Hola, mis queridos cupcakes.
Este fic participa del desafío de octubre "La batalla de hielo y fuego" del foro "Alas Negras, Palabras Negras".
Nada, nada es mío. todo pertenece al asesino serial más buscado de la literatura, George R. R. Martin.
Feather in the Wind
―Entrégale esto. ―La cara de Jaime Lannister no dejaba relucir más que un oscuro y pesado desazón―. Si llega a preguntar, no le digas nada.
―Bien.
El guardia asintió con cuidado y caminó hacía la entrada del castillo. El mundo olía a muerte esa mañana y el sol, un opaco sol que dejaba entrever una verdadera primavera, hervía con lentitud los cuerpos tendidos en las canaletas y desagües de la capital. La noche anterior, el mismo guardia había estado al servicio de Aerys el Loco, ahora llevaba una capa roja y obedecía a Tywin Lannister y a su familia.
Las lealtades cambian, se dijo, como cambian las estaciones; unas veces es de manera suave, otras derrumbándolo todo.
…
Incomodo no es la palabra más acertada para describir la vaga molestia que le causaban los salones de la Fortaleza Roja, el castillo del rey.
―Es de Robert ―dijo de pronto, sorprendido, al admirar el trono vacío.
Media hora antes el salón estaba lleno, con guardias, caballeros y señores. Todos adjudicando a Robert el derecho de reinar y entregando sus presentes para conmemorarlo, un enemigo vencido, un castillo tomado, una hija casadera. Pero Tywin Lannister, como siempre, había aparecido con el regalo más presuntuoso de todos, envuelto en una capa roja, y postrado a los pies del nuevo gobernante por el más temible guerrero de los Siete Reinos.
Los hijos de Elia Martell descansaban dentro, ambos muertos, ambos irreconocibles. Dos niños, el más pequeño a penas un bebé de pecho que no era más que una masa sanguinolenta dentro de la capa de su ejecutor, y la niña, convertida en un revoltijo de miembros seccionados. Muchos de los hombres ―hombres curtidos por cien batallas― voltearon la vista con asco y rencor, pero Robert no había hecho nada, solo felicitar al león.
Eddard ya no conocía al hombre que se hacía llamar su mejor amigo. Por eso echaba el último vistazo al trono, para pedirle una respuesta al porque tanta sangre, tanta locura.
―Lord Stark ―la voz le sobresaltó, incluso quiso corregirle, hasta que recordó que su padre había muerto en ese mismo salón, frente al mismo trono. «Lyanna, tengo que ir por Lyanna»
―¿Sí? ―Detrás suyo había un guardia Lannister, con la espada de su padre entre las manos.
―Creo que esto es suyo, mi señor ―dijo, extendiéndosela por el puño. El acero valyrio, negro y profundo, se bebía la luz frágil que cruzaba los ventanales―. Hasta luego.
Después de una reverencia el guardia dio la vuelta y se fue. Ned recordó tarde el preguntar quién la enviaba, como sabían que era suya y… ¿Por qué tenía que aparecer en ese momento? La espada de su familia se sentía extraña en su mano, indebida.
«Era para Brandon, no para mi» se recordó. También resonaron en su mente las horribles descripciones de la ejecución de su hermano y su padre. «Ya no es suya, es mía. Suena bien, pero nunca me enseñaron como blandirla», estaba hecho para obedecer, no para comandar.
