Descargo de responsabilidad: Skip Beat es de Nakamura sensei, y si Ren quisiera, yo sería toda suya.
CIERRE
La última vez que la había visto fue después de aquella noche horrible.
Él no la quería así, vacía, hueca… Sin luz en los ojos, como muerta en vida. Así que fue todo un placer discutir a gritos como siempre habían hecho. Bueno, al menos desde que ella aprendió que había más cosas en el mundo que su Sho-chan. En fin, en cualquier caso, ver de nuevo en sus ojos brillar la chispa del desafío, y renovar a voces el reto de superarse el uno al otro, bien valía el precio de una patada en la espinilla.
Su chófer le abrió la puerta y entró en los estudios. Adoptó esa actitud despegada que se le daba tan bien. Esa que decía 'Soy un dios, simples mortales'. Fingía no notar las miradas furtivas y los susurros de la gente en el plató. Pero él seguía caminando hacia ella como si los demás no existieran. Solo Kyoko.
Cuando su sombra le tapó la luz, ella alzó la cabeza de su guión. Él le lanzó el periódico que traía al regazo y esperó con cierta impaciencia a que leyera que Fuwa Sho se había posicionado como el tercer superventas en el mercado musical asiático.
—¿Y bien? ¿Qué me dices ahora? —preguntó él, siempre con ese tono de arrogante superioridad. Cerró las manos en puños prietos para ocultar su inquietud. Era el suyo un mundo de una competencia feroz y despiadada, donde un día se alzaban hasta tocar la gloria y al otro caían desde lo más alto. Él había peleado con uñas y dientes para hacerse un nombre dentro y fuera de Japón, había superado la barrera de los idiomas, reivindicaba su faceta compositora, desplegaba su encanto irreverente, y luchaba y luchaba por no ser uno más de esos artistas efímeros.
Podría ser un niñato consentido en privado (y los dioses sabían bien que lo era), pero se dejaba la piel en cada proyecto, en cada gala, en cada actuación. Quería gritarles a todos, a sus padres, a Kyoko, que lo había conseguido, que lo había logrado por sí solo. Aunque supiera que en el fondo no era más que una mentira que se repetía para mantener su orgullo intacto. Porque lo cierto es que él la necesitaba a ella más que ella a él. Sí, Kyoko hace tiempo que dejó de ser aquella niña tonta que solo soñaba con ser su novia. Ella también tenía su propio sueño. Uno en el que no entraba él. Así que cuando Shoko-san no andaba cerca, él espiaba las redes sociales y la página de LME en busca de noticias suyas. Sabía de los malditos rumores que la vinculaban con ese actorucho, pero también sabía de sus éxitos como actriz, de sus campañas publicitarias, y se alegraba, porque cuanto más alto subiera ella, más lo haría él. No solo para cumplir su sueño con la música, sino para que ella no perdiera de vista sus pies, para tenerla siempre justo detrás de él.
Kyoko terminó de leer y lo miró. Esbozó entonces una sonrisa tristemente dulce que a Sho le amargó el aire que respiraba.
Una parte de él lo sabía. Probablemente siempre lo supo.
—Perdona, Shotaro… —dijo ella devolviéndole el periódico.
Tiene que oírlo. Tiene que escucharlo de su boca.
Dolerá, lo sabe. Le hará daño, no a su vanidad mal entendida, no. A su corazón.
Pero eso es solo culpa suya.
—¿Qué? —pregunta él, intentando demorar más el momento de escuchar la verdad transformada en palabras. Porque esta vez no estarán teñidas por el odio ni el despecho. Porque esta vez serán verdad…
Él no aparta la vista de sus ojos, preguntándose una vez más cómo es que fue tan estúpido para no dejarse ahogar en ellos. La ve entonces morderse el labio inferior, en un gesto ligeramente avergonzado, pero sin rubores. No, ya no hay sonrojos por su causa. Ni de ira ni de amor.
Kyoko inspira y por fin le contesta.
Ah, ahí está. El golpe de gracia.
—Se me olvidó que te olvidé.
