Degradación


Albert Wesker & Rebecca Chambers, Claire Redfield & Mad Hemingway


I. Ironías

Descargo de responsabilidad: Ninguno de los personajes nos pertenece. Todos son propiedad de Capcom. Pero Mad sí es nuestro…

Resumen: Existen tres niveles de degradación: física, psicológica y moral. La presencia de Alex Wesker y la destrucción causada por su campaña genocida arrastra a lo sobrevivientes a perder parte de su cuerpo, su mente y su alma. La ayuda de un tirano, cuyo control de sus extremidades y recuerdos se ve anulado por la enfermedad, y un loco sombrerero, será evidencia suficiente para afirmar la llegada del fin de los tiempos.

Nota de AdrianaSnapeHouse: La primera colaboración con la beta reader oficial de Cuerpo cautivo. Un fic oscuro, romántico y trágico, de acción y de horror, pero como siempre respetando mis estándares de calidad. Es un verdadero gusto participar al lado de mi joven amiga, colega y mentora Polatrixu. Les aseguro que no se arrepentirán de leer Degradación.

Nota de Polatrixu: Dos días… Dos malditos días y esta cosa quedó lista. Increíble lo que hace un poco de determinación. Si les caemos mal léanlo y rianse, pero si les caemos bien igual lean y rian por que POR FIN pudimos hacer algo que no parece sacado de una novela de Clive Barker (Miento, me asegurare de que así sea). Con Degradación planeamos que sea algo más del romance que siempre esperan de mi comadre Adriana y del terror y suspenso a los que ya están acostumbrados en mis historias de Resident Evil. Algo así como una mezcla bizarra de los dos. Oh y algo mas: un tarro de galletitas espera al que nos deje un review, ese si no puede faltar, ¡carajo!

Agradecimientos: A nuestras amigas Light of Moon 12, SKANDROSITA y Addie Redfield, por leer la historia antes de su publicación y externar sus puntos de vista. Sin olvidar a nuestros canes, pero ellos no hablan así que no cuentan.

Recomendaciones musicales: La versión en inglés de Bad Apple me gusta para esta historia.


"Irónico, ¿verdad? ¡Para aquel que tiene el derecho a ser un dios! Para enfrentarse a su propia mortalidad…". Ozwell Spencer.

Mad Hemingway observaba la cama imperial con una mirada sombría. Ausencia de luz en sus ojos denotaba la locura de una mente sumida en una profunda esquizofrenia. Su respiración era la de un toro acorralado; su rostro estaba tatuado con manchas uniformes de la sangre de sus enemigos. Lo rodeaban cinco cadáveres anónimos; trajes negros a rayas, máscaras rojas, sin evidentes señales de humanidad. Habían ido a asesinar a su jefe, pensando que un parapléjico no representa mayor riesgo o dificultad. No obstante, la sorpresa los bañó con su aliento de muerte al percatarse de que ese dictador de otros tiempos aún poseía un sirviente fiel: un psicópata a sangre fría, leal hasta el infierno.

—No vas a poder ahuyentarlos por siempre —señaló una voz débil desde el lecho fúnebre.

—Dejarán de venir cuando cuelgue sus cuerpos en la entrada —respondió Hemingway con naturalidad recargado en el marco de la puerta, atento al movimiento del exterior. No quería admitirlo, pero el cansancio empezaba a ganar terreno en su cuerpo.

—Si tan sólo pudiera moverme… esos infelices no durarían más de unos cuantos segundos.

—Encontraremos una manera de ponerlo de pie otra vez.

Una risa escabrosa y desagradable salió de los labios del hombre convaleciente.

—Todo lo que deseo es que cobres venganza con Redfield y el resto de sus idiotas, pero especialmente con mi sádica hermana.

El subordinado se aproximó, seguro de que al menos por ese día la lluvia de mercenarios, asesinos y otras basuras, dejaría de caer sobre ellos.

—Ya no hay razón para conflictos internos. Somos lo único que queda: allá afuera sólo existe la muerte, general.

El interlocutor quiso responder, mas un ataque de tos le sacudió el pecho. Cada vez eran más frecuentes.

—Ese maldito me dejó lisiado. No me interesa que la jodida raza humana desaparezca, quiero verlo en agonía por lo que me causó.

Aquellas palabras de rencor y amargura provenían de una figura en la oscuridad. Sólo podía percibirse el cabello corto a los costados y ligeramente más largo en la parte superior. Rubio oscuro con algunas lineas blancas. La mirada ultramar perdida entre el negro cenizo de la pared. Tenía la cabeza apoyada sobre un océano de almohadas, y una palidez de criatura del inframundo complementaba el fulgor enfermo de su frente.

—General Wesker…

—Es una ironía, ¿no es así? Que haya asesinado a Spencer justo en las condiciones en las que me encuentro, sin poder moverme para castigar a los culpables de esta desgracia.

Mad estaba acostumbrado a esos monólogos. Albert Wesker lo sabía mejor que nadie: el mundo estaba cerca de su extinción, y nada restaba para un científico con aires de dictador como él, excepto los recuerdos, la necesidad de aferrarse a la vida con lo que fuera, el rencor o la ira, a pesar de estar muriendo lento como una vela debajo de un vaso de cristal. Después de su último encuentro con Chris Redfield, su salud había seguido cuesta abajo. El joven miembro del equipo Alpha no pudo evitar la dispersión de los cohetes rellenos de Uroburos en ciertas partes focalizadas del globo terráqueo; sin embargo, el enfrentamiento al margen de la lava mermó en ambos la posibilidad de conseguir sus propósitos. Especialmente los de Wesker, para quien la vida no había regresado a sus pulmones después de su visita al África meridional.

—Ellos no provocaron su esclerosis múltiple, señor —mencionó Mad sin el temor de otros días. El rubio perdió el ímpetu castigador de su mejor época, por lo que su atrevimiento difícilmente recibiría un castigo.

—De poder ya te habría roto la cara, Mad —dijo Albert Wesker con una sonrisa ladeada, perversa, pero rellena de un sentimiento extraño, incompatible con su usual expresión facial. ¿Tristeza? ¿Resignación? Para Hemingway resultaba inútil interpretarlo.

Chris Redfield fue rescatado por Sheva Alomar y Jill Valentine después de darse gusto perforando el cuerpo de su antiguo capitán con varios cartuchos de magnum entre las fumarolas de un volcán olvidado por Dios. Mientras, Albert Wesker, inconsciente y quemado en buena proporción del cuerpo pero aún con aliento, fue transportado por Mad y algunos otros colaboradores de Tricell a un centro de recuperación en el norte de Portugal. Las quemaduras desaparecieron. Los agujeros de bala cerraron. El orgullo sanó, mucho más lento que las heridas físicas; no obstante, poco a poco, retornó el militar soberbio de arrebatos salvajes, dispuesto a retomar su tarea justo en el lugar donde la abandonó.

Eso, hasta que la esclerosis múltiple lo embistió sin anuncio previo.

Marabunta de dolor, temblores y sufrimiento. El hombre obsesionado con el control perdía paulatinamente sus posesiones más preciadas: su mente y su cuerpo.

Inició con los problemas para sostener la pluma, las alteraciones en el equilibrio, los tropiezos al caminar o subir las escaleras y mareos interminables que lo acosaban durante días. Siguieron la debilidad, la pérdida de sensibilidad y los temblores involuntarios en piernas y brazos. Arrogante como él sólo, Wesker trató de ignorar implacable los síntomas de un mal sin cura. Anhelaba retornar a su persecución de una forma de vida superior; quería terminar definitivamente con la vida de ese mono, de su piedra en el zapato.

Sin embargo, la esclerosis también atacó sus pensamientos y recuerdos. Una nube blanca empañó sus ojos y pronto sus músculos comenzaron a convulsionar y a tornarse rígidos en momentos arbitrarios.

Tuvo el diagnóstico confirmado después de la primera crisis, la más grave hasta el momento. Las piernas dejaron de responderle casi por completo. Podía sostenerse por unos cuantos minutos, pero su elegante andar de pantera desapareció para siempre.

Para un hombre que atesora el conocimiento y la racionalidad más que otras muchas cualidades, perder paulatinamente su sistema nervioso central resultaba una crueldad.

La esclerosis múltiple es una ataque del cuerpo contra sí mismo; una rebelión. El daño se extiende a los cuerpos celulares que se encuentran en la materia gris del cerebro, a la médula espinal y el nervio óptico. Los daños a los nervios son generados por la inflamación; el ataque de las células inmunitarias contra el sistema nervioso. Irónico que Albert Wesker perdiera la batalla final contra la prisión de cuerpo. Ambos virus habían desaparecido, presuntamente, a causa del volcán la lava; Uroburos y el mutágeno Progenitor lo abandonaron en el enfrentamiento contra esa enfermedad de simple mortal. Por ello, el antiguo líder de los STARS sostenía que el inicio de su cadencia tenía nombre y apellido: Chris Redfield. De continuar en esa progresión negativa y arrasadora, perdería el movimiento de la totalidad de sus extremidades, la función de sus riñones, la capacidad de respirar por sí mismo, sus memorias… su cordura.

Y ya había perdido suficiente: el control de sus empresas, su milicia, las bodegas de cepas y gran parte de sus descubrimientos científicos. La lenta tortura del final de su gloria.

Mad Hemingway era un desquiciado de altos valores morales, pero al final un loco desequilibrado. Cualquiera que tuviera una pizca de estabilidad mental y emocional habría abandonado a un paralítico a su suerte ante esa realidad apocalíptica pues, con la cacería emprendida por Alex Wesker, la sentencia estaba dictada: no habría paz hasta que uno de los dos hermanos estuviera muerto. Y, contra todo pronóstico, Albert estaba en el lado perdedor.

Pero por la mente de Mad jamás habría pasado cobardía similar. Trabajaba para Wesker desde al menos tres años atrás, luego de que el CEO de Umbrella lo liberara de sus cadenas en un psiquiátrico, atraído por los rumores de que el italiano destrozó a seis hombres con los puros dientes. Hemingway se convirtió en su diseñador de modas, su confidente y guardia personal. Al tiempo que le creaba trajes de noche, escuchaba sus confesiones y estrategias de guerra antes que nadie, y lo resguardaba con una entrega suicida producto de su desdén por la vida y por la muerte.

No obstante, Hemingway no era el más calificado para proveer cuidados médicos necesarios para una condición de tal gravedad, y por eso estaban sumidos en aquel laberinto. Aunado además a la miseria generalizada y a la falta de suministros y medicamentos, tanto Mad como Albert sobrevivían en alerta constante por la presencia de los mercenarios.

El hombre de gafas negras tenía serios problemas de movilidad. Después de su primera crisis quedó prácticamente paralizado del abdomen hacia abajo, por lo que sólo podían trasladarse de un sitio a otro bajo determinadas condiciones. Eso limitaba a Mad a rastrear insumos sin ausentarse de la mansión-refugio durante extensos periodos de tiempo, pues corría el riesgo de regresar y encontrar a su jefe desmembrado entre las sábanas, o peor aún, no hallar rastro alguno y comprobar entonces que estaba condenado a una tortura sin piedad entre las garras de esa rubia arpía.

Por ese temor latente, desde hacía un mes Wesker se hallaba en un descenso constante causado por la dificultad respiratoria y la imposibilidad de acceder a un tratamiento adecuado.

Mad era consciente de que no soportaría eso por mucho tiempo. Necesitaban, contra toda consideración racional y pese a la reticencia del antiguo miembro de Umbrella y Tricell, ayuda inmediata; de quien fuera y sin miramientos. Quien no intentara matarlos se transformaría en su aliado; no estaban en posición de elegir o diferenciar.

El lunático diseñador de ojos verde eléctrico escuchó a su líder batallar desde la cama por el oxígeno que tanta falta le hacía. Sonaba a que esos pulmones empezaban a almacenar, contrario a sus funciones, líquido, o estaban endurecidos por la falta de analgésicos que relajaran los espasmos y la rigidez de la esclerósis múltiple.

Mad le acercó un vaso de agua; vio cómo esos dedos pálidos tomaron temblorosos el recipiente y llevaron alivio para la garganta raspada y los labios curtidos.

—Mad... —murmuró el capitán cuando finalmente pudo hablar.

—¿Sí, mi general?

—No permitas que esa bruja me lleve con vida.

—No, señor.

—Si llega el momento en que te veas superado, dispárame en la sien.

— ¿Disculpe? ¿Por qué haría algo así?

—Esa mujer busca algo de mí. Su intención no es asesinarme. Tomará mi cuerpo, mi… cerebro. Lo que sea que necesita de mí no va a parar hasta obtenerlo. Esa zorra… No puedes permitir que lo obtenga. Ni los militares... ni esos ineptos activistas conseguirán detenerla si lo consigue. Hizo un desastre allá afuera… y es sólo el inicio. No… tiene orden… ni controla sus arranques. Pretende gobernar… una anarquía. Tienes que acabar conmigo si llega a acorrarlarnos.

—No llegará. Lo protegeré. Es usted un buen modelo para abrigos —musitó el modista con plena seriedad.

Wesker sonrió, una sonrisa torcida por el dolor. Desde que esa mala broma comenzó, arrancándole la fuerza y la vitalidad, no había tenido un sólo día de descanso. Las noches escapaban de sus manos entre la fiebre, las náuseas y la imposibilidad de sostenerse sobre sus piernas.

—Sólo haz lo que te pido… ¿está bien? —reiteró el mayor con los ojos entrecerrados por el agotamiento; había permanecido consciente por más de ocho horas, un verdadero logro.

—Buscaré cómo ayudarlo, sin importar el precio—. El viejo CEO de Umbrella ya no lo estaba escuchando. Caía en un sueño profundo a mitad de un descanso tranquilo, un sufrimiento latente y un coma forzado.

— ¿General? —cuestionó el subordinado al percatarse de las respiraciones irregulares que acosaban al enfermo.

No tuvo oportunidad de reflexionar; escuchó pasos sobre la madera y el rodar de un cuerpo. Sus enemigos habían vuelto...


...

Se encontraban frente a las puertas de lo que sería la última oportunidad para salir del embrollo en el que se encontraba la humanidad. Albert Wesker era un cachorro jugando a la pelota a comparación de lo que su hermana, Alex, era capaz.

Genocidio y destrucción sin medida a nivel global. Hambre, enfermedad y anarquía eran el pan de cada día, gracias a las acciones de esa mujer que, irónicamente, llevaba el apellido Wesker también.

La civilización estaba condenada al olvido si no se hacía algo que diera esperanzas a los pocos vivos restantes. Y a Alex Wesker le importaba tan poca cosa que continuaba capturando sujetos de investigación a diestra y siniestra. Niños, jóvenes, ancianos, hombres y mujeres. No discriminaba.

Donde Albert elegía meticulosa y discretamente a sus sujetos, Alex tomaba lo que podía y lo que quería sin importarle quién supiera de ello. Enfermo de lo mismo que su hermano antes de su desaparición: poder y soberbia. Solo que a niveles que sobrepasaban al rubio de los usuales lentes oscuros.

Era una noche tranquila y airosa. La media luna brillaba y sus estrellas contaban una historia reconfortante para sus tres admiradores.

Rebecca Chambers, Chris Redfield y Claire del mismo apellido se preparaban para enfrentar a lo desconocido. En otras instalaciones lucharon contra bestias tan horrorosas que aún les seguían robando el sueño y protagonizando sus pesadillas cuando lograban conciliarlo. Los sonidos tranquilos de la naturaleza les entregaban un poco de paz a sus tan inquietas almas.

Armas de fuego cortas y largas adornaban sus ropas. Cuchillos de combate en sus fundas abrazaban sus piernas, bolsos de cuero colgaban atravesados de sus cuellos, portando tanto provisiones como municiones extras y objetos de primeros auxilios.

Mirándose los unos a los otros y hablando en un idioma que no necesitaba ser pronunciado para entenderse, Chris Redfield pateó la entrada con todas sus fuerzas, derribándola y entrando en lo que sería la recepción de tal mansión de horrores.

Las mujeres ingresaron, cubriéndole la espada al de mayor tamaño. Tan pronto entraron, tuvieron que llevarse una mano al rostro por el penetrante y nauseabundo olor que los atacó.

Chris estaba absorto. El suelo formaba un mosaico de cadáveres en distintos estados de descomposición. Todos armados y vestidos como si esperaran enfrentar a un coloso. Un coloso que llegó y los venció, aparentemente.

—¿Qué diablos pasó aquí…? —preguntó Claire, avanzando y arrodillándose a revisar un cuerpo aparentemente recién fenecido; bocabajo en un charco de su propia sangre, todavía viscosa por la humedad del lugar. —Un corte directo al cuello, fue desangrado, no tiene más de tres días muerto.

—Tiene dos días exactamente, señorita—. Claire Redfield se tensó y un escalofrío recorrió su espalda mientras se maldijo a sí misma por dejarse llevar, poniendo su integridad física en la línea. Al tiempo que levantaba la vista se encontró frente al cañón de un arma apuntándole enmedio de los ojos. Escuchó a su hermano exclamar una serie de malas palabras que sonrojarían hasta al marinero más rudo, y a Rebecca preparar su arma en un silencio que dejaba en evidencia la presión que la sometía. —Un movimiento agresivo y esta guapa jovencita no será más.

La pelirroja no podía ver a su atacante, pues éste domaba las sombras en un abrazo protector, dejándolo en el anonimato completo de no ser por el timbre masculino de su voz.

Ese sujeto había matado a todos esos hombres caídos sin ayuda, ya que parecía estar solo. ¿Qué oportunidad de vencerlo existía? Ella y su grupo trabajaban a base de sutileza y suerte, mucha suerte. Esperaban una residencia vacía esa noche o, por lo menos, B.O.W.s sin raciocinio. No a un loco con habilidades sobrehumanas; aparentemente la renombrada familia Wesker no era la única con mejoras.

Una mano rodeó su antebrazo y la obligó a ponerse de pie; el arma en su frente se trasladó debajo de su mandíbula mientras sentía como era revisada. Sus dos armas y su cuchillo fueron descartados, pintándose del carmín viscoso que cubría el suelo de madera pulida.

Claire vio el rostro del hombre que la mantenía de rehén. No encontró normalidad alguna en sus ojos verde eléctrico.

El hermano de la pelirroja gruñía como animal salvaje; se encontraba furioso y temeroso a la vez. No podía dispararle al desgraciado frente a ellos por la posibilidad de lastimar a su hermana, por lo que arremetió contra el hombre sombrío en una embestida. —¡Deja ir a mi hermana, bastardo!

—Señorita, espero que le guste bailar—. Claire se tensó cuando el sujeto frente a ella la presionó contra su cuerpo y percibió una de sus manos en la parte baja de la espalda. Miró al hombre con una expresión confundida y este le sonrió de una macabra manera. ¡El loco hablaba en serio!

La guió elegantemente hacia un lado sosteniéndola por la espalda y su mano; evadieron la embestida de Chris dando un paso izquierdo al último momento. El hombre interpuso su pierna en el camino de su hermano y este cayó de manera sonora sobre uno de los cuerpos, llenándose de los líquidos putrefactos.

—¡Ups! Supongo que esa es mi culpa, joven capitán—. El ex-agente se puso de pie, asqueado por el contacto con lo que cubría sus ropas y su rostro. Rebecca imitó a su compañero y utilizando su velocidad como arma principal; tomó por sorpresa momentáneamente al loco de ojos verdes y cabello rubio con puntas naranjas. Sin embargo este se recuperó casi de inmediato, y dando un giro de 180 grados, terminó de espaldas a la castaña; sin soltar a Claire, le dio la vuelta violentamente, levantándola del suelo y usándola como arma la impactó contra Chambers. Ambas mujeres gritaron al chocar una contra la otra. La pelirroja de sorpresa; la otra por dolor.

—¿No tienen algo mejor? Mi compañera y yo apenas nos conocemos y coordinamos los pasos mejor que ustedes —comentó el diseñador de cabello caprichoso, un tanto decepcionado mientras volvía a estrechar a Claire contra sí.

—¡Maldito loco! —. Esta vez el legendario carácter Redfield salió a flote, haciendo que el castaño desenfundara su cuchillo de combate e intentara rebanar al ridículo provocador.

Claire entró en pánico cuando su hermano arremetió de nuevo agitando la enorme hoja en su dirección. El desquiciado evadió los ataques uno tras otro, deslizándose suavemente por el suelo lleno de cadáveres como si de un vals se tratara. A diferencia de su Chris Redfield, quien por el cansancio, el hambre y la desesperación, resbaló un par de veces por el piso de los líquidos putrefactos.

Chambers se encontraba recobrando los sentidos después del tremendo golpe recibido. Su cabeza daba vueltas y si trataba de analizar la situación la encontraba inverosímil. Un sujeto desconocido les estaba pateando el trasero bailando y usando a un integrante de su equipo como arma. Y tal miembro del equipo se mostraba pasmada por lo que le sucedía. Si salían de con vida sería una experiencia incluso graciosa de rememorar en un futuro.

Chris se veía exhausto y ninguno de los dos quería lastimar a Claire usando las pistolas.

—Por favor, déjala ir. Sé que no planeas dañarla—. Había que intentarlo. El desconocido pudo haberlos matado de desearlo desde un inicio. No parecía un sanguinario, pese a lo obvio de la suposición.

La pareja de bailarines se detuvo y el sujeto giró a la joven, localizándola a su izquierda pero sin soltarla de la mano ni dejar de sonreír de manera maniaca. —Sólo si me dan su palabra de ayudarme en lo que les pediré.

—Depende de qué sea.

—Oh, no es nada que los perjudique. De hecho, creo que el beneficio será mutuo, señorita Chambers—. Observando la sorpresa en los rostros intrusos, el hombre sonrió aún más—. Sé quienes son. Por esa razón no acompañan a mis anteriores invasores en el suelo.

—Lo haremos. Deja ir a mi hermana.

—Señorita, me encuentro buscando diosas para una nueva religión. Y usted es una excelente candidata— comentó el hombre, depositando un beso al dorso de la mano de la pelirroja y, al dejarla ir, le guiñó un ojo—. Piense en mi oferta.

Claire titubeó confundida y corrió a colocarse detrás de Chris y Rebecca.

—¿En que estábamos? —comentó el hombre de los cabellos largos llevándose una mano al mentón después de observar a la pelirroja refugiarse detrás de los guerreros experimentados. — Cierto, cierto…


...

El diseñador de modas adoptó una actitud seria y un semblante sombrío, lleno de pesadez. Un cambio radical comparado a la actitud que mostró durante su anterior espectáculo. Sus brazos se acomodaron detrás de su espalda, tomando una postura elegantemente intimidante. Cerró sus ojos verdes durante una fracción de segundo y tomó aire por la nariz para luego dejarlo salir suavemente por su boca.

—Mi empleador es cazado por la actual genocida Alex Wesker —dijo Hemingway abriendo los ojos de súbito y fijándolos, para su incomodidad, en Chris Redfield. —El mundo es oscuro y desgraciadamente lo será aún más; si esa mujer logra poner sus uñas sobre mi empleador.

—¿Necesita protección, dices? —inquirió Rebecca, curiosa. El hombre frente a ellos no parecía necesitar ayuda protegiendo a alguien; los cadáveres en el suelo eran prueba suficiente de ello.

—Soy diseñador de modas y guardaespaldas, pero no sé nada de medicina. Sufre de esclerosis múltiple y cada dia se debilita más. No sé cuánto tiempo podamos repeler los ataques enemigos sin ayuda—. Miró con expresión solemne a los uniformados caídos y putrefactos en el suelo. Encogió sus hombros en una muestra de pena—. Necesita cuidados constantes y no he tenido tiempo ni de limpiar el desastre que ven aquí, por lo que se han ido acumulando. Alex Wesker lo persigue porque no es un ser humano cualquiera. En el pasado ostentaba habilidades inimaginables, codiciadas por líderes mundiales y grupos militares. En la actualidad ni siquiera podemos abandonar esta mansión; estamos enclaustrados —admitió Mad, pateando un cráneo cercenado. Rebecca la vio girar y girar, sintiendo un tremendo asco.

— ¿De quién se trata? —cuestionó Chris Redfield con un mal presentimiento en las entrañas.

El modista hizo caso omiso de la pregunta. Conocía a ese individuo musculoso y algunos de sus antecedentes, como el enfrentamiento en el primer continente y su papel en la derrota de su líder. No obstante confiaba en apelar a su razón, ya que él no contaba con una; sospechaba que era un trato conveniente para ambas partes. Aunque Albert Wesker no estaría precisamente feliz cuando recuperara la consciencia…

—Si esa vieja bruja está interesada en él no pueden ser buenas noticias para la humanidad. Ustedes saben cómo están los países. Y les aseguro que si mi superior cae en las manos erradas, estaríamos dándole la bienvenida a un abierto apocalipsis… —. El desquiciado militar hizo una pausa—. El trato es el siguiente: prometen mantenerlo a salvo de los enviados de Alex Wesker y controlar, dentro de las posibilidades, su enfermedad, a cambio de la información que él y yo poseemos acerca de esa maldita mujer—. El modista hizo una reverencia servicial hacia los miembros de la resistencia contra Alex Wesker—. Sueños, esperanzas, deseos, anhelos, fuerzas y debilidades. ¡Todo! Toda base, arma e información bioquímica y genética será de ustedes. Así como también mis servicios como guardaespalda y modista. Nunca sabes cuando podrías necesitar un nuevo sombrero.

—¿Dónde está? Necesito evaluarlo para saber que tan mal se encuentra de salud. La esclerosis múltiple no es cualquier cosa—. Fue Rebecca quien rompió el frío silencio que se había presentado después del monólogo del extraño personaje frente a ellos.

—Síganme, mi comandante, Albert Wesker, se encuentra por acá…

Los rebeldes se detuvieron en seco al escuchar el nombre perteneciente al hombre protagonista de sus numerosas pesadillas.

— ¿¡Quién!?

—Albert Wesker.

— ¿¡Estás demente!?

—Uhm… sí.

—¡No ayudaremos a ese maldito hijo de puta!

—Hizo una promesa… ¿dónde está su honor, capitán?

Chris levantó el arma y lo perforó con sus orbes grisáceas.

—Esto no es un juego.

Hemingway sonrió, las comisuras de sus labios tocaron sus orejas. Recuperó el aura tétrico y también preparó su arma.

—No jugaría con la vida de mi jefe. Si es el estratega que lo derrotó en aquel volcán, sabrá que no existe ninguna ventaja en tener a dos Wesker como enemigos. En un pasado habría sido aceptable mantener una rivalidad caprichosa y matarse apenas cruzaran sus caminos. Hoy, es la supervivencia de una raza entera lo que está sobre la mesa. Alex Wesker busca algo en el interior del organismo de su enemigo, capitán Redfield, ¿está dispuesto a entregárselo?

Claire miró a su hermano; el sombrerero lo estaba haciendo dudar. Había visto y vivido tanto que cualquier alternativa parecía aceptable; quería salvar a la humanidad, a costa incluso de sus principios. No tenían nada más. Los meses pasaban y las ciudades desaparecían; las personas se pudrían en las calles y los infantes morían por las ráfagas de hambruna. Chris y el resto de su grupo, los últimos integrantes de la BSAA, TerraSave y otras organizaciones no gubernamentales, debían recurrir a medidas poco éticas para salvar la mayor cantidad de vidas posibles; resguardar a un ex—genocida, sin duda, era una de esas medidas.

La pelirroja sopesó las palabras del esquizofrénico de acento particular. Conocía a la perfección el alcance de la influencia de Albert Wesker. Maquinaria, bases secretas, cepas ocultas, curas… todo monopolizado bajo su control. Si pudieran echar mano de sus conocimientos y recursos, tal vez tendrían posibilidad de derrotar a su consanguínea. El problema era persuadir a su hermano mayor de mantener la ventana abierta.

—Estás realmente loco —mencionó Chris mientras negaba con la cabeza.

—Y usted, capitán, es un cabeza dura, pero confío que no lo suficiente para echar por la borda la oportunidad que les presento aquí —respondió Mad, levantando ambas manos en un ademán condescendiente. Chris apretó los puños, y los músculos de su mandíbula se marcaron visiblemente.

—Tienes que considerarlo, Chris. Lo mantendríamos en custodia; al final, recibiría un juicio por los crímenes cometidos. Estamos perdiendo la guerra. No podemos darnos el lujo de facilitarle más ventajas a nuestra enemiga.

—Por más que me pese, tus argumentos son válidos

Rebecca Chambers, al ver que a su líder le costaba seguir hablando, pidió de manera amable al modista que los guiara a la ubicación del demonio convaleciente. Iba a ser una noche muy larga si podía traducir los gruñidos de Chris correctamente. El desconocido desquiciado aceptó con una sonrisa de oreja a oreja y los encaminó entre las penumbras eternas que consumían el lugar desde sus sucios cimientos.


...

Cuando Rebecca distinguió la silueta de su ex—capitán entre las proyecciones de un cuarto sin lámparas, experimentó la sacudida interna provocada por contemplar una aparición. No era el estado en que esperaba topárselo. Al contrario de lo que supusieron, no había alianza alguna entre los sobrevivientes del proyecto Wesker, y uno de ellos estaba más con un pie en la tumba que planeando la Tercera Guerra Mundial. Aún había demasiadas preguntas: ¿Cómo un implacable superhumano contraería esclerosis múltiple? ¿Por qué buscaría el auxilio de sus más férreos enemigos? ¿Estaban conduciéndolos a una trampa?

La chica recorrió los metros que la separaban de la cama valiéndose de un orgullo prestado y con la mente centrada en una sola verdad irrefutable: ese sujeto no era el mismo que había intentado asesinarla ocho años atrás. Estaba degradado en cuerpo y era vulnerable: ahora ella contaba con el arma y la dominación.

Contra las recomendaciones de Chris y su instinto nato protector, Rebecca tomó asiento a pocos centímetros del enfermo. Como buena médico militar percibió de inmediato el burbujeo en la inhalación y exhalación, indicios de agua en las cavidades respiratorias, y en el peor de los casos, de sangre. La piel sudorosa delataba la temperatura ascendente y los temblores involuntarios bien podrían ser provocados o por la fiebre o por la esclerósis. La joven de ojos felinos acercó el oído al pecho, aún firme, del antiguo líder de los STARS. Los latidos eran acelerados, sin un ritmo apropiado, pero sostenidos. La chica auscultó las piernas, brazos y abdomen del moribundo: rigidez, estrés interno, lentitud en los reflejos. No cabía duda: la esclerosis múltiple era su condena mortal.

La proximidad con Albert Wesker la estremeció. Los recuerdos de un ayer, quizá más distante de lo que había contemplado, se encargaron de sacarla de su centro de equilibrio. Lo recordaba con un intrínseco olor a café, pulcramente afeitado, con las ropas planchadas y la pose arrogante, siempre sano y en condiciones óptimas para correr un maratón. Imponente, de ojos gélidos pero tranquilos cubiertos con unas clásicas gafas de sol, y con un corazón que parecía imparable durante los siguientes setecientos años. Al individuo que estaba inspeccionando no lo reconocía; la sombra del mentón a falta de navaja, la esencia del sudor desesperado y el malestar, la expresión silenciosa de un martirio inagotable, las mejillas hundidas por una pérdida de peso ante la imposibilidad de comer lo necesario por ausencia de apetito, la respiración batallosa de unos bronquios ahogados en líquido y los labios cuya superficie adquiría una tonalidad azul segundo a segundo.

Él era testigo oral de los daños colaterales del poder. La chica aprovechó el estar determinando a ojo de buen cubero la gravedad de su fiebre para rozar el rostro de aquel fantasma, apartando la mano enseguida por sentirlo como carbón hirviente. Sólo el tacto le aseguró que no se trataba de una pesadilla. El nivel de deterioro era tan real como la marca dejada en su femenino pecho por la bala de ese traidor. Sospechaba que la esclerósis múltiple formaba parte de los efectos vívidos de un conflicto terrorista y una vida sometido a experimentos radicales en su afán de alcanzar la inmortalidad.

De pronto, una mezcla de rabia y melancolía se apoderó de su corazón. Un hombre que llegó a admirar encontraba su final incapaz de siquiera ponerse de pie por propios medios. Dolorosamente lamentable. Recordó las tardes formulando incógnitas sobre su vida personal, la compulsión del capitán por el orden, su facilidad de palabra y la exclusividad que le otorgó desde su llegada al escuadrón Bravo: a nadie le estaba permitido aproximarse al capitán con intenciones de brindarle tratamiento, salvo a Rebecca Chambers. Los detalles que con el paso del tiempo se había enseñado a reprimir para no enloquecer entra la duda y el remordimiento.

La joven médico se reprochó mentalmente el sentimentalismo, pero era demasiado tarde; el debate ético no tardó en aparecer. ¿Cuánta diferencia podría hacer la presencia del hombre de gafas negras en un enfrentamiento contra otra mujer de su especie y calaña? ¿Era correcto ayudarlo sin el conocimiento certero de que cooperaría con la causa? ¿Acaso no corrían peligro al revivir a Wesker de entre las cenizas y duplicar sus problemas? ¿Estaba dispuesta a atender al sádico que intentó jugar con su vida como si de una muñeca de trapo se tratase? Las preguntas moralistas fueron cortadas en seco por un jadeo preocupante por parte del malherido. La esbelta mujer se llenó de determinación. Independientemente de sus inclinaciones, Wesker merecía ser juzgado, sentenciado e irse al infierno luego de una muerte digna.

—Debemos estabilizarlo antes de llevarlos a la base militar. Necesito que consigan ciertas provisiones médicas. Lo que traigo conmigo no es suficiente —dictaminó la doctora. Con el paso de los años y las malas experiencias, Chambers logró una personalidad más dura que la de antaño y una plena confianza en sus diagnósticos y habilidades. Estaba segura de que a Wesker, víctima de tan graves síntomas, no le quedaban más de un par de días.

El mayor de los hermanos Redfield apretó el ceño. No podía aceptarlo. No pensaba ayudar a su peor enemigo, al verdugo mismo de la humanidad. Por más que Claire o Rebecca intentaran convencerlo de que en tiempos desesperados se requieren medidas desesperadas, jamás aceptaría extenderle la mano a un genocida calificado.

—Yo necesito una buena razón para no asesinarlo en este instante —mencionó el castaño con los dientes y los puños apretados.

—Quizá amenazarlo con amputarle dedo a dedo, centímetro a centímetro, sea motivación suficiente para no tocarle un pelo a mi querido jefe—intervino Mad Hemingway mirando sus uñas.

—Está muy enfermo, Chris, no representa una amenaza —argumentó la ex—miembro del equipo Bravo —incluso, si estás pensando en aceptar lo que Mad propuso no hay tiempo que perder. Es posible que experimente una segunda crisis y alguno de sus órganos internos colapse. Entonces ya no habrá nada que hacer...

— ¿¡Que no es una amenaza!? Cielo santo, Rebecca, parece que desconoces de lo que es capaz.

—Ese sujeto dijo la verdad: Wesker padece esclerosis múltiple. No va a levantarse de esa cama y atacarnos. Querías un cambio, ¿no es así, Chris? ¿Algo que te dijera que todavía tenemos posibilidades de ganar, que modificara la inclinación de la balanza? Bien, esta podría ser la respuesta a nuestras plegarias. Probablemente te guste menos que a mí, o a cualquiera de las chicas, pero lo cierto es que estamos al filo del abismo. No hay tiempo para contemplaciones. Si es que Alex Wesker lo está persiguiendo con tal desesperación, entonces probablemente le convenga ayudarnos. Sino es así, tendrás derecho a reclamar justicia. Incluso si los abandonaramos… probablemente estaríamos en desventaja; esa maldita terminaría por ponerles las garras encima. Y Dios sabe qué podría hacer con la fisionomía de Albert Wesker. Además, y pese a los antecedentes, no pienso rebajarme a su nivel dejándolo morir de esta manera, por lo que será mejor que olvidemos las conversaciones y nos apresuremos.

Quisiera admitirlo o no, Rebecca estaba de pie en la isla de la sinceridad absoluta. El mayor Redfield suspiró; la cabeza empezaba a palpitarle.

—Extremaremos precauciones con el maldito asesino. Todavía quedan muchos detalles que pulir al respecto...

Chambers asintió, aliviada porque Chris Redfield al fin contemplara el panorama completo, aunque fuese por un instante; no obstante, y pese a la afirmación, estaba segura de que Chris armaría una asamblea general para discutir lo relativo a su más reciente captura.

— ¿Es un trato entonces? —preguntó Mad Hemingway sin despegar la vista del estuche de pistola del antiguo tirador del equipo Alpha. Extendió la mano hacia Chris; éste no cedió. —Odiaría tener que acabar con mi recién encontrada diosa.

—No puedes contra nosotros tres —argumentó Chris, desenfundando su arma. Mad no se movió un centímetro; no era necesario. Tan solo fijó su mirada en la chica pelirroja y sonrió.

—¿Apostamos? Recuerda que teníamos un trato. Yo dejaba ir a tu hermana y ustedes me obtenían a mi y a mi general. Un arreglo más que justo, si se ponen a pensarlo. ¡El famoso dos por uno!

—¡Chris! No hagas las cosas más difíciles de lo que son y acepta. Deja el maldito orgullo a un lado.

—¡El orgullo es lo que nos ha mantenido vivos, Claire!

—¡Párate en las cenizas de los millones que han muerto en estos años, Chris y pregúntales si el orgullo importa! El silencio será tu respuesta.

El rostro del mayor Redfield endureció como piedra. Apretó los puños hasta bloquear el riego sanguíneo y las líneas de expresión alrededor de sus ojos se convirtieron en surcos de agua.

—Vamos, Chris. Venimos buscando un arma que ponga el equilibrio.

—Esta es un arma de doble filo.

—Correremos el riesgo —afirmó la chica de ojos verdes, observando nerviosamente al enfermo en la cama.

Después de unos minutos, Chris aceptó a regañadientes: —¿Qué necesitas?

—Oxígeno, una aspiradora traqueal, manta térmica, alcohol, desinfectante de piel yodatado, un bisturí, tubos endotraqueales, lubricante, una bolsa de ventilación con mascarilla y analgésico.

—¿Por qué necesitarías anestesiarlo? Soportaba una bala atravesándole el cuerpo sin emitir el menor chirrido —preguntó el capitán de la resistencia, cruzándose de brazos.

—La SM altera el sistema nervioso desde la raíz. Su cerebro interpretaría un ligero corte en la piel como una quemadura de tercer grado en la totalidad de su cuerpo. Moriría a causa del shock —. Los amplios ojos avellanados de Rebecca Chambers se encogieron. Cuánto cambiaba la vida en apenas unos meses —. Contrario a lo que estás pensando ahora, Chris, tu enemigo sí murió en África. Wesker no es ya, al menos físicamente, la persona a la que enfrentaste. Debes aceptarlo.

—Aún así. No permitiré que te quedes con él, sola en el mismo cuarto.

—Descuida —interrumpió Mad— buscaré esa lista de cosas extraña, pero necesitaré ayuda de alguien que tenga idea de cómo lucen.

—Yo lo acompañaré —mencionó Claire Redfield. El tipo le revolvía el estómago y se sentía perturbada de sólo observar esos ojos verde encendido. Los ojos de la locura. Sin embargo, su hermano no se dividiría en dos pedazos.

— ¿Estás segura, Claire? —preguntó Chris preocupado —un estado casi constante en él durante las semanas anteriores—.

—No hay otra opción; Rebecca no puede quedarse sola, en especial con los agentes de Alex Wesker rondando la mansión.

—No quiero que nada te ocurra por tratar de salvar a ese infeliz...

—Puedo cuidarme, Chris.

—Sí, fortachón, despreocupate. No permitiría que le pasara algo a esta linda modelo. Ya tengo en mente todos los vestidos que podrá usar. Por supuesto, si encontramos telas adecuadas… —sugirió Hemingway tambaleando la cabeza y recargando su arma.

—Recuerda los peligros que vagan allá afuera…

Claire Redfield asintió.

—Los veo pronto.

Mad y Claire abandonaron la habitación con dirección a la ciudad más próxima.

Chris los vio salir desde la ventana.

Rebecca volvió al costado de Wesker, murmurando para sí: —Deberían de darnos el premio a la ironía.


...

Muy bien. Hasta aquí el primer capítulo de Degradación. La cosa apenas está empezando. Muy probablemente los movimos de su zona de comodidad; no Weskerfield, un poco más oscuro, le restamos poderes a Wesker y Mad anda por allí haciendo de las suyas. No obstante, estamos seguras de que disfrutarán de esta historia que pretende rescatar la esencia de Resident Evil. No olvide dejar sus quejas, dudas y sugerencias. Cualquier voz es escuchada y tomada en cuenta. Por favor, si les gustó, agregen a favs, den un follow y emitan un review. Las críticas más duras son bienvenidas.

Que estén bien, y nos leemos muy pronto.

Muy sinceramente, AdrianaSnapeHouse y Polatrixu.


Título preliminar de la siguiente entrega: Despierta muerte.