Makoto despertó y la calidez del cuerpo recostado a un lado suyo le hizo sonreír, amaba esa tibia sensación cada vez que abría los ojos y por breves instantes, se olvidaba de todo. Pero las palabras de la noche anterior lo regresaron de un duro golpe a la realidad. Cuando hacía el amor con Sousuke, siempre se sentía feliz y de cierta forma, renovado, pero en esa ocasión sólo sentía unas terribles ganas de llorar.
Quería abrazar a Yamazaki y no dejar que saliera de la cama, así, quizá, si pasaban el suficiente tiempo juntos, perdidos en aquella burbuja de dicha, todo lo demás desaparecería, como si nunca hubiese existido.
Pero no fue así. Y el ruido de la tetera lo sacó de su ensoñación. Haru ya se había levantado.
Los días que siguieron fueron horribles.
Makoto transitaba por los caminos del pueblo como si se tratase de un alma en pena, y podría decirse lo mismo de Sousuke, sólo que este se limitaba a mostrarse indiferente mientras acompañaba a Haru, explicándole los tratamientos de cada uno de los habitantes del pueblo que eran sus pacientes, dándole indicaciones, cediéndole su lugar.
Demasiado ocupado mostrando a Nanase el funcionamiento de la clínica o arreglando los trámites para la mudanza, que el tiempo que pasaba con Makoto había sido escaso, por eso estaba ahí, en el jardín de lo que había sido su hogar por poco más de un año, mirando las flores que habían crecido hermosas, gracias al cuidado que tanto él como el castaño les habían prodigado.
Se inclinó para mirarlas, como si quisiera cortar alguna, Makoto de pie a su lado, se había mostrado sorprendido cuando pasó por él a su casa y le había pedido que lo acompañara a desayunar.
Nanase podía hacerse cargo solo de las visitas a los pacientes. Una vez que habían terminado, salieron a que el sol de mediodía calentara un poco su piel.
—El problema, Makoto, es que sé lo importante que es tu vida aquí —Sousuke sintió como tragaba saliva. Cualquiera que dijera que los hombres no lloraban, debía ser un idiota. No podía con la imagen que Makoto ofrecía—. Fui un tonto, no quería presionarte.
El castaño se apresuró a negar con la cabeza, el contorno de sus ojos enrojeciéndose con rapidez.
—No… no fue así…
Sousuke también negó y se levantó, se giró hacia Makoto, fijando su mirada en la verde del otro. Amaba mucho el color de sus ojos, podía pasar horas mirándolo, encontrando siempre algo que lo haría sonreír embelesado. Apretó sus párpados y luego de morder sus labios, levantó ambos brazos, hasta acunar entre sus manos el rostro de Makoto.
—Escúchame —pidió y Makoto asintió—. Volveré en dos años. Te juro que volveré. Te escribiré cada día hasta que regrese y si me pides que vuelva antes, lo haré ¿entiendes? —los ojos de Makoto se humedecieron. Era tan parecido y a la vez tan diferente de cuando Haru se había marchado. Tenía el terrible presentimiento de que sucedería lo mismo. Que la novedad y la rapidez con la que se vivía en la ciudad, enceguecería a Sousuke y poco a poco se olvidaría de él.
—También te escribiré —se obligó a contestar. Sousuke lo sacudió ligeramente y le miró con dureza.
—No, Makoto. Yo no soy Nanase. Grábatelo bien —Sousuke se acercó hasta que sus labios dejaron un sentido y prolongado beso en la frente del otro—. No soy un joven indeciso, ni temeroso —Makoto le miró de nuevo y gruesas lágrimas cayeron de sus ojos—. Soy un adulto. Sé lo que quiero y también soy lo suficientemente paciente para conseguirlo.
—No tienes que conseguirme… —la voz de Makoto, que reflejaba con claridad la tristeza que sentía, fue interrumpida por el intempestivo beso de Sousuke. Un beso que a Makoto le supo tan corto como a despedida.
Sousuke se marchó pocos días después. Cuando el avión despegó, dejando atrás el aeropuerto, Makoto sólo sintió cómo su mundo se le caía encima.
—Soy tuyo... —musitó para sí.
