Ligero Marco x Ace. Es posible que lo convierta en un long-fic después de terminar mi otra historia.

Ace caminaba descalzo por la playa mirando el mar. Era lo único que le calmaba cuando se sentía así. Su mirada triste vagó por la playa, como si buscase un consuelo que no llegó. Suspiró y empezó a desandar el camino andado, ahora sólo quedaba una tristeza vacía dentro de Ace.

Cuando era pequeño, y la ansiedad le envolvía, lo resolvía destruyendo todo a su alrededor; apretaba sus manos hasta convertirlas en puños para detener su temblor y la emprendía a golpes con las bandas de la ciudad. En esos tiempos, la ansiedad que sentía estaba rodeada de furia y dolor por ser débil, porque estaba solo. Con el tiempo dejó de lado su mal humor, hizo amigos, pero siempre permanecía una presión en su pecho, no conseguía calmarse del todo. Había veces, cuando estaba solo, que no podía controlarlo; sus manos empezaban a temblar, su respiración y sus pensamientos comenzaron a aumentar el ritmo, hundiéndolo más en la oscuridad. A duras penas podía contener las lágrimas, y huía a la playa para ver el mar. Se quedaba horas y horas mirando sin ver, oliendo y escuchando lo que, para Ace, era la libertad. Sus problemas, sus sentimientos parecían tan pequeños en comparación con aquella inmensidad azul... En esos momentos, sentado sobre la arena, no podía evitar que una sonrisa sincera asomase a sus labios, la ansiedad desaparecía por completo, y cree que podría estar así toda la eternidad. También se sentía culpable, pero no era una culpa mala, era una culpa agridulce, que le hacía aumentar su sonrisa, por no disfrutar al completo el tiempo que está con sus amigos al estar demasiado preocupado por actuar normal para que así no se preocupasen por él. Unas horas después se levantaba, se estiraba y, con una sonrisa relajada, volvía a casa.

Llegó al punto donde había dejado sus zapatos, se sentó en la arena para ponérselos. Una vez de nuevo en pie, levantó la vista, encontrándose con un inmenso barco en frente de él. Poco a poco la tristeza se fue transformando en una inmensa felicidad, y casi corriendo se subió al barco, dónde le esperaba su persona más preciada, un tipo con el pelo en forma de piña, y con una expresión de desinterés constante que siempre sabía subirle el ánimo, y que siempre estaba para apoyarle.