Bueno, aquí estoy yo otra vez. Ésta es mi ¿cuarta? Publicación aquí. Es un historia corta, no tendrá más de cuatro o cinco capítulos. Contiene Laven, Lucky y Tyllen, aunque también existe la heterosexualidad en mis escritos, XD.
La historia trata de la imposibilidad de ser afín a dos lados de una misma guerra. Se tiene que elegir para poder salvar a quien realmente quieres.
Espero que os guste y no os abrume mucho, jajaja. No voy a pedir reviews, pero si queréis… =)
Gold & Grey.
Suspiro.
Suspiro y estiro los brazos, desperezándome.
Aquella era la rutina de cada día, una rutina que era incapaz de cambiar. Me incorporé sobre el mullido colchón, y las sábanas de seda color marfil se resbalaron por mi pecho. Bostecé. Eso también era rutina. Me froté los ojos y fruncí el ceño. Eso también.
Me fui a levantar, echándome el liso pelo blanco hacia atrás de los hombros. Ya necesitaba un buen corte, pero era demasiado vago como para pegarle tres cortes.
Un brazo rodeó mi cintura y me impidió moverme un solo centímetro más.
Aquello completaba el círculo matutino de la rutina.
-Por favor…– le pedí, y él me dejó libre.
Me miré al espejo. Había crecido bastante. Había pasado de ser un muchacho de apenas dieciséis años a ser un joven erguido y bien formado con la mayoría de edad recién cumplida. La cicatriz que me había hecho a mí mismo con el Clown Crown seguía impresa en mi pecho, deformándome la piel desde la cintura hasta casi la clavícula. Torcí el gesto al ver esto. De nuevo, mis ojos se dirigieron a mi rostro.
La marca de la maldición apenas era una mancha en mi mejilla. Con el decimocuarto casi totalmente integrado en mi cuerpo, la maldición de Maná perdía cada vez más fuerza. Mi ojo izquierdo seguía actuando, pero al Noah que se fusionaba cada día más en mi alma no le hacía falta mi ojo para ver a los akumas. Todo lo que era Allen Walker estaba desapareciendo sin dejar rastro. Pronto, no quedaría nada de mí que recordar, y los estigmas volverían a abrirse en mi frente. Jugueteé con uno de los mechones blancos que se extendían hasta casi los homoplatos.
-¿Preocupado? –oí una voz tras de mí.
Lo miré a través del espejo.
Tiky había abierto sus ojos dorados, aún recostado sobre el lecho, y me miraba con una sonrisa de deleite resaltando en su piel de roca. Sabía que le encantaba ver mi evolución, cómo dejaba de ser humano para volverme parte de su mundo. Aún recordaba la noche en la que el decimocuarto había sido capaz de controlar mi cuerpo y había firmado la paz con el Conde. Eso había significado comenzar la guerra contra mi propia gente.
Tiky se levantó, mientras yo comenzaba a vestirme. Tras esos dos años de vida de Noah me había acostumbrado a su ritmo y estilo. Traje caro, pelo suelto y rostro impenetrable. Miles de años a la espalda y un futuro igual o más largo aún.
El Noah del Placer se acercó a mí, y me ayudó con el nudo del lazo carmesí que llevaba al cuello de la camisa, quizá lo único salvo mi Inocencia que conservaba de mi vida de Exorcista. No lo miré.
-¿Has visto, Allen? –me dijo-. Mira tus ojos. Por fin son dorados.
Cogió mi mandíbula y me hizo alzar la cabeza para mirarlo. También yo me había dado cuenta de aquella evolución. Era extraño. Todo era mucho más claro, mucho más luminoso. La vista de Noah era mucho más desarrollada que la de un humano normal.
Me besó. Le dejé hacer, pero cuando comencé a notar cómo profundizaba aquel contacto me aparté bruscamente. Lo miré con advertencia, y él rió:
-No cuando haya luz, lo sé –sonrió.
Desvié la vista sin decir nada. Tiky comprendía y acataba todas y cada una de mis condiciones, pero se resistía a ellas de vez en cuando. Y, cada vez más, yo también era incapaz de continuar con esas estúpidas reglas de humano melancólico.
Entonces, sentí su mano en mis ojos, ocultándome toda visión, y volvió a besarme. Esta vez correspondí a su beso con ganas, impulsándome contra él. Su mano seguía tapando mis ojos, mientras hundía la otra entre mi pelo, agarrándolo con fuerza.
Tiky pensaba en mí cuando me besaba.
Yo pensaba en la persona que había dejado atrás.
Y la ausencia de luz, mi propia imaginación, era la única que me brindaba lo que yo quería, dejándome llevar hasta el punto en el que olvidaba quién era realmente quien recorría mi cuerpo con sus manos, quien me tumbaba en la misma cama cada noche y quién me hacía evadirme por completo de la realidad. Siempre susurrando otro nombre, siempre despertando junto al hombre equivocado.
Oí un carraspeo en la puerta, y Tiky me dejó libre. Sin embargo, no liberó mi vista. La voz de Road resonó en la estancia:
-El Conde quiere que hagas una visita a los Exorcistas.
Me estremecí. Yo nunca formaba parte en las misiones, no confiaban en mí. Tampoco querían herir mis sentimientos de aquella manera. Nunca me dirían a quién mataron o qué Inocencia destruyeron. En el fondo, eran mi familia. Y los miembros de una familia no se hacían daño los unos a los otros. Viviría en la ignorancia hasta el día de mi muerte.
-Bien –contestó Tiky.
-No –le cortó Road bruscamente.
Cogí la mano de Tiky y la aparté de mí. Enfoqué la vista hacia la pequeña Noah, quien analizó el cambio de color en mis ojos. Sonrió ante esto, pero una preocupación mayor le estaba atormentando. Fruncí el ceño.
-¿Qué es lo que pasa, Ro? –pregunté, inquieto.
-Nosotros no podemos ya atravesar las barreras de seguridad de la Orden –explicó-. Han evolucionado mucho sus técnicas.
Pestañeé. Hacía mucho que no sabía nada de la Orden Oscura. No tenía porqué saber que desde hacía apenas medio año la Orden había conseguido crear una enorme barrera a su alrededor con el Edén de Tiedoll constantemente funcionando.
-Sólo pueden entrar Buscadores con la marca… o Exorcistas –completó.
Y entendí. Era el único enemigo que poseía la Inocencia. El único que podía atravesar la barrera. El único que les pillaría desprevenidos. El único al que evitarían dañar.
-Confiamos en ti –susurró Road, mientras se acercaba cautelosamente y tomab mis manos entre las suyas.
Chocamos nuestros irises dorados.
-Bien. Iré.
…
-En realidad, lo echas de menos.
Kanda me miró, pero no contestó. Siguió recostado sobre la fría piedra de las termas, ignorándome. No hablamos durante un rato, y yo observaba el humo que ascendía desde el agua hasta el techo, distraído.
-A estas alturas ya estará muerto –contestó entonces.
Le miré, y él me devolvió la mirada de sus ojos azules. Chapoteó un poco en el agua, en un gesto tan natural que me sorprendió, él nunca hacía movimientos innecesarios.
-No lo creo.
-Será un Caído –argumentó-. Traicionó a Dios y a su propia Inocencia. Seguramente estalló, como Suman.
Me estremecí. La lógica aplastante de Kanda a veces me ponía los pelos de punta. Él suspiró ante mi mueca de horror. Me negaba a imaginar al dulce Allen dominado por una rabia y un odio tan anti-natural en él. No, Allen no podría convertirse en un Caído, por muy traidor que fuese.
-No va a volver a por ti –volvió a hablar Kanda-. Si vas a seguir el resto de tu vida luchando por eso, es un objetivo absurdo. O es un Noah y quiere matarte, o es un Caído ya muerto y enterrado. No esperes a quien se marchó, porque ya no existe.
-Él no quería irse. No quería ser un Noah.
-Eso no cambia nada.
Negué con la cabeza:
-Sí, lo cambia todo. Allen sería incapaz de hacernos daño, por muy Noah que fuese. Y eso te incluye a ti también, Yuu.
Ni siquiera protestó por haber usado su mote de pila. Con un suspiro exasperado, salió del agua y se vistió. Me lanzó una mirada… ¿triste?
-Y, si así fuera, Lavi, no tienes ningún derecho a desviarle del camino que ha elegido. Eligió ser un Noah. Eligió dejarnos atrás y no hacernos daño él mismo. También sabía que, si no lo hacía él, lo harían otros.
-Pero…
-… y tampoco le haces ningún favor recordándole como le recuerdas.
Fruncí el ceño, mientras él se dirigía hacia la salida:
-¿Qué significa eso?
-Su sufrimiento fue justo. El tuyo no era lo que él buscaba. Es un insulto a su recuerdo seguir torturándote por eso.
Se fue. Yo me quedé allí, pensando en sus palabras, siendo totalmente consciente de que tenía razón. Egoístamente pensaba que vendría a por mí. Por el secreto que compartíamos todos los Bookman, y que Allen sabía. El secreto que Allen había adivinado por sí mismo la primera noche en la que el Decimocuarto había poseído su cuerpo por mi primera vez.
