Capítulo 1: Vergüenza

- ¡Vístete, mujer! – le ordenó su marido- nos vamos a comer fuera.

Kagome asintió débilmente con la cabeza y salió corriendo del salón. Tenía que darse prisa en vestirse para que su marido no se enfureciera con ella otra vez. Entró en la habitación que compartía con su marido y se miró en el espejo los moratones que tenía esparcidos a lo largo de su cuerpo. Debía ponerse algo con lo que no se notara que su marido la maltrataba además de maquillarse bien la sien puesto que ya le había salido una pequeña marca por el golpe que le había propinado esa misma tarde. Trataba de ser una buena esposa, sumisa y obediente pero nunca era suficiente para él. Siempre acababa golpeándola por cualquier cosa.

Sacó un vestido naranja que le llegaba hasta las rodillas con las mangas hasta los codos. Se ponía como si fuera una bata por lo que tenía unas tiras para atárselo a un lado de la cintura. Se quitó la bata azul y el camisón con destreza y se puso el vestido. Iba a peinarse cuando escuchó un pequeño sollozo. Al parecer su pequeño hijo de ocho meses acaba de despertarse.

- Ya pasó, pequeñín…

Kagome sacó a su bebé de la cuna y le abrazó para consolarle por la pesadilla que debía de haber tenido. Últimamente, el niño se despertaba con mucha frecuencia de esa forma y según el doctor era porque tenía pesadillas. Le preguntó cómo era su entorno familiar pero ella, obviamente, no podía decirle que su marido le pegaba.

- ¿Ves como no ha sido nada?

El bebé agarró con sus pequeñas manitas la tela del vestido de su madre y comenzó a decir monosílabos que no adquirían ningún sentido.

- ¿Por qué tardas tanto, mujer?

El marido entró en la habitación y le arrebató el bebé de entre los brazos. Sin ningún cuidado lo cogió y lo sentó en la silla de paseo despreocupadamente. Suspiró aliviada al ver que no era necesario decirle que no había atado las correas de seguridad. Él mismo lo hizo.

- ¡Lo tienes demasiado mimado! – exclamó furioso- tiene que aprender él solito… no puedes estar siempre detrás de él…

- Pero… solo es un bebé…- musitó.

No debió llevarle la contraria, lo sabía pero no pudo evitarlo. Su hijo era lo más valioso que tenía en el mundo y bien valía cualquier golpe, paliza o insulto. El marido la miró furioso y seguidamente le dio una torta que la hizo tambalearse.

- Maquíllate rápido ese golpe y vámonos- le ordenó.

Kagome asintió con lágrimas en los ojos pero sin atreverse a llorar y fue corriendo hacia su tocador. Rápidamente se tapó el moratón y al darse cuenta de que la mejilla también comenzaba a oscurecerse se dio algo de maquillaje en un vano intento por ocultar la evidencia de su desgraciada vida. Cada día sufría suficiente en su casa como para tener que exponerse además a las murmuraciones de otras personas.

Agarró la silla de su bebé y salió de la casa viendo a su marido que la esperaba en el pequeño jardín de la casa. Juntos salieron en busca de alguna posada.

Vivían en una casa muy pequeña y vieja. Sólo tenía una pequeña cocina, el salón, un baño diminuto y dos habitaciones. La madera del suelo estaba podrida, las paredes habían perdido el color, en el techó había goteras, los electrodomésticos eran viejos y andaban a duras penas. Lo único que andaba bien en esa casa era la televisión ya que tenían hasta el cable aunque era pirateado. Se pasaba muchas horas al día limpiando toda la casa e intentando arreglar el jardín para que pareciera un lugar habitable pero su marido siempre llegaba manchándolo todo de barro, llenando el suelo de latas de cerveza y lanzando al jardín las piezas que utilizaba para arreglar los coches. Una vez, intentó plantar unas rosas en el jardín pero su marido las arrancó y la golpeó.

Cada día que pasaba odiaba más ese matrimonio. Antes de casarse él era tan dulce y tan encantador con ella… Kouga parecía tan buen hombre. Sólo fue un engaño. La forzó a acostarse con él durante su noviazgo insistiéndole una y otra vez hasta que cedió más por presión que por voluntad propia y luego la dejó embarazada obligándola a casarse con él. El hombre una vez fue atractivo. Seguía siendo igual de alto aunque había perdido parte de su musculatura y comenzaba a encubar una peligrosamente abultada barriga cervecera, sus ojos aunque eran igual de hermosos siempre la miraban con furia, comenzaba a tener entradas y canas y con las peleas en el pueblo había perdido más de una muela.

- ¿En qué piensas, mujer?

Desde que se casaron hacía ya casi dos años no la había vuelto llamar una sola vez por su nombre.

- Sólo me preguntaba a dónde vamos a ir a cenar…

- A la taberna junto al río.

Kagome asintió y el corazón comenzó a latirle con fuerza. ¡Ésa era la taberna de Inuyasha! Al parecer ese hombre había estado trabajando para el servicio secreto del estado y ahora que se había retirado había decidido volver a su pueblo natal y abrir una taberna con todo el dinero que sin duda ganó con el espionaje. Todo eso eran meras murmuraciones pero el hecho de que él nunca las negara, no las hacía falsas.

Cojeaba puesto que le dispararon en la rodilla, por lo que había oído tenía marcas de latigazos en la espalda y tenía una cicatriz en forma de una línea muy fina atravesándole un ojo y otra más fea en la mejilla derecha pero ni todas esas heridas de guerra le quitaban belleza al hombre. Alto, musculoso, con unos hermosos ojos dorados que ni esa cicatriz podía estropear, la tez completamente bronceada, el cabello largo plateado y los labios finos. Un auténtico hombre que la volvía loca aunque le sacara cerca de unos quince años. Ojala hubiera llegado al pueblo antes de que ella permitiera que Kouga le pusiera una mano encima.

Se detuvo al darse cuenta de que mientras estaba sumida en sus pensamientos habían llegado a la taberna y miró con atención el establecimiento. Era como una cabaña de madera de lujo pero mucho más grande de lo normal. A los lados de la puerta había encendidos dos faroles puesto que ya estaba oscureciendo. Cogiendo aire con fuerza entró tras Kouga en la taberna y comenzó a toser.

- ¿No estarás enferma, mujer?

Kagome negó con la cabeza y se irguió para mostrarle su buen estado. La última vez que había estado enferma Kouga la había torturado durante toda su convalecencia y la había obligado a prepararle la comida aún cuando no podía mantenerse en pie. Agitó un poco su mano delante de su cara para apartar el humo del tabaco y de puros que le llegaba y entonces se percató de que el hijo estaba igual de expuesto que ella. Inmediatamente agarró el plástico para la lluvia del carro y se lo pasó por encima para retener el humo.

- Así estarás mejor - le sonrió.

A Kouga no le gustó nada que tapara así el carro. De un tirón quitó todo el plástico y cogió el niño sosteniéndolo con tan solo un brazo contra su pecho. El niño comenzó a toser y Kagome a temblar al verle pasarlo tan mal pero ¿qué podía hacer ella? En ese momento estaban el público y temía que el niño sufriera cualquier daño si Kouga provocaba un altercado.

Inuyasha dejó el vaso que estaba secando sobre la barra y se dirigió hacía Kouga con los puños apretados a los costados. Había observado al matrimonio desde que entraron a la taberna y había decidido que Kouga cada día era peor. Ese hombre le ponía enfermo.

- Buenas noches Kouga- escupió esas palabras- encantado de volver a verla, señorita.

Kagome asintió y le dedicó una tímida sonrisa.

- Si no le importa, ya no es una señorita- con el otro brazo la acercó a él- es la señora Wolf.

- Como usted diga… - murmuró- ¿por qué no se sientan en esa mesa de la derecha?- la señaló- en seguida les llevarán el menú.

Kouga pasó gruñendo a su lado, pero Kagome se quedó pasmada viendo la ventana abierta junto a aquella mesa. Inuyasha les había mandado a ese lugar debido a que era el menos expuesto al humo.

- Gracias… - murmuró al pasar junto a él.

Inuyasha asintió con la cabeza y se giró para ver a la mujer sentándose frente a su marido. Kagome le había llamado la atención desde el primer momento en que la vio bañándose en el río. Era demasiado hermosa como para no fijarse en ella pero él no sólo era demasiado mayor para esa beldad sino que además estaba hecho un asco. Aún así no pudo evitar volver a dirigir su mirada hacía ella. No era muy alta puesto que a penas le llegaba hasta los hombros, no era delgada sino que esbelta: sus piernas parecían bastante largas para su estatura, tenía las caderas pequeñas y redondeadas, la cintura estrecha y los pechos redondos y voluptuosos. El cabello azabache rizado le llegaba hasta casi las caderas, tenía la tez blanca y pura y los ojos más impresionantes que había visto nunca. Enmarcados por largas pestañas se encontraban un par de ojos color chocolate que le hipnotizaban. Tenía la nariz pequeña y gracioso y los labios carnosos.

Era totalmente inexplicable que estuviera casada con semejante sujeto.

- ¿Inuyasha?

- ¿Qué ocurre, Kikio?

- ¿Atiendo a ese par? – señaló al matrimonio.

- Claro pero ten cuidado con ese tipejo- le advirtió- no me fío de él.

Inuyasha se dio la vuelta y fue cojeando hacía la barra. Kikio era una compañera de espionaje cuando trabajaba para el Estado. Una vez, años atrás, habían intentado ser pareja, sin embargo, no había funcionado así que habían decidido quedar como amigos. Cuando dejaron el servicio secreto cada uno se fue por su lado pero un día hacía ya cinco meses, ella apareció en su taberna. Estaba llena de golpes por todo el cuerpo y tenía toda la cara ensangrentada. El cabrón de su prometido era un espía de otro país y cuando descubrió lo de Kikio, la torturó hasta dejarla en ese estado. Ahora tenía toda la cara llena de cicatrices estropeando su hermoso rostro y de vez en cuando no podía moverse por lo que no podía ir a la taberna.

A penas se había metido en la barra a preparar las bebidas que encargaban los clientes cuando Kikio regresó echando humo por la cabeza y dejó la bandeja de un golpe sobre la barra.

- ¿Qué ocurre?

- ¡El idiota de Kouga! – exclamó furiosa- quiere un chuletón de los de dos kilos, pero que no esté ni muy hecho ni poco hecho, ración de patatas pero no le gustan doradas, unos pimientos pero que sean de los verdes porque los rojos le repiten… - puso voz de repipi- y una buena jarra de cerveza pero con mucha espuma.

- Todos sabemos que es un quisquilloso. ¿Y la mujer qué quiere?

- La mujer me da pena… - gruñó- ella quiere una ensalada y me ha preguntado si podríamos calentar un poco de leche para su bebé…

- Claro.

Inuyasha puso un poco de leche en un cazo para calentarla y le ordenó al cocinero el pedido del matrimonio. Kikio no parecía muy contenta con tener que volver a esa mesa, pero cinco minutos después sin otra opción, cogió la bandeja llena de comida y la llevó a la mesa. A los dos minutos estaba discutiendo a gritos con ese energúmeno.

- ¿Qué está pasando aquí? –intervino Inuyasha.

- Parece que no resulta del agrado del señor la comida…

Inuyasha observó a ese hombre como si fuera escoria y se volvió hacía Kagome viendo que ella se limitaba a darle el biberón a su bebé sin haber tocado tan siquiera su comida. Probablemente ese pedazo de animal no le había dejado ni probar su cena.

- Si tiene algún problema con la comida háblelo con el cocinero.

- Nada me gustaría más.

Inuyasha sonrió maliciosamente cuando el hombre dijo aquello. Estaba claro que Kouga no sabía bien en que lío se acaba de meter. Inuyasha pegó un sonoro grito llamando al cocinero y poco después salió de la cocina un hombre más alto aún que él con una mirada furiosa y un mazo en una mano.

- ¿Quién es el imbécil que dice que está mala mi comida?

Kouga en seguida dio un paso atrás al darse cuenta de su error. Aquel hombre daba miedo con tan solo mirarle y encima parecía dispuesto a hacerle pedazos con el arma que llevaba en sus manos. Tal vez no hubiera sido tan buena idea quejarse de la comida con la intención de comer por la cara. El tullido tenía un personal bastante pintoresco y temible y él no era rival para ese hombre. Lo tenía muy claro.

Inuyasha sonrió triunfante. Podría darle la paliza él mismo ya que ganas no le faltaban pero el ofendido había sido el cocinero. Tottosai era el nombre de ese gigantesco cocinero que había sido su jefe en varias ocasiones durante sus cientos de misiones en Irak. Un año antes de que dejaran el espionaje fue degradado por una infracción aún desconocida para él y fue Inuyasha el ascendido a capitán. Tottosai bien podría repudiarle por aquel hecho pero, en cambio, se había convertido en lo más parecido a un padre que había tenido nunca.

- Señorita, ¿usted también piensa lo mismo de mi comida?

¡Mierda! Se había olvidado de que el maldito de Tottosai no tenía compasión aunque se tratara de una mujer. Insultaba y golpeaba a hombre y mujeres de forma indiscriminada si osaban ofenderle y si bien era cierto que la mujer no había hecho nada, se encontraba en el peor sitio en el momento menos indicado.

- Tottosai, ella no ha dicho nada- trató de convencerle- aún no lo ha probado.

- ¿Y a qué espera?

Kagome le miró asustada por su tamaño y luego miró a Inuyasha esperando que le diera instrucciones. Inuyasha vio el pánico en su mirada y no pudo evitar sentir cierto deje de satisfacción porque ella le pidiera ayuda. Si probaba la comida su marido se enfurecería con ella y si no la probaba Tottosai sería capaz de golpearla aunque él estaba dispuesto a interponerse.

- La señorita está dando de comer primero a su hijo- le detuvo- tendrá que esperar para probarlo.

Tottosai asintió aceptando esa pobre excusa porque la mujer que se alzaba ante sus ojos le transmitió cierto sentimiento de pena y luego se volvió hacía el hombre. A ése sí que no le iba a perdonar. Le rodeó el cuello con tan solo una mano y lo levantó del suelo mientras que ejercía más presión sobre la zona.

Kagome no podía decir que no le gustaría ver a ese hombre estrangulado, que no se lo mereciera, que nunca hubiera soñado con que le hacía eso mismo pero un pequeño bebé removiéndose entre sus brazos le decía sin palabras que tenía que hacer algo para evitarlo. Dejó al bebé en el carro y rápidamente se levantó y se inclinó delante del cocinero a modo de súplica.

- ¡Por favor, suéltelo! – le imploró- él no volverá a quejarse de su comida nunca… - sollozó- por favor…

Inuyasha le puso una mano sobre el brazo al cocinero y le ordenó con la mirada que lo soltara. De mala gana Tottosai soltó a Kouga y se dio la vuelta.

Inuyasha no podía parar de contemplarla. Estaba claro que a la pobre muchacha le estaba invadiendo la vergüenza por el espectáculo que había dado su marido, por su mala conducta, por haber tenido que humillarse de esa manera y suplicar. Tenía todo el rostro cubierto de lágrimas y las mejillas sonrojadas mientras agarraba el carro de su bebé y salía de la taberna sin esperar tan siquiera a su marido.

- Pobre muchacha… - murmuró Kikio.

- Menudo marido que le ha tocado- continuó Tottosai.

Inuyasha se metió las manos dentro de los bolsillos del pantalón y se quedó observando como la mujer desaparecía en la oscuridad de la noche.

- Kagome…

Continuará…