Bienvenidos personas de fanfiction. Primero que nada esta historia NO ES MÍA. Fue escrita originalmente en inglés por Oisin55, su nombre original es The Lumberjack and the Tree-elf y pueden encontrar tanto al maravilloso autor como la historia en mis favoritos.

Ya que es una traducción, y a pesar de que he intentado cuidar muchas cosas, no deja de parecerme algo extraña la forma de adaptarlo, así que son bienvenidas todas las sugerencias y comentarios.

Como sea diviértanse mucho y espero hacerle justicia.


Blight:

Sentarse en lo alto de los árboles no se considera de lo más productivo en el Distrito 7, es irónico hasta cierto punto, dado que está cubierto de ellos: Robles, olmos, abedules. Si hay algo con lo que todos en el distrito están familiarizados, son árboles. Y si hay algo que todos en el distrito desearían no volver a ver jamás, también árboles. De cualquier modo, la cosa no es subirse a los árboles, sino tirarlos. Después los tallamos, cortamos y mandamos al Capitolio para que hagan con ellos lo que sea que hacen que necesita tanta madera. Tienen carbón del Distrito 12 para alimentar las chimeneas, y por lo que he visto en televisión la mayoría de los edificios en la brillante ciudad están hechos de piedra y metal. El destino de nuestra madera en el Capitolio, es de seguro una frivolidad. Quizás se la coman. O quizás es la razón de que todos sus habitantes caminen como si tuviesen un palo atorado en el …

Snap

Abro los ojos de golpe, y me siento en la rama en la que había estado acostado segundos antes. Nunca he sentido vértigo ni incomodidad alguna al estar en lo alto de un árbol. Es más, desde los tres años cuando escapar de casa era lo más beneficioso para mi bienestar, es aquí donde encontraba paz. Escapaba a lo profundo de la sábana de árboles que envolvía al Distrito 7, encontraba un roble alto y reconfortante en el cual acurrucarme un par de horas hasta estar seguro que mi padre dormía y mis hermanos estaban tan cansados que no querrían molestarme. Solo entonces bajaría, me colaría de nuevo en casa y pretendería que nunca dejé mi lugar junto al fogón.

Busco el origen de la conmoción pero no es mas que un pavo abriéndose camino unos metros por debajo. Le aviso que debería cambiar de rumbo, pues si continúa por donde va, llegará al campamento de los leñadores, y seguro será la cena de alguien. No me hace caso, así que suspiro y me acomodo de nuevo. Podría contar con una mano las veces que uno de esos pavos testarudos ha escuchado mi sabio consejo. No son como los caballos.

Hay una razón por la que me quedo aquí cómodo tomando una ligera siesta, mientras el resto de los hombres (y bastantes mujeres) del pueblo se rompen en lomo. Yo me levanto antes que cualquier leñador, seguro incluso antes que cualquiera en el pueblo y posiblemente el distrito. Horas antes de que amanezca, voy a los establos en los que descansan los enormes caballos de tiro que transportan los troncos del bosque a los talleres y fábricas de papel.

Yo los alimento, cepillo, les pongo los arneses, herraduras, e incluso ensillo a algunos que serán los que ocupen los agentes de la paz para monitorear los campamentos. Para cuando termino, el sol ha salido y guío a los caballos al campamento a bordo de un garañón llamado Peaches. En cuanto los hombres del campamento amarran los caballos a los carros mi trabajo mañanero está hecho y lo único que debo hacer es no estorbar y acudir si es necesario. Es decir si a algún caballo se le atora una piedra en la herradura, o si se lastima de cualquier forma, o si se rehúsa a trabajar. Hay tres vías para esto, soluciono el asunto, enseño a solucionar el asunto, o acabo con la miseria del animal.

Me han dicho miles de veces que es demasiada responsabilidad para un muchacho de dieciséis años, y tardé un buen rato para que hombres que me doblan la edad, la estatura y el músculo se tomaran en serio lo que les decía. Pero los resultados hablan por si mismos. Antes de que comenzara a trabajar en los establos, habría tomado a diez hombres preparar a los caballos y guiarlos al campamento. Ahora sólo me necesitan a mi. La relación que tengo con los caballos compensa mi relación con cualquier otro ser humano en el distrito. Los caballos me adoran y la gente, bueno, me ignoran sobremanera, y eso está bien. El problema es cuando me hacen caso, porque si no tiene que ver con caballos, nunca es nada bueno.

Sobo mi hombro, negándome a examinar el moretón que comienza a aparecer, recordatorio de la última vez que mi padre me hizo caso. Me estaba esperando cuando dejé los establos esta mañana y alcanzó a darle un puñetazo a mi hombro antes de que lo esquivara.

¡Ya ponte a mover a éstas bestias! No te alimento para que juegues con ponis. Si no estás en el campamento en veinte minutos no te molestes en sentarte a la mesa esta noche.

La amenaza fue una pérdida de tiempo. Sabía de antemano que no cenaría hoy, con la cantidad de comida que había en la mañana, las porciones eran claramente tres. Una para él y las otras dos para mis hermanos. Me habría gustado decir que los caballos no tenían ganas de moverse porque su horrible cara los ponía nerviosos, pero eso sólo me habría ganado una nariz rota. Así que me alejé planeando en mi cabeza la mejor ruta para recoger la mayor cantidad de frutos posibles.

Con el estómago razonablemente lleno de bayas y manzanas silvestres, no hay razón alguna para no tomar una siesta e intentar olvidar que la Cosecha es hoy.

Como si fuera tan fácil no pensar en que podrías ser mandado a una muerte segura, como los tributos del año pasado, doce años ambos. Al menos sus padres no tuvieron que soportar la agonía mucho tiempo, los dos murieron el primer día.

Espero que ningún niño de doce sea elegido este año, casi tanto como espero no ser yo. Y eso es más que probable.

Soy el único en mi familia que toma teselas porque soy el único que puede. Abel y Jonel, mis hermanos, han pasado la edad de la Cosecha, pero claro, todos en casa deben hacer lo necesario para poner comida en la mesa. Si en realidad contásemos, mi tesela y el sueldo de Jonel es lo que lo hace. Abel y mi padre convierten todos los sesterceres que tocan en cerveza. En un año, cuando Jonel crezca lo suficiente, hará lo mismo y tendré que tomar aún más tesela.

No tiene caso perder el sueño pensando en eso. La Cosecha es a las cinco y me quedan algunas horas antes de ir a la plaza. Mejor no pensar en nada. Normalmente, en el día de la Cosecha podemos dormir hasta tarde, es un día festivo después de todo, mas éste año el pueblo está atrasado en su cuota y un poco de trabajo esta mañana asegurará que los agentes de paz no le den problemas al Alcalde Lourdes o a nosotros.

A penas me había reacomodado en el árbol cuando escucho el sonido de pasos acercándose. No los pequeños y delicados pasos de algún animal, sino los pesados, ruidosos y torpes pasos de botas humanas. En segundos alcanzo a distinguir varias figuras abriéndose paso entre los árboles. Después de un rato escucho sus voces también.

¡Blight! ¿Dónde estás musguito estúpido?

En el distrito, tu nivel de amabilidad es inversamente proporcional a tus músculos. Y a juzgar por su tamaño éstos no eran nada buena compañía.

Me deslizo poco a poco hacia abajo, dejándome caer de rama en rama. Tardo poco más de medio minuto en estar a una altura a la que puedan distinguirme, y cuando he bajado casi por completo, ellos ya han pasado el árbol donde me encontraba.

No está aquí. Ha de haber regresado su trasero de marica de vuelta al campamento.

Escojo ese momento para saltar de la última rama al suelo, a penas si hago ruido al caer, así que cuando los cinco hombres voltean, estoy esperándolos apoyado contra el roble. Los conozco a todos de cierto modo, ya no van a la escuela, pero no han de pasar de los veinte. He visto a casi todos salir con mis hermanos, lo que significa que atormentarme cuando no puedo escapar ha sido su pasatiempo regular por años. Antes de que emitan sonido alguno, me llevo un dedo a los labios.

No se muevan.

Se quedan quietos al instante, uno de ellos, que ha de pesar al menos quince kilos más que yo sisea enojado.

¿Qué? ¿Qué pasa?

Hay un oso justo detrás de ustedes.

Se tensan de inmediato y hacen ademán de voltear, pero se acuerdan que les dije que no se movieran casi al mismo tiempo.

¿Dónde? ¿Se está yendo? ¿Nos mira?

Esperen, está volteando hacia acá… Ah no, olvídenlo, sólo es Connell.

Connell, el más grande de todos se va poniendo morado, de ésa clase de morado que indica que tienes una preocupante serie de pústulas en lugares innombrables.

No es gracioso, idiota.

Hey, lo lamento. Cualquiera comente un error.

Y en cambio mirándote a ti nadie podría dudar que eres un pequeño estúpido y asqueroso elfo.

Yo no hago gesto alguno, ni me pongo de ningún color. Aunque eso no quiere decir que lo odie menos por eso.