Prólogo.

Hace dos meses...

Cuando el blanquecino humo comenzó a disiparse, los ojos verde esmeralda del moroi se dirigieron, no hacia su esposa, sino hacia la gran caja metálica que había quedado abierta de par en par.

Una bombilla colgada del techo iluminaba tenuemente la sala, llena de cajas de recuerdos que hacía demasiado tiempo que no eran abiertas.

La mujer tosió un par de veces, antes de preguntar:

—¿Nathan? Nathan, ¿te encuentras bien?

Él no respondió, tan sólo murmuraba algo ininteligible, incluso para el fino oído de los vampiros. Tres guardianes dhampir entraron al instante, en cuanto lograron abrir la puerta del sótano de los Ivashkov, que hasta ahora se había mantenido atascada, imposible de abrir.

—¿Nathan? —volvió a preguntar Daniella.

—Lady Ivashkov, ¿se encuentra usted bien? —sonó la voz de uno de los guardianes.

—Sí, tranquilos. —el guardián se acercó a ella, visiblemente preocupado. No estaba seguro de que su protegida estuviera tan bien como ella afirmaba; Daniella Ivashkov tenía su orgullo—. Estoy bien.

Otro de los guardianes se quedó con Nathan, mientras la última de ellos, la guardiana Blake, revisaba el cuarto, asegurándose de que ya no había peligro alguno.

Daniella se acercó a su esposo, y fue entonces cuando entendió lo que había estado farfullando todo este tiempo.

—No... —murmuró Nathan, y ella se sorprendió de la desesperación en su voz—. No puede ser...

—Lord Ivashkov, ¿qué ocurre?

—Nos han robado...

—¿Qué? —dudó la moroi.

Entonces, todos los ojos se dirigieron a la guardiana Blake.

—La caja está vacía, Lady Ivashkov. —corroboró la dhampir.