Nada de nada es mío más que las ganas de llorar siempre que leo acerca del Oráculo. Este fic participa en el reto "En honor a los caídos" del foro El Monte Olimpo.
Hubo una vez, en que mi cabello danzaba con el susurro del viento. El iris de mis ojos brillaba en tonos cafés al sol. La sangre corría por mis venas y hombres, héroes y dioses respetaban mi palabra por igual.
Aún así, en un rincón de mi mente, se encuentra guardado el recuerdo del día que morí.
Mi cuerpo había luchado contra la neumonía por más de medio año. Mi voz eran débil y mi piel se marchitaba lentamente, pero aún era capaz de decir las profecías con tanto vigor y firmeza como el espíritu de Delfos era capaz. Quirón me observaba en la oscuridad de mi dormitorio, sopesando si sobreviviría la noche. ¡Claro que lo haría! Aún me quedaban fuerzas para vivir un día más, o eso creía. Dí mi último aliento tan solo unas horas después, y el recuerdo de mi persona se fue flotando con la brisa de verano, con la amenaza de una maldición a la vuelta de la esquina.
Pero nada era cierto. Los dioses no tomaban mis consejos, nadie me escuchaba a mí. Yo no era yo, yo era un saco de carne y sangre que daba la casualidad de ver monstruos que no estaban ahí. Yo era el simple contenedor del fantasma del Oráculo de Delfos.
Lo sigo siendo, solo que ahora yo soy la huésped en este cuerpo decrépito. Mis ojos ya no podían ver, y mi boca ya no hablaba mis palabras. Mi cuerpo ya no me obedecía al andar. Ahora no soy nada. Soy vacío, soy una conciencia despierta a medias y un par de cuencas vacías que brillan de color verde, en un ático olvidado que solo visitan los viajeros que necesitan algo de mí.
