no tenía idea, mientras su mejor amigo estaba más que complacido con las tareas sencillas de ayudante en la Academia.

Las revelaciones no dejaron de llegar para él.

—…fue más o menos cuando tenía como nueve —Le había contado un día, cuando la unidad de CI estuvo ocupada y tuvieron que perder una media hora valiosa en el pasillo, aburriéndose y hundiéndose en el silencio, hasta que Harry habló, y lo demás fluyó por su cuenta—, ya podía volar rápido por todo el patio de la Mansión, y aprendí unas volteretas para decirle a padre, cuando llegase del Ministerio, que me haría jugador de Quidditch profesional.

—¿Se lo tomó bien?

Él negó.

Me dijo que me iba a desheredar porque ese no era trabajo digno de un Malfoy, y que alguien tan joven no sería capaz de ser un buen jugador —Mencionó, dedicándole una mirada de reojo, que Harry no supo o prefirió, inconscientemente, no identificar—. Y después un Gryffindor cara rajada se hizo el mejor jugador de su equipo con once años, se lo escribí en una carta y se tuvo que tragar sus palabras. Iba todo muy bien con mi plan hasta que me preguntó por qué ese idiota estaba en su equipo y yo no, si teníamos la misma edad.

—Habrá sido suerte, ¿no? —Se encogió de hombros, simulando desconocer de quién hablaba, y Malfoy asintió en completo acuerdo, haciendo lo mismo.

Por supuesto que madre me preparaba pasteles por mi cumpleaños, ¿qué te crees que somos? —Le había soltado otro día, chasqueando la lengua, cuando el tema había salido por un asunto que no podía recordar acerca de sangrepuras—. Era la única ocasión del año por la que se metía a la cocina, ni siquiera cuando padre cumplía lo hacía. Eran deliciosos.

—¿Ya no los hace?

Pero él no le contestó esa vez.

A mí también me daba miedo la reja de la entrada cuando era más pequeño —Le comentó en una oportunidad diferente, los dos parados frente a la misma, cabezas ladeadas, ojos estrechos y expresiones de idéntico horror hacia la enorme pieza de metal mágico—, hasta que un día un pavo se salió por un descuido y la reja lo detuvo y me lo regresó. Padre me hubiese castigado si no hubiese sido por eso. Creo que luego decidí que la reja era buena, sólo que muy fea.

—Su voz me da escalofríos.

Nunca dije nada sobre que me gustase su voz —Puntualizó, señalándolo con el índice—, sólo que ayuda a los Malfoy.

Merlín, no, nunca salí con Pansy Parkinson —Aclaró otro día, nariz arrugada y labios fruncidos al mismo tiempo—, ¿qué te hizo creer eso?

—Sexto año —Se encogió de hombros—, ella te miraba como si tú hubieses descubierto la magia.

Los hombros de Malfoy –Draco- se sacudieron con una risa silenciosa, los labios apretados para mantener la boca cerrada.

Es verdad que ella era muy obvia, pero no, fue mi amiga de pequeño. Luego nos distanciamos cuando tuve…otras cosas que hacer —Percibió la manera en que la voz se hizo más débil, incluso dentro de su cabeza. Después de unos segundos, pareció reanimarse, él lucía una media sonrisa—. Con quien sí salí un tiempo, fue con Zabini —Y con un guiño y un gesto de despedida, dejó a un boquiabierto Harry en la entrada a su casa.

No fue hasta el noveno o décimo tratamiento al que acudían juntos, que los gritos estaban por enloquecerlo. Ya conocía a las enfermeras y medimagos de esa zona, lo que debía decir para tener acceso, las reglas de restricciones que podía o no evadir como Auror.

Pero, por Merlín, no podía ser posible que lo escuchase de esa forma cada semana sin descanso, y cuando lo volvía a ver un momento sin el glamour, continuaba exactamente igual.

tengo la impresión de que soy un interesante sujeto de estudio y para experimentos…

¿Y si tenía razón? Las últimas veces que lo había acompañado, el pensamiento se hacía más recurrente, más real. Casi podía palpar la idea y decir sí, sí la tiene, sí es así.

Harry sabía que se metería en problemas, que tenía que mantener un límite, que había ciertos aspectos –por no decir todos- de la medicina mágica que no llegaba a comprender. No pensó en nada de eso cuando abrió la puerta a la sala y se asomó.

Deseó no haberlo hecho casi de inmediato, cuando la varita se le resbaló de entre los dedos y rodó por las baldosas, y un medimago gritó que no debía estar ahí, pero él no podía obligarse a prestarle atención, a verlo, a escucharlo siquiera.

Tres medimagos rodeaban la camilla, además del que estaba gritándole y gesticulando en vano. Había un cuerpo encima, podía distinguir una silueta, que se perdía en la oscuridad que se alzaba alrededor, igual que un montículo, o tal vez tentáculos, algún tipo de monstruo que se enroscaba en el aire, que buscaba golpear, herir. Cuando escuchó un grito, reconoció la figura que se retorcía sobre el colchón, y la cosa, eso, lo que fuese, se agitó con brusquedad suficiente para enviar a volar uno de los magos, si este no hubiese usado un protego a tiempo.

Ocurrió demasiado rápido. Un momento, estaba aturdido por la escena, y al siguiente, el mago del protego se giraba para maldecir al que le gritaba, y después enviaba despedidos por el aire a los otros dos, y Harry tenía que paralizarlo. Y aquello se sintió demasiado familiar cuando vio a Draco arrastrarse fuera de la camilla hasta que cayó al suelo con un ruido sordo, las sombras replegándose en torno a él, hasta sólo dejarlo tirado sobre la baldosa.

Y luego resultaba que ninguno de los medimagos sabía qué había pasado, y él era consciente de que más de una cosa estaba mal en esa sala.

Volvió a cubrirlo con glamour mientras los demás se aseguraban de que todos estaban bien, y cuando salieron, lo hicieron en completo silencio hasta el área de Apariciones, donde, como se había hecho costumbre en los últimos meses, Draco le sostenía un brazo para dejarse llevar de vuelta.

Se soltó de inmediato y estaba a punto de desaparecer detrás de las rejas, que se movían con él, cuando Harry tomó una profunda bocanada de aire y le soltó el único pensamiento coherente que le pasaba por la cabeza.

—¿Tú lo hiciste?

Lo vio ponerse rígido. Estaba de espaldas a él, listo para retirarse, y si no hubiese querido contestar, si no lo hubiese querido en verdad, podría haber continuado hacia adentro, y Harry se habría quedado del otro lado de las rejas, con más preguntas que respuestas. Sólo que no fue así.

Draco negó.

—¿No fuiste tú? —Intentó asegurarse. Otra negativa y él se daba la vuelta para verlo, las manos unidas por delante de la espalda, el ceño fruncido, el labio inferior sobresalía al superior en un gesto que le restaba años y madurez. Y a la mierda con las razones y justificaciones que tendría que poner, de nuevo, en el papeleo, Harry tenía curiosidad, y una larga experiencia metiéndose en problemas por saciarla en lugar de quedarse callado y tranquilo—. ¿Qué fue todo eso entonces?

Él desvió la mirada al suelo, podría jurar que jugueteó con sus dedos un momento que le resultó eterno. Cuando levantó la cabeza y sus miradas se volvieron a encontrar, apuntó hacia el interior de los terrenos Malfoy.

—¿Quieres entrar? —Preguntaba la voz suave dentro de su cabeza—. Necesito una taza de té fuerte.

Harry asintió, más por inercia, sin estar seguro de a qué le decía que sí.

—Creo que yo también necesito una.

Draco lo observó un instante más, después volvió a asentir y se dio la vuelta, el gesto que hizo con su mano lo invitaba a ir detrás de él. Las rejas no se cerraron a su paso en esa ocasión, sino cuando ambos estuvieron dentro.

Harry no tenía los mejores recuerdos de la Mansión Malfoy (un psicópata con complejo de conquistador, una mujer obsesiva amante de la tortura, y el encierro, difícilmente constituían su parte más heroica durante la Segunda Guerra), y por lo que veía, tampoco había tenido una gran cantidad de cambios desde la última vez que entró. Quizás menos pavos, puede a que Draco no le gustasen tanto como a su predecesor. Recorrió el lugar con la mirada al tener una idea vaga y poco agradable, y frunció el ceño.

—A tu madre no le va a gustar si me ve aquí.

—…no te verá —Contestó, mirándolo por encima del hombro—, no te tienes que preocupar si sólo caminas por donde yo voy.

No estaba seguro de si aquello pretendía ser una frase tranquilizadora o algún tipo de advertencia poco disimulada, pero fuese lo que fuese, Harry no tenía muchas ganas de apartarse del único de los dos que conocía la Mansión, y terminar en un lago con kelpies o donde fuese que comieran los tétricos pavos albinos, así que, justo como le dijo, fue detrás de él en todo momento.

Se abrieron paso por un recibidor que era más grande que la mitad de la casa de su infancia, en Privet Drive, y contrario a lo que se imaginaba, terminaron por desviarse hacia un pasillo lateral, donde todo era blanco, gris o de un tono de azul pálido, y resultaba sencillo confundir de dónde venía y hacia dónde es que iba. Al menos para él.

Draco lo dirigió hacia una sala mucho más pequeña de lo que esperaba, con un ventanal que daba a una porción de césped y unos rosales, estantes de libros, y un par de sillones que rodeaban una mesita en la que estaba un juego de té. Mientras se acercaba, una nueva taza apareció sobre la superficie, y la tetera se elevó sola para llenarla. Harry no despegaba la mirada del servicio mágico cuando tomó asiento, embelesado.

Cuando lo invitó a beber con un gesto, Draco ya le había dado dos sorbos a su propio envase, y estaba reclinándose contra el mullido respaldar. Harry sopló, lo probó, y decidió que le gustaba lo suficiente como para darle un trago largo y no echarle azúcar.

—Nunca me imaginé que estaría sentado en la Mansión Malfoy tomando té contigo —Mencionó, cuando vio que él no decía nada, y se limitaba a fijar los ojos en sus zapatos y vaciar la taza de a poco. Si algo le dolía, lo disimulaba bien; la única muestra de perturbación que tuvo de su parte fue la tardía reacción, que lo hizo parpadear despacio hacia él y sacudir la cabeza.

Habría hechizado a cualquiera que me hubiese insinuado que esto pasaría —Aclaró Draco, dirigiéndole un vistazo breve, que supuso que sólo tenía la intención de mantener la legeremancia. Casi podía percibir la fantasmal caricia en la cabeza cuando el contacto mágico se llevaba a cabo, la voz resonando con suavidad—. No tenía una muy buena actitud de joven, ¿cierto?

Lo había soltado en un tono cuidadoso, sereno, como si fuese un detalle del que no se percató antes. Harry arqueó las cejas en su dirección, la honestidad no fue una decisión, ya que la respuesta brotó por sí misma.

—Eras una mierda.

Para su sorpresa, no sonó tan enojado como pudo haberlo hecho durante la adolescencia, cuando aquellas palabras conformaban una de las verdades más firmes en su mundo lleno de complejos, profecías y secretos. Y Draco, además, se echó a reír, sus hombros sacudiéndose junto a la risa silenciosa, él inclinándose desde el abdomen y cubriéndose la boca con el dorso de una mano.

Lo observó negar.

Me gustaría poder decir que soy un poco mejor ahora —Torció los labios al enderezarse, su mirada regresando al suelo. Y Harry se dio cuenta de que ambos se habían terminado el té, las tazas se rellenaban mágicamente entre sus manos, y él no estaba tan de acuerdo como le hubiese gustado.

—Lo eres —Le aseguró sin pensar—, estoy en tu casa, mi té no tiene veneno de acción rápida. Nadie te culpará si muero en unas horas o mañana.

Draco no le siguió el juego esa vez. Después de un momento, suspiró y se bebió el té con otro trago largo, y dejó la taza a medio vaciar sobre la mesita que separaba los sillones de los dos. Puso ambas manos en el regazo, jugueteaba con un anillo oscuro y extraño en uno de sus dedos.

¿Weasley va a retomar mi caso la próxima semana?

Harry bufó. Ya no estaba para esa farsa, no luego de lo que había visto, no cuando estaba dentro de la Mansión para hablar de eso.

—Ron no tiene ganas de verte ni de lejos en lo que le queda de vida. Salió espantado de este trabajo y creo que ya sé por qué.

¿Entonces el Jefe Autor piensa enviar a alguien más? —Prosiguió, en un susurro, y por un instante, él tuvo la impresión de que mantener una conexión directa mente-mente, le dejaba entrever un tinte de temor que no estuvo ahí antes—. Quiero decir, eres…¿eres algo así como un reemplazo temporal, hasta encontrar a alguien que aguante esto?

—No, me voy a quedar hasta que el caso se cierre, creo —Se encogió de hombros—. Por si no te haces una idea, los demás no tienen muchas ganas de trabajar contigo.

Nadie querría trabajar con un ex mortífago, asesino de niños —La facilidad con la que Draco lo dijo, lo hizo estremecer, preguntarse cuántas veces lo escuchó, y lo que era peor, cuántas veces se repetían esas palabras sobre su piel.

—No es…

Antes de que hubiese terminado de hablar, de que tuviese una idea de qué decir al menos, Draco se había puesto de pie y caminaba hacia el ventanal, dedicándole miradas cortas por encima del hombro.

Estoy maldito, Potter.

Harry no estaba seguro de si se suponía que tendría que mostrarse sorprendido por el dato, así que le llevó un momento reaccionar. Asintió en uno de esos instantes en los que él lo observó.

—Lo sé, Mione me hizo leer tu expediente completo, ¿sabes?

El expediente no es lo mismo que verlo —Él negó. Harry reprimió un escalofrío por lo similar que eran sus palabras a las que Ron le había soltado acerca del mismo tema—, ¿qué es lo que dice de mí?

Él batalló en recordarlo.

—Dice, bueno, algo así como que se te aplicaron demasiados hechizos para reponer la sangre y te la tienen que drenar porque ahora produces un exceso —Desde un lado del marco del ventanal, Draco asintió y lo instó a seguir—. Que lo que te escribieron cambia de lugar, reabriendo los cortes cada cierto tiempo, no sé cuánto exactamente.

Doce horas —Completó con un gesto que pretendía decir un "más o menos".

—Y por eso vas a San Mungo. Tienes un montón de maldiciones encima, que se combinaron y te dejaron así, pero…

No me refiero a eso. Estoy maldito —Si fuese posible, habría jurado que la voz dentro de su cabeza utilizó un mayor énfasis en esa parte—. Sabía que no lo pondrían en los papeles, aunque intenté decírselos; ellos no me escucharon, creían que alucinaba por tantas heridas, pero yo sé lo que vi. Sé lo que hicieron.

La verdad era que él no estaba seguro de querer preguntar qué fue, pero llegados a ese punto, tenía que hacerlo. Draco estaba hablando, contándole de lo que le ocurrió, y ni siquiera podía creerlo, porque había oído de los demás Aurores que se rehusó a contestar la mayoría de las preguntas por semanas, hasta que pudieron sacarle un poco de información entre varios.

No tuvo que averiguarlo por sí mismo. Él miró hacia el jardín desde la enorme ventana, se talló los párpados, y después se volvió hacia donde estaba Harry.

Ponte un protego.

—¿Para qué? —La reacción fue inmediata. Un segundo más tarde, tenía la varita afuera, lista para lo que necesitase hacerse, sin saber lo que sería.

Para, como tú dices, no me vayan a acusar después si algo te pasa —Puntualizó, sacando su propia varita, y dejándola sobre una mesita apartada de él, desde la que no podía alcanzarla sin un esfuerzo o dar algunos pasos.

Harry se mordió el labio, calló las cuestiones, y realizó el encantamiento escudo. Él lo observó durante el proceso, hasta que estuvo convencido de que resistiría cualquier maldición que pudiese darle un mago normal, y asintió para hacerle saber que estaba listo, para lo que fuese.

Draco separó los labios.

—Cada…vez que…que intento hablar…—A medida que lo decía, su voz suave y ronca por la falta de uso, se convertía en un ruido chirriante y agudo, irregular en su volumen, y Harry no pudo evitar encogerse y apretar los párpados. Sentía que los tímpanos se le romperían si no lo callaba, y al mismo tiempo, algo dentro de él, vibraba en respuesta, enviaba una emoción extraña por su cuerpo.

No llegó a finalizar la frase, el sonido se hizo incomprensible para el oído humano. Cuando Draco dio una inhalación brusca, el interior de su boca se llenó de una masa negra y viscosa, que salió disparada hacia afuera como un hilo grueso, enroscándose en torno a él. Lo vio retorcerse y ahogar un sollozo, y eso, lo que fuese, no paraba de crecer en alto y largo, llenando el cuarto, golpeando contra las paredes de su protego, y Harry comprendió por qué la necesidad del escudo cuando Draco se dobló desde el abdomen y cayó de rodillas al suelo, y los estantes se sacudieron. Un sillón se desgarró y el ventanal se rompió, los fragmentos de cristal volando hacia el patio.

Sabía que debía detenerlo, tenía que frenar el daño colateral, sacarlo de ese estado. Tenía que hacer tanto.

Y sin embargo, sólo se quedó ahí. En medio de la negrura que invadía el cuarto, una parte de él lo incitó a no moverse, a permanecer, a dejarse arrastrar. Un toque delicado de legeremancia en la cabeza, una respiración pausada, una sensación de tibieza, de que no tendría que preocuparse por nada, la promesa de no tener que pensar más en las cosas.

Harry reconocía esa impresión de vacío, de inexistencia, como un Imperio.

Su resistencia fue automática cuando se percató de lo que ocurría. La magia dominante parecía provenir de todas partes y de ninguna, y Draco, ahora tumbado en el piso, se llevaba las manos a la cara para intentar sellar la salida de la cosa, la maldición, lo que fuese.

Luchó para permanecer consciente, se obligó a rectificar el protego cuando la puerta de la sala se salió del marco y voló hacia el pasillo lateral. Un momento después, Draco tenía el rostro enterrado entre los brazos y temblaba, y la sustancia mitad gas y mitad fluidos volvía a replegarse contra él, poco más que una capa por encima de su cuerpo, pegada, que se desvanecía ante sus ojos aturdidos.

Aguardó un momento, pero ni el efecto se repitió, ni otra cosa se rompió. Draco continuaba tirado en el suelo, y después de estar seguro de que no lo maldeciría si se acercaba, camino hacia él, primero lento, el último metro de distancia lo atravesó corriendo y se agachó a su lado.

—¿Malfoy? —Llamó, sujetando sus hombros y sacudiéndolo— ¿Malfoy? ¿Me escuchas?

Le colocó las manos en los costados, para empujarlo con cuidado y hacer que se girase, dejarlo boca arriba de nuevo. Le apartó los brazos de la cara en cuanto lo consiguió. Draco tenía los labios y párpados firmemente apretados.

—¿Puedes oírme? —Insistió, palmeándole una mejilla sin fuerza. Si las indicaciones para lo que debía hacer un Auror cuando un monstruo viscoso y medio gaseoso salía de otro mago, fue una clase en la Academia, él se la había perdido, y no sabía si tratarlo como un caso de pérdida de conocimiento, desgaste mágico, o si tendría que estar huyendo de esa sala, en lugar de acercarse a él.

Cuando emitió un quejido bajo desde la garganta, Harry se preparó para lo peor, encontrándose directo en el campo de acción del monstruo, mas él no volvió a abrir la boca, y se imaginó que se debía a la costumbre de mantenerla sellada que habría desarrollado esos meses. Draco se removió lejos del tacto y parpadeó, lágrimas agolpadas en sus ojos se apartaron del gris claro que poseían, y estuvo a punto de caer de espaldas cuando hizo el ademán de levantarse. Lo tuvo que ayudar a sentarse.

—¿Malfoy?

El mencionado hipó por la nariz y se frotó la cara con las manos, sin mirarlo.

—Malfoy, ¿qué fue todo eso?

Lo escuchó resoplar, los labios aún sellados.

Mi maldición —Levantó la mirada hacia él un instante, lo necesario para que escuchase la respuesta dentro de su cabeza y retomar la conexión mágica. Después flexionó las piernas contra el pecho y puso su cara contra las rodillas, un brazo envolviéndola—, es la verdadera maldición que me pusieron.


¡Gracias por haber llegado hasta aquí, hipotético(a) lector(a)!

Este es un proyecto que tenía en mente desde enero, pero por el largo, no lo terminé hasta hace poco. Sí, los capítulos están listos, sin embargo, como notarán, son largos, y necesito tiempo para releerlos y corregir detalles.

Me encanta este concepto, adoré cada segundo que lo escribí, así que realmente espero que les guste al menos la mitad de lo que me gusta a mí. Si tuviese que describirlo con una palabra, creo que sería algo como "intenso". Sí, es intenso. Tal vez demasiado.

Hay muchas pistas sueltas por aquí y por allá, que según yo, dan una idea del rumbo de la historia. Las teorías locas son bienvenidas, amo leerlas.

Estaré publicando el siguiente capítulo, si todo sale como espero, en dos o tres días.