Estos shots podrían considerarse como una pequeña continuación al fic 'Te quiero' (sugiero que lo lean, ha sido uno de mis fics que más les han gustado).

No pondré nombres por capítulo, porque son muy pequeños para que el título englobe una sola idea. Fav, follow o review, y díganme lo que opinan sobre estos shots y todo lo demás que he hecho.


Amo a mi familia

Parte 1

Anudo un listón azul celeste en mi cabello, dejando que los largos mechones rubios se acomoden delante y detrás de mis hombros. Me pongo un poco del rico perfume de vainilla que me obsequió tía Madison en mi último cumpleaños, aunque es raro para mí ver a un oso de color rosa que expulsa perfume por los ojos.

—¡El desayuno está listo!

Tomo mi mochila y de mi habitación, casi tropiezo al final del pasillo pero logro quedarme de pie y seguir caminando, pasando con cuidado junto a la pecera para no tirarla y que se rompa, de nuevo.

Al pasar junto al estante con los grandes libros, cuyos largos títulos y esquemas no entiendo muy bien, escucho los maullidos del perezoso Cotton, el gato negro con ojos heterocra… heterico… heterocrume… bueno, los ojos de dos colores diferentes.

—Baja de ahí —le digo como regaño, extendiendo los brazos. Nunca ha dicho que no cuando hago eso, y hoy tampoco lo hace. Salta a mis brazos y acaricio entre sus orejas, ronronea y deja que lo lleve hasta la cocina.

Cuando pongo un pie dentro de la cocina veo a papi Spencer abriendo y cerrando las alacenas, espolvoreando y quitando cosas que sobran de los platos del desayuno. Dejo a Cotton en el suelo y camina hasta papi, frota su cara peluda contra sus piernas y lo escucho maullar más fuerte.

—Ya te oí —dice, tomando el pequeño plato con atún de Cotton, lo pone en el suelo y nuestro gato no tarda en comenzar a devorarlo. Se parece a papi cuando come.

—No te quedes ahí como estatua —dice una voz detrás de mí, antes de levantarme y hacerme girar mientras me río con ganas.

Papá Mason me da un beso en la mejilla y le doy un abrazo, del mismo modo que lo hago cuando me levanta tan sorpresivamente del suelo. No me gusta que lo haga tan sorpresivamente, pero al mismo tiempo me encanta que lo haga.

Me coloca sobre uno de sus brazos y caminamos hasta que pongo ambos brazos sobre los hombros de papi, se ríe mientras papá se coloca a su lado y lo besa en la mejilla, después se dan un beso en los labios y los dos suspiran. Me quedo en silencio, porque odio interrumpir esos bonitos momentos que tienen juntos.

—Buenos días, mi amor —dice papi, y las mejillas de papá se ponen muy rojas.

—Buenos días para ti también, mi amor —se vuelven a besar y mi estómago es el culpable de que se separen. Estoy hambrienta.

Nos sentamos en la pequeña mesa del comedor, los dos frente a mí mientras yo trato de acostumbrarme a las sillas para adultos del comedor. Ya soy una niña grande, pero no lo suficiente para no sentir que me caigo de sillas tan inmensas.

Comienza a hablar sobre cosas de adultos, lo más aburrido del mundo: papá habla sobre que tiene que proteger a una chica a la que demandaron por no me acuerdo qué, mientras que papi habla con unas palabras tan largas y tan difíciles que no puedo memorizarlas, pero entiendo que se trata de un niño de mi edad que cambia de humor muy rápido.

Entretanto todos desayunamos los ricos waffles cubiertos de chocolate y huevos revueltos con jamón que cocinó papi, me hacen preguntas cuando se acuerdan de mí, pero prefiero verlos darse de comer el uno al otro y frotar sus narices con grandes sonrisas en sus rostros. Amo vivir con ellos, mis papás; amo a mi familia. Pero me gustaría tener una hermanita o un hermanito.

—Bien, el autobús llegará en cualquier momento.

Papá toma mi plato sucio y los lava, me dedico a contar los cortes que hay en la madera de la mesa, pero no sé contar más allá del veinte. Y según la señorita Watson los números son infinitos. ¡Eso significa que no terminaré de contar nunca!

Escucho el crujido de una envoltura, de inmediato giro la cabeza cuando veo la sonrisa de papi y el chocolate que sostiene en la mano derecha. Lo extiende y papá lo toma rápidamente, mirándonos con la ceja levantada y los labios fruncidos. Va a regañarnos, a ambos.

—Sabes que no me gusta que le des dulces en el desayuno —papi se ríe.

—Acabamos de comer un montón de dulce en una sentada, además necesita carbohidratos para que no se quede dormida —toma el chocolate y me lo vuelve a extender, papá me lo quita.

—Afortunadamente duerme lo suficiente, mejor guardaré esto y te lo daré cuando regrese de trabajar, y voy a buscar ese tesoro de dulces que guardas quién sabe en dónde.

—Lo que digas, Mace —rueda los ojos y gruñe.

Papá guarda el chocolate dentro del bolsillo de su saco y sale de la cocina con una sonrisita en los labios. No puede engañarme, sé que lo guarda ahí para comerlo después, lo único que quería era conseguir un chocolate.

Escucho el crujido de otra envoltura, giro la cabeza de nuevo y papi sostiene otro chocolate, uno más grande, relleno de fresa y con almendras en la parte de arriba. Mi favorito.

—Guárdalo para tu almuerzo —susurra y sigo que sí con la cabeza.

Tomo la barra de chocolate y la meto en el bolsillo de mi abrigo, papi acaricia mi cabello y me hace bajar de la silla.

Corro hasta el baño del pasillo y me cepillo los dientes, teniendo cuidado del diente canino de arriba que se mueve demasiado. Ellos dicen que es algo normal, porque estoy creciendo, pero yo no dejo de sentirme asustada por el hecho de que las partes de mi cuerpo se caen. Lo único bueno de todo eso es la visita del Hada de los Dientes, me da diez dólares y muchas monedas que puedo gastar en juguetes y dulces.

Escucho el chirrido del autobús, después la bocina. Me pongo un poquito de agua en el cabello y juego con mi diente flojo antes de salir del baño. Papi me entrega mi almuerzo mientras papá sale de su habitación con una corbata en las manos. Nunca se pierden el momento para llevarme al autobús.

Salimos del departamento y del edificio, cada uno me toma de las manos y sonríen, bajamos los escalones y caminamos hasta la acera, papá se arrodilla frente a mí, tomando a papi por la camisa para que haga lo mismo.

Papá dice que así es el modo correcto para hablar con los niños, o algo así entendí una vez que estaba escuchando las conversaciones aburridas sobre sus trabajos.

—Ten un bien día, cariño —papi acomoda mi cabello detrás de mis hombros.

—Entrega todas tus tareas y presta mucha atención a tu profesora —papá deshace lo que acaba de hacer papi, por lo cual rueda los ojos pero al final se ríe.

—Siempre tengo días buenos, porque ustedes están conmigo.

Los dos me abrazan, y siento que no puedo respirar, por todo el cariño y por el hecho de que ellos son más grandes que yo.

El chofer del autobús hace sonar la bocina, momento en el cual los dos me sueltan, me besan uno en cada mejilla y camino lo que me falta de distancia para subir los escalones, giro y las puertas se cierra cuando me despido de ellos con la mano. Hacen lo mismo, se dan la vuelta y caminan con las manos entrelazadas.

Es entonces cuando puedo dejar de sonreír, porque la parte mala de todos mis días comienza en el momento que veo a mis compañeros y los otros niños de la escuela, todos con las cejas juntas y la misma expresión que hago yo cuando papá me da brócoli para comer.

—Miren, la rara acaba de subir —me encojo de hombros y sigo caminando hasta la parte trasera del autobús, mi lugar favorito para viajar.

Ignoro las palabras que todos susurran cuando paso hasta que veo a Tommy ahí atrás, mirando por la ventana para contar los autos rojos que van pasando. Son sus favoritos.

—Hoy conté trece autos rojos, estoy seguro que cuando pasemos junto a esa tienda de autos voy a contar más —gira la cabeza y su sonrisa desaparece poco a poco—. ¿Qué ocurre?

—¿No los escuchaste? —dice que no con la cabeza y suspiro un poco—. Me dijeron rara, otra vez.

El conductor del autobús me pide amablemente que me siente, lo hago en el espacio junto a Tommy y el autobús comienza a moverse. Él no deja de mirarme, mientras un par de niñas y otro montón de niños frente a mí se ríen y me señalan.

—No me gusta que me llamen así —digo, y siento que los ojos me hacen cosquillas, eso significa que voy a llorar, y no quiero llorar, no me gusta llorar.

—No te preocupes, ellos son un montón de estúpidos —levanto la mirada, con los ojos totalmente abiertos.

—No podemos decir eso, esas son palabras de adultos.

—No me importa, es lo que son, porque no tienen que decirte eso. Mi mamá dice que el cariño que hay entre tus papás es el más lindo que puede haber, y que hay muchos niños como tú aquí y en otras ciudades. También me dijo que no tienes que preocuparte por nada, y que siempre puedes contar con nosotros.

El resto de camino sigue en un silencio incómodo, el autobús se detiene en las distintas calles de Nueva York mientras recogemos a otros niños, algunos son mis compañeros, otros son completos extraños.

Cuando llegamos al frente de la escuela no puedo hacer más que soltar un gruñido y desear haberle dicho a papá que tenía dolor de estómago, pero seguramente habría culpado a papá por querer darme dulces en el desayuno.

Bajo del autobús de un salto y caigo sobre un pequeño charco, me hago a un lado para no ensuciar mis zapatos y levanto la mirada hacia los muchos escalones que tengo que subir. Una pequeña mano toma mi mano izquierda y entrelaza nuestros dedos, giro la cabeza y Tommy tiene una pequeña sonrisa en los labios y un tono rosa muy ligero en las mejillas. No hace tanto frío para que le pase eso.

—Yo me encargaré de que ninguno de ellos te siga molestando, te lo prometo —y empezamos a caminar, justo antes de que la campana de inicio de clases suene.