Frío. Frío helador recorriendo mis brazos apoyados contra el tocador, contraste con las cálidas mejillas candentes mientras brotan las últimas lágrimas que quedan de mí cayendo a contrapeso sobre la palma de mi mano. Las atrapo en el puño en un acto reflejo, apretando los dedos con fiereza. Es el momento de coger aire, aspiro profundamente, me cuesta todavía controlar la respiración, aun siento mi pecho agitado, es hora de mirar el reflejo en el espejo. Apoyo ambas manos contra él dejando apoyado todo mi peso, en ese instante soy prisionera de mi misma, asciendo la barbilla lentamente hasta toparme con esa mirada de la que me despedí la última vez pero de la que por lo visto me es imposible desprenderme. Mis ojos ya están secos por fuera, máscara de disfraz cruelmente perfecta para el que no tiene tiempo de ver más allá. Dolor incansable consumiéndose dentro de mí una y otra vez. Aparto con rabia los rebeldes mechones caer por mi rostro encendido. No puedo, no debo ocultarme, necesito enfrentarme a ello de nuevo. Como desprendiéndome de una soga alrededor de mi cuello, conduzco lentamente los mechones de mi pelo recogiéndolos en una moño en la nuca, tomando mayor fuerza por cada pasada entre mis dedos.

Un último suspiro profundo de mi boca antes de entrar y el dulce paralizante escalofrío en mi cuello siguiendo el recorrido de tus ojos devueltos a esta vida.