Ya había amanecido pero la habitación estaba a oscuras. Por la persiana algo vieja apenas si se colaba algún rayo de luz solitario. Pero justo ese rayo, delgado, brillante, dorado, caía sobre su pelo arrancando algún destello violeta.
A veces hacía eso, observarla dormir. Ella tenía un sueño pesado y él se despertaba con el alba, más si no estaba en su cama. Entonces salía y se sentaba en el sofá o en una silla y la observaba dormir, envuelta en las sabanas, siempre abrazada a la almohada que él dejaba libre.
De alguna manera misteriosa observarla dormir le transmitía paz. Nunca se lo había dicho y es que tampoco él sabía por qué. Esos momentos posteriores al amanecer, silenciosos, en habitaciones de hoteles desconocidos o en la nave, se habían convertido en instantes suspendidos en el tiempo y el espacio.
A veces fumaba, a veces tenía una taza de café en la mano, a veces se envolvía en una manta. Todo dependía de dónde estuvieran. La oía respirar, la veía moverse, esconder la nariz bajo las sábanas buscando aire caliente o sacar un pie fuera para refrescarse. Verla despertar formaba parte del momento y esa mañana en particular, con el débil rayo de luz colándose por la ventana, sería casi mágico.
¿Cuándo se había enamorado de ella? ¿Cuándo se le había metido bajo la piel de esa forma? En algún momento... Si era sincero la primera vez en aquel casino le había deleitado la vista, después su actitud, al robarles y escapar, le había atraído pero el click había sonado cuando la había ayudado a escapar de esa secta loca y había esperado que despertara, tal y cómo hacía ahora. Aunque claro, por entonces él estaba enganchado con otra historia y rechazaba cualquier otra cosa que por asomo lo moviera hacia adelante y no hacia atrás.
Ella se movió en la cama. Despertaría pronto. La sábana de bajó un poco revelando un hombro tan blanco como el mármol.
En algún momento, hacia el final de aquella historia, ya sabía que tenía una oportunidad por delante con ella. La vio en sus ojos verdes cuando la miró por primera vez bien de cerca, sabiendo que probablemente moriría. La encontró en esos ojos, sabiendo que seguro la perdería en algunas horas merced a un tiro o a una espada. Y después tuvo que buscarla y buscarla y buscarla porque por alguna razón había desaparecido.
¿Su egoísmo, cómo ella le había gritado después de salvarlo y recogerlo con Jet de esa escalera que estaba a punto de convertirse en su tumba? Seguro. Después de eso, por un tiempo había vuelto a ese estado donde realmente no le importaba la vida ni la muerte, ese tiempo tan vertiginoso anterior a Julia. Pero de nuevo, un día, sí le importó regresar y otra mujer ocupó la mitad de su mente. Una mujer tremenda, de sentimientos violentos y maravillosamente fiel.
Sí, Faye era fiel. Fiel a su corazón, fiel a sus sentimientos, fiel a sus códigos. Podían discutir, podían pelear, podían no amarse más un día pero ella nunca lo traicionaría. Era tan evidente que daba algo de miedo si lo pensaba mucho.
Y allí estaban. Se inclinó sobre la cama del hotel barato en el que habían pasado la noche. El rayo de sol era más grueso y como ella se había movido ahora le daba de lleno en la mejilla. Pestañeó y él atisbó una mancha verde esmeralda.
Faye estiró la mano fuera de las sábanas, hacia él. Spike volvió a acostarse y ella trepó arriba. Él la abrazó y ella enterró la cara en el hueco de su cuello. Él olía a cigarrillo y ella a champú. ¿Cuántas mañanas habían compartido ya? ¿Cuántos abrazos silenciosos? Faye suspiró y escuchó el corazón de Spike latiendo despacio, bajo ese pecho lleno de las heridas que ella misma había cocido. Le dio un beso. ¿Hoy le diría que lo amaba también? Sí, tal vez hoy fuera el día en que dejara algunos miedos de lado para susurrarle así, como él mismo había hecho, que lo amaba mucho, tanto, todo.
