La historia está basada en el libro "El Ladrón de Novias" de la autora Jacquie D'Alessandro.

La leyenda de Korra pertenece a Michael Dante DiMartino y Bryan Konietzko.

Ni la historia ni los personajes me pertenecen solamente soy una fanática a morir del korrasami y quería plasmar este maravilloso libro con mi pareja favorita.

Obviamente hice algunos ajustes para que en la historia el yuri encaje por que vamos! la novela esta ambientada en 1820.

Matrimonio Concertado.

Año 1820 Inglaterra.

Una joven miraba con disgusto atreves de la ventana en una pequeña sala, dejo la vista del paisaje nocturno y lanzo una mirada llena de reproche a su padre, no sabía aun cómo reaccionar ante la información que se le estaba proporcionando, a su pesar las palabras de su padre eran verdaderas y irrevocables, ella estaba obligada a casarse, sin su consentimiento y con alguien totalmente inadecuado para ella.

-No puedo creer que me pidas eso padre, ¿Porque, debería considerar esa absurda idea de casarme con el General Iroh II? Apenas le conozco.

-Asami, él es amigo de la familia desde hace muchos años- dijo Hiroshi Sato con tranquilidad, al tiempo que caminaba por la sala para acercase a su hija que se encontraba junto a la ventana.

-Oh! Por supuesto- dijo con un tono sarcástico- Pero recuerda que la mayor parte del tiempo la ha pasado en el ejército- Señalo la joven, esforzándose por mantener la calma y la molestia que sentía ante la noticia de su compromiso.

No deseaba relación alguna con el general o con nadie, menos podía imaginar que alguien pudiese fantasear con el sobre una relación romántica, más aun cuando ese hombre parecía mucho mayor que ella, sin contar todas esas veces que había visto aquel hombre el cual parecía lucir ese ceño que le daba la apariencia de padecer de un dolor agudo y molesto en el estómago- resoplo en sus adentro- sí, en efecto él era un viejo militar estirado y arrogante.

Posiblemente ese plan habría sido elaborado por una experta casamentera, solo en las retorcidas maquinaciones habría pensado que ese plan era perfecto, y posiblemente su bien intencionada e inoportuna madre Yasuko Sato era el cerebro que había vendido esa idea a su amoroso padre.

-Hiroshi tomo la barbilla de su hija e hizo mirarle a los ojos- ya tienes casi veintiseis años, Asami es hora de que te cases.

Asami lucho con el impulso de mirar a otro lado con molestia. Su padre era el hombre más amable, cariñoso y dulce del mundo, pero a pesar de tener una esposa y tres hijas era más cerrado que una puerta en cuanto como entender a una mujer, sobre todo a ella.

-Padre ya he superado con creces la edad casadera, estoy perfectamente bien tal como estoy.

-Tonterías hija mía, todas las jóvenes desde pequeñas sueñan con casarse, me lo ha dicho tu madre.

Aquellas palabras confirmaron sus sospechas, su madre era el cerebro detrás del embrollo en el que ahora se encontraba.-No todas, papá.

Asami! suspiro con pesadez al recordar algunas interacciones con el sexo masculino, en su criterio todos eran unos pesados y zopencos, ellos se limitaban a mirarla con una mezcla de lastima, confusión, extrañeza, algunos casi con horror cuando ella osaba hablar de temas que no eran comunes para una dama refinada.

De temas científicos, ecuaciones, matemáticas, la mayoría le llamaban Asami la excéntrica , un apodo que ella aceptaba filosóficamente, ya que ella sabía que era Asami era algo excéntrica, ademas de saber de ingeniería al menos para los ojos de los demás. Asami Sato era toda una rareza.

-Por supuesto que todas las jóvenes desean casarse- insistió su padre tratando de volver la atención de su hija al asunto que estaban tratando- fíjate en tus hermanas.

-Ya he visto, padre, todos los días de mi vida. Las quiero mucho, pero ya has de saber que yo no soy en absoluto como ellas.

-Linda eso ya lo sé- dijo Hiroshi con cariño- seria desastroso que todas fuesen iguales en carácter.

-Mis hermanas son bonitas, agraciadas, dulces y femeninas perfectamente dotadas para ser esposas, desde los últimos diez años hemos vivido con el constante acoso de sus pretendientes, todos los que han desfilado por esta casa. Pero el hecho que Mei, y Kuvira estén ya casadas no significa que yo de igual manera deba casarme.

-Hiroshi cerro sus ojos y pregunto: -¿Es que no deseas tener una familia propia, hija?

Un silencio lleno la habitación ante tal cuestionamiento, Asami hizo caso omiso de la punzada en su corazón, suspiro suavemente ante ese anhelo y muchas fantasías que hace mucho tiempo ella había enterrado en lo más recóndito de su ser.

-Papá, los dos sabemos que no soy de esas mujeres que atraen a los hombres o mujeres al matrimonio, ni por mi aspecto o mi temperamento. Además no soy una jovencita…

-Tonterías, tu, eres más guapa de lo que crees Asami, y no hay nada de malo en que una mujer sea inteligente- sonrió levemente- mientras que no permitas que alguien se entere- le dirigió una mirada llena de intención- Por suerte para ti el General Iroh II no encuentra del todo desalentador tu avanzada edad o tu intelecto muy avanzado.

-Asami rodo los ojos- una amabilidad increíble por su parte- su ironía no hizo mella en Hiroshi el cual acariciando suavemente su mejilla, prosiguió:

-Desde luego, que el mayor prefiere una mujer madura por esposa- suspiro- eso significa que ya no podrás ayudar a Shiro con sus experimentos, ni recoger insectos o sapos.

-Hiroshi puso un semblante más serio- Eso resulta de lo más indecoroso para una mujer casada y de buen nombre- frunció el ceño- andar por ahí escarbando tierra o haciendo que sabe que, de ahora en adelante tu hermano tendrá que salir adelante sin tu ayuda.

Aquella situación se estaba excediendo, Asami se aclaró la garganta y ajusto las gafas sobre su nariz.

-Papa, me encanta trabajar con Shiro en su laboratorio y no tengo intención de dejarlo, sobre todo ahora que mis propios experimentos han arrojado grandes progresos.-Sonrió con orgullo- Además estoy muy contenta ante la perspectiva de ser una tía encantadora para mis futuros sobrinos. No tengo ningún deseo de ser la futura esposa del general Iroh II y francamente me sorprende que lo sugirieras.

-El General Iroh II es un hombre magnifico- espeto Hiroshi

-No lo dudo en absoluto, pero es lo bastante mayor para ser mi padre.

-Solo tiene cuarenta y tres años…

-Sin tomar en cuenta que tuvo hijos demasiado joven- decía la blanquecina haciendo caso omiso a lo que su padre decía-pero lo más importante- dijo Asami con tono firme y mirando con absoluta firmeza a su padre- Yo no lo amo y él no me ama a mí.

-Tal vez no, pero verdaderamente te profesa afecto.

-Oh si, desde luego no el suficiente para casarse conmigo.

-El, ha aceptado la alianza de buena gana.

Asami palideció ante las palabras y abrió sus orbes verdes en sorpresa, en silencio ella trato de asimilar aquellas palabras.

-¿A qué te refieres?-pregunto casi con pánico, cuando pudo articular palabra alguna- papá por favor dime que aún no han hablado de esto con el general.

-Por supuesto que ya lo he hecho, es mas todo está arreglado. El general esta radiante igual que tu madre y yo. Felicidades querida mía, estas oficialmente comprometida.

- ¡Comprometida! - La exclamación de Asami resonó por la habitación, cerró los ojos y se obligó a respirar hondo para calmarse.

En el pasado su madre había intentado sin éxito buscarle pretendientes, pero al final había abandonado la idea para centrarse en sus otras dos hijas que eran todas unas señoritas hermosas, era contradictorio para todos los que conocían a la familia Sato que la mayor de las hermanas parecía carente de belleza alguna, con sus gafas, su falta de gracia y su forma extraña de ser en comparación a sus hermanas menores.

Todos estaban muy al tanto de la forma de ser de la señorita Asami Sato, por lo que les parecía muy razonable que ella aun estuviese soltera y sus dos hermanas menores ya estuviesen casadas. En efecto Asami Sato no era como toda joven "normal" pues no era muy femenina, diestra en la moda, la música, en los temas más vanos y comunes que todas las jóvenes inglesas manejaban, ella desde pequeña tuvo una inclinación por los estudios, por ir en contra de lo establecido y la normas más normales, como el que una mujer no debe hablar de temas como ciencia, matemáticas y otros que según costumbre eran exclusivos para hombres. Además que le llamaba mucho crear y construir cosas algún día sus inventos revolucionarían al mundo.

Con todo, desde la boda de Kuvira hace más de cuatro meses, su madre había vuelto a sus intentos de casar a su única hija soltera que le quedaba, un giro que Asami debió haber previsto, ahora ella veía con claridad que su madre no había abandonado por completo aquellas ridículas esperanzas.

Con todo eso, ella resto importancia a sus esfuerzos, ella estaba consiente que nadie en su sano juicio querría casarse con una mujer con gafas, sin pelos en la lengua y socialmente torpe, un ratón de biblioteca y una gran inventora que se quedaría para vestir santos.

Excepto, al parecer, el General Iroh II del cual solo podía pensar que habría perdido toda sensatez.

Su padre se encajó el monóculo en el ojo derecho y la observo con detenimiento.

-Debo decir, hija que no pareces tan feliz como me aseguro tu madre que te sentirías-parecía verdaderamente extrañado ante la reacción de su primogénita.

-Eso es, porque no tengo el deseo de casarme con el mayor Iroh II, papá- se aclaró la garganta y hablo con total claridad- Y no pienso hacerlo.

- Hiroshi espeto- Naturalmente que te casarás. Todo está arreglado, querida.

- ¿Arreglado?

- Por supuesto. Este domingo se publicarán las amonestaciones. La boda se celebrará el mes que viene- espeto el patriarca Sato con naturalidad.

- ¡El mes que viene! Papá, esto es una locura. Yo no puedo...

- No te preocupes, querida –Estiró un brazo y palmeó la mano de su hija-. Estoy seguro de que te sentirás feliz una vez que el general y tú se conozcan un poco mejor. –Su voz adoptó un tono de conspiración pensado hacerte una visita esta misma semana para regalarte un anillo de compromiso. Creo que es un hermoso rubí.

- Yo no quiero un anillo de compromiso-dijo con el ceño fruncido.

- Claro que sí. Todas las jóvenes lo quieren- su padre tomo el reloj que llevaba en su bolsillo- Oh, mira la hora es muy tarde y estoy muy cansado. Todos estos preparativos nupciales resultan agotadores y deseo retirarme a descansar. Tu querida madre se ha pasado horas sermoneándome, y soy incapaz de continuar conversando. Ya seguiremos hablando sobre los preparativos el día mañana.

-No habrá ningún preparativo del cual hablar, padre, porque no voy a casarme con él ni con nadie.

-Te casaras, Asami y no hay vuelta atrás- dijo Hiroshi con tono firme que indicaba que esa discusión terminaba- ten buenas noches.

- ¡No voy a casarme con él!- dijo con un tono de molestia y desesperación, al tiempo que su padre se retiraba y cerraba la puerta al salir.

Luego de esto, lanzó una exclamación exasperada y se frotó las sienes; estaba empezando a sentir un fuerte dolor de cabeza. ¿Qué era lo que había provocado aquella insensatez? ¿Y cómo demonios iba a deshacer semejante embrollo?

El rubor le quemó las mejillas por la vergüenza al imaginar todo lo que debió de haber dicho su madre para convencer al general Iroh II de que era bueno casarse con ella. Sabía demasiado bien lo obstinada que podía ser su madre cuando se empeñaba en algo. A menudo, uno abandonaba la compañía de Yasuko Sato con la sensación de haber recibido un golpe en la cabeza.

Por desgracia las buenas intenciones de su madre no siempre tenían buen tacto, pero Asami no podía dejar de admirar –en ocasiones con horror- el modo en que era capaz de llegar a manipular a cualquiera.

Se paseó por la habitación abrazándose a sí misma, con sus pasos amortiguados por la gruesa alfombra de la sala ¿Qué demonios iba a hacer? La idea de pasar el resto de su vida con el general Iroh II, escuchándolo relatar sus maniobras militares con insoportable detalle, le causó algo parecido al pánico.

Sin duda él exigiría que dejase sus trabajos científicos y sus planos con nuevos inventos, algo que desde luego no pensaba hacer por nada del mundo. Seguro que lograría disuadir a su padre.

Pero con pesar recordó la determinación que percibió en su voz cuando dijo que todo estaba arreglado; por lo general, ella conseguía llevar a su padre a su terreno, pero si su madre le había metido la idea en la cabeza no había modo de disuadirlo. Y su boda con el mayor la tenía muy metida en la cabeza, para su mala fortuna.

Le dolió el estómago. Aquello era igual que su presentación a la sociedad, celebrada ocho años antes. Había deseado y pidió a los cielos por no tener que soportar toda aquella parafernalia, las fiestas en las que sabía que la gente susurraba y chismoseaba acerca de ella con disimulo, compadeciéndola por no poseer la belleza ni la elegancia de sus hermanas; aquellos vestidos adornados con exceso, claro eran elegantes pero le hacían sentirse objeto de escrutinio e incomodidad. Sin embargo, su madre había insistido y su padre se doblegó con actitud sumisa. No tuvo alternativa alguna, así que con la cabeza bien alta, Asami aguantó las habladurías y las miradas de compasión que se ocultaban a los agudos ojos y oídos de su madre y escondió sus sentimientos heridos bajo incontables sonrisas falsas.

Llevo sus manos a su estómago, lo sentía revuelto, recordando cómo su madre había arreglado el matrimonio de su hermana Mei con una brillantez táctica que habría dejado sin habla a Wellington.

Ciertamente Mei desde su casamiento hasta el día de hoy era feliz, pero la pobre casi no conocía a Lord Zuko cuando se casó con él. Con la misma facilidad podía haber sido desgraciada, aunque Asami no se imaginaba a la seria y sobreprotectora Mei en otro estado que no fuera el de felicidad. Además Zuko besaba el suelo que pisaba su bella esposa, pues el en verdad le amaba.

Asami no concebía que el General Iroh II pudiera darse cuenta siquiera que clase de persona era, ese hombre solo vivía para pensar en estrategias militares, batallas y guerras. Se dejó caer sobre el diván tapizado y exhaló un suspiro lleno de frustración. Si se negaba a respetar el arreglo llevado a cabo por su padre, su familia sufriría a causa del escándalo y las murmuraciones. Ella realmente no podía hacerles eso. Pero tampoco podía casarse con el mayor.

Lanzó un suspiro de cansancio, se levantó y cerró la ventana. Después de apagar las velas que había en la repisa de la chimenea, salió de la sala y cerró la puerta tras de sí.

Camino a su habitación con la pregunta en su mente: Por todos los espíritus! ¿Qué iba a hacer?

Escondido bajo un matorral cubierto de flores, Bumi oyó el chasquido de la ventana al cerrarse y suspiró profundamente por primera vez desde que oyese el sonido de las voces por encima de él.

Se incorporó lentamente de su escondite, movimiento ante el cual sus rodillas protestaron con un crujido y acto seguido ahogó una exclamación cuando su trasero rozó los rosales.

Mirando ceñudo al ofensivo arbusto, musitó:- Ya no soy tan joven para andar escurriéndome entre las plantas en mitad de la noche. Pero por impropio que parezca, eso es lo que me toca hacer.

Desde luego, un hombre que se acercaba a los cuarenta y tres años no debería andar rondando por ahí después de medianoche como si fuera un muchacho en celo. Ah, pero es que aquél era el efecto que causaba el amor en un hombre: lo hacía actuar como si fuera un necio de pocas entendederas y ojitos de borrego a medio morir.

Si alguien le hubiera sugerido que al lanzar una mira a la nueva cocinera de los Sato iba a enamorarse al instante, Bumi lo habría tachado de idiota y luego se habría partido de risa. Pero aquella era precisamente lo que le había ocurrido, y por la misma razón llevaba media hora atrapado bajo la ventana de la salita de los Sato sin atreverse a dar un paso, no vaya ser que lo descubriera la señorita Asami o su padre, intentando no pensar en su cama confortable, de la que lo separaba una hora a caballo.

Se recostó contra la fachada de la casa y se masajeo las articulaciones entumecidas con cuidado antes de irse a unos metros del campo en sombras con dirección al lugar donde había atado a su caballo Vikingo.

En su mente pensó en la pobre señorita Asami; estaba claro que no deseaba casarse con el mayor, y él no se lo reprochaba. La mayoría sabía que el mayor Iroh II no era un mal tipo, pero sus charlas sobre la guerra y el importante papel que desempeñó en ella podían llegar a aburrir a las piedras. Era un hombre que podría llevar a la señorita directamente al sanatorio mental.

La señorita Asami era como una brisa en verano, con un alma de oro , ella siempre tenía para él una palabra amable y una sonrisa, siempre le preguntaba por su madre y su hermano, que vivían en Brighton. Cruzó el prado con determinación; había que hacer algo para ayudar a la pobre señorita Asami.

Bumi sólo conocía a un hombre que pudiera ayudarla: el individuo misterioso cuyo nombre estaba en boca de todo el mundo desde Londres hasta Cornualles, el hombre al que el magistrado buscaba tan ávidamente por sus osadas proezas, el hombre que deseaban llevar las autoridades a la horca. El célebre y legendario Ladrón de Novias.

Por la ventana de su estudio privado, Korra Wolf, condesa de Wesley, observaba a Bumi cruzar el césped de camino a los establos.

En sus oídos volvieron a sonar las palabras de su fiel sirviente: "la situación es terrible, condesa. La pobre señorita Asami no quiere tener nada que ver son ese estirado del General Iroh II, pero su padre insiste.

-El verse forzada a casarse de esa manera, hará que se rompa el corazón de la señorita, y no conozca a nadie que tenga un corazón más tierno".

Korra había permanecido sentada en su escritorio inmutable, escuchando a Bumi; ninguno de los dos hablo demás. Pero solo ellos sabían el secreto que compartían y los unía en una complicidad y confianza más allá de los lazos sanguíneos, aunque rara vez hablaban de ello durante el día, cuando los criados estaban despiertos, por miedo a que los oyeran o les descubrieran, ya que un error así podía costarle la vida a la Condesa de Wesley.

Pero el simple hecho de saber que Bumi compartía su secreto, y que no se hallaba completamente sola en el peligroso estilo de vida que había escogido, le proporcionaba un gran consuelo y alivio en cierta manera. Quería a Bumi como a un padre, y ciertamente el sirviente había pasado más tiempo con ella durante sus años de formación y crecimiento que su propio padre.

Y aun después de la muerte de este, Bumi significo prácticamente el único apoyo en la transición que Korra Wolf tuvo que afrontar al volverse la cabeza del clan Wolf y Condesa de Wesley un título nobiliario que había heredado de su padre, aun cuando ella era una mujer, si su padre el Conde Tonraq Wolf de Wesley solo había sido conde por desposar a su madre.

Desvió la mirada hacia el bosque que se veía a la distancia, y sus pensamientos regresaron al asunto que la ocupaba.

Compartía con los Sato sólo una amistad informal, al igual que con la mayoría de las familias de la zona, la condesa Wolf no era una persona muy sociable. Vivía la mayor parte del tiempo en Londres, tenía un abogado que llevaba sus asuntos, y en la mansión Wesley pasaba solamente unas semanas en verano. Durante aquellas breves estancias, se mostraba esquiva a las maniobras casamenteras de las madres del pueblo, de las cuales la señora Yasuko Sato era una de las más notables.

El ser Condesa y cabeza del clan Wolf le había traído un problema, el cual era ser catalogada por todas las personas como un excelente prospecto para matrimonio, aunque no podía negar que así era ciertamente mejor, pues de esa forma se veía librada de ser obligada a casarse.

Por supuesto que todas las madres de Tunbridge Wells, habían conocido de primera mano la notable aversión al matrimonio que la condesa profesaba, aunque no estaban al corriente de todos sus motivos. Por desgracia, dicha aversión servía sólo como un reto para las intrépidas casamenteras incitadas por sus hijas.

Tenía un vago recuerdo de las tres hijas de los Sato. Una de ellas era Mei, se había casado hace dos años, y la más joven que no recordaba su nombre se había casado recientemente con el barón Baatar jr de Whiteshead. De Asami guardaba sólo un vago recuerdo; frunció el entrecejo tratando de recordar cómo era, pero sólo consiguió evocar una imagen borrosa de cabello oscuro como la noche y unas gafas, sabía que era la mayor de las tres hermanas. También era de su conocimiento gracias a la maquinaria del chismorreo, que se la consideraba una excéntrica sabelotodo y que, tristemente, parecía carecer del atractivo femenino, un hecho que resultaba difícil de creer debido a la belleza exótica que consideraba tenían las mujeres de esa familia. Recordaba la foto de Mei en las páginas sociales y no podía negar que era hermosa, con su piel blanca y sus ojos dorados, obviamente sus hermanas deberían ser parecidas o al menos mantener ese estándar de belleza.

Sin embargo, no le costó traer a la mente al General Iroh II un hombre mayor, tempestuoso y arrogante que tenía un porte militar rígido como una vara. Korra Wolf lo encontraba soportable sólo en pequeñas dosis, aun así era preferible no socializar con él en absoluto. Que ella supiera, el General no sonreía casi nunca, reír parecía que era algo que desconocía totalmente. Lucía arrogante y era demasiado adornado con su cabello, solía ladrar órdenes con una voz retumbante y desdeñosa, como si aún mandara en un campo de batalla.

Con todo eso en contra, no podía negar que el General era inteligente y según decían, no le faltaba amabilidad. ¿Por qué no querría casarse con él la señorita Asami? Ya había rebasado con creces el primer rubor de juventud, y si era tan poco atractiva como había oído comentar, no podría atraer pretendientes, si es que alguno que otro se lanzara a esos menesteres con propio gusto. Bumi le había dicho que ella afirmaba no amar al mayor. Un resoplido se escapó de sus labios, sacudiendo la cabeza. Ya le gustaría conocer algún matrimonio que hubiera sido por amor o por mutuo consentimiento; desde luego no lo fue el de sus padres, y Dios sabía que tampoco el de Opal.

Se apartó de la ventana y camino por la alfombra lujosa hacia su escritorio de color negro. Cogió el retrato miniatura de su amada hermana Opal. Ella se lo había hecho pintar justo antes de que Korra se incorporara al ejército. "Llévatelo contigo, Korra -le había dicho Opal con una sonrisa alentadora que no ocultaba la profunda preocupación que se leía en sus ojos verde olivo-. De esa forma siempre te acompañare, cuidando de que estés a salvo".

Se le hizo un nudo en la garganta. Aquel rostro encantador le había acompañado a lugares que prefería olvidar. Opal había sido el único retazo de belleza y aliciente en aquellos años. Ella la había mantenido a salvo, y sin embargo Korra no había logrado mantenerla a salvo a ella.

Contempló su imagen en la miniatura una vez más, y un vívido recuerdo acudió a su mente: el día en que nació su hermana. La ira de su padre con su esposa por haberle dado otra hija. La tristeza notable de su madre agotada después del parto. Como ella entro a hurtadillas aquella noche en la habitación de la recién nacida, para contemplar aquel bulto diminuto e inquieto. "No importa que no le gustes a papá –susurró ella, con el corazón de una niña de cuatro años rebosante de osadía-. Tampoco le gusto yo. Pero yo cuidaré de ti y te querré mucho".

Una serie de recuerdos pasaron por su mente. Unas enseñando a Opal como montar a caballo. Ayudarle a rescatar a un pájaro con un ala rota. Curarle los rasguños que se había hecho al caerse de un árbol, para que su padre no las regañara. Escapar a la quietud del bosque para eludir las constantes tensiones y discusiones que había entre sus padres. Enseñarle a pescar, y al cabo de un tiempo rara vez atrapar más peces que ella. Representar obras de teatro de Shakespeare. Verla crecer, pasar de ser una mocosa y convertirse en una hermosa jovencita que la llenó de profundo orgullo. "Nosotras éramos lo único que teníamos en esta familia tan infeliz, hacíamos que todo fuera soportable la una para la otra. ¿Qué habría hecho yo sin ti, querida hermana?" .Pero yo, te falle.

Sus dedos se cerraron alrededor del retrato. Al igual que Asami Sato, Opal había sido obligada a casarse, un hecho por el que Korra no había perdonado a su padre, ni siquiera cuando yacía en su lecho de muerte. Su padre había vendido a su amada Opal como si fuera una posesión cualquiera al vizconde Tarrlok , que al parecer deseaba un heredero. Durante años había circulado por la zona los rumores acerca del libertinaje y crueldad del Vizconde Tarrlok, pero poseía los atributos que buscaba el padre de Korra cuando hizo el trato: dinero, título y varias propiedades. A pesar de lo sustancial de sus bienes, la avaricia de Tonraq Wolf lo hacía desear más. En ningún momento pensó en los sentimientos de Opal, y como era de esperarse aquel matrimonio la destrozó.

En aquella época Korra se encontraba luchando con el ejército y no estaba al corriente de tal situación, su padre podía ser implacable y cruel ya que siempre deseo un hijo varón, pero cuando vio que era imposible, después que su madre murió tomo a su primogénita y la crio para ser como lo habría hecho con un hijo, la entreno con las artes de la espada, el combate cuerpo a cuerpo y sobre todo la hizo meterse a la milicia para ser entrenada en la guerra. Cuando llego a su adolescencia Korra Wolf pasaba la mayor parte del tiempo lejos de su casa, de su pequeña hermana y cuando al fin pudo regresar. Llegó demasiado tarde para rescatar a Opal.

Desde la primera vez que decidió colocarse un disfraz, cinco años atrás, había ayudado a escapar a más de una docena de muchachas. Y al hacerlo con tanta extravagancia , en vez de valerse de discretos medios financieros, consiguió atraer la atención de todo el país y sobretodo de las autoridades. Había alcanzado su objetivo, quizás demasiado bien.

Varios meses atrás, y ya que nadie sabía que era en realidad una mujer, un reportero del Times la había apodado el "Ladrón de Novias", y ahora toda Inglaterra anhelaba conseguir información acerca de ese bandido, en particular el magistrado Bolin, que estaba decidido a desenmascarar al Ladrón de Novias y poner fin a lo que ella denominaba "los raptos".

Se ofrecía una sustancial recompensa por su captura, lo cual encendía aún más el interés por sus actividades. Recientemente, Bumi le había informado sobre un rumor que afirmaba que varios padres airados de novias "robadas" se habían unido con el objetivo común de capturar al Ladrón de Novias.

Korra Wolf se pasó los dedos por su cabello corto recortado a la altura de su cuello. El magistrado, por no mencionar a los padres, no quedaría satisfecho hasta que el Ladrón fuera ahorcado por sus delitos. Pero Korra no tenía intención alguna de morir o dejarse descubrir.

Aun así, la búsqueda del denominado Ladrón de Novias había aumentado hasta el punto de que cada vez que la condesa se ponía el disfraz arriesgaba la vida. Con todo eso, el saber que iba a liberar a otra pobre mujer del insoportable destino que le había robado a su hermana Opal su felicidad hacía que aquel riesgo mereciera la pena. Y de paso contribuía a aliviar su sentimiento de culpa por no haber logrado ayudar a su hermana menor.

Ella no permitiría que el dolor y la desesperación que dominaban la vida de su hermana destruyeran también a la señorita Sato. Por supuesto que no, porque ella la liberaría.

….

Al siguiente día, ya entrada la tarde Asami iba sentada en el carruaje de la familia, contemplando por la ventanilla cómo disminuía la luz. Unas franjas de vivo color naranja y rojizo se extendían por el cielo marcando el comienzo del crepúsculo, el cual era su momento favorito del día.

Se ajustó las gafas, respiró hondo y trató de calmar su estómago inquieto. Cuando llegase a casa tendría que hablar con sus padres, algo para nada halagadora pues intuía que no iba a gustarles en absoluto lo que ella acababa de hacer. Mientras miraba por la ventanilla observó un diminuto destello de color en la luz menguante. Cielos, ¿podría haber sido una luciérnaga?

En tal caso, Shiro se alegraría mucho; llevaba meses intentando criar insectos raros, tanto en el bosque como en su laboratorio, a partir de las larvas que había traído de las colonias. ¿Podrían estar dando fruto sus experimentos?- se preguntó.

Indicó a Tahno que detuviera el carruaje y extrajo una pequeña bolsa de su redecilla. Una voz interior le dijo que sólo estaba retrasando la inevitable que era la discusión con sus padres, pero tenía que capturar los insectos para Shiro; la mente de catorce años del chico se sentía fascinada por la suave luz intermitente que emitían dichos insectos.

Bajo del carruaje y aspiró el fresco aire de la tarde. El intenso aroma a tierra mojada y hojas muertas le hormigueó las fosas nasales y la hizo estornudar, con lo cual las gafas le resbalaron hasta la punta de su nariz. Volvió a ajustárselas con su gesto habitual y examinó la zona en busca de luciérnagas mientras Tahno se recostaba en el carruaje para esperarla. Estaba acostumbrado a aquellas paradas inesperadas en el bosque pues no era la primera y sabía de antemano que no sería la última, la señorita era así y posiblemente nunca cambiaria.

Asami echó a andar por el sendero hacia el punto donde había visto el resplandor. Se alegró al imaginar el rostro delgado y serio de Shiro, sonriendo si ella regresaba con un tesoro como aquél. Quería al adolescente con todo su corazón: su mente aguda y brillante, su cuerpo alto y larguirucho, su cabello desalineado y sin control.

Si, Shiro y ella estaban cortados por la misma tijera, usaban gafas similares y los dos poseían los mismos ojos verdes jade y el mismo cabello negro como la noche tupido y rebelde.

A los dos les gustaba nadar, pescar y explorar el bosque en busca de especímenes de flora y fauna, actividades que más de una vez habían puesto furibunda a su madre. De hecho, Asami y Shiro se ayudaban con su querida madre pues ella no le agradaba mucho sus actividades científicas.

Unos minúsculos destellos de luz amarilla atrajeron su mirada, y el corazón le dio un vuelco de emoción. ¡Eran luciérnagas! Había varias cerca del suelo, junto a la base de un roble a poca distancia de allí, así que fue tras ellas.

- No eche a correr por ahí, señorita –le advirtió Tahno cuando ella se dirigió apresurada hacia el roble-. Está oscureciendo y mi vista ya no es la de antes, espeto el cochero.

- No te preocupes, Tahno. Aún hay luz de sobra, y no pienso alejarme más. –La de piel nívea se arrodilló, atrapó con delicadez el raro insecto en su mano y lo metió en la bolsa.

Acababa de introducir otro más cuando le llamó la atención un sonido procedente de la densa floresta. ¿El débil relincho de un caballo?- se preguntó, alzó la cabeza e intentó escuchar, pero sólo oyó el murmullo de las hojas en la brisa.

- ¿Has oído algo, Tahno?- pregunto Asami.

El negó con la cabeza.- No, pero es que mis oídos ya no son los de antes, señorita.

Con un encogimiento de hombros, Asami volvió a concentrarse en la tarea que tenía en sus manos. Sin duda se había equivocado. Después de todo, ¿quién iba a andar cabalgando en las tierras de su familia, más ahora que se estaba haciendo rápidamente de noche?

A lomos de Aquiles, Korra Wolf observó a la de piel palida en silencio por entre los árboles. La luna derramaba pálidos haces de luz, y se le encogió el corazón al fijarse en la postura de la muchacha. Al verla de rodillas al pie del roble ella solo pudo pensar que después de su visita al General Iroh II, se sentía más abatida sobre su suerte. La rabia y la frustración le hicieron hervir la sangre- maldita sea- dijo Korra por lo bajo en ese instante juro que la salvaría de ese cruel destino.

Aquiles se removió y relinchó suavemente. Ella puso una mano sobre el brillante pescuezo del animal para tranquilizarlo y observó a la señorita Asami. Al parecer ella había oído el ruido, porque levantó la vista. Un débil haz de luz arrancó destellos a sus gafas cuando miró alrededor. A continuación, con lo que parecía un encogimiento de hombros, bajó la cabeza.

Korra, le había seguido a través del bosque y había aguardado mientras ella se encontraba en la casa del General Iroh II, preguntándose el por qué lo habría visitado. Según su apreciación y aventurándose a hacer sus propias conjeturas veía a las claras que el rato que habían pasado juntos no había terminado bien.

La compasión le oprimió el corazón. Echó una mirada al cochero y se percató de que estaba dormitando en el coche. Perfecto.- dijo suavemente, pues había llegado el momento.

Con serena concentración, ato su cabello en una coleta lo que alcanzaba su corto cabello y se enfundó su ajustada máscara negra de modo que le cubriese toda la cabeza salvo los ojos y la boca, y tiró de la tela para situar dos pequeñas aberturas sobre sus fosas nasales. Su larga capa negra caía sobre la silla a su espalda, y sus manos estaban ocultas por unos entallados guantes de cuero. Su camisa, pantalón y botas eran también color negro que la volvía casi invisible en la creciente oscuridad.

Entonces clavó la mirada en la angustiada muchacha, que permanecía de rodillas junto al roble. "No tema, señorita Sato. Hoy será el día en que sera completamente libre".

…..

Espero les haya gustado. n.n