Disclaimer: Digimon y cualquiera de sus personajes NO me pertenecen.
Este es un regalo para HikariCaelum generado a partir del intercambio "Amigo invisible 2016 - 2017" del Foro Proyecto 1/8. ¡Feliz año, mejor vida! Deseo que hayas pasado una excelente víspera de navidad. Disculpa la tardanza, pero tuve que salir a alcanzar a los Reyes Magos... ¡Espero que lo disfrutes!
HikariCaelum:
Takari: Algo con realismo mágico (es decir, realista pero con toques mágicos/fantásticos ya sea explícitos o sutiles), que deje una sensación alegre y optimista, aunque eso no quiere decir que no haya momentos malos a lo largo de la historia. Un universo alterno en el que se conozcan en la situación que prefieras, pero que sientan una conexión entre ellos desde el principio. Que tengan que superar problemas, que sean un buen equipo. No soy muy específica porque puedes hacer la trama que quieras. Preferiría que tuviera romance, pero también a elección, igual que si hay parejas secundarias (aunque si es así preferiría que sean de las que me gustan).
Lazos inquebrantables
I
De dones y maldiciones
La primera vez que sucedió fue muy inesperada, celebraban la ceremonia habitual en el templo de la comunidad. La pequeña Hikari relucía vestida de blanco, un par de zapatillas rosas y un prendedor en la cabeza. A penas con 5 años tomó por sorpresa a todos los asistentes al subir sobre su asiento con los brazos extendidos, mirando al techo mientras soltaba pequeñas risas.
— ¿Qué pasa mi niña? — Preguntó su padre, contemplando la escena.
— Mira papi, ya vienen. — respondió ella entusiasmada — ¡Están bajando!
— ¿Quienes, pequeña? — volvió a preguntar intrigado.
— ¡Los ángeles! — siguió diciendo mientras giraba sobre su eje. La repuesta dejó a sus padres perplejos.
El rostro de su padre, sin embargo, se iluminó luego de asimilar aquella frase al tiempo que los asistentes exclamaban en voz baja: "qué bella nena", "¡ay, qué ternura!", "¡qué hermoso que fomenten en ella esa devoción!"
— ¡Oni chan, mira como brillan! ¡Está lleno de luz! — dijo la niña al volverse hacia su hermano mayor, como haciéndole una invitación a formar parte del comité de bienvenida. El pequeño le sonrío, con la naturalidad de quien es cómplice de juegos, animándola a continuar con la recepción.
A su lado se hallaba sentada su madre, quien a pesar de disfrutar el momento y recibir los elogios con agrado sintió de pronto invadir su cuerpo por una incómoda sensación de ansiedad, del tipo que se antepone a un mal presentimiento.
Su corazón se contraía cada que debían asistir a esas horribles sesiones, oírla gritar con tal desesperación le partía el alma, habría dado lo que fuera por ocupar su lugar pero las cosas en ese plano no funcionaban así. ¿Cuántas veces su pequeña le había dicho que había "alguien" en su habitación? Ni siquiera lo recordaba, cada vez que sucedía ella solo respondía que no era nada, que se olvidara de ello y continuara en sus juegos.
Su padre era quien la consolaba en esos momentos, él solapaba lo que la extensa imaginación de su hija creaba, la hacía entablar diálogos con aquellos seres inexistentes porque eso eran: una fantasía, seres alados, creaciones mágicas, producto de la imaginación aunado a la cantidad de invenciones que los programas de la TV ofrecen. Alguna vez Susumu intentó darle una explicación casi científica a todo aquello, habló de dones y misiones, portales y otras dimensiones, desprendimientos, viajes astrales, cuerpos vivos aunque vacíos en espera de ser habitados. Ella siempre respondía de la misma forma cambiando de inmediato el tema o simplemente ignorando sus nuevos descubrimientos, procuraba evadir ese tipo de conversaciones le resultaba sumamente incómodo mencionarlo, la pasión que él sentía por lo desconocido y la ciencia ficción nunca la pudo entender a ella solo le sonaba a basura fantástica sin la menor explicación lógica. Lo cierto era que él lograba tranquilizar a su hija y al momento de su partida comenzó la verdadera pesadilla.
Pero Yuuko no quería creerlo, ¡no podía! Lo que presentaba su hija no era más que el argumento perfecto para un maldito thriller, pero que debía tener una base lógica. Cuando comenzó algo le decía que no terminaría bien, al principio todo parecía salido de un cuento de hadas Hikari no paraba de hablar de los angelitos, su habitación se llenaba de luz de solo mencionarlo, una luz tan brillante y pura que Yuuko no podía más que sentirse dichosa y plena porque su hija pudiera experimentar de ese ambiente y esa sensación. Pero conforme avanzara el tiempo la vida de todos daría un giro luego de que el destino les arrebatara al único que le brindaba consuelo.
Con el luto a las espaldas se olvidó de muchas de sus tareas como madre, esposa y ama de casa. Cargando con la responsabilidad de ver también por la solvencia de su hogar abandonó el rol que había asumido para su familia, incluyendo a sus dos hijos. No estuvo para consolarlos por lo que ellos también habían perdido, en muchas ocasiones salía antes de que ellos despertaran y llegaba a casa después de que se hubieran dormido. Su madre, la abuela, le brindaba asistencia mientras ella estaba ausente, aunque la familia de su esposo le ofrecía apoyarla en lo que necesitara, declinó la oferta con la promesa de tomarla en cuenta cuando fuera absolutamente necesario. Eso jamás pasaría, tanto por su propio orgullo como por la insistencia de alejar a su hija de aquellas locas ideas que su padre ya había inculcado en ella.
Meses después de su pérdida buscó un momento para dedicarlo a ellos y saber cómo se sentían, el mayor de sus hijos la sorprendió al ser franco en cuanto a sus tristezas pero con la sonrisa más plena le hizo saber que entendía la situación por la que ella también pasaba y él haría lo posible por ayudarle en lo que pudiera, si era necesario dejaría la escuela para apoyarla con los gastos, al fin y al cabo ya contaba con 12 años y podría arreglárselas. Eso era impensable, no sacrificaría sus estudios por algo que a ella le correspondía. Después de negárselo repetidas veces, con los ojos llenos de lágrimas, lo abrazó con la intensidad de quien desea reparar la ausencia de cientos de abrazos para luego besar su rostro aún más sonriente por la muestra de afecto una y otra vez, culminando con un nuevo abrazo menos intenso y más tierno. ¡Su Taichi sí que era un ángel!
La más pequeña solía llorar en silencio, no quería importunar a su madre en ese estado y con esa carga de responsabilidades. La abrazó fuerte haciéndole saber que si la necesitaba podía acudir a ella las veces que fueran necesarias. De pronto recordó que hubo ocasiones en las que lo había intentado y ella no había tenido tiempo para atenderla, quizás por eso la pequeña se sumió en sí misma para no estorbarla. Lloró aún más al darse cuenta de su imprudencia, nada podía ser más importante que sus hijos. Su Hikari había perdido el brillo que la caracterizaba, sin embargo, hasta ahora no había recibido informes al respeto de su comportamiento anterior lo que indicaba que poco a poco todo se normalizaba, debía ser solo una etapa de la infancia. Respiró aliviada. Pasados unos cuantos días su esperanza desapareció con aquella llamada.
Se trataba de la abuela. Sonaba sumamente alterada, el miedo era claro en su tono de voz, tan solo a unas horas de haber llegado al trabajo lo único que sus oídos pudieron captar fueron las palabras: grita, desesperación, fuera de control... Salió de inmediato para su casa, ya habría tiempo de dar explicaciones.
Llegó, su madre la esperaba ansiosa, su piel completamente pálida la preparó para lo que le esperaba. Sin hablar, se dirigió a la habitación de su hija como le había indicado su madre con suma cautela. La pequeña se hallaba arrinconada sobre la cama hecha un ovillo, el rostro escondido entre sus brazos, mientras se mecía y sollozaba.
— ¿Kari? — llamó Yuuko con suavidad del modo más natural que pudo.
— ¡Mami! — exclamó la niña con la voz ahogada, levantando la cabeza en su búsqueda.
Al cruzar sus miradas la madre sintió caérsele el alma a los pies al ver el rostro hinchado por el llanto de su pequeña enmarcado por un semblante lleno de temor.
— ¿Qué ha pasado mi niña? — preguntó con calma al tiempo que avanzaba hacia ella, intentando reprimir las lágrimas que amenazaban con escapar por sus cuencas. — ¿Qué te has hecho? — soltó al notar los arañazos en sus brazos y rostro.
— ¡Mami, viene por mí! — Exclamó en un hilo de voz sin cambiar de posición — ¡Por favor, haz que se vaya!
— ¿Quién mi amor? — Preguntó de nuevo mientras la abrazaba para cargarla y llevarla con un médico – Aquí no hay nadie, solo tú y yo, y la abuela que nos espera en la sala.
— ¡Aquí está, viene por mí, no dejes que me lleve! — Repetía Hikari aferrada a su madre — ¡Quiere envolverme en sus alas!
Yuuko la apretó contra sí, la levantó y entonces lo que más temía sucedió. Hikari comenzó a gritar como histérica repitiendo frases como "no lo dejes", "aléjalo" y otras indescifrables, se aferraba a su madre al punto de provocarle las mismas heridas que ella se había hecho en los brazos, el cuello y la cara, con tal de evitar que sus pies tocaran el suelo. Sus agudos gritos calaban como taladros en los oídos de su madre, ni las quejas, ni advertencias de esta fueron escuchadas. Solo hasta que logró sacarla de la habitación para tumbarla en el suelo e inmovilizarla pudo respirar con cierta libertad y tranquilizar a una exhausta Hikari que se fue desvaneciendo poco a poco.
Con la determinación de sanar a su hija de lo que fuera que tuviera Yuuko inició un pesado recorrido yendo y viniendo entre hospitales y, a pesar suyo, templos, iglesias y centros espiritistas. Llevaba ya dos años realizándole estudios neurológicos para descartar cualquier padecimiento de esa índole y al obtener resultados negativos optó por auxiliarse en la religión. En su desesperación por lograr algún resultado finalmente recurrió a los exorcismos.
¿Cómo era posible que su hija de 11 años tuviera que soportar algo tan tormentoso? Ya había perdido la cuenta de las veces que habían visitado ese lugar tan sombrío, lleno de velas e imágenes. Pero por fin parecía que había un avance. Kari había dejado de ver y oír a "quien" hubiera estado molestándola en su habitación y eso reconfortaba a su madre sobremanera.
— Mamá, haz que paren por favor, solo la dañarán — le suplico Taichi sacándola de sus pensamientos. La razón por la que estaban ahí nuevamente fue por una ligera crisis de ansiedad que sufrió su hija el día anterior. Aunque no le gustara la idea las sesiones habían funcionado y ella tenía que erradicar aquello a como diera lugar — ¡Madre, sácala de ahí de una vez! — Exigió Tai de manera enérgica, cosa que no pudo ignorar ni dejar pasar. Pidió un alto a la sesión y el sacerdote se dirigió a Hikari.
Se hallaba atada a una silla, casi sin poder respirar. Harta de ungüentos y brebajes acompañados de rezos y cantos sombríos, en otras lenguas, sin sentido a sus oídos. A penas percibió las palabras del hombre que oficiaba el ritual... ¿Qué cómo se sentía? Peor que mal ni siquiera se acercaba.
Levantó la mirada y encontró las de su madre y hermano al otro lado de la habitación: culpa y súplica respectivamente combinadas con dolor fue lo que vieron sus ojos. Hikari tomó una decisión que marcaría su vida desde entonces y apagaría por completo la poca luz que le quedaba.
— ¡Mejor que nunca! — dijo al esbozar su mejor sonrisa, acto seguido el sacerdote dio por terminada la sesión al considerarla un éxito. — ¡Hermano, se acabó! — Le susurró al castaño que corría a asistirla para salir de ahí y nunca regresar.
Su madre inmóvil la contemplaba mientras las lágrimas brotaban de sus ojos, finalmente aliviada. Avanzó apoyada en su hermano unos cuantos pasos cuando escuchó la voz de su madre en un sollozo: "Por fin, ¡TODO TERMINÓ!"
Pero la sombra que pudo percibir a penas a unos metros a su espalda le indicaba que aquello estaba lejos de terminar.
Se preparaba para la escuela, tarde para no variar. Sus hábitos en los últimos años se habían modificado de manera abismal y no precisamente en el mejor sentido. La Hikari que una vez hubo habitado ese cuerpo se había esfumado hace tiempo. A pesar de procurar tener presente el recuerdo de su padre muchas de las conversaciones y consejos que en su momento hubo tenido con él se quedaron en el olvido.
Luego de tomar la decisión de ignorar los sucesos que la llevaron a ser víctima de los malditos exorcismos y las malas experiencias que durante casi tres años su madre le obligó a vivir, la actitud de esta nueva Hikari se endureció de una manera que nadie habría podido imaginar, pero con el tiempo tanto ella como su familia se fueron acostumbrando. Su hermano y su madre ya habían padecido lo suficiente y aunque en principio su determinación fue motivada por el bienestar de ambos antes que el propio ahora lo hacía de manera completamente egoísta para sentirse, ya no bien, simplemente menos peor consigo. Finalmente comprendió que ella sola debía hacerse cargo de su "condición".
La escuela como muchas de sus actividades le servía de distracción, procuraba mantenerse ocupada para no permitirse pensar en lo que ocurría a su alrededor, eso jamás la volvería a atormentar. Además a pesar de haber optado por calificar lo que le había ocurrido como "una fase" y no creer en cualquier tipo de basura sobrenatural, comenzó a hacerse de recursos que le fueron llegando como una casualidad.
En algún momento en que estuvo a punto de sufrir una nueva "crisis" a media calle, en la radio de algún local comercial conversaban a cerca de los "decretos", aunque escéptica sus opciones se habían reducido a nada y comenzó a formular frases para estabilizarse y de algún modo dio resultado. Escuchó también que las malas palabras ahuyentarían cualquier tipo de "mala energía", daba igual al fin ella no perdía nada, se armó un buen repertorio de ellas y aunque no siempre parecían funcionar decirlas la reconfortaba. Poco a poco su nuevo yo no solo había perdido su luz característica si no que cada vez se oscurecía más y más, tanto por fuera como por dentro.
Su móvil había estado sonando desde la media noche por lo cual lo puso en silencio. Por fin decidió prestarle atención cuando se dio cuenta de la cantidad de mensajes que tenía pendientes.
— Pero qué... — soltó un tanto molesta, ¿qué clase de broma era esa? Sus dudas se disiparon cuando comenzó a leer.
Eran mensajes de felicitación, resultaba que era su cumpleaños. Se sorprendió de lo pérdida que andaba, ni siquiera sabía que era septiembre y casi a punto de concluir el mes, aunque le sorprendió aún más que hubiera tanta gente interesada en desearle un feliz cumpleaños, pues hacía años que evitaba el contacto y en especial la convivencia con otros seres humanos que no fueran su madre y su hermano. Aunque algo dentro de ella agradecía los buenos deseos su nuevo yo ironizaba al respecto de la palabra "feliz", ya que su vida desde hacía casi seis años se alejó mucho de serlo.
Tomó sus cosas y por fin salió de su habitación. Encontró sobre la mesa una nota de su madre, también de felicitación, recordándole que más tarde celebrarían por lo que le suplicaba hacerse presente lo más temprano que le fuera posible, debido a que los últimos años había preferido evitar cualquier tipo de celebración y aunque había sido directa con su madre al respecto ella seguía aferrándose a la idea de lo mucho que su hija disfrutaba las celebraciones de cumpleaños. Claro, eso ocurrió antes, antes de que la oscuridad devorara su luz, antes de que la vida le arrebatara a su padre, antes... ahora no tenía nada que celebrar.
Suspiró profundamente y salió de su casa.
Pues sí, Hikari cumplía quince años; una etapa que muchas jovencitas deciden celebrar en grande, un momento de cambio, de una gran liberación de hormonas, de niña a adolescente, un inicio de grandes planes, sueños para el futuro, una especie de nuevo inicio de ciclo. Niñerías y nada más, lo que menos podía era pensar en el futuro si desde que comenzó su pesadilla dejó de disfrutar su presente rogando por poder regresar el tiempo y evitar que todo aquello sucediera. Ahora eso tampoco importaba, su enfoque se centraba en evitar sentir.
Conforme avanzaba por las calles se mantenía alerta de lo que pudiera "cruzarse" en su camino para "esquivarlo" de inmediato, a la menor sensación de escalofrío redireccionaba el paso. Conocía perfecto su camino, sus referencias eran claras y sabía que espacios eran seguros para frecuentar y cuáles no. Sin embargo, su radar estaba a punto de fallar, se encontraba tan sumida en su rutina que no notó al par de chicos rebosantes de vida que la escoltaban. De pronto entre una pequeña multitud la fueron acorralado, sin que lo notara, justo hacia un par de calles que religiosamente evitaba, conocidas por que durante un tiempo fue muy frecuente hallar cuerpos sin vida en ellas. No fue hasta que sintió un empujón lo suficientemente fuerte y directo que reaccionó.
— Vaya, vaya, pero ¿qué tenemos aquí? — Dijo el que parecía ser el mayor con malicia — ¿te perdiste preciosa? — preguntó seguido de una risita del otro tipo.
A Hikari la invadió el miedo, una sensación que hacía años no sentía y casi había olvidado, su semblante duro se reblandeció considerablemente dejándola expuesta ante ese par. ¿Cómo podía estarle pasando eso? No conforme con la maldición que se cargaba ahora tenía que lidiar con un par de delincuentes que quién sabe qué estaban buscando, aunque se hizo una idea, evitó a toda costa pensar en ello.
— ¿Sabes?, ha andado algo flojo el día de hoy y decidimos divertirnos un poco para variar. Así que lo sometimos a concurso y ¡felicidades, haz sido la ganadora! — Explicó animado el otro sujeto. De todas las felicitaciones que había recibido esa era la peor.
Ahora su rostro reflejaba pánico. Entonces se dio cuenta que la habían cercado en uno de los callejones, alejado del bullicio de la calle principal. Por fin el primero se acercó lo suficiente aprisionando sus manos para pegarla contra la pared y susurrar algo a su oído, para luego husmear por su cuello. Hikari se dejó hacer, sabía que era inútil luchar contra ellos. Su cuerpo no paraba de temblar y comenzó a sentir escalofríos, no podía descifrar si eran provocados por el hombre a punto de manosearla o lo de siempre, pero en ese momento era lo de menos. Mientras aquel idiota seguía apretándola contra sí, el otro disfrutaba viendo la escena.
De pronto una voz dentro de ella susurró: "suéltate". No estaba segura de lo que aquello podía significar, pero haciendo caso a la orden hizo lo único que estaba en su control y luego de inhalar una gran bocanada de aire, la liberó seguida de toda la tensión que su cuerpo había acumulado, dejándolo como una especie de cascarón vacío e inerte. La sorpresa del hombre no se hizo esperar, pero lo que siguió lo dejó perplejo.
El rostro de la chica se contrajo en una mueca que parecía ajena a ella, su mirada reflejaba un odio salido de las profundidades del infierno. Solo cuando los débiles brazos de la joven pudieron desasirse de su amarré con relativa facilidad soltó un ligero grito al tiempo que retrocedía con torpeza sorprendiendo también a su espectador.
— ¿Te divertiste lo suficiente? — espetó Hikari con una voz que desencajaba por completo con su aspecto y terminó por aterrorizar a sus agresores, quienes permanecieron helados. Luego de un par de empujones aquella extraordinaria fuerza abandonó su cuerpo, Hikari volvió en sí gritando como una histérica sin entender lo que había ocurrido a penas minutos atrás. Con confusión y un temor creciente los agresores se dieron a la fuga luego de que el sonido de una sirena les sacara de su perplejidad. Sin notarlo, la joven seguía sumida en su histeria abrazada a sí misma lanzando frases, posibles decretos ininteligibles que lejos de tranquilizarla parecían alterarla aún más.
Llorando y sin parar de gritar permaneció hincada apretándose cada vez más en su propio abrazo, de manera inconsciente y como un reflejo de su desesperación palmeó su hombro izquierdo tres veces, al momento sintió envolverla una calidez que automáticamente trajo a su memoria la sensación que su padre le transmitía al consolarla. Cesaron los gritos, el llanto fue cediendo y poco a poco su respiración se fue acompasando al sentir su cuerpo invadido por una tranquilidad venida de otra época. Lo último que pudo percibir antes de desvanecerse fue la imagen borrosa cubierta de luz de "alguien" que repetía: ¡todo va a estar bien!
