Disclaimer: los personajes son de Suzanne Collins y la idea del muñeco poseído por magia vudú de Don Mancini, en su película Child's Play o Chucky, el muñeco diabólico.
Este fic participa en el "Minireto de octubre" para el "Torneo entre Distritos en la Arena", del foro "Hasta el final de la Pradera".
Advertencia: What if...? ¿Qué pasaría si en el Once practicaran el vudú?
Thresh
...
Mis pies desnudos vuelan a través de las ramas, sin importar que unas cuantas me agujeren los tobillos. Escucho a los sinsajos repetir mi respiración agitada, haciendo que el terror me consuma todavía más bajo la negra espesura de la noche. Pero sé que no puedo ni debo detenerme. Él la tiene. Si no llego a tiempo, Thresh asesinará a mi hermana sin piedad.
—¡Es tu culpa Rue! —Me grito en un chillido atronador, percatándome de que los sinsajos orquestan aún más mi angustia, revoloteando en los alrededores y arrastrando las palabras de manera escalofriante.
Aunque esa es la única verdad. Soy la culpable de que ese muñeco haya matado a unos cuantos ancianos y niños aquí en el Once. Quizá pronto me una a ellos, pero antes debo rescatar a Carlue. Sola y desesperada, sólo puedo confiar en mis instintos para terminar con esta masacre que desde hace días se extendió por mi culpa. Y es que aún recuerdo con claridad ese frío momento en el que ayudé a un Thresh malherido y agonizante, mientras los Agentes de la Paz y varios habitantes del Distrito le daban caza por la violación y asesinato de nuestra antigua vencedora, Seeder.
No sé qué me llevó a salvarle la vida; tal vez fue la expresión feroz en su rostro o esa súplica que se pintaba de rojo en su boca al hablarme, pero de lo que sí estoy segura es que él me hizo llevarle el muñeco de mi pequeño hermano hasta su escondite. No lo supe en el instante. Después de sentir el repentino viento helado destrozándome las mejillas y ver un chispazo verde entre el muñeco y Thresh, justo cuando éste le decía palabras extrañas con un amuleto pegado a los labios, oí voces acercarse. Me oculté en unos arbustos cercanos y presencié, horrorizada, cómo el muñeco cobró vida para arrastrarse lejos de allí, dejando atrás al cuerpo inerte de Thresh. Y antes de que los Agentes de la Paz llegaran hasta el mismo, perpleja, lo supe todo: Thresh había poseído al juguete con algún truco de esa magia vudú que alguna vez la abuela me contó. A pesar de que intenté enmendar el error advirtiéndole a todos, nadie me creyó, ni siquiera mi madre.
Y ahora estoy aterrizando bruscamente desde un árbol, mirando con temor la vieja choza abandonada que está frente a mí y se esconde entre huertos silenciosos.
—Sé que estás aquí —digo apretando la honda, mientras avanzo con cautela—. ¿Dónde está mi hermana, Thresh?
Noto que el miedo me golpea el pecho a medida que el silencio se vuelve ensordecedor. Entonces, justo ahí, alerta, miro la pequeña figura del muñeco correr en medio de la oscuridad de la choza, soltando una monstruosa risa que me hiela los huesos. Sin pensármelo dos veces apunto con la honda en su dirección, sin embargo, la pequeña explosión que se produce enseguida me arroja con tanta fuerza que mi espalda se estampa violentamente en contra de un árbol. Aturdida y con los oídos sangrando, miro estremecida a Carlue ser devorada por las llamas, emitiendo chillidos descontrolados al caer sobre una fosa.
—¡Carlue! —vocifero a todo pulmón.
Pero el grito es en vano. Tengo el tiempo suficiente de susurrar perdón antes de que el cuchillo de Thresh me rebane la garganta.
