Disclaimer: El Potterverso es de Rowling. Mi expansión está basada en la de Sorg-esp, así que créditos para ella también.

Este fic participa en el reto especial: "OTP" del Foro de la Expansiones.

Esta es una pareja de la que he escrito muy poco, pero les tengo un cariño infinito. De hecho, al escribir esta historia se me han ocurrido más cosas acerca de ambos, así que he aprovechado de darles amor (que a veces se me olvida que existen, soy de lo peor).

En fin, los dejo con ustedes.

Florencia

Capítulo 1

Ella

Florencia, principios de septiembre de 2015

Aún le faltaban algunos días para empezar con las clases en la Academia de Bellas Artes Mágicas florentina, pero Blanca se levantó temprano de todas maneras. Quería aprovechar de recorrer la ciudad a gusto antes de tener sus días ocupados. La ciudad era preciosa y la chica disfrutaba sacando fotos para subir a su página de Facebook y mostrárselas a todos sus amigos.

—¿A dónde vas hoy, cara mia? —le preguntó la dueña de la pensión, Giovanna Tosini, una bruja italiana que desde el primer día había decidido que su huésped estaba demasiado flaca e insistía en llenarle el plato de comida. Aunque era una estupenda cocinera, así que no era demasiado terrible. Y con todo lo que caminaba, por el momento no había engordado demasiado.

—Creo que quiero ir al Palazzo Pitti—respondió Blanca dándole un mordisco a la tostada que la mujer le acababa de poner adelante—. Hay una escultura de Rebeca Matte (1) que tengo muchas ganas de ver.

—¿Y dónde vas a almorzar?

—Por ahí —dijo la chica encogiéndose de hombros. Le dio un sorbo a la taza de café que la mujer le había preparado. No le daba demasiadas vueltas a sus días, sino que esperaba que las cosas se dieran solas.

Tenía que comprar una de esas cafeteras italianas. No creía que pudiera volver al café instantáneo después de probar esa bebida. Los italianos sabían cómo hacer las cosas en lo que a gastronomía se refería.

—Ve al barrio mágico y busca la trattoria de mi hermana Giuletta. Dile que vas de mi parte y te va a atiborrar de comida. Estás en los huesos, chiquilla.

La joven asintió. Aún no había conocido el barrio mágico de la ciudad, aunque su amiga Carmela le había insistido mucho en que debía ir, porque era uno de los sectores mágicos más antiguos del mundo. Pero considerando que estudiaría en una escuela mágica, Blanca creía que tendría tiempo más que suficiente para conocerlo.

Después del abundante desayuno —seguramente no tendría hambre hasta la mitad de la tarde—, la muchacha cogió su mochila y una botella de agua y salió de la pensión. Como siempre, llevaba su agenda para dibujar y lápices de todo tipo.

La ciudad estaba llena de lugares preciosos que necesitaba plasmar en papel.

Estaba fascinada con las calles de adoquines. Acostumbrada como estaba a las calles pavimentadas de Santiago, las estrechas callecitas de Florencia tenían un encanto nuevo y especial.

Lo que no le hacía tanta gracia era la cantidad de fantasmas que parecían pulular en la ciudad. Ella tenía cualidades de médium, lo que hacía que fuera particularmente sensible a las presencias del otro lado del velo. O a las que no habían terminado de cruzar.

Por supuesto, su don tenía la gracia de que podía hablar con personajes que habían sido testigos de la historia de esos lugares. Pero más de una vez se había llevado alguna impresión desagradable o se había topado con un espíritu de mal genio. Así era fácil entender por qué los muggles pensaban mal de los fantasmas.

El Palazzo Pitti no estaba muy lejos del Ponte Vecchio, donde había estado el día anterior. Miró a su alrededor, pensando —una vez más— en lo afortunada que era. La beca para estudiar Restauración Mágica en la capital de las artes le había caído del cielo, prácticamente. De hecho, nunca había pensado que se la ganaría.

Y bueno, estaba más que dispuesta a aprovecharla todo lo posible.

-o-

Cuando salió del museo —del que aún le quedaba mucho por ver—, la joven salió de nuevo al sol. Aunque había ido a visitarla el día anterior, tenía muchas ganas de ver la Catedral de nuevo. Il Duomo la había dejado sin palabras. Sólo pensar que una persona pudiera lograr esa magnificencia era más que suficiente para enmudecer a cualquiera.

Se acomodó la mochila de mezclilla gastada por los años y se dirigió a la Piazza del Duomo. La caminata era corta, pero la cantidad de la gente y el calor que hacía la hicieron caminar un poco más lento, buscando la sombra lo más posible. Acostumbrada como estaba al sur de Chile, donde llueve y hace frío casi todo el año, las altas temperaturas de la Toscana la habían tomado un poco por sorpresa. Al menos no había llegado en agosto, que según la señora Giovanna, era el período más caluroso del año.

Su estómago rugió para recordarle que hacía horas de su última comida. Recordó la trattoria de la que le había hablado Giovanna, pero se tardaría un rato en llegar a ella. Y Blanca tenía hambre en ese instante. Un delicioso olor a albahaca fresca llamó su atención hacia un pequeño puesto de comida, donde unas pizzas lucían extremadamente apetitosas en una vitrina.

Entró y compró un par de rebanadas. Aunque delgada, siempre había tenido un apetito voraz. Carmela y Elisa solían reclamar que ellas engordaban lo propio y lo de Blanca por añadidura, porque su amiga nunca parecía subir ni un gramo. Eso sí, estaba segura de que la señora Giovanna iba a hacerla engordar como nadie lo había hecho jamás.

Después de comer, se sentó en una banquita a la sombra y sacó sus lápices. Tenía pensado dibujar el domo desde donde estaba, porque parecía ser un ángulo muy interesante.

Scusi, bella —una voz masculina le llamó la atención. No pudo evitar echar una mirada de soslayo a su mochila, calculando cuánto se demoraría en sacar su varita. Su interlocutor era un chico moreno y con el pelo ligeramente largo y desordenado—. Me preguntaba si querrías posar para mí un momento. Estoy dibujando —añadió, mostrándole una croquera que llevaba en la mano. Blanca pudo ver algunos bosquejos de personas. El chico parecía ser bueno.

—Claro —respondió. El chico se sentó en el suelo frente a ella, sacándose un lápiz de detrás de una oreja—. ¿Qué quieres que haga?

—Nada, basta que te quedes así sentada—dijo él, echándole una mirada rápida y bosquejando rápidamente en la croquera.

—Está bien.

Blanca agradeció que el chico no la estuviera mirando todo el tiempo, porque se estaba poniendo roja. Ya podía imaginarse las risas que se estarían echando sus amigos si estuviesen con ella.

Después de unos momentos de silencio, el chico le mostró el dibujo completado. En él, Blanca aparecía sonriendo ligeramente, con el pelo agarrado detrás de una de sus orejas y la libreta sobre sus rodillas. Pero se veía más guapa de lo que nunca había sido, claro.

Grazie mille, signorina —le dijo él—. Mi nombre es Guido Bartolini, por cierto. Creo que debería haberte preguntado el tuyo antes de pedirte permiso para dibujarte. La musa es insistente, ya ves.

—Blanca Romero, mucho gusto.

Bianca —repitió él, sonriendo al tiempo que mostraba dos hileras de dientes muy parejos y blancos—. Qué bonito nombre. El gusto es mío, entonces.

—Gracias.

—No eres de aquí, ¿o me equivoco?

Ella había estudiado italiano por un tiempo antes de partir, pero aún así había optado por usar un hechizo de traducción. Era bastante bueno, aunque eso no impedía que se le escuchara un leve acento. No demasiado marcado, pero lo suficiente para que cualquier italiano se diera cuenta de que su acento era extranjero.

—No. Soy chilena.

—Vaya, ¿y qué te trae a esta bella ciudad? ¿Estudios o placer? —preguntó él sentándose junto a ella en un banquito. Sonreía mucho.

—Estudios.

—¿Y qué estudias? Si puedo saberlo, claro.

Blanca dudó por un momento antes de responder. Por supuesto que no podía decirle que estaba estudiando restauración mágica, porque el chico iba a pensar que ella estaba loca.

—Restauración de arte —decidió contestar finalmente. La sonrisa en el rostro del muchacho se ensanchó. Blanca no pudo evitar darse cuenta de que era muy guapo. El cabello castaño oscuro hacía resaltar unos ojos que parecían casi amarillos.

—Una colega artista, por lo que veo.

—Algo así.

—Bueno, para agradecerte tu ayuda, ¿podría invitarte a un gelato? Conozco un lugar que no está muy lejos de aquí. No es muy conocido, así que no estará lleno de turistas.

Se había levantado y le estaba ofreciendo la mano con una sonrisa encantadora. Blanca no pudo evitar preguntarse si ese chico tenía como hobby invitar a chicas desconocidas a gelato. Siempre había escuchado que los italianos eran muy coquetos. Por otra parte, seguro que a sus amigas les encantaría escuchar esa historia.

—Por supuesto.

-o-

Efectivamente, el local del que había hablado Guido no estaba muy lejos. Era pequeño y acogedor, decorado con sobriedad, para que lo único que destacase fuese la vitrina de los helados, de más sabores de los que ella nunca había visto en su vida.

—¿Cuál me recomiendas? —le pidió al joven.

—Canela. Es mi favorito. —Acto seguido, Guido le dijo algo en italiano muy rápido a la chica que estaba detrás del mostrador. El hechizo de traducción que estaba empleando para paliar su aún deficiente italiano parecía tener menos efectividad cuando la gente hablaba rápido y sin mirarla. La dependiente le ofreció a Blanca una pequeña cuchara de plástico con un poco de helado en la punta para que probara.

—Qué rico —comentó—. Creo que quiero de este.

—Estupendo. Dos de canela, por favor.

Salieron de la heladería caminando al tiempo que comían sus helados. Esa era otra de las cosas que Blanca estaba disfrutando particularmente en su viaje: los helados. Eran mucho más ricos que los que solían encontrar en Chile.

—¿Eres de aquí? —preguntó ella, para seguir con la conversación.

—Sí. Mi familia lleva siglos en Florencia. Dice la leyenda que mis antepasados trabajaron para los Medici. Aunque esos mitos suelen ser un tanto vagos, si me lo preguntas.

—¿En serio?

Blanca se quedó mirándolo de hito en hito. Ella apenas conocía a sus bisabuelos y no tenía ni la menor idea de quiénes podían haber sido sus ancestros. Muchos menos sabía para quién habían trabajado o en qué.

—Sí. O al menos eso dice mi abuelo. A veces no sé si creerle mucho.

—Ya —dijo ella—. ¿Y estudias arte?

—Exactamente. Viviendo en una ciudad así, me cuesta mucho entender que alguien quiera estudiar cualquier cosa que no sea arte, la verdad.

Blanca estaba sorprendida de lo natural que se le hacía conversar con él. No era como si normalmente le costara entablar conversaciones con desconocidos, pero con Guido las palabras fluían con total naturalidad. Si ella fuera un poco supersticiosa, hubiera pensado que estaban conectados de alguna forma. Pero eso eran cosas de los cuentos de hadas.

—Bueno, quizás algunas personas quieran escapar del arte, ¿no crees? ¿Y qué museos recomiendas? Ya fui al Palazzo Pitti y a la Academia, pero creo que aún me falta mucho por ver ahí.

—Te recomendaría todos los museos, pero no sé cuánto tiempo vas a quedarte.

—Un año.

—¿Y no vas a terminar aburrida de tantos museos después de un año?

—No lo creo. Tú vives aquí y estudias arte. ¿No te has cansado de los museos, verdad?

—Buen punto.

-o-

Cuando llegó a la pensión esa noche ya era bastante tarde y ella estaba exhausta. Guido le había mostrado sus rincones preferidos de la ciudad. Blanca no recordaba haber caminado tanto en toda su vida, pero pocas veces lo había pasado tan bien. Por suerte, la señora Giovanna le había pasado llaves de la puerta trasera, aduciendo que la juventud solía tener unos horarios de lo más raros y que no quería imponerle un toque de queda. Eso sí, la chica solía llegar temprano.

—Vaya, ya llegaste. Te has tardado mucho —dijo una voz mientras la chica subía por las escaleras para llegar a su cuarto.

—Oh, hola, Francesca.

Francesa del Ponti era la fantasma de la pensión. Era una chica joven que llevaba un atuendo decimonónico y el pelo en un elaborado peinado. Según la dueña de casa, era una pariente lejana que había muerto muy joven. Cuando se había enterado que la recién llegada era una médium y tenía una conexión extraña con el otro lado del velo, pareció que no era necesario nada más para caerle en gracia.

Aunque a veces Blanca hubiera preferido no caerle tan bien. Aún no se acostumbraba a que la chica tuviera la pésima costumbre de aparecerse en su habitación en los momentos más inoportunos, como cuando estaba vistiéndose.

—¿Dónde estabas?

—Por ahí —contestó Blanca, encogiéndose de hombros mientras abría la puerta de su dormitorio. Francesca la siguió al interior y ella tuvo que reprimir un gruñido de fastidio—. ¿Podrías darte vuelta? —le pidió al fantasma mientras sacaba su pijama de debajo de su almohada. Francesca asintió y se giró mirando la pared.

—¿Estabas con alguien? —preguntó.

—Sí… —replicó ella. Se moría de ganas de decirle que se fuera y la dejara dormir en paz, pero parecía que no podría hacer eso. No quería ofenderla, además. Francesca era una buena chica y hablar con ella era agradable la mayor parte del tiempo.

—¿Un chico?

Por supuesto. A eso quería ir la chica espectral. Blanca terminó de enfundarse los pantalones del pijama y dejó su ropa en una silla, junto a su mochila.

—Sí —contestó apresuradamente—. Ya puedes darte vuelta.

La fantasma flotó y se sentó a los pies de su cama. La joven suspiró, adivinando que le esperaba un buen rato de conversación con ella, porque ante la mención de Guido, Francesca parecía aún más interesada en la historia.

—¿Quién? ¿De dónde lo conocías?

—Se llama Guido, lo conocí en la Piazza…

—¿Es guapo? —la interrumpió Francesca, que parecía más emocionada que ella misma por el dichoso encuentro—. Las cosas han cambiado mucho desde que morí —añadió con una expresión soñadora en su rostro semitransparente—. En mi época, no hubieras podido hacer algo así.

—¿Cómo?

—Ya sabes, conocer a un joven en la calle y caminar con él hasta las tantas de la noche. Habría sido un escándalo.

Blanca tenía la impresión de que a Francesca no le hubiera molestado demasiado haber nacido en otra época. Parecía envidiar la libertad que las mujeres tenían en el siglo veinte y no perdía oportunidad de comentar lo estupendos que le parecían esos cambios.

—¿Un escándalo?

—Sí. Bueno, imagínate que bailar un vals era considerado poco elegante en esos años. Supongo que a ti te parece de locos. He visto como bailan ustedes —comentó la fantasma. Ante las cejas alzadas de su interlocutora, se apresuró en añadir—. No me mires así, un fantasma tiene derecho a divertirse.

—¿Y la gente no te ve?

—Cuando eres transparente, descubres que la gente sólo ve lo que quiere ver. Por cierto, ¿hoy fuiste al Palazzo Pitti, no? Iba a decirte que fueras a ver a mi amiga Piera Tomasini, que vive ahí. Te podría contar historias interesantísimas. Trabajó para el mismísimo Lorenzo de Medici, te lo prometo.

—No vi todo ah, así que supongo que para otra vez será —respondió Blanca intentando reprimir un bostezo—. Oye, ¿te parece si hablamos mañana? Estoy que me caigo de sueño, en serio.

—Ya veo. Buenas noches, cara mia —se despidió Francesca atravesando la pared del dormitorio de la chica.

Blanca se acostó en la cama, mirando el techo. Había quedado con Guido para otro día. Tenía que contarle a Elisa, que se había pasado las últimas semanas antes de su partida hablando de los chicos que iba a conocer.

Y también tenía muchas ganas de verlo de nuevo.


(1) Escultora chilena, que hizo clases en la Academia de Bellas Artes en Florencia en 1918, donde fue la primera mujer y extranjera en ser nombrada profesora honoraria.


Blanca es una chica muy especial. Seré yo, pero no sé si me haría amiga de una fantasma, pero para ella es algo más que obvio. Y ya verán más sobre Guido en el próximo capítulo.

¡Hasta entonces!

Muselina