Inuyasha y Cía. no me pertenecen, son propiedad de la excelsa Rumiko Takahashi, yo sólo hago uso de ellos para hacer de mi pasatiempo un entretenimiento para ustedes.
Juego de Voluntades
Kagome resopló sobre sus manos intentando que el vapor de su boca calentara un poco sus congeladas palmas enguantadas. Vaya momento en que el calentamiento global escogía para hacer estragos en el clima. Si nevaba en pleno verano no le sorprendería realmente. Se acomodó su abrigo y miró el desolado panorama frente a sí. Una fría noche cubierta por el denso silencio de las calles desiertas y sin un alma haciéndole compañía en su acongojada situación. Sonrió con ironía. ¡Hasta el clima se compaginaba para darle un toque de película a su vida!
- Maldición… - Murmuró. – Ese miserable… - Agregó para sí. Oh, ahora hablaba sola, genial, pensó para sí recordando lo recién acontecido esa misma noche.
- Hace una noche bastante fría, ¿no crees? – Preguntó su compañero de trabajo y actual novio, quizá eludiendo de alguna manera el tema principal de esa reunión.
- Algo así. – Se limitó a decir mientras miraba distraídamente el color del mantel. - ¿Qué sucede? – Inquirió sin más.
- Yo, bueno… - Dijo suspirando. Mala señal, pensó Kagome. – He estado pensando y…no creo que podamos seguir juntos, Kag. – Vaya, había sido directo. Sorprendente.
- Ajá, y ahora supongo que te molestarás en dar alguna clase de explicación razonable, ¿no es así? – Preguntó con inusitada calma. Ya estaba acostumbrada.
- Pues… - Respondió pasando una mano sobre su cabello. – Entiéndeme…eres una mujer increíble, inteligente y…
- No te molestes en halagarme, todo eso lo sé y no necesito que alguien me lo confirme. – Interrumpió. El hombre se le quedó mirando sorprendido. Nunca le había visto así, ¿acaso esa mujer en su verdadera naturaleza era una rencorosa?
- El problema es tu padre y tu vida en general. – Resumió. Kagome frunció levemente el ceño y respirando hondo, asintió lentamente. Era de esperarse, menos mal nunca llegó a una situación más avanzada con ese sujeto.
- Entiendo. – Replicó, casi mordiéndose la lengua para no escupirle en la cara qué era específicamente lo que entendía en ese momento. – Supongo que todo este teatro del restaurante era para aminorar la incomodidad de la situación. – Agregó levantándose con inusitada calma. Miró al hombre con expresión neutral y tomando su bolso dijo unas últimas palabras. – No te sientas culpable, no eres el primer cobarde en mi vida, no te preocupes por mí, lo superaré satisfactoriamente. – Se despidió con aquellas frías palabras caminando aparente tranquila hasta la salida.
- ¡Eh! ¡Kagome, espera! – Pidió levantándose y corriendo hasta donde estaba ella. La joven le miró de tal manera que el hombre se quedó paralizado e intimidado. – Puedo…puedo llevarte a tu casa… - Tartamudeó inseguro. Observó la sonrisa irónica de ella y entendió la implícita respuesta.
Finalmente, luego de que Kagome se hubiera puesto su abrigo, salió a la calle y empezó a caminar por las desoladas aceras. Y no era para menos. El día era gélido y probablemente su decepción era más helada aún, carcomiéndole algo por dentro.
¡Demonios! Ni siquiera sabía porqué lo intentaba con alguien. Nunca funcionaría, debía resignarse. Ese cuento de la mujer que encuentra a un hombre maravilloso con quien compartir el resto de sus días era una falacia. Una basura comercial, como la mayoría de las ideologías que se promulgan actualmente, concluyó para sí.
A sus veinte y seis años debía más que haberlo supuesto, debía haberlo dado por hecho. No pasaba ni un taxi y sentía que el frío hacía estremecer sus músculos, pero le restó importancia. Sólo ahora se repetía en su mente la misma convicción: "Kagome, tú no eres para nadie porque nadie será capaz de amarte tal y como eres, a nadie le gustan los combos sorpresa en el plano amoroso"
Sería una larga y aburrida noche viendo películas viejas en su solitaria habitación. Ya no importaba mucho el resto de ese día.
En eso sintió algunos pasos acelerados aproximársele, levantó la cabeza y llevó su mano con rapidez a su bolso, en busca de su aerosol. Tomó el diminuto frasco entre sus dedos y esperó porque aquella silueta reflejara su forma. Se sorprendió de ver que aquel extraño parecía de todo menos un delincuente. El hombre también pareció asombrado de encontrarse con alguien más allí y detuvo su carrera. Por la luz agonizante de unos de los faroles observó que ese individuo poseía unos hermosos ojos dorados y una contextura atlética resguardada en un impecable traje de oficina ocultado parcialmente por un grueso y elegante abrigo a juego. No parecía con intenciones de atacarla, pero dejaría el gas pimienta en su mano, sólo por si acaso.
Retomando el paso, siguió caminando, pasándole a un lado al aún sorprendido hombre. Lo menos que quería saber era de algún espécimen masculino.
- Disculpe. – Escuchó la voz profunda del susodicho. Se detuvo y volteó a verle. – ¿Dónde podría encontrar un taxi? – Inquirió. Ella se sorprendió en un principio por la pregunta y no pudo evitar sonreír ante la divertida situación.
- Si logra dar con uno, me avisa. – Respondió, dando a entender su idea. El extraño sonrió también. Kagome se disponía a continuar su camino hasta que lo oyó hablar de nuevo.
- En ese caso, ¿me puede decir dónde hay una cabina telefónica cerca? – Cuestionó. Kagome frunció el ceño. Esa situación le parecía un tanto irreal. ¿Estaba siendo sincero?
- Puede que el restaurante que queda a diez cuadras de donde estamos posea una. Pero he de advertirle que lo más seguro es que esté cerrado. – Explicó.
- Entiendo. – Murmuró. En eso una melodía empezó a resonar entre el angustioso silencio que se cernía sobre ambos. Kagome rebuscó en su bolso y sacó su celular, atendiendo la llamada.
- ¿Aló? Papá… - Kagome se disponía seguir su camino, pero algo le hizo quedarse en su sitio, vigilando atentamente a aquel hombre. – No, es sólo que no me fue bien…No, no, yo decidí que no me llevara a casa…Sí, lo sé, sé que debí haber aceptado, pero ese desgraciado no merecía estar conmigo ni un momento más. – Observó que el extraño sonreía enigmáticamente. ¿Acaso se imaginaba algo de ella en ese momento? Más le valía que no. – Sí, no te preocupes. Llegaré a casa pronto, te lo prometo. – Se despidió.
- ¿Una pésima cita? – Probó el extraño. Kagome le miró desconfiada por un minuto y reparó en la costosa ropa una vez más. No, definitivamente aquel hombre no podía ser una mala persona.
- Más bien, el final de una relación en un restaurante. – Explicó sin saber a ciencia cierta el porqué de su confesión. El hombre sonrió.
- ¿Le molesta si le acompaño? – Por la mirada de Kagome pudo adivinar que así era. – No pretendo hacer algo indebido con usted, se lo aseguro. Soy Inuyasha Taisho. Mi padre es uno de los empresarios más poderosos de todo Japón, Inu no Taisho. – Explicó. – Verá que soy muy confiado, ya que yo no sé nada de usted y no debí decirle aquella información.
- Ciertamente. Kagome Higurashi. – Se presentó. El aludido le estrechó la mano con firmeza y Kagome sintió una extraña sensación recorrerle todo el cuerpo. En ello reparó en las facciones del recién presentado y recordó verlo en alguna revista en una de sus esporádicas visitas a la peluquería. – Ya lo recuerdo, usted apareció en una revista. – Comentó inocentemente. Inuyasha sonrió.
- En varias de hecho. – Aceptó. – Sin embargo, mi interés actual en usted es que necesito que me permita su teléfono para hacer una llamada. Pero no su celular ni mucho menos ahora. Necesito un sitio fijo para esperar mi limusina, así que si me lo permite, el porche de su casa me sentaría de maravilla. Por ello le propongo que me permita acompañarle. – Explicó. Kagome se relajó y empezó a guardar el aerosol en su bolso mientras asentía. Inuyasha le miró sorprendido. - ¿Pretendía echarme eso en la cara? – Inquirió asombrado. Kagome le sonrió.
- ¿Qué? ¿Le molestaría que dañara su bello rostro de telenovela? – Se burló. – No me crea tan ingenua de hablar con alguien sin sentirme medianamente segura. – Agregó empezando a caminar. Inuyasha sonrió luego del estupor y la acompañó durante el trayecto.
- Vaya, y yo que creía que sólo era una dulce señorita perdida. – Comentó mordazmente. Kagome le miró entre divertida y retadora.
- No creo definirme como "perdida" y mucho menos "dulce" - Rebatió tranquilamente.
- ¿Y me puede comentar de qué se trataba aquel rompimiento? – Inquirió recibiendo una mirada ceñuda por parte de la aludida. - ¿Qué? Esas historias son interesantes. – Dijo encogiéndose de hombros.
- Y luego dicen que las mujeres son las chismosas. – Musitó poniendo los ojos en blanco. – En realidad, no es nada del otro mundo, el tipo cortó conmigo porque yo no me adecué a sus condiciones. – Sintetizó con presteza. El hombre pareció desilusionarse por el corto relato.
- ¿Y ya? ¿No piensa descargarse y desearle que se queme en el séptimo infierno como mínimo?
- Lo dudo. – Rió. – Eso lo hice hace rato, créame. – Sonrió.
Al llegar a la casa de ella, Kagome le permitió pasar a su sala de estar y le acercó el teléfono inalámbrico. Él lo recibió con una sonrisa agradecida y empezó a marcar números rápidamente.
- Disculpe que no me muestre sumamente educado, pero tengo prisa a decir verdad. – Informó mientras sentía como el familiar pitido de espera sonaba en el otro lado del auricular. Ella asintió tranquila.
- Lo que no me explico es cómo usted no carga un celular, o como mínimo un chip en su cabeza que le ubique en caso de que se extravíe. – Ironizó. Él rió sinceramente pero calló al sentir como le contestaban.
- ¿William? Es Inuyasha, por favor envía a Totosai a buscarme a la siguiente dirección… ¿Tienes lápiz y papel a la mano? – Preguntó. Y así, luego de unas breves palabras finalizó con su cometido. Luego volvió su vista a Kagome. – No tengo chip en la cabeza y mi celular lo dejé en la limusina que me llevó al edificio donde tenía que reunirme para una "situación social" que se traduce en licor, hombres y mujeres flirteando y acuerdo de tratos valiosos, cuyo éxito es debido a los efectos del alcohol. – Sonrió.
- Ya veo. – Dijo Kagome devolviéndole la sonrisa. - ¿No le molesta que no le crea del todo, verdad? – Agregó viendo la perplejidad en aquellos ojos dorados para luego observar un matiz de picardía y socarronería en ellos.
- Veo que no se deja engatusar fácilmente, ¿o me equivoco? – Inquirió.
- No me interesan sus razones, si el niño de mamá se quiso escapar por un rato, no lo critico. Sólo le pido que no me involucre en algún escándalo, ¿de acuerdo? Ah, y otra cosa, me gustaría que esperase pacientemente en el porche de la casa. No quiero que mi padre se exalte por verlo aquí a estas horas de la noche. – Pidió de forma bastante práctica. Él alzó las cejas divertido pero al ver que ella permanecía seria, sabía que no bromeaba.
- Veo que no le cuesta nada expresar sus deseos. – Musitó levantándose del asiento. Ella enarcó una ceja graciosamente.
- ¿Me lo va a reprochar en mi propia casa? – Le retó. Él sonrió. Aquella mujer era sumamente fascinante. Una exótica mezcla de candidez y valentía.
- Desde luego que no. Más bien debería estarle agradecido por acceder a ayudarme, entendiendo que tiene otras cosas que atender. – Repuso tomando su aire educado, pero con cierto matiz de burla en su voz. Se encontraba muy divertido por las expresiones de aquella mujer.
- Ya. Permítame abrirle la puerta. – Anunció encaminándose a la salida, sin enternecerse por sus cuidadosas palabras y refinados modales. Giró el picaporte y al abrir la puerta, una corriente helada entró rápidamente a la acogedora casa y Kagome observó como nevaba afuera de forma amenazante. De acuerdo, no sería tan mala de dejarlo afuera como hubiese querido. Veía en aquel hombre una personalidad petulante, y por Dios, que nada quería saber de personalidades petulantes en esos momentos. – Muy bien, quédese hasta que llegue su chofer, aparentemente no lo puedo correr en este momento. – Dijo resignada sin molestarse en parecer educada o encantadora. Esa noche no estaba para esos papeles.
- Gracias. – Replicó aparentemente divertido con la situación. - ¿Veo que este no es su mejor momento o me equivoco? – Agregó luego de un momento.
- Ha acertado como no tiene idea. – Dijo desplomándose en el sofá y haciéndole una leve seña para que la imitase. – Disculpe mi pésima cortesía, es sólo que…supongo que ando demasiado cansada para guardar alguna apariencia decente. – Musitó.
- No se preocupe. – Dijo con voz suave. – En verdad le agradezco su ayuda y en caso de necesitarme, podría llamarme, créame que me sentiré en deuda con usted luego de hoy. – Le sonrió.
- No es necesario, yo… - Fue interrumpida por el ruido de una corneta a las afueras de su casa. Por el orificio de la puerta observó una sombra negra reluciente, probablemente la limusina de aquel sujeto. – Ya llegaron por usted. – Le anunció abriendo la puerta, recibiendo el frío del exterior directamente contra su rostro. Se estremeció de pies a cabeza y suspiró de forma cansada. Por Dios que sólo quería desplomarse en una cama tibia.
- Nuevamente, muchas gracias por su ayuda. Tenga. – Le entregó su tarjeta de presentación y sonrió algo cohibido. – Sé que insiste en que no tengo porqué sentirme en deuda con usted, pero igualmente a nadie le hace mal tener un contacto nuevo por si acaso, ¿no? Buenas noches, Srta. Higurashi. – Se despidió rápidamente rozándole la mejilla con sus labios en un beso fugaz pero lo suficientemente electrizante como para dejar a Kagome paralizada y absorta en el umbral de la puerta.
- Buenas noches. – Logró susurrar al observarlo girarse y caminar resuelto pese a la nieve hasta el vehículo que le esperaba.
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- ¡Oh! ¡No te lo puedo creer! – Chilló Sango antes de introducir a su boca una gran cucharada de helado de vainilla. Kagome sonrió al verla. Sólo a su excéntrica amiga se le ocurría comer helado en un clima con apenas unos cuantos grados por encima de cero.
- Ya ves. – Volvió a sonreírle antes de volver a atarse por enésima vez en el día su coleta alta. Se encontraba en la cocina mezclando ingredientes en diferentes tazones, ollas y recipientes para la cena del cumpleaños de su padre. Por ello había pedido ayuda a Sango y también, para no sentirse tan patéticamente sola ese día.
- Pero o sea, ¿el mismísimo Inuyasha Taisho? ¿El espectacular tipo de ojos dorados, vicepresidente de la empresa esa de tecnología Taisho? Kagome, si eso era para secuestrarlo y no dejarlo salir de tu casa como mínimo en una semana. – Rió. Kagome negó con la cabeza divertida.
- Si supieras. No creo que sienta la menor simpatía por mí luego de esa noche. Sólo fue mero agradecimiento. Yo andaba como un animal enfurecido por lo acontecido con Ichigo. Odiaba a la humanidad en ese momento, por lo que no parecí ni la mitad de coqueta o sofisticada con las mujeres de las cuales seguramente se rodea ese individuo.
- Oh, pero no pudo salir tan mal, te dio hasta su tarjeta y todo, ¿no? ¿Crees que quiera algo contigo? – Preguntó ilusionada. Kagome resopló incrédula.
- Claro, y ya tiene premeditado casarme conmigo a los tres meses de noviazgo. – Replicó con sarcasmo. - Sango, ¿en qué planeta vives? Si el idiota debilucho de Ichigo no pudo conmigo por la situación de mi padre, ¿crees que ese pedante ser va a querer embaucarse con alguien como yo? – Inquirió batiendo con excesiva fuerza la mezcla para hacer panecillos horneados.
- Ummm…supongo que es factible no hacerse ilusiones, pero ¿a qué es divertido hacerlo? Además, el hecho de que no tengas pensado tener una relación en los próximos noventas años, no significa que seas indiferente para los hombres. – Le guiñó un ojo terminándose su porción de helado y dejando el platillo y la cuchara a un lado de la mesa. – Incluso tengo entendido que ese tipo va a heredar la presidencia pronto, por lo que será mucho más rico de lo que ya es.
- Sí, que se pudran él y su dinero. – Comentó haciéndose la indiferente mientras probaba la salsa para la pasta.
- Oh, vamos, que al menos unas cuantas cenas caras se le pueden sacar a ese Taisho. – Expresó exasperada por el poco interés que mostraba su amiga.
- ¿Me pasas la sal? – Preguntó ignorándole deliberadamente el comentario. Sango resopló con fastidio y le aventó el frasco lleno del polvo blanco. Kagome lo atajó con presteza y empezó a hacer uso de él. – Gracias.
- Lo que sí…tú me habías dicho que querías cambiar de ambiente, irte a otro trabajo lejos de, permíteme citarte, "la mierda de gente que te rodea las ocho horas laborales del día, que no tiene ningún otro propósito en la vida además de hacerte miserable" - Dijo tomando asiento en una de las sillas vacías de la mesa.
- ¿Y eso qué?
- Pues, puedes pedirle a tu querido Inuyasha que te consiga un puesto en su empresa. – Sonrió con picardía. – Y si todo va bien lo que resten de días laborales antes de las festividades de Navidad, entonces quizá mejore tu condición para enero. – Expresó con excesivo pragmatismo.
Kagome soltó una risotada incrédula.
- No quiero estar de fregona allá, Sango. – Repuso socarronamente volviéndose a ella y posando su mano sobre su cintura. – Soy una respetable contador público, merezco algo que valga la pena.
- ¿Y qué sabes tú lo que te ofrecería, eh? – Repuso frunciendo el ceño. – Al menos si no eres capaz de pedir un trabajo para ti, pídeme un puesto a mí allá. – Dijo con voz lastimera.
Kagome rió introduciendo con agilidad en diversos recipientes la comida recién lista para guardarla luego en la nevera.
- Anda, no podemos atrasarnos, ve y avísale a papá que se ponga el abrigo negro, no quiero que pase frío de aquí a la clínica. Hoy le toca la quimio, y no quiero que llegue sin fuerzas. – Dijo preocupada. Sango sonrió tristemente. Sí, Kagome no tenía vida propia para permitirse soñar con un galán de ensueño.
- De acuerdo. – Murmuró saliendo de la cocina.
En su recorrido por el vestíbulo hasta la habitación de Takato, observó una pequeña cartulina blanca con letras elegantes en tinta negra sobre una mesa de vidrio. La tomó y leyó su contenido. En eso, una idea fugaz pasó por su mente y una sonrisa traviesa surcó sus labios. Sí, quizá era hora de darle un empujón a su querida y tozuda amiga.
- ¿Sango? ¿Ya está listo papá? – Escuchó que le gritaban de la cocina. Dando un respingo al creerse sorprendida, guardó rápidamente la tarjeta en uno de los bolsillos de su pantalón y retomó su marcha a la habitación del Sr. Higurashi.
Al llegar hasta la puerta de caoba cerrada, dio unos cuantos golpes en la puerta antes de abrirla.
- ¿Sr. Higurashi? – Preguntó respetuosamente antes de abrir la puerta por completo. - ¿Está listo?
- Oh, Sango, hija, sí, dame un momento para ponerme el abrigo. – Dijo colocándose un abrigo negro algo ya desteñido por el uso. Sus cabellos entrecanos se movieron suavemente al girar su cabeza para verse en el espejo y sonreír tristemente ante su deplorable imagen. – No sé ni para qué me miro en el espejo si ya sé que no hay mejoría. – Suspiró. Sango le miró compasiva.
- Es porque usted no podría estar mejor, Sr. Takato. – Le sonrió. – Además, esas arrugas le dan un aire de misteriosa elegancia. – Le guiñó un ojo. – Por eso Kaede revolotea alrededor de usted todo el día. – Dijo en tono cómplice, refiriéndose a la enfermera-ama de llaves de la casa.
Takato rió encantado.
- Gracias, cariño. – Le dijo de forma paternal. - De acuerdo, no hagamos esperar más a Kagome. – Aceptó volviendo a tomar aquel semblante sereno como de quien tiene toda una vida sin preocupaciones por delante, pese a que sus días ya estaban contados.
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Sango suspiró nerviosamente mientras giraba en su mano aquella tarjeta que había robado de la casa de Kagome. No sabía qué decir. ¿Era adecuado llamarlo a él directamente? Lo dudaba, ¿qué se suponía que iba a decir? "Hola, no me conoces, pero soy amiga de la chica que te prestó el teléfono el otro día" Sonaría sospechoso, por no decir que se vería como una lunática desesperada. Hasta que se le ocurrió una idea.
Marcó rápidamente unos números en el teléfono y esperó pacientemente porque cesara el pitido.
- Buenas tardes. Compañía Taisho. ¿En qué puedo ayudarle? – Respondió la voz monótona de una mujer.
- Bu…buenas tardes. – Titubeó por un momento antes de inhalar hondo y lanzarse al vacío. – Mi nombre es Kagome Higurashi, llamo para solicitar un trabajo en la sección de contaduría.
- Disculpe Srta. Higurashi, pero no tenemos puestos disponibles… - Empezó a decir educada pero firmemente.
- Espere. – Le interrumpió. – Igualmente enviaré mi currículo y por favor dígale al Sr. Inuyasha Taisho que he solicitado el trabajo. Sea cual sea la respuesta, le suplico que me llame cuanto antes. – Pidió.
- Srta., no se imagina la cantidad de gente que…
- ¿Que qué? ¿Qué le dice lo mismo? No me importa ni me incumbe, sólo le pido que se limite a mencionar mi nombre ante el Sr. Taisho si no es mucho pedir, de lo contrario tendría que ir en persona, lo cual, en su caso, no sería conveniente. – Amenazó rezando porque la mujer se intimidase y no la retara a cumplir su promesa o su plan se vería hecho añicos. Luego de un prolongado y tortuoso silencio para Sango, volvió a escuchar la voz de la mujer.
- Bien, me comunicaré con vicepresidencia, pero no le prometo que recibirá una respuesta de inmediato. ¿Cuáles me dijo que eran sus datos? – Inquirió. Sango sonrió con alivio.
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Kagome llegó a casa lanzando las llaves a cualquier rincón de la mesilla junto a la puerta y despotricando como un marinero borracho. De camino del trabajo a la casa se le había partido un tacón, había metido el otro pie en un charco helado, un perro le había arrancado la bolsa donde tenía un cruasán calientito que pensaba comerse en la comodidad de su casa y por si fuera poco, una suave llovizna le había mojado, haciendo que su cabello perdiera cualquier forma presentable.
- Odio este clima. – Masculló retirando de sus manos los guantes de forma impaciente. Miró la correspondencia desparramada por el sofá. Ya sabía que seguramente Kaede la habría recogido pero no la habría leído. Era un milagro haber tenido la dicha de no tener una sirvienta entrometida. Tomó los sobres y los pasaba uno tras otro rápidamente. – Cuentas, cuentas, cuentas, publicidades inútiles…más cuentas…. – En eso se detuvo y frunció el ceño al ver una misiva totalmente desconocida para ella con el sello de la Compañía Taisho. Sintió de repente que la sangre le abandonaba el cuerpo mientras que extrañada y con un presentimiento que no sabía si decir que era agradable o desagradable, se dispuso a abrir el papel que había dentro.
Leyó rápidamente entre líneas y la boca se le secó al observar palabras comprometedoras, leyó "felicidades" "tenemos el gusto de informarle" "horario laboral" "departamento de contaduría"
Sintió que un vértigo la acorralaba en contra de su voluntad y se tumbó sobre el sillón que tenía a sus espaldas. "Sango" pensó al ir ordenando sus ideas mientras las manos no dejaban de temblarle. ¿Qué demonios creía que había hecho esa mujer? Tomó la misiva y la volvió a leer y en eso, un pequeño papel cayó del sobre y Kagome extrañada lo recogió y leyó.
"¿Cómo estás, Kagome? Mira que no te lo has pensado dos veces antes de pedirme que te pagara el favor. Sin embargo, ahora estamos en paz, que te vaya bien en tu nuevo trabajo y nos mantendremos en contacto, suerte, linda."
Luego leyó un "Inuyasha Taisho" y después divisó una elegante firma de trazos rápidos y angulosos. Gimió antes de llevarse una mano a la frente.
- Dios mío, ¿y ahora qué? – Musitó para sí releyendo la nota. Oh, vaya, ahora trabajaría para ese tipo petulante. Y sin embargo, algo traicionero dentro de ella reía y se alegraba ante la expectativa que eso suponía. - ¿Qué demonios me está pasando? – Dijo para sí.
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¡Hola! Feliz Navidad, Feliz Año Nuevo, etc. Lamento haberme perdido del mapa luego de mi último fic pero no encontraba nada decente que subir :P
Aquí tienen mi nueva creación, ya ven que podría sonarles un tanto rayado el tema, pero como cada autora lo hace a su manera, espero que mi forma de ir relatando los hechos también le den su toque original ;)
He de agradecer todos los reviews que me han dejado en todos los demás fics y espero sinceramente que en este nos pongamos las pilas, y que les guste tanto que me dejen bastante reviews xD Bueno, tampoco para bañarme en ellos, aunque si pido una cantidad decente, para poder continuar el fic pronto, si acaso a ustedes les llega a gustar n.n
En fin, no quiero aburrirlas con una verborrea sin sentido por mi parte, sólo les pido que le den una oportunidad a mi nuevo fic y que me dejen su opinión a través de sus reviews, a ver si así me atrevo a continuarlo. Así que todo depende de ustedes, mis queridas lectoras, por lo que, me despido y espero que nos podamos leer pronto, muchas gracias por leer, esperanzadamente digo hasta la próxima actualización. Sayonara :)
