FALLEN

Satán ha sido condenado a enamorarse

de las cosas que pasan y por eso está solo

y llora.

-José Lezama

Gracias a DamistaH por inspirarme con su forma de llevar a sus personajes. Loveh u gurl.

Desde niño fue criado bajo el concepto del bien. Le enseñaron a respetar a sus mayores, a decir por favor y gracias, a masticar con la boca cerrada, a no decir groserías y a ir al templo cada domingo. Era el niño más obediente que cualquier adulto pudiera ver en su vida.

Era juguetón, alegre, fue monaguillo, ayudaba a su madre en la cocina y a veces ayudaba a su padre en su taller de autos aunque su madre se quejaba acerca de lo peligroso que podría ser para él. El orgullo de su familia, el hijo único. Así lo veían los adultos a su alrededor, como el niño perfecto, pero sólo era un niño, un alma que quería satisfacer la sed de tener un santo en la familia, de llenar las expectativas de sus padres y su religiosa, y entrometida, abuela.

El ideal de su abuela era que fuera sacerdote, el de su padre que se hiciera cargo del negocio familiar cuando fuera mayor y su madre simplemente se bastaba con que fuera un hombre de bien.

Lo que no sabían era que, a pesar de ser obediente, no quería decir que le gustara todos los planes que tenían para él. Hacía lo que le decían que era lo correcto y eso no le molestaba, pero lo que si lo agotaba era ser obligado a convertirse en todo lo que ellos querían que fuera, a ser lo que el no sabía si podría llegar a ser, lo que el no quería ser. No le gustaba cocinar con su madre, sin embargo aprendió bastante a su lado. Se oponía a trabajar en el taller de su padre por mejor que fuera el negocio, aunque era interesante ver como funcionaban los mecanismos. Podía soportar aquellos dos caprichos de sus padres, veía beneficio en ellos, pero lo único que no toleraba, le fastidiaba y aborrecía era la simple idea de ir a la iglesia. Detestaba ser monaguillo y sobre todo no quería ser sacerdote.

Aun así lo hacía todo sin queja, con una sonrisa y buena disposición.

Claro, todo cambia con el tiempo. Es una lástima que el cambio no haya sido su disgusto, sino más bien su accesibilidad; al llegar a la adolescencia decidió dejar de hacer todo ello que no le gustaba. Muchos creyeron que era solo una etapa, pero iba bastante en serio. Dejó de ayudar a su padre en el taller aunque él se enojara, decidió dejar de ser monaguillo y ya no ayudaba de forma tan servicial a su madre, sin embargo no le quedaba mas opción que obedecerla. Hay reglas que seguir, su rebeldía no podía llegar tan lejos.

Expresarse y liberarse de sus frustraciones no le impidió ser el mismo chico amable, simpático y divertido de siempre. Existían aun las esperanzas de que cambiara de opinión, pero pasó lo peor.

Le gustó el baile.

Verlo fascinado por primera vez ante la imagen de un joven bailando en un show de talentos por televisión no fue nada extraño, resultaba agradable. Calentaba mi corazón ver su pasión por algo después de tanta amargura. Finalmente encontró eso que le gustaba entre todo ese mar de cosas que le desagradaban.

Aprendió rápido, tenía un talento natural. Sus movimientos fluidos, elegantes y gráciles eran hermosos, pero llegaba a preocuparme por su bienestar…

Lo que estropeó todo, eso es difícil de decir. Señalar a un culpable sería descartar a los otros factores que influyeron, pero de todos modos era complicado distinguir que vino primero ya que fue demasiado rápido. Las malas compañías, el internet, los lugares equivocados, la curiosidad por aprender y el deseo de ser el mejor, de ser visto por todos. Sencillamente se podría culpar a la televisión, pero no lo haría. La televisión no era mala, el camino que tomó era el equivocado y no más.

Nunca me han gustado este tipo de lugares a simple vista, pero estar en ellos es tan distinto. Con forme ha pasado el tiempo hemos tenido que frecuentar cada vez mas este establecimiento. Desde que venimos aquí me he visto obligado a endurecer mi expresión y a fortalecer mi defensa. Por más que me desagrade el ambiente no lo dejaría solo, este sitio es peligroso en si, dejarlo por su cuenta no sólo sería un error, sino también faltar a mi promesa.

Cuando me lo encomendaron prometí protegerlo a toda costa y es sorprendente lo difícil que puede ser esta tarea. Como todos, parece no darse cuenta de los peligros que lo rodean, pero a decir verdad nunca me había tocado alguien tan imprudente.

Estoy nervioso por que se lo que va a ocurrir y detesto tener que ser testigo de tales cosas. Aprieto los labios y me contengo en mis puños apretados para no hacer algo que vaya contra mi naturaleza. Con ninguna otra persona fue tan difícil como lo es con él, pero por eso con mayor razón debo recurrir a mis principios y recordarme las reglas: él no debe verme, no debe escucharme, no puede tocarme a menos de que me indiquen lo contrario.

Estamos solos él, yo y una cortina roja que nos rodea. Él está vestido en su traje de policía que le he visto numerosas veces antes, desde que aceptó el trabajo se ha vuelto normal verlo así con su sombrero policial bien puesto, dejando escapar un mechón rubio y rebelde por fuera de este, su camisa pegada al cuerpo color blanca y pantalones negros, de cuyo cinturón colgaban una macana, una pistola y unas esposas. Sus ojos azules parecían brillar con las miradas que pretendían robar la castidad de inocentes. Eran bastante efectivas, pero en no en mi. Yo no tengo ningún interés en él más que el de su bienestar. La verdad es que no me importa mucho como se vea, pero lo que se que sucederá a continuación aun me parece inaceptable.

—Por favor, no hagas esto—pido en un susurro suave. Generalmente mi voz es más firme, potente, pero el cariño que le tengo me ha vuelto blando.

Él se mantuvo callado, no me podía escuchar. Su mirada lasciva esta posada en mi sin saberlo, se que está ensayando y preparándose para salir allá afuera, pero a veces me gusta pensar en que me puede ver, que me puede oír como lo han hecho algunos otros de mis anteriores protegidos.

—No lo hagas—repito nuevamente en vano. No me escucha ni lo hará.

La cortina empezó a elevarse. Podía sentir la corrosión de quienes se encontraban fuera, emanaban un mal olor que me causaba repulsión, pero a diferencia de mi, el ensanchó su sonrisa y agachó la cabeza, poniendo entre dos dedos la aleta del sombrero.

—Empieza el show—murmuró para sí mismo sin saber que yo siempre lo escucho.

Mi semblante se volvió serio y me alejé de él, traspasando la cortina. No podía mostrarme tan débil frente al enemigo, así como habían sido mis suplicas inaudibles.

Los gritos de mujeres no se hicieron esperar. Pocas, aunque significantes, voces varoniles sonaron entre la multitud. Las luces de colores se encendieron, apuntando directo al escenario que yo recién abandoné a paso firme. La música de "For Your Entretainment" de Adam Lambert se esparció por el lugar junto con la euforia de la gente.

Avancé atravesando a las personas y me quedé en la parte de atrás del establecimiento junto a mis semejantes, mientras que nuestros contrarios se divertían bastante con la corrupción de nuestros custodiados y se burlaban de nuestra impotencia al no poder alzar la voz por encima de sus susurros seductores.

La vida como ángel es difícil, ser un ángel guardián lo es aun más y tener por protegido a un humano que no tiene ni el más mínimo interés en su bienestar es un insulto a la madre que no tengo, como dirían los humanos.

¿Olvidé mencionarlo? Soy un ángel guardián y el chico que se encuentra en el escenario bailando y desasiéndose de su ropa a paso lento, de forma provocadora y desvergonzada es Alfred F. Jones.

¿Quien diría que algún día un streaper sería mi custodiado?

Mi trabajo era proteger a exorcistas, cazadores de demonios o alguna otra profesión relacionada con combatir a esas plagas. Lo que tenían en común es que eran personas rectas e inquebrantables por el mal bajo mi defensa y su gran poder de voluntad. Mi nombre era temido, simplemente decir Alkeren o tan solo pronunciar las primeras dos letras era motivo para estremecerse. Siempre serví a los grandes y poderosos, pero que a la vez eran humildes y sencillos.

Cuando mi ultimo trabajo terminó no creí que las cosas cambiarían. Me había acostumbrado tanto a la rutina que nunca me pasó por la mente que los planes que mis superiores habían cambiado radicalmente. O quizás no lo hicieron. Uno no puede saber cual será el destino de alguien hasta que todo sucede sin previo aviso y como ángel suponía que mi destino sería proteger a aquellos que son más atacados por el mal, aquellos que le hacen frente y lo retan sin temor. Al ser enviado con Alfred creí conocer su destino tan bien como el mío, pero no pude estar mas equivocado. Proveniente de una familia conservadora, sería lógico que su crianza lo llevaría por el buen camino y por un tiempo fue así, pero… No se más si son los planes de mis superiores, no se si he cometido un error, si algo en el camino se corrompió o si esto simplemente no tiene sentido. ¿Cómo es que he pasado de ser un héroe a la niñera de un niño que se deja llevar por los placeres mas vanos del mundo?

Sea lo que sea estoy harto de solo observar sin hacer nada, de sentirme impotente ante los demonios que arrastran a mi protegido hacia el averno. Y hablando de demonios…

El acto terminó y yo pude volver con Alfred. Bastó un pestañear para encontrarme a su lado en un pasillo de paredes rojas con una iluminación que apenas nos libraba de la obscuridad, así como era el ambiente de todo el lugar. Mi mandíbula se tensó al ver quien lo acompañaba. Su nombre es Arthur Kirkland, otro streaper que trabaja junto con Alfred. La manzana podrida que corrompe todo lo que toca. Siendo un humano debo respetarlo, pero no puedo evitar verlo como una serpiente ponzoñosa. Él fue quien le sugirió tomar el empleo, si no fuera por sus influencias esto no habría pasado y mi custodiado seguiría el camino del bien. No me agrada este chico, sobre todo por que nunca he visto a su ángel guardián rondándolo ni una sola vez y a veces puedo sentir que me sigue con sus orbes verdes. Me causa una sensación desagradable dentro de mi ser, como si detrás de esa expresión seria y esa postura altiva escondiera algo que no puedo percibir, pero no hay nada que me lo compruebe.

Arthur estaba vestido en un traje estilo hombre de negocios y portaba una fedora sobre su cabello rubio y ligeramente desordenado. Como siempre tiene esa actitud imperiosa, no se de que o quien se siente dueño, pero ese orgullo y esa energía siempre eran reflejadas por su presencia. Mira a Alfred de pies a cabeza con una gruesa ceja alzada.

—Sabes que hay más trajes, ¿verdad?

—Me gusta el uniforme de policía—respondió Alfred con una sonrisa y alzó un par de veces las cejas.

Yo me posiciono al lado del de ojos azules, quien se encuentra únicamente en los pantalones del disfraz y con el sombrero, no mas ni menos. No me importaría verlo como vino al mundo, no es algo que nos de pena a los ángeles, así que el hecho que esté descalzo y sin camisa no me escandaliza, pero en cambio me molesta saber el motivo del por qué encuentra en este estado.

Suelto un suspiro y me cruzo de brazos. Sólo quiero que nos vayamos y mientras más pronto se cambie mejor para que pueda volver a casa y yo vaya con él.

—A la gente le gusta la variedad, si te gustan los uniformes deberías probar con otros como el de bombero, aunque yo creo que eso es un cliché.

—¡Oh vamos! Sabes que me queda bastante bien este—posó para el otro colocando sus puños en sus caderas.

El de ojos verdes de encogió de hombros.

—No importa que uses, de todos modos te lo quitarás en el escenario.

No puedo creer que hablen de estas cosas de forma tan casual. No se en que momento se perdió el pudor en la humanidad, parece que mi trabajo como justiciero con mis anteriores custodiados no sirvió de nada y de pronto me siento bastante inútil.

—Bueno, a mi me gusta divertirme mientras lo hago y los accesorios del policía son bastante geniales—tomó las esposas y empezó a girarlas en su dedo índice con una sonrisa encantadora—y sexys.

—Si te gustan los accesorios entonces te gustará probar con el uniforme militar—sonrió de lado.

—¿¡Tenemos un uniforme militar!?—exclamó. Sus ojos se iluminaron y una gran sonrisa abarcó su rostro.

Me aturdió con su grito, por lo que me aparto y me tapo un oído. Alfred puede llegar a ser bastante… Expresivo.

Definitivamente no fui el único afectado en esto, ya que Arthur también se tapó los oídos con una mueca de dolor.

—¡No grites! Ah, me has dejado sordo—Se destapó los oídos y resopló.

—¿Dónde está ese traje? Nunca lo he visto—su emoción inicial no desapareció ni por un segundo. Es enternecedor verlo tan alegre, pero a la vez no puedo evitar sentirme preocupado por el trasfondo de su felicidad.

—Está en el vestidor de Feliciano, tiene un cliente especial con el que lo usa bastante, pero supongo que puedes pedírselo prestado.

—Genial, gracias Arthur. Nos vemos mañana—se despidió con un gesto de mano y caminó a su lado.

Yo lo seguí a sus espaldas, sintiéndome aliviado de que esta conversación terminara, pero de pronto sentí una energía obscura detrás de mi. Me detuve para girarme y me encontré con Arthur observandome directamente. Fruncí el ceño y entrecerré los ojos. ¿Me esta mirando? Alcé mis alas, preparado a cualquier acción del contrario.

—¡Al!

—Así que me puedes ver…—sonreí para mi mismo. Lo sabía, sabía que él me veía.

El avanzó hacia mi de forma veloz con la mano extendida. No me esperaba que fuera a lanzarse de ese modo contra mi, por lo que yo también extendí la mano y generé una luz blanca en mi palma, pero fue grande mi sorpresa cuando me di cuenta de que el chico me atravesaba con el brazo. Miré hacia mi pecho, sin sentir dolor alguno. Él me traspasaba. De haber querido atacarme no me hubiera querido tocar. Miré hacia atrás de mi y me di cuenta de que estaba tomándole del hombro a Alfred.

Me sentí como un completo idiota. Consumí de vuelta la energía blanca en mi mano y me aparté del camino, aun que en mi mente procesaba aun el hecho de que percibí algo maligno y que eso si debía ser real.

—¿Uh?—mi protegido lo volteó a ver con desinterés, el también deseaba marcharse.

—Ya que llevas tiempo trabajando aquí…—apartó su mano de el con una sonrisa nerviosa. Se que él es todo menos tímido, por lo que debe estar tramando algo.

—Ajá—lo incitó a continuar.

—Pensaba en si…

—¿Si…?—cortó su hablar con una expresión divertida.

Debo admitir que era divertido verlo impedir que hablara, pero también quería saber que es lo que quería decir.

—Tu…—Arthur frunció el ceño.

—Yo—sonrió infantilmente.

—Deja de interrumpirme—lo amonestó, colorándose sus mejillas tenuemente por el enojo—bien, solo quiero saber si te interesaría trabajar en este sitio—sacó un folleto del interior de su saco y se lo extendió.

Incliné mi cuerpo para ver de que se trataba. Era un folleto rojo degradado a negro con imágenes de mujeres y hombres en poses provocativas. Fruncí el ceño y volví mi vista hacia el chico como si pudiera cuestionarle de este modo el motivo de esta propuesta.

—¿Qué es esto?—preguntó Alfred, aunque eso fuera obvio. Abrió el folleto y lo examinó—Esto es… ¿un prostíbulo?—miró a Arthur con duda.

—Se llama Temptation—corrigió, aunque no cambiaba el hecho de que era en realidad un prostíbulo—ofrece baile y servicios mas placenteros—le sonrió de forma ladina.

—Di que no, Alfred—dije de forma firme sin dejar de mirar los peligrosos ojos verdes del chico.

—Nunca he pensado en trabajar en lugares así, Arthur…—le ofreció de vuelta el folleto.

—Espera, ¿te das cuenta de lo que dices?—puso una mano entre ellos y empujó el folleto de vuelta a la propiedad del menor.

—No me llama la atención—se encogió de hombros—solo estoy aquí por que me gusta bailar, no por nada más.

—¿Alguna vez lo has hecho?—preguntó alzando una ceja.

Alfred de pronto se coloró y sonrió en reflejo a los nervios. Yo se que la respuesta es no, aunque él siempre dice que si con tal de evitar ser llamado virgen. Nunca entenderé por qué ahora a nadie le gusta ser virgen, es todo lo contrario a ser algo malo, pero supongo que a los humanos les gusta presumir de haber tenido "experiencias".

—S-si, ¡claro que si!—se rió torpemente. No era un buen mentiroso—¿por qué no habría de haberlo hecho? Es decir, ¿quién tiene veinte años y aun no lo ha hecho?

Arthur seguía viéndolo la misma expresión de antes, lo presionaba con la mirada a decir lo que era evidente. Duraron así por varios segundos, hasta que Alfred tuvo que apartar la mirada.

—Ok, ok, tal vez nunca he tenido la oportunidad ¿de acuerdo?—confesó el menor y se cruzó de brazos a la vez que su sonrojo crecía.

—Pero esta es tu oportunidad, deberías aprovecharla—insistió.

—No tienes que hacer esto—volví a decir. Sabía que si a Alfred le gustaba el baile era una cosa, pero no se iba a prostituir, no sería capaz.

—No puedo—respondió con seriedad.

—Eso—sonreí orgulloso de su respuesta y levanté la cabeza premiándome mentalmente con la idea de que estaba haciendo un buen trabajo.

—Nunca he tenido experiencias en eso, no creo que podría hacer un buen trabajo—continuó.

¿Qué?—lo voltee a ver sin poder creerme lo que estaba diciendo.

—Ya veo…—Arthur se cruzó de brazos—si ese es el problema, puedo ayudarte con eso—le sonrió de forma insinuante.

Alfred llegó a un nuevo nivel de rojo en sus mejillas, era un nuevo tono de rojo que necesitaría un nombre.

Sentí que se me pararía el corazón, no podía creer que estaba renunciando a sus valores, que el niño que vi crecer se estaba desvaneciendo ante mis ojos. Lo estaba perdiendo, nunca me había encontrado en una situación así y me sentía incapaz de actuar por las limitantes de mis superiores. Un nudo se formó en mi garganta, pero aun así forcé las palabras a salir por mi boca.

—No hagas esto—dije con voz seca—te gusta bailar, pero no necesitas demostrarle a nadie que ya has tenido sexo para considerarte un hombre—mis puños se apretaron, la preocupación me inundaba. Me sentía tan cerca y tan lejos de poder hacer algo al respecto. Tenerlo frente a mi y no poder hacerme escuchar por las reglas, esas malditas reglas. Tal vez ellas eran las culpables de todo, si no fuera por ellas podría hacer escuchar mi voz por encima de la tentación y traerlo de vuelta a la vida que le corresponde, la vida que él merece tener. Solo quiero que Alfred me escuche, quiero que el sepa que eso no está bien, que no tiene por qué hacerlo—Alfred, no lo hagas…—suplico nuevamente, con desesperación. Ya es suficiente con que contamine el alma de los otros con bailes sugerentes, eso ya es bastante daño para si mismo, pero que de otro paso a la lujuria no lo puedo permitir.

—Bueno, puede que…—empezó a decir con un tono de voz que me alertó.

Podía ver venir que aceptaría. No, me niego a que esto suceda, nadie bajo mi cargo había caído tanto. Algo dentro de mi se quebró, no podía tolerar mas este macabro escenario. Levanté el velo que impedía que mi protegido me escuchara con un movimiento de manos y hablé nuevamente.

—¡Alfred, no lo hagas!—exclamé con la respiración agitada a la vez que un relampago se hizo sonar por fuera del establecimiento.

Rompí las reglas. Alguien no estaba contento allá arriba, pero esto es por un bien mayor, esto es por el bien de mi protegido. Una brisa cálida emanó de mi, sacudiendo el cabello de ambos rubios presentes en la habitación y tuve una sensación extraña, pero placentera. Una descarga que calentó mi corazón e hizo arder mi garganta como si me hubiera reído mucho. Mis labios hormigueaban, los apreté para disminuir la sensación, pero seguía presente.

El menor dio un respingo y abrió bastante los ojos. Volteó a ver directamente a donde yo estaba, asustándome por su reacción ¿Qué fue eso? ¿Me estaba mirando? No, esta buscando algo con la mirada, pero no parece encontrar lo que quiere. Tragué saliva, mi voz probablemente lo tomó por sorpresa.

—¿Qué pasa?—preguntó Arthur tratando de recuperar su atención.

—Ah… Nada—volvió a prestar su atención a los potentes ojos verdes del otro.

—Entonces ¿quieres intentarlo?—inquirió clavándole su mirada.

Contengo la respiración, atento a las palabras de mi custodiado. Sólo pido que me escuche y no acepte la propuesta de Arthur. Los labios de Alfred dudan en hablar, pero juntan valor para dar la respuesta que ambos esperábamos oír.

—Eh… Lo siento, no.

Vuelvo a recobrar el aliento ante el final de esa breve oración. Mis hombros se relajan y agacho la cabeza, agotado por la tensión. Esa fue una tentación bastante grande, pero que la lograra evitar me hace sentir más tranquilo. Puedo considerar esto como una pequeña victoria, aunque ahora debo preocuparme por las consecuencias de lo que pueda pasar. Todos saben lo que le pasa a quien rompe las reglas, en especial bajo un sistema tan estricto como el que tenemos los ángeles.

Aun así me siento bien de hacerme escuchar, aunque se que no está bien, jamás había tenido este extraño placer al ser escuchado por mis otros custodiados, de hecho, nunca había sentido gozo mas grande que el orgullo por un trabajo bien hecho y eso es bastante decir. Esto comparado está en otro nivel, un grado de placer que me llega a asustar.

—¿No?—Arthur se impresionó—pero espera, te estarían pagando por disfrutar de uno de los placeres mas grandes de la vida ¿estás seguro?

—No es lo que tu quieres, Alfred—dije con voz serena, pero manteniendo mi firmeza—sabes que tu quieres algo más que sexo sin amor… Eres más que eso.

Alfred volvió a buscar algo a su alrededor, pero esta vez de forma mas discreta, solo moviendo los ojos en mi dirección. Está confundido, perturbado por que me escucha, pero ante sus ojos no hay nada, mas que un muro rojo. Las luces titilan.

—No es… No es lo que yo quiero—respondió dudoso.

Repitió mis palabras, ¿eso era posible? Me encontraba asombrado ante la contestación, escuchaba lo que yo le digo. Una sonrisa abarcó mi rostro, no puedo recordar una satisfacción igual en mi vida, una tan llenadora.

—Debo irme, creo que me siento algo mareado—Alfred sonrió de lado y se marchó de ahí de forma apresurada.

—Eh… ¡Considera la propuesta, de todos modos!—gritó Arthur para ser escuchado aun cuando ya se había alejado bastante por el recorrido del pasillo y se metió a una habitación que cerró de un portazo.

Yo me quede para observar a este humano unos instantes más desde mi sitio. El joven alzó el mentón y miró con sus venenosos ojos verdes la puerta de Alfred por debajo de la apertura de sus parpados. Un choque eléctrico recorrió mi ser y apreté los dientes, detesto las sensaciones que me hace sentir este chico. Será mejor si me alejo, por lo que decido hacerlo y me marcho con Alfred que es a donde correspondo.

Él se está cambiando a su ropa de diario. Tiene puestos sus jeans y ahora lucha por ponerse la camisa azul obscuro de "Capitán América" con la que llegó. Es agradable saber que volveremos a casa, pero puedo notar que mi protegido se siente nervioso, lo veo en la forma apresurada con la que se pone las prendas.

—Alfred…—pronuncio su nombre, con eso basta para que tenga acceso a sus pensamientos, pero me veo repelido en el instante. Esto nunca me había ocurrido antes y no entiendo por qué está pasando.

Alfred busca con la mirada algo, me busca a mi. Desciendo para quedarme cerca de él, aun no se como se lo voy a explicar, se que son delicados y hay cosas que sus mentes humanas no comprenden, así que me tomo el tiempo para pensar en por donde empezar.

—¿Q-quién anda allí?—pregunta atemorizado.

Su cabeza gira en todas direcciones, pero no ve nada. Está mas asustado que cuando ve esas películas de terror que acostumbra mirar para demostrarse lo valiente que puede ser. Suelto un suspiro y hago que una brisa cálida revuelva sus cabellos para tranquilizarlo, eso funciona con los animales, pero él se altera aun más. Dio un respingo y fue a ocultarse debajo de un escritorio. Me quedo observando lo que hace ¿Qué pretende con eso? Si yo fuera un ser maligno probablemente ya estaría muerto, puedo ver como se encoge debajo de la mesa y el leve temblor que presenta su cuerpo.

—No temas, no te haré daño—digo con voz suave.

—Esto no es divertido, ¿quién eres?—demanda con una voz débil que pretende ser valiente.

—Soy Alkeren, tu ángel guardián.

De pronto su temblor se detuvo y se asomó por debajo de la mesa con las cejas juntas, una expresión incrédula.

Dude, todo esto daba miedo hasta que dijiste eso—se rió mientras salía de su mal improvisado escondite—¿Dónde estas? ¿Quién eres?

Frunzo el ceño sin comprender a lo que se refiere ¿Por qué se ríe? ¿Cree que esto es una broma? Bueno, al menos ya no luce asustado.

—Te lo acabo de decir; soy Alkeren, tu ángel guardián—vuelvo a aclararle sin perder la paciencia. Una leve sonrisa adorna mi rostro, me agrada hablar por primera vez con él y recibir una respuesta genuina que no sea brindada por mi imaginación—tu puedes llamarme Al.

—Si, bueno, en ese caso yo soy el Capitán América—respondió con una sonrisa.

Siento insultada mi inteligencia. Se que él no es el Capitán América, él no me cree.

—Crees que esto es una broma…

Alfred empezó a andar por la habitación. Buscó en el armario donde se encontraban sus trajes para los espectáculos, detrás de este, debajo del sofá, dio un vistazo más al escritorio y nada. En su búsqueda me atravesó al menos tres veces sin saber que yo me encontraba ahí. Hablar con los humanos es difícil si no te han escuchado desde pequeños, así que debo tener calma con su escepticismo.

—Bien, tengo que admitir que te sabes esconder bastante bien…—finalmente aceptó luego de varios segundos de mirar al techo en busca de mi, aunque no comprendo quién se podría esconder ahí de no ser una entidad alada como yo.

Se echó al sofá y apartó de su frente unos mechones que le estorbaban a la vista. Estaba agotado luego del espectáculo, lo se por que siempre termina así después de cada show y también se que quiere volver a casa, pero no lo hará hasta saber donde estoy, lo cual es una perdida de tiempo.

—No estoy escondido…—me agotaba tener que decirlo de nuevo, pero si necesitaba escucharlo una vez más, se lo repetiría hasta que le quedara claro.

—¿Dónde estas? ¿Y por qué espiabas mi conversación con Arthur?

—Yo no espiaba nada, solo escuchaba su conversación—le aclaré molesto por la confusión.

—… Claro.

—No me crees.

—Los ángeles no existen.

—Se que no crees en muchas cosas, Alfred, pero lo que te digo es verdad—insistí con voz cansada.

—¿Por qué un ángel me hablaría?—me retó a contestar.

—Por que quiere salvarte de perderte en el infierno, me importas.

El rubio se rió de forma abierta y despreocupada. Jamás me sentí tan ofendido por uno de mis custodiados, pero supongo que es normal por que nunca me tocó hablar con alguno tan incrédulo.

—¿Alfred..?—lo llamó un chico delgado y bajito con enormes lentes frente a sus ojos y un cabello pelirrojo y desordenado. Él era el asistente del jefe de Alfred, Ryan.

Alfred dejó de reírse para prestarle atención.

—¿Uh? Hola, Mike, ¿Qué necesitas?—lo saludó con una sonrisa pintada en su rostro.

Solté un suspiro, volví a ser el expectante de siempre.

—¿Te sientes bien?—preguntó enarqueando las cejas hacia abajo con una voz preocupada.

—Si, ¿Por qué?—se puso serio, atento al menor.

—Te escuché hablando solo—confesó el chico.

—¿Eh? Ah, no, hablaba con alguien que implantó una bocina en mi habitación y trato de averiguar donde está—sonrió amigablemente—¿me ayudas a buscarlo?

—Alfred, no hagas eso…—le pedí con seriedad.

—¿Por qué? ¿Temes que te encuentre?—le habló al techo, creyendo que me encontraría ahí.

—Eh…—el chico se encogió en si mismo.

—Él no puede escucharme.

—¿Qué?—volvió a buscar en el aire, sin encontrar a nadie a quien mirar, luego dirigió la vista al chico, en inquiriendo una respuesta a lo que dije, pero al no ver una reacción se asustó—Tu… Tu puedes oírlo, ¿Verdad?

—… Te-tengo que hacer algo para el jefe…—dijo con una sonrisa tímida y se alejó lo mas pronto posible de la puerta, dejando a un asustado Alfred y a mi solos en la habitación.

No, él no pudo escucharme y Alfred no pudo estar mas confundido.

La noche sería larga para mi protegido, pero aun mas para mi que mi misión no termina al convencerlo de mi existencia, sino al traerlo de vuelta al camino del bien.

Se lo que dije, que no iba a poder publicar nada, pero ¡vamos! Esto es algo corto y además necesito despejarme un poco de Marked, espero que les guste y que no sea una historia que vaya para tan largo.