Summary: Italia tiene cuatro secretos. Cuatro secretos que nadie debe saber. Sobre todo Alemania.

Incursión: Ni Hetalia ni sus respectivos personajes o historia me pertenecen, todo es propiedad de Hima-sama qwq

Avisos: Mención de Sacro Imperio Romano, la adorabilidad de Chibitalia y un Alemania demasiado curioso.


Italia tenía cuatro secretos.

Cuatro secretos que nadie debía saber.

Ni siquiera Alemania.

Uno: Que de pequeño Hungría le vestía como una mujer.

Dos: Que de niño se enamoró de un chico que vivía con él.

Tres: Que creció esperando que este chico volviera a él.

Y, sobre todo; lo que absolutamente nadie debe siquiera pensar, era...

Cuatro: Hoy día seguía esperando.

Aún sabiendo que nunca volvería, que hacía mucho había desaparecido como nación, él seguía, en algún pequeño lugar en su inconsciente, esperando, paciente a través de los años.

Era algo estúpido, sí, pero de alguna manera no podía olvidarlo porque, de ser así, no podría parar de llorar.

Llorar de verdad.

No como esas veces en las que Inglaterra le secuestraba y suplicaba porque no le hiciesen daño o que llamaba a Alemania y a Japón para que le rescatasen.

No, no así.

Si no, ese llanto en el cuál te pican los ojos, la cara te quema y no puedes evitar que tu vista se diluya en lágrimas.

Después de todo, a nadie le gusta llorar.

Y mucho menos si son sombras del pasado.

Pero no podía evitar esa ligera comezón en sus ojos, esa sensación de tener a alguien apretando tu garganta y mucho menos podía evitar que la cara borrosa de ese chico se proyectase en su cabeza.

Aún a través de todos los siglos que habían pasado, se había dado cuenta de que el mundo corría, que los trenes partían a diferentes direcciones, pero él estaba ahí, esperando sentado en algún banco olvidado, a un tren que nunca llegaría.

Sí, esa era la expresión que mejor definía los sentimientos del italiano.

Estaba estancado en la misma estación.

Bueno, eso había pensado siempre, hasta que le conoció.

Una nación que había estado escondida, a cuidado de Prusia; el pequeño Alemania, que pronto se volvió grande.

Mentiría si dijese que en un principio el parecido con el Sacro Imperio Romano no le produjo curiosidad y una sensación extraña en el pecho; como si se encontrase con un viejo amigo tras mucho tiempo de no haberse visto.

Aunque claro, eso eran sólo suposiciones estúpidas de Feliciano.

Sí, tenían cosas muy parecidas.

Por ejemplo, los dos eran amantes de las armas y la guerra.

El aspecto físico era innegable, los mismos ojos del color de cielo y cabellos del color del sol.

También tenían similitudes en cuanto a comportamiento se decía.

Los dos eran tímidos y vergonzosos, algo que divertía secretamente a Italia, y le hacía disfrutar de todos los sonrojos de la otra nación.

Pero tal y como se parecían, también tenían muchas diferencias.

Alemania tenía un diferente tono de voz cuando se trataba de él.

También era diferente... Su risa.

Sí, su risa era diferente.

La de Sacro siempre la había notado forzada, vergonzosa a ser escuchada por oídos ajenos, protegiéndose a sí mismo de invasores en su intimidad.

En cambio, la de Alemania, la pocas veces que salía a reducir era escueta, casi mínima, tímida pero implantando una parte de él que, inconscientemente, hacía el sonido más hermoso que el de cabello castaño jamás hubiese escuchado.

Sus recuerdos juntos también eran distintos.

Todavía recordaba, difícilmente pero con una sonrisa, aquellos días en los que se escapaba de sus responsabilidades en casa de Austria para pasear por los campos de rojos tulipanes acompañado del pequeño rubio.

Sí, los recordaba, con cortes y fragmentos en negro, pero lo hacía.

En cambio, lo que recordaba claramente, como si apenas hubiese ocurrido ayer, aunque podría haber sido hacía décadas, los viajes en barca por los canales de Venecia con el agradable acompañamiento de Ludwig.

Podría pensar mil y un diferencias entre los dos.

El timbre de la casa sonó, y unos pasos apresurados se acercaron a la puerta de entrada.

Pero, sin embargo, la diferencia que seguiría presente en su corazón...

El italiano abrió con un movimiento fluido, con una sonrisa de oreja a oreja, mirando detenidamente a la persona detrás de la puerta; antes de lanzarse a sus brazos y abrazarle con fuerza.

Era que, sin embargo...

-Italia... ¿Ocurre algo?

El alemán preguntó preocupado.

Él no lo había abandonado.

El pequeño de ojos ámbar rió melodiosamente, antes de poner su dedo índice sobre sus labios, marcando silencio.

-Es un secreto, Alemania~