Diez días.
La maldición.
Él le había fallado a su grupo. Ellos confiaban en él para que los protegiera y él los habpia defraudado. Se suponía que él era la barrera entre cualquier golpe y ellos, pero no había podido parar esta maldición, ni siquiera la había visto venir.
Había defraudado a Kagome. Sus orejas bajaron abatidas con ese pensamiento, pero es no era lo peor de todo.
Había defraudado a Shippo. Él era solo un niño y sabía que debía protegerlo más que a nadie, si bien nunca lo admitiría en voz alta, él se sentía muy identificado con Shippo. Solo piénsenlo, un niño pequeño, huerfano, solo... No, Shippo no estaba solo, no pasaría por lo que él paso en su infancia, ¡él no lo permitiría! Y sin embargo, también le había fallado.
Miró hacia el lugar en el tronco caido que compartían Sango y Miroku. Ellos se protegían mutuamente, eran unos fuertes aliados, no lo dudaba ni por un segundo, pero al final del día, se suponía que ÉL debía protegerlos. Eran sus amigos, su jauría disfuncional, su familia, y él les había fallado...
-Terminé de escribirlo. - Anunció Kagome a su lado. - Creo que no he olvidado nada.
Todos estaban sentados alrededor de la fogata, con miradas serias, incluso Shippo no decía ni una palabra.
Kagome empezó a recitar la maldición, aquella que había caido sobre ellos en la cueva a la que él los había llevado, aquella de la que solo Kirara había podido salvarse por encontrarse haciendo guardia desde el exterior, aquella que los había envuelto sin que se dieran cuenta, y de la que él no pudo salvarlos. Apretó sus puños con fuerza recordando la voz de aquella bruja. Oh, él la había destruido un segundo después, pero al parecer el daño ya estaba hecho.
-Al la media noche, la maldición comenzará.
Desde el primero hasta el último todos sufrirán.
La maldición comenzará con el más pequeño e irá pasando por edad.
Dará vueltas y vueltas para nunca terminar.
En los díez primeros días el terror aumentará.
El que más seguridad te de, será al que más le temerás.
Al onceavo día la maldición saltará.
Solo podrá romper la cadena aquel que con un acto de fe,
olvide su temor para volver a la seguridad.
Un silencio calló sobre todos, mientras pensaban en ello.
¿El que más seguridad te de? Inuyasha giró su vista hacia Kagome. ¿Le temería a ella? Eso era una locura, ¿que clase de maldición podría hacerle temer de la buena de Kagome? Frunció el ceño. Él no dejaría que una estúpida maldición le hiciera apartarse de ella. Keh. Era solo una ilusión... Su mente lo llevó a otra "simple ilusión" que había provocado que estuviera dormido por 50 años. Maldita sea.
-Bueno, si la maldición salta, alguno de nosotros podrá detenerla. -Dijo Sango en un intento de ser optimista.
-Eso es correcto, solo tenemos que estar preparados. -Secundó Miroku.
-¿A qué se referirá con un "acto de fe", su excelencia?
-No lo sé, Sango, imagino que cualquier forma en que demuestres que puedes seguir sentiendote segura con esa persona a pesar de que ahora le temes, puede demostrarse de muchas maneras, imagino.
-¿Quizá deberíamos con quién se siente más seguro cada uno de nosotros? Solo por si la maldición llega hasta el final.
-Es buena idea, hay que prepararnos para lo peor.
Inuyasha miró a la compañera a su lado, que se encontraba muy callada. La maldición era del peor tipo, ¿temerle a la persona con la que te sentías más a salvo? Eso era cruel. Digno de Naraku. Pero Kagome siempre había sido valiente, y debía saber que él encontraría la manera de protegerla.
Pensó en decirselo, pedirle que confiara en él, aunque esto hubiese sido su culpa, ¡él lo arreglaría! Solucionaría esto de alguna manera. Sus garras se enterraron en las palamas de sus manos, cortando su piel, ella estaba antes que él en la vuelta de la maldición. Y entonces lo comprendió, entendió porque Kagome tenía su vista caída y se encontraba en silencio. Ella no estaba pensando en sí misma, ella estaba contemplando al kit a su lado.
-Hay que parar la maldición antes de que comience. - Declaró Kagome.
Sango y Miroku dejaron de debatir y la observaron.
-No creo que sea posible, señorita Kagome, deben pasar los díez primeros días para que el primero de nosotros tenga su oportunidad de vencerla.
-No eso no puede ser. - La voz de Kagome sonaba un poco más desesperada.
Y entonces, ella lo miró.
Dolió.
Ella lo miró pidiéndole ayuda, esperando que él la protegiera de esto. No. Que lo protegiera a él. Que protegiera a Shippo. Algo dentro de Inuyasha se rompió. Sus orejas cayeron, su instinto le decía que protegiera a su compañera, que salvar al niño de algo tan horrible como lo era esa maldición, pero no había nada que él pudiera hacer más que mirar a su grupo sufrir hasta que finalmente fuera su turno de dar pelea.
-Kagome, -La llamó Shippo. - si la maldición dice que comenzará desde el más pequeño eso significa que... -El kit tragó duro, Kagome rápidamente lo tomó en sus brazos.
-Todo va a estar bien, Shippo. - Kagome le acarició el cabello, de forma maternal. -Solo tienes que decirnos quién es tu persona, y la mantendremos alejada de ti. No tienes que hacer nada, solo dejas correr los diez días y la maldición saltará.
-Pe-pero... yo pu-puedo ser va-valiente – tartamudeó el Kit.
-No quiero que lo seas, Shippo.
-Pero Kagome...
-No. - Declaró la chica, era la primera vez que una palabra tan firme salía de sus labios con dirección al niño.
-Keh, ninguno tiene que preocuparse por nada, yo me encargaré.
-Tu serás el último en la ronda, Inuyasha. -Habló la exterminadora. -Yo puedo pararlo antes.
-¿Lo ves, Shippo? No tienes nada de que preocuparte. -Le habló Kagome. - Solo dime quién es tu persona.
Era obvio para Inuyasha, incluso él podía darse cuenta, pero al parecer la chica no se lo esperaba porque la escuchó tomar una bocanada de aire cuando el kit dijo "eres tú, Kagome".
-Si, eso imagine, el pequeño Shippo le temerá a usted, señorita. Por lo que sugiro que quizá deba irse a su época por diez días.
-¡¿Qué?!- El grito de disgusto de Inuyasha y de Shippo no se hizo esperar.
-Tal vez debería ir... - Medito la chica.
-Moza, tú no te vas a ningún lado. ¡Estas no son vacaciones!
-Kagome, yo no quiero que te vayas, ¡seré valiente!
Inuyasha esperaba que la reacción de Shippo fuera lo suficiente para persuadirla, ellos nunca habían pasado más de tres días separados y sabía que para el Kit esto sería una tortura peor que la maldición.
Para él... bueno, él tenía otras razones. ¡Pero eran muy buenas razones! Lástima que no podía decirlas. Ella tenía que quedarse donde él pudiese verla, para mantenerla a salvo. Ya había aprendido que el mundo de Kagome no era mucho más seguro que el suyo, ¡habían hombres con armas! ¡Y autos que podían aplastarla en un simple descuido! ¡Ni siquiera tenías que estar en una batalla para tener posibilidades de terminar muerto! ¡No! ¡Ni hablar! Ella no podía irse, porque él no podría seguirla esta vez, él no podría escabullirse de sus amigos para espiarla y poder alejar cualquier peligro, él debía permancer junto a Shippo ahora. El Kit estaría tiritando de miedo y de tristeza si ella. ¡Podría sucederle cualquier cosa estando en ese estado! Si ambos estaban en mundos diferentes, ¿cómo podría mantener a salvo a los dos?
-Lo siento, Shippo, pero es lo mejor. Tienes que prometerme que te mantendrás ocupado y pensarás lo menos posible en mi.
-De acuerdo...
Kagome le sonrió.
-Sango te contará las historias para dormir mientras no estoy, ¿si?- La chica miró a su amiga por confirmación y ella asintió con una sonrisa.
-Yo también soy buena contando historias, Shippo. - Le aseguró la estreminadora.
-¡Bien! -Exclamó el Kit, feliz y resulto.
-Entonces, - Habló el monje. - Luego de Shippo, la maldición seguirá por usted señorita, luego, pasará a Sango, luego a mí, y por último, a ti Inuyasha. ¿Quizá deberíamos aclarar desde ya quién será nuestra persona?
-Mi persona será Inuyasha.- Declaró Kagome, ni siquiera titubeó, no era para nadie una sorpresa, pero aún así lo miró, él solo pudo sonrojarse y desviar la mirada.
-Keh.
-¿Quién es tu persona, Sango? -Preguntó el monje.
Kagome se sentó más derecha, esperando la respuesta. Inuyasha sintió como la mirada del monje pasaba por él, no entendió porque sus ojos se achicaron por un segundo antes de desviar su mirada de nuevo hacia Sango. Las mejillas de ésta se encendieron y miró al suelo.
-Usted, su excelencia. - Dijo bajito.
Inuyasha frunció el ceño cuando Miroku y Kagome soltaron el aire que no sabía que estaban conteniendo. La chica se inclinó ligeramente hacia él, haciendo que sus brazos se rocen juntos.
-¿Qué fue todo eso? -Le preguntó.
-Oh, nada, Inuyasha, olvídalo. - Él iba a insistir, pero ella le sonrió de esa forma que hacia que su corazón se acelerara y solo pudo desviar la mirada.
-Mi persona eres tú, Sango.- Declaró el monje solemne.
-Su excelencia...
¡Plaf! Inuyasha rodó los ojos, al parecer el monje se había vuelto a pasar de listo.
-¿Quién es tu persona, Inuyasha? - Le preguntó Sango.
Inuyasha lo pensó, ¿qué tan débil lo haría parecer si decía que era Kagome? No es que Kagome no pudiese mantener a salvo a alguien, ella era increiblemente fuerte. Cierto, era una miko sin entrenamiento, pero su fuerza hacia temer hasta al mismo Naraku. Además, ella era profundamente leal. Pero, él no podía decir algo así. ¡Se suponía que él cuidaba de ella! ¿Cómo se sentiría Kagome si supiera que la persona en quién ella confia su vida estaba a salvo con ella? ¿Creería que en la próxima pelea él se escondería detrás de su espalda? ¿Pensaría que él no era alguien digno de confianza?
-Keh, yo no le temo a nadie. - Y de un solo salto, se acomodó en la rama de un arbol. Con las piernas estiradas y los brazos detrás de su cabeza, como si nada de esta maldición tuviese importancia para él, como si su corazón no latiese aterrorizado al pensar en que en su miedo podría transformarse en un monstruo y herir a Kagome...
La noche llegó.
Kagome había pasado el resto del día hablando con Shippo, mimándolo y diciéndole una y otra vez que él no tenía de que preocuparse.
-Pero, Kagome, ¿y si Inuyasha me molesta y tú no estás aquí?- gimoteó el Kit.
-Keh.
-Inuyasha no te molestará, yo hablaré con él luego.
Entonces ella lo acostó en su bolsa de dormir y se acomodó a su lado, sobre el abrigo. Acarió su cabello delicadamente mientras comenzaba a contarle una historia como lo hacía cada noche.
Shippo estaba dormido cuando Kagome se acercó a él. Aún faltaba una hora para la media noche, pero la chica ya se había despedido de sus compañeros, al parecer no quería arriesgarse. No con Shippo en juego. Sonrió. Ella sería una buena madre para sus cachorros.
Ese pensamiento lo paralizó. ¿Desde cuándo pensaba en ella como una madre para sus cachorros? ¿Desde cuándo pensaba en ella como su compañera? Sacudió su cabeza. No iba a pensar en eso ahora. Ni nunca, mejor. Eran pensamientos peligrosos.
-Inuyasha, ¿puedes acompañarme?
-Keh.
Ambos comenzaron a camiar rumbo al pozo.
-Por favor, sé bueno con él.
-No tienes que preocuparte, Kagome, todos estarán pendientes del Kit, tendrá una sobre dosis de atención.
-Sí, sí, lo sé.- Dijo mirando el piso, sin dejar de caminar. - Es solo que... yo nunca me fui por tanto tiempo...
-Entonces quédate. - Soltó, aprovechando la oportunidad.
Kagome paró de caminar y lo miró.
-Sabes que no puedo.
-Feh. -Dijo desviando la vista y volviendo a caminar. -No debiste decirle a Shippo que no peleara, moza.
-¡Es un niño!
-No, es un demonio. - Inuyasha la miró con el ceño fruncido.
-Él es mi bebe, Inuyasha... Yo lo veo así. -Ella le suplicó con los ojos que la entendiera. Tramposa.
-La maldición pasará a tí después de él.
-No me preocupo por mi.
-Pero Shippo, sí. Quizá él quiera defender a su mamá, pero esta debidido entre eso y obedecerte.
Vio como Kagome tomaba una bocanada de aire y batia sus pestañas al cielo, para contener las lágrimas. Demonios, la había hecho llorar.
-Kagome...
-Apoyame en esto, Inuyasha. Por favor. -Ella tomo su haori entre sus manos. -Necesito que me visites cada día y me cuentes como esta. Necesito que lo cuides por mi. Necesito que le niegues luchar contra la maldición. Por favor. Por favor.
Él la miró, estaba tentado a negarse, pero podía escuchar su desesperación, la persona que ella más quería proteger le iba a empezar a temer en menos de una hora y por los próximos díez días. Se puso en su lugar por un momento, no le costó demasiado, porque estaría literalemente en sus zapatos al onceavo día. Ella le temería. ¡Ella! ¡Que podría hacer lo que fuera con él!
En un impulso, la jaló hacia sus brazos.
Los próximos veinte días serían horribles, Kagome sufriría por Shippo, y luego ella le temería a él.
No puedo protegerte, ¡demonios!
Como si pudiera leer su mente, ella habló.
-Esta bien, Inuyasha. Cuando llegue mi turno, romperé la maldición.
-¡Tú no tienes que hacer eso, moza! Yo me encargaré.
Kagome negó con la cabeza.
-No quiero que se extienda hacia Sango.
No contestó. Kagome caminó hacia el pozo y se sentó en el borde. Miró el aparató que tenía en su muñeca.
-Faltan solo unos minutos, será mejor que salte aho... -Ella se quedó muda.
-¿Kagome?
Ella no contestó.
-Kagome. -La llamó de nuevo.
-500 años. -Murmuró ella.
-¿De qué hablas, moza?
-¡El pozo! -Exclamó alegre. - ¡Soy 500 años menor que Shippo!
Dos cosas pasaron entonces, un pitido horrible salió desde la muñeca de Kagome, lastimando sus oídos sensibles. Y al mismo tiempo, Kagome se desmayó.
Al la media noche, la maldición comenzará.
Desde el primero hasta el último todos sufrirán.
La maldición comenzará con el más pequeño e irá pasando por edad.
Dará vueltas y vueltas para nunca terminar.
En los díez primeros días el terror aumentará.
El que más seguridad te de, será al que más le temerás.
Al onceavo día la maldición saltará.
Solo podrá romper la cadena aquel que con un acto de fe,
olvide su temor para volver a la seguridad.
Inuyasha maldijo en silencio mientras cargaba a Kagome de regreso a la aldea.
Kagome era la más pequeña del grupo, y por los próximos díez días, ella iba a temerle.
Mierda.
OoOoOoOoOoOoOoO
Nota de autora:
Siento mucho si el capítulo tiene algunos problemas ortograficos o de gramatica o cualquier error de redacción. Lo cierto es que debería estar estudiando para un examen que tengo en... ¡3 días! Pero tenía esta historia en la cabeza y bueno... no pude resistirme.
Nos leemos.
Saludos desde Uruguay!
