I fell in Love

Disclaimer: Ninguno de los personajes es mío, todos son propiedad de ChiNoMiko.

La fresca mañana mudaba las rosáceas nubes en azules algodones levemente emblanquecidos. El despunte del Sol, agradabilísimo, tocaba a quienes osaban caminar tan temprano bajo su cálida luz.

Los rayos del astro se colaron por los pequeños espacios descuidados por las ventanas de cierta muchacha, que aún dormía tranquilamente en su cama. Sin embargo, le molestó la luz y reticentemente abrió sus ojos celestes. Parpadeó un par de veces, intentando acostumbrarse a la luz, y, luego de haberse arreglado para ir al instituto, salió de su casa tras despedirse de su querida tía Ágatha.

Ya estaba completamente azulado el cielo cuando entró en el célebre Sweet Amoris. Pasando el umbral, dio un leve respingo al ver al gemelo de Armin acercándose a ella rápidamente.

-¡Sucrette!- exclamaba él alegremente al tiempo en que agitaba su mano izquierda para saludarla.

-Alexy…- musitó la muchacha, viéndolo con un poco de tristeza.

-¡Hola!, ¿cómo… estás?- la cara del peliazul se había tornado en una de preocupación al ver a su amiga tan apática. -¿Te sientes bien, Su?-.

-Sí, sí. Perdón, estoy un poco distraída. No dormí muy bien hoy- mintió ella, esbozando una sonrisa con todas sus ganas.

-Ah, ya veo. Bueno, procura dormir temprano hoy- dijo él mientras le sonreía cálidamente. Sucrette asintió mientras seguía caminando con él hacia el Aula B.

Dejó de poner atención en sus palabras, limitándose a sonreír tontamente y a contestar con monosílabos. No sabía qué hacer cada vez que se encontraba en situaciones como ésa: estar a solas con Alexy. Desde hacía un tiempo se dio cuenta de que su corazón latía más rápidamente siempre que él le hablaba, la miraba, la abrazaba, le sonreía. Intentaba contenerse, pero no podía detener sus sentimientos; cada vez era más difícil.

Terminada la clase del Sr. Farres, Sucrette fue la primera en salir del salón, arrastrando consigo la mirada de los chicos de la clase. Sólo su mejor amiga, Rosalya, se aventuró a caminar tras ella a paso acelerado mientras, en vano, la llamaba repetidas veces. La alcanzó en las escaleras, obligándola a girarse hacia ella, pues había conseguido sujetar firme, aun no fuertemente, su mano. Sucrette frenó su carrera, aún sumida en sus pensamientos.

-¿Qué te pasa, Su?- ella se limitó a corresponderle la mirada sin ocultar ninguna expresión: los ojos azules se apagaban por la tristeza y el silencio hablaba por la muchacha.

-¿Es por lo que me dijiste?- Sucrette asintió lentamente con la cabeza, agitando un poco sus hebras negras.

Esta vez, las palabras no salieron de la boca de la peliblanca, ya que nunca se había enfrentado a una batalla perdida. Se limitó a abrazarla para que ella se desahogara libremente. De todos los chicos en el instituto, ¿por qué su amiga fue a enamorarse del único que era gay? La situación no mejoraba, ya que las esperanzas ni siquiera estaban presentes y la constante presencia de Alexy alteraba más de lo normal a la pelinegra.

-No sé qué voy a hacer, Rosa- dijo, mientras se separaba de ella.

-Amiga…- iba a decir algo más, pero vieron que el rey de Roma se acercaba. Sucrette y Rosalya lo vieron caminando por el pequeño pasillo, acercándose hasta quedar al pie de las escaleras. Parecía que estaba un poco agitado.

-Su, de verdad, ¿qué tienes?- la chica guardó silencio e intentó volver su cara hacia otra parte.

-¿Estás molesta conmigo?- esta vez, la voz de Alexy cambió de tono.

Sucrette tan sólo respiró hondo y frunció un poco el ceño ante la pregunta. No era posible que ella estuviera molesta con Alexy; no era eso. Rosa, entretanto, se alejó lentamente, al saber que ellos dos necesitaban estar solos.

-N-no es eso-.

-¿Entonces qué pasa?-.

Mientras el silencio seguía en boga de Sucrette, Alexy subía lentamente los escalones, como reflexionando a cada paso que daba. Desde hacía dos semanas que su mejor amiga estaba actuando extraño: hablaba menos, estaba muy nerviosa, se le quebraba la voz y, lo más terrible, lo evitaba. No recordaba haber hecho nada para molestarla, así que estaba desconcertado. ¿Sería que de repente había dejado de hablarle así sin más? ¿De la noche a la mañana había caído de su gracia y por eso rehuía las conversaciones y los tiempos que antes disfrutaban juntos?

Llegó al límite de su paciencia (incluso Alexy lo tenía), cuando vio el agua salada agolpándose en los ojos de su amiga. Acortó la distancia de tal manera que sólo estaban separados por un escalón.

-¡Su, por favor!- estaba desesperado por no entender nada de lo que pasaba.

Y la bomba estalló:

-¡Me gustas, maldición!-.

-¿Qué…?- sus violetas pupilas se dilataron al máximo. No era posible que las cosas se hubieran tornado de esa manera.

-Escucha, yo…- Alexy intentaba formular una manera de expresarse, pero seguía muy impresionado por lo que había escuchado hacía cinco segundos.

Su cuerpo, como en automático, quería acercarse a ella y abrazarla. Quería decirle que la quería mucho, que la adoraba. Quería detener sus lágrimas y reconfortarla de alguna manera.

Aún los separaba un escalón. Parecía que era más alto que de costumbre.

-Su...- intentaba hablar, pero no salían las palabras.

-Su, yo…- entonces, en un solo instante, todavía procesando las palabras de Sucrette, sus pies lo traicionaron: al tiempo en que pisó el siguiente escalón para tocar a la chica, su pie resbaló…

-¡Alexy!-

...y todo fue oscuro.