Ninguno de estos personajes me pertenece... J.K. Rowling ;)
Me apetecía escribir algo de este estilo. Quizás la idea esté algo machacada en otras historias, no sé, pero tenía ganas de juntar "generaciones". Mi intención es ambientar el fic en el 6º libro, por lo que la historia original, la base, no variará demasiado. Escenas añadidas y estos dos personajes que se han colado.
1. Retroceso
Caminaba veloz por los pasillos del colegio, maldiciéndose interiormente por permitirse perder el tiempo de forma tan tonta. ¿Qué le importaba a ella que uno de los prefectos de Hufflepuff estuviese interesado en una de sus compañeras de habitación? Los cotilleos le resultaban ridículos. Y por culpa de unas cuantas alumnas chismosas, ahora tenía el tiempo contado para llegar puntual a su siguiente clase.
Frunció levemente el ceño y reprimió una sonrisa ante ese pensamiento. El tiempo era algo bastante relativo en la vida de Rose Weasley. Se detuvo ante el retrato de la Señora Gorda y rebuscó entre su túnica hasta encontrar la cadena que colgaba de su cuello: el giratiempo.
El dichoso aparato había sido la causa de innumerables discusiones con su madre. Según Hermione, jugar con el tiempo no le iba a traer más que problemas y nervios añadidos. Rose no la entendía. Hasta donde sabía, ella misma había usado uno de los extraños relojes temporales en su tercer curso, ¿cómo es que era tan reacia a que su hija siguiese su ejemplo? Era consciente de la responsabilidad que implicaba manejar el tiempo a tu antojo, pero hasta ahora Rose no había tenido ningún tipo de problema. Y llevaba con el giratiempo más de dos años, tiempo suficiente para demostrar su buen juicio.
La voz de su primo la trajo de vuelta a la realidad.
—¡Eh, Rosie!
—Es Rose, Jamie —replicó sin molestarse en levantar la vista hacia sus ojos. Odiaba que estropeasen su nombre con ese estúpido diminutivo.
—Es James, Rosie.
Adivinó la sonrisa en el rostro de James y no pudo hacer más que imitarlo. James siempre sonreía y lo peor era que resultaba contagioso.
—¿Qué quieres? —le preguntó con desconfianza, mirándolo ahora de frente y recordando que no era recomendable fiarse de James— ¿Por qué no estás en clase?
—Tengo Historia de la Magia, no me apetece soportar la aburrida charla de un fantasma durante una hora.
Volteó los ojos. ¿Acaso heredó ella todo el sentido común en la familia Weasley?
—¿Y cuál ha sido la excusa esta vez?
Por toda respuesta, James extendió un brazo y descubrió lo que escondía en el puño: pastillas vomitivas. Rose frunció los labios. Jamás comprendería cómo el tío George permitía que sus sobrinos e hijos enredasen con sus porquerías saltaclases.
—Pero yo debería preguntarte lo mismo —James se recostó contra la pared contigua al retrato de la Señora Gorda y comprobó la hora en su reloj—. Quedan menos de dos minutos para la siguiente hora, ¿qué haces que no estás cogiendo sitio en el aula?
—¡¿Dos minutos?! ¡Voy a llegar tardísimo! —empujó a James para abrirse paso hasta el retrato, pero se quedó helada al ver que la mujer no se encontraba en su lugar— ¿Y ahora dónde se ha metido? ¡Necesito unos pergaminos para Runas Antiguas!
James soltó una risilla.
—Seguro que ha ido a visitar a su amiga Violeta.
—¡No es gracioso James! ¡Me perderé la clase!
—Vamos, Rosie… tranquilízate. No se acaba el mundo porque te pierdas una clase.
—¡Que me llamo Rose, idiota!
Resopló y recolocó tras su oreja un mechón pelirrojo que se había escapado de su coleta rebelde. James dejó escapar otra leve risa y ella quiso fulminarle con la mirada.
¡Por Merlín! Iba a matar a Albus en cuanto lo viese. Si no hubiese accedido a prestarle la tarea el día anterior, no se hubiera olvidado los pergaminos en la sala común. ¡Y para colmo el idiota de su otro primo no hacía más que reír! Sintió deseos de maldecir a todos los Potter que estuviesen en ese momento en Hogwarts.
—Eh, Rose, ¿qué es eso?
—¿Qué es qué? —preguntó, poco interesada realmente en sus dudas.
—Ese collar tan extraño que llevas.
Maldición. Había olvidado esconder el giratiempo.
Rose se llevó una mano al cuello y, en vano, intentó guardar bajo la túnica el aparato.
—¿Qué es? ¿Por qué lo escondes?
—¡Por nada! No te metas en lo que no te importa.
James alzó una ceja y curvó media sonrisa. Esa expresión no auguraba nada bueno. Bastaba decirle a James algo que no podía tener para que lo desease con todas sus ganas. Rose quiso golpearse por su estupidez.
Su primo sacó la varita y, antes de que Rose lo viese venir, apuntó con ella directa al giratiempo.
—¡Accio collar de Rose!
—¡No, James!
Pero era demasiado tarde. Al igual que si de un imán se tratase, la cadena que rodeaba el cuello de la muchacha tiró de ella hacia su primo. James tampoco lo vio venir. Abrió la boca en señal de protesta cuando el collar lo envolvió también a él.
—¿Qué es esto, Rose?
—¡Quítatelo! ¡Quítatelo YA! —gritó espantada, estaba segura de haberle dado alguna vuelta en el forcejeo contra el hechizo convocador.
—¡No puedo!
Por algún extraño motivo que no llegaba a comprender, el giratiempo se había adherido a sus cuellos y ninguno de los dos era capaz de soltarse de él. Le rogó a Merlín para que no se accionase. No pasaba nada porque ambos viajasen un par de horas al pasado, pero entonces tendría que explicarle a James todo el proceso y sabía que eso no traería nada bueno. Su primo era un irresponsable. La existencia de los giratiempos era algo de lo que nunca debía enterarse.
—¡Sácamelo, Rosie! ¡Nos ahogaremos!
—¡No seas exagerado!
—¡Diffindo! —bramó, apuntando con su varita a la cadena.
—¡NO! ¡No hagas nada, James!
De nuevo demasiado tarde. El corredor desapareció y la familiar sensación de que todo volaba a su alrededor los envolvió. Rose frunció el ceño inconscientemente. Todo parecía ir más rápido que en el proceso habitual y juraría que llevaban demasiado tiempo retrocediendo. Obligó a su corazón a serenarse. Los giratiempos solamente podían viajar horas hacia el pasado, nada grave iba a pasar.
Entonces, tras varios minutos, sintió el suelo firme bajo sus pies. Tomó aire y se recostó contra la primera pared que encontró. Estaba mareada. Nunca se mareaba después de retroceder en el tiempo.
—¡Qué demonios…! —James la agarró del brazo, visiblemente más pálido que ella— ¿Qué ha sido eso, Rose?
Le sacó la cadena del cuello a su primo y miró con aprensión el aparato.
—¡Lo has roto! —lo acusó— ¡La profesora McGonagall me va a matar!
James ignoró su nerviosismo.
—¿Qué ha pasado? ¿Por qué todo ha volado a nuestro alrededor?
—Hemos retrocedido en el tiempo —explicó con total tranquilidad, como quien se asoma a la ventana y anuncia que está lloviendo— El problema es que no sé cuánto.
—¿Qué hemos retrocedido en el tiempo? —su primo parecía a punto del colapso. Rose sonrió, obligándose a disfrutar de la situación. Era muy difícil que James perdiese los nervios de tal forma— ¿Qué dices? ¿Cómo es posible eso? ¿Es por ese reloj de arena?
—Se llama giratiempo. Llevo utilizándolo desde tercero para poder asistir a todas las clases —James la miró como si se hubiese vuelto loca. Volteó los ojos y continuó explicándose—. La profesora McGonagall me lo consiguió. Estoy matriculada en tantas asignaturas que algunas clases se me sobreponen. Gracias a esto puedo retroceder una hora en el tiempo y así asistir a todas. Cada vuelta es una hora atrás… —meditó unos segundos antes de continuar. Estaba segura de no haber dado demasiadas vueltas, no tenía que preocuparse por eso— El problema ahora, James, es que no sé cuantas horas habremos retrocedido.
—¿Y cómo se supone que regresaremos?
—No se regresa, Jamie. Los giratiempos no dejan viajar hacia el futuro.
—¿Y entonces? —preguntó, ahora alarmado.
—Y entonces nada, tendremos que esperar a que pasen las horas que sean antes de dejarnos ver.
—No lo entiendo… —se llevó una mano a la cabeza y revolvió su indomable pelo cobrizo, un gesto que repetía siempre que se ponía nervioso.
Rose suspiró con impaciencia. Deseaba haber viajado en el tiempo con Albus, él daba menos problemas.
—A ver, ya te he explicado que lo utilizo para asistir a todas mis clases. No tengo que hacer nada para volver al tiempo actual. Este tiempo de más se aprovecha para poder estar en dos sitios al mismo tiempo. Si bajamos ahora mismo al Gran Comedor seguramente nos podamos ver a nosotros mismos desayunando.
Esa información hizo que los ojos de James se abriesen de forma desorbitada. La sonrisa que apareció en sus labios segundos después le indicó a Rose que estaba cavilando algo.
—¡Pero eso es genial! Si estamos en un sitio localizado para los profesores, como el Gran Comedor o cualquier aula, nadie nos puede echar la culpa de los desastres que se formen.
—¡James! —lo reprendió ella— ¡Es peligroso jugar con el tiempo! Muchos magos se han vuelto locos por culpa de los viajes temporales.
—Oh, vamos, exageras.
—¡No exagero! —se colocó frente a él y lo agarró por los hombros, fijando sus ojos en los suyos e intentando razonar— Escúchame: nadie debe verte.
—¿Y qué se supone que tenemos que hacer, entonces?
Rose respiró aliviada. Al menos parecía que había conseguido hacerle razonar. Se llevó el mechón de pelo resbaladizo tras la oreja e intentó pensar de forma práctica. Rose debía aprovechar el tiempo e ir a sus clases, teniendo cuidado de no cruzarse con su otro yo en el camino, pero ¿y James? Era un peligro dejarlo merodear solo por los pasillos, y con ella no podía llevarle.
—Muy bien —dijo tras un minuto—, debes esconderte.
—¿Qué? ¿Y tú?
—Yo tengo que ir a clase.
—Oh, Rose, estás enferma —sonrió James, provocando que ella entrecerrase los ojos— ¿En serio tienes sangre Weasley en las venas? No lo parece…
—¿Qué mosca te ha picado, Potter? —preguntó rabiosa.
—¿Cómo es posible que curses más asignaturas de las necesarias? ¿Cómo puedes desaprovechar horas de más para acudir a clases extras?
—Menudo idiota… —bufó, más para ella misma que para él. James se limitó a reír. Rose tomó aire y pidió paciencia para seguir explicándole—. Es importante, James. NADIE puede verte. Lo mejor será que entres en la sala común y esperes a que yo vuelva a buscarte, sí. Iré a mi clase y averiguaré la hora exacta, y cuando esté segura de que no es peligroso que volvamos a salir vendré a por ti.
—Me voy a aburrir, Rosie. ¿No puedo ir contigo?
—¿Ir conmigo a una clase de quinto año? ¡Tú cursas sexto!
—Puedo esconderme bajo la capa de invisibilidad.
Rose lo miró perpleja —¿La qué?
—¡Oh! ¡No te he contado! —abrió los ojos con emoción y esbozó una sonrisa similar a la que el padre de Harry mostraba en las fotos que había por casa de sus tíos— ¡Es genial! La encontré en un viejo baúl del desván, junto con un fantástico mapa del colegio.
—¿Un mapa del colegio? ¿Para qué necesitas tú un mapa del colegio? —se extrañó la pelirroja— ¡Te lo conoces al dedillo!
—¡No es un mapa como cualquier otro! —le tomó de la mano y la arrastró hacia el retrato de la Señora Gorda— Ven, te lo mostraré.
—¡No, James! —se soltó de él y le lanzó una mirada severa— No podemos perder el tiempo. Tú escóndete ahí dentro que yo me tengo que ir a clase.
—¿Y tus pergaminos? —preguntó con petulancia.
—Maldita sea, es verdad.
Se resignó y siguió a su primo hasta el retrato. Había olvidado por completo las tareas extraviadas. Miró hacia el giratiempo averiado y un peso tiró de su estómago hasta abajo. No podía creer que se hubiese roto. Eran relojes complejos y muy complicados de conseguir, la directora se lo había advertido cuando le propuso usarlo. ¿Qué iba a hacer ahora? No le daba la cara para admitir su irresponsabilidad. ¡Si tan solo lo hubiera escondido correctamente cuando apareció James! Tendría que ir despidiéndose de su gran número de asignaturas cursadas. Maldición. No quería imaginar la cara de su madre cuando se enterase de todo.
—«Mandrágora.» —le dijo su primo a la Señora Gorda.
—Incorrecto.
—¿Qué?
—¿Cómo que incorrecto?
—Contraseña incorrecta —repitió la mujer del retrato.
Rose necesitó buscar apoyo de nuevo. ¿Cuándo había sido el último cambio de contraseña? Hacía más de una semana, estaba segura. Era imposible que hubiesen viajado tanto tiempo atrás.
—Esta mujer está senil… —escuchó protestar a James— Seguro que en su último paseo se ha bebido al menos un barril de vino junto a su amiga Violeta. ¿Qué hacemos ahora? —preguntó al fin, aunque Rose no supo si a ella o al retrato.
—Sin contraseña no se permite la entrada.
—¡Vamos! ¡Nos conoces! —quiso razonar— Soy yo, James… Jamie.
La pelirroja se giró para observar la escena. Estuvo a punto de voltear los ojos al ver a su primo coquetear con el retrato. No iba a servir de nada, por muy adorable que fuese la sonrisa del muchacho.
—Déjalo, Jamie, no nos va a dejar entrar.
Él la ignoró y continuó insistiendo.
—Se me partirá el corazón si me has olvidado tan fácilmente.
—No conozco a ningún James —se limitó a contestar la mujer, con total indiferencia a sus súplicas.
—James, James Potter —repitió—. Y ella…
Pero no pudo continuar, porque la Señora Gorda había abierto los ojos todo lo que le fue posible y parecía a punto de estallar de furia. ¿Qué le pasaba?
—James… deberíamos buscar a alguien —planteó Rose en un murmullo apenas audible.
—¡Jovencito irrespetuoso! —gritó la señora— Suplantar de tal forma un nombre. ¡Embustero! ¡Jamás, en todos los años que llevo…! Y un hombre tan respetable…
Estaban atónitos. No entendían nada.
James la miró con la duda grabada en sus ojos castaños, pero ella estaba igual de perdida que él. La única explicación que se le ocurría a la reacción de esa mujer era demasiado impresionante como para siquiera considerarla.
—Debemos buscar al profesor Lombotton o a la directora McGonagall —propuso Rose, intentando mantener la cabeza fría—. Ellos nos explicarán qué está pasando.
James la miró con terror —¿Qué quieres decir? ¡No está pasando nada!
—Es evidente que hemos retrocedido más de lo que imaginábamos —señaló el retrato— ¡Ni siquiera nos conoce!
—Está bromeando, eso es todo.
—La Señora Gorda no bromea, James.
El muchacho se rindió finalmente. Se desordenó el pelo con nerviosismo y accedió a buscar a alguien, aunque sugirió que dejasen a la directora para último lugar. No quería enfrentarse a su furia aún.
Rose sonrió ante ese comentario y le tomó del brazo para avanzar hacia el despacho del jefe de su casa, pero justo cuando dieron su primer paso el tapiz del retrato se abrió y comenzaron a aparecer alumnos a bandadas.
Tuvo que apretarse a su primo. No había ni un solo conocido entre todas aquellas caras.
—Rose, ¿qué…?
—No tengo ni idea —se anticipó ella a su pregunta.
De entre todos los alumnos, una cabellera pelirroja había llamado su atención. Conocían ese color; después de todo, era el distintivo de su familia. Rose frunció el ceño y espantó esos pensamientos. Era ridículo. No todos los pelirrojos tenían sangre Weasley.
—Dean, no me voy a romper por pasar sola por el hueco —estaba diciendo la muchacha en cuestión— Llevo cinco años haciéndolo si ayuda y hasta ahora no me ha pasado nada.
—Y yo llevo seis años sin poder ayudar a nadie a hacerlo —sonrió el aludido, un muchacho de piel morena y pelo oscuro—, no seas cascarrabias.
Ella soltó una carcajada, una muy familiar carcajada para los dos muchachos. Rose, aún aferrada al brazo de su primo, retrocedió un paso hacia atrás, obligándole a él a seguirla. La sorpresa, la incredulidad o incluso el miedo eran palpables en el rostro de ambos.
Pese a todos los esfuerzos por mantenerse al margen, los dos recién llegados se percataron de su presencia. La joven sonrió y se acercó a ellos.
—Uy, ¿y vosotros de dónde habéis salido?
—¿Sois nuevos? —preguntó su acompañante— No me sonáis.
—No… nosotros… Eh, no. Buscamos a Lom…bo….
Rose se adelantó a su primo, quien parecía al borde de un infarto, y continuó por él.
—Lombotton, buscamos a Lombotton.
—¿A Neville? Debe estar en la sala común.
Y sin más, la pelirroja y el moreno continuaron su camino. Rose se llevó una mano a la boca e intentó mantener la compostura. Su primo miraba al frente, en la dirección en la que la muchacha había desaparecido, con la boca abierta y expresión ausente. Quiso negar lo evidente, pero le costaba creer sus propios razonamientos.
—Rose, ella… ella es…
—No —sentenció—. Es imposible.
—¡Pero es idéntica! Incluso su voz, su risa…
—¡Basta James! No puede ser tu madre.
Pero entonces el retrato volvió a abrirse y por el hueco aparecieron otras tres personas que desbarataron por completo su última frase. Rose estuvo a punto de desmayarse. De no haber estado James a su lado, seguramente hubiese terminado desfallecida en el suelo.
—Me encanta ser alumno de sexto —comentaba uno de ellos. Uno que tenía un tono de pelo muy similar al de la propia Rose—. Además, este año tendremos un montón de tiempo libre, horas enteras sin clases que podremos pasar aquí sentados, descansando.
—Necesitaremos ese tiempo para estudiar, Ron —le respondió la única muchacha que los acompañaba. Castaña, con voz estridente y con una mata de pelo rebelde y encrespada. Imposible.
—Ya, pero hoy no. Lo de hoy…
Y se alejaron rumbo al gran comedor.
Esta vez fue el turno de Rose de abrir la boca sin poder pronunciar sonido alguno. Estaban en un sueño, una pesadilla o algo similar. Tenía que tratarse de algo así, cualquier otra explicación era absurda.
—Y me vas a decir que esos tres no eran tus padres y el mío, ¿no?
Flexionó las rodillas y resbaló la espalda hasta sentarse en el suelo. Rose se llevó las manos a la cara y ahogó un sollozo. No podía negar lo evidente. Estaban metidos en un buen lío.
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