PELUSA
Los campos sombríos bañados únicamente por la única luz de la luna me hacían sentirme mal consigo mismo. No era que temiese aquella oscuridad campestre, ni tampoco que pensase que iba a aparecer el fantasma de algunos de los antiguos lobos que habitaron aquellos parajes hacía un siglo, tampoco estaba pensando en que saliese de la nada un atracador, ni nada parecido. Pero aquella oscuridad, aquel frío invernal y aquella soledad no me gustaban. Si me hubiesen atracado al menos hubiese tenido contacto con otro ser humano pero no hubo robo, ni matones. El único contacto, y no humano, había sido él del motor del coche que se estropeo a tan solo 200 metros del pueblo.
Afortunadamente el pueblo estaba yendo directo en línea recta, sin curvas pero sí piedras, pedruscos y hoyos de un camino campestre mal asfaltado. ¿Farolas? Ninguna en este paraje, las más cercanas eran las del pueblo. Lo que más me molestaba, aparte de la soledad, era saber que mi hija Natalia me esperaba en casa. Ella tenía su propio coche y una copia de las llaves. Había llamado a mi hija varias veces tanto a su móvil como al fijo de mi casa pero no lo cogía y eso me molestaba. ¿Le habría pasado algo?
Al llegar a casa noté que las luces estaban encendidas. Qué extraño. ¿Acaso Natalia había llegado? Entonces, ¿Por qué no cogía el teléfono?
—Natalia, hija ¿Estás ahí?
La única respuesta que escuche fueron unos ladridos. Pelusa vino a verme moviendo el rabito, era una labradora blanca de tres años que estaba conmigo desde que siendo cachorrita la encontré abandonada en la calle, me la lleve, la vacune y adopté.
—Hola, Pelusita—la acaricié la cabeza.
Ella movió la colita y poniéndose a dos patitas se tiró a mí como si me abrazase.
—Baja, bonita. ¿Qué tienes en la boca?
Note que tenía manchas de un líquido rojo, que extraño.
— ¿Qué has estado comiendo? ¿Ya has vuelto a comerte alguna porquería?
—Guau, guau.
Aparté a un lado a Pelusa y me fui al salón a descansar. Quizás mi hija estaba dentro, tal vez se había quedado dormida. En ese momento me surgió una duda ¿Y si alguien había entrado en el piso a robar algo? Quizás alguien entró, robó y dejó las luces encendidas, en todo esto pensaba mientras me dirigía al salón, al entrar di un enorme grito y ahogué otro. Mis ojos no daban crédito a lo que veían, mi mente no quería creer aquella horrible escena, aquello no estaba pasando, era una pesadilla, estaba dormido y pronto despertaría. Me acerqué corriendo y arrodille ante la figura tirada en el suelo al tiempo que casi ya sin voz dije "¡Natalia!". Mi hija estaba… muerta. No sabía cómo pero tenía varias heridas y le faltaba un trozo de su lindo cuello.
Giré la cabeza al oír a Pelusa quién todavía seguía con el hocico manchado, entonces comencé a unir rápidamente las piezas, ese líquido rojo… era… ¡sangre! ¡Dios mío! ¡Era mi culpa! Mía y de Pelusa. No me di cuenta de que mi perrita no conocía a mi hija, no me di cuenta de que Pelusa era muy protectora cuando le di aquellas llaves a Natalia. Caí de rodillas al tiempo que salía agua de mis ojos.
Volví a oír un ladrido y miré a Pelusa. Seguidamente le puse la cena a mi perra, su pienso habitual solo que esta vez mezclado con lejía y otros tóxicos y para endulzar chocolate. Pelusa se lo comió enseguida, debido al envenenamiento el animal no sobreviviría hasta el amanecer.
No sobreviviré después del entierro y funeral de mi hija porque he decidido que no voy a vivir más.
FIN.
