Cantada
En ningún momento de la vida te pones a pensar en cuánto dolor es capaz de resistir tu espalda hasta que despiertas después de una siesta de un año. Es como si los huesos, único componente ahora de tu anatomía, hubieran sido liberados de tu jurisdicción y sólo obedecieran a la cruel nada, permaneciendo inmóviles a pesar de los esfuerzos de la magia que ronda en el aire. Cuando por fin logras despegarlos del fondo de la caja, te topas con que este año la tierra sobe ti parece estar menos pesada. Y no necesariamente debido a que cambiara su densidad, sino porque ahora tienes madera sobre ti. Un gran bloque que gracias al entusiasmo de ser novato se encuentra vacío en este momento. Es entonces que recuerdas el día que fuiste a recibirlo, aunque parece que ninguno tenía idea de lo realmente cerca que estarían.
Continuas con tu asenso y esquivas la madera con cuidado, pero nuevamente no te salvas de toparte con los mismos viejos amigos que en su momento se encargaron de limpiarte. Te saludan como siempre, entrando por tus costillas y saliendo por los ojos, sin imaginarse la migraña tan grande que te originan con eso. Y cuando por fin te has estirado tanto como lo permiten tus piernas, logras sacar la cabeza y sin más que hacer, respiras…
Una vez…
Y otra vez…
Y otra vez…
Y tantas veces como tus deterioradas fosas te lo permiten. Algo se infla dentro de ti. Y cuando el aire ya no cabe más, cuando ya no se escapa por tus costillas, al fin reconoces el perfume que te indica que tus sentidos han regresado. Y se trata de las mismas flores de sol que cada año confundes con luciérnagas cuando las luces se apagan. Y tus pies vuelven a ser color pie. Y tu boca se siente lista para besar nuevamente. Y antes de que te des cuenta, estás fuera. Y luces tan normal como todos los que están a tu alrededor.
Sobra decir que ellos, con sus ojos y oídos tan colmados de realidad, se encuentran tan ciegos para verte y tan sordos para oírte como tú lo estás siempre dentro de esa caja. Y a pesar de eso, su voz, tan colmada de ellos mismos y tan colmada de sus sueños, no se ha quedado muda un solo año para venir y rogar que esto suceda. Y a pesar de que nada garantiza tu llegada, llegaste. Y a pesar de que nada garantiza que lo sepan, lo saben. Y te das cuenta porque cuando te posas frente a ellos, te sonríen.
Y entonces cantan para ti.
Y es así como recuperas las fuerzas que se te quitaron aquél día. Y bailas. Bailas como la flama de la vela que te han puesto, sin producir sombra, pero dando calor. Y te detienes solamente para reconocer quiénes ha venido a saludarte. Hay gentecita nueva, que hace un año apenas los viste formar parte de un bulto en el estómago. Incluso, te detienes a medir cuántos pulgares han crecido los demás. Te acuerdas de que hace un año que no comes nada, y tus tripas mágicas se percatan antes que tú de todo lo que te han traído. Comes todo lo que puedes sentada a lado de ellos, mientras los ves cantar y reír y contar historias en las que sales tú, tan claras en tu memoria como si aún tuvieras cerebro.
Y tan entretenido estás, que antes de que te des cuenta su cantar ha cesado. Y los miras. Y sabes que te están mirando a ti, con los mismos ojos tiernos con los que te veían antes. Se forma un silencio de esos que no se pueden romper fácilmente.
Con todo el cariño del mundo los abrazas, teniendo la gran certeza de que jamás los has dejado solos, pero sabiendo que es ahora el único momento en que ellos se dan cuenta de eso. Y las gotas que salen de sus ojos te dejan reluciente igual que cada año, limpiándote de cualquier suciedad que te hubiera quedado de esta vida y la pasada.
Pero igual que tú, ellos deben irse.
Dejas nuevamente todo lo perteneciente a este mundo y justo cuando pasa por tu cabeza que bastaría que te olvidaran para que nunca más pudieras regresar, esos que podrían olvidarte te hacen la misma promesa que hace que esta vida sea mejor que la anterior:
"Te cantaré con amor eternamente".
Te lo prometo.
