Título: Memento al orbe dorado.
Renuncia: Renuncio a todo lo protegido por la propiedad intelectual para con beyblade y todo su séquito "mercadológico". Sólo no renuncio a la trama que es de mi autoría, así como personajes propios, etc.
Avertencia: Cualquiera que pueda existir, puede que esten, puede que no, empero si lo digo ya les di la historia. No es necesario conocer beyblade para leerlo. Lealo con mente abierta y tolerante, que poco a poco usted se dará cuenta si es necesario salir o no, desde este prólogo.
Memento al orbe dorado.
I
Los copos de nieve danzaban en la tenue brisa. Deseosas de abrazarse, se alojaban entrelazando su cuerpo fractal unas a otras en las ramas de los arboles. Un manto níveo cernía los parajes rusos, y el carruaje de negra pintura, atravesaba el sendero con paciencia acercándose a la ciudad de Moscú.
Garland acomodó su cabellera y traje, dispuesto a borrar el desaliño causado por el viaje arduo a tierras rusas, lejos de su hogar más cálido que aquel que pisaría en unos momentos. Viró su mirada a la ventana, contemplando la nieve caer. Comenzó a escuchar la algarabía que llenaban a la ciudad los transeúntes en las calles y la música de los anuncios de oferta y venta entonadas por los vendedores como un himno siendo escrita, en su suelo, las notas perdurables en el tiempo. El carruaje siguió moviéndose hasta el otro lado de la ciudad, donde se imponían majestuosas mansiones. El ruido se transformó en un silencio del cual los débiles cantos de pajarillos resonantes parecidos a ecos lejanos destruían la monotonía del lugar. Los corceles jalaban la carroza hasta la última residencia, la reja obscura de gran tamaño adornada a los lados por columnas que sostenían dos faroles comenzó a abrirse mostrando la edificación. Garland quedó perplejo al mirar las dos torres con grabados suculentos para cualquier artista custodiando la puerta principal de madera café oscuro, los enormes ventanales y balcones que resaltaban aun más la mansión. En cuanto llegaron a la puerta, el joven bajó guardándose la emoción que le embargaba; ahí le aguardaba la ama de llaves, entrada en años, con el cabello rubio rizado amarrado, nariz perfilada y los ojos azules atrás de unos lentes gastados. Su vestido ondeaba mientras se acercaba al invitado.
—Señor Siebald, es un gusto tenerlo aquí —pronunció la señora con una leve inclinación mostrando una sonrisa al final—. El amo no vendrá hasta dentro de tres días, así que, siéntase como en casa.
Garland cabeceó en asentimiento, por lo menos en ese lapso podría descansar, el cuello lo tenía adolorido por dormir sentado en la carroza. Los sirvientes tomaron su equipaje, mientras era dirigido por la ama de llaves dentro de la morada.
—Puede llamarme Katya, Señor. Para lo que se le ofrezca. Sígame, le mostraré su habitación.
El joven subió la escalera posicionada en el recibidor, la alfombra recorría cada escalón y los candelabros daban tenue luz por las velas. Había olvidado que ya era noche, en ningún momento en cuanto se acercó a Moscú vio salir al Sol, por lo tanto perdió la noción del tiempo. Katya abrió una de las habitaciones que daban al jardín principal. Tenía paredes de colores cálidos, rayando al color de la piel clara de una persona, estaba tapizado el suelo con una alfombra de hebras rojizas figurando a un animal canido contrastando con la enorme cama de cobijas amarillo pálido y, a los lados, reposaban dos buros con un candelero cada uno. Al frente de la misma, reposaba una chimenea y algunas pinturas de paisajes del rededor colgaban en las paredes. En el balcón se adentraba el soplo meciendo las cortinas. Las maletas fueron quedadas al lado de la cama retirándose al acto los sirvientes.
—Sin más, Señor. Me retiro.
Quedose sólo en la habitación, se dispuso a descansar un rato. Realmente estaba exhausto y una buena siesta le sentaría bien. Se quitó los zapatos y se adentró a las sábanas, durmiéndose rápidamente.
—Garland, despierta.
Se movió perezoso, odiaba que le mataran el sueño por avisos que no importaban. Volteó a ver a su amigo con aquella actitud relajada e indiferente que siempre mostraba ¿Cómo era posible que existiese chico alguno en el mundo con tanta calma impregnada en su mirada, en su actitud?
—Brooklyn, si vas a irte a pasear con Kai, no necesitas decírmelo. Sabes que estoy cansado.
—No es para tanto, Garland. ¿Qué tal si piensas que huí?
—Obviamente, no te importaría—objetó el chico moreno. Brooklyn sólo lo molestaba si iba a verlo a Él, al sujeto más frívolo… Ahora que lo pensaba, tal para cual. Le aventó un cojín disponiéndose a dormir, ya bastaba de tanto fastidiarlo cuando tenía sueño. El pelirrojo únicamente sonrió. "Nos veremos, Garland" escuchó murmurar entre sueños.
Comenzó a sentir frio y apesares de incursionar su cabeza entre las cobijas para con su aliento calentarse tuvo que reunir su voluntad férrea para sentarse en la orilla de la cama. Había olvidado asegurar la puerta del palco. Se dirigió a cerrarla sintiendo el derretir de los copos que consiguieron penetrar en el cuarto en sus pies. Maldijo su suerte, cerrando de un portazo la portezuela. Culparía después a Brooklyn, pudo haberla cerrado…
Se paralizó, él no conocía a ningún Brooklyn, sin embargo razonándolo bien, sintió que sí, como si fueran amigos de mucho tiempo ¿No había sido un sueño? Un aullido le sacó de sus cavilaciones y el fuerte movimiento de la puerta del balcón avisó una tormenta nocturna. Se dirigió a la campanilla ubicada al lado izquierdo de la puerta, necesitaba agua o algo, por extraño que sonase, no le gustó aquel sueño, aún cuando en su momento le reconfortó a horrores.
El día siguiente no distaba del anterior, seguía nublado y los pocos copos que caían del cielo no auguraban buen clima. Aún cuando pudo dormir exquisitamente, la tormenta a veces le levantó en la noche, así que para despejar su mente husmeó por el jardín, llevándole su cuerpo inconscientemente a la parte trasera de la morada. No existía muro que denotara el finito de las tierras, mas sí un frondoso bosque que se perdía a la lejanía. Consiguió observar las huellas de un perro grande, un lobo seguramente, que posiblemente merodeaba por aquí. Aquello no le confortó, puesto que en la noche anterior escuchó el aullar de un lobo. Prefirió darle aviso a Katya para tomar medidas, sin embargo, la ama de llaves no mostró asombró ante la noticia, es más, le comentó que era común el aullar de lobos, y que uno en especial gustaba de acercarse a la población desde hacía años, no, siglos. Dejándole en claro que, al sucederse esta situación no profetizaba nada bueno, llegando rumores de muertes de quien se topase con aquel lobo maldito.
Garland era un escéptico y creía, tal vez, sólo pasaba que una jauría atacaba al citadino despistado que llegase a su territorio. Empero, si no les molestaba a ellos tener una jauría tan cerca de la civilización, no quedaba más que protegerse él mismo por cualquier cosa que sucediese mientras residiera en Moscú. Ya añoraba el día que pudiera cerrar trato y marcharse de semejante lugar.
Se dejó caer en la cama, el día se estaba convirtiendo en el más largo de su vida. Y eso que a sus veintisiete años, había visto de todo.
—Veo que no la está pasado bien, señor Siebald —Garland tomó guardia cuando escuchó una voz desconocida. Giró hacía donde oyó aquellas palabras, paralizándose al acto. En el marco de la puerta un chico de no más de veinte años, con mirada seca, de cabellos platinados dejando en su nuca un color azulado le mirada escrutadoramente, cruzando sus brazos mientras se recargaba elegante en la puerta.
—No hay mucho que hacer —comentó en cuanto se levantó para dirigirse a saludar a aquel intruso—. A menos que usted me diga algo por hacer divertido en este lugar.
—Y ¿por qué he de hacerlo? —contestó con indiferencia. El joven caminó alrededor de la habitación observando los cuadros para regresar luego frente a Garland—. No soy su niñero. Y antes de que conteste, como he de creer en este momento. Soy el hijo Voltaire.
—Aunque sea familiar, no le da derecho de hablar de esa manera, jovencito.
Vio como aquel chico resoplaba, dándose cuenta que le fue a visitar obligado más que por curiosidad.
—Oh, joven Mikhail, es bueno ver que nos honra con su presencia —rompió Katya el silencio con desdén, volteando con amabilidad hacia Garland—. Señor Siebald, ya está la comida servida. Espero le haya gustado los alrededores, como verá, las tierras de la Familia Voltaire son bastas.
—Me he percatado de ello, Katya — expresó recordando el tupido bosque de la parte trasera de la mansión. El muchacho volvió a resoplar, fruncía en demasía sus cejas mostrando una mirada castaña acechadora.
—Sé educado, joven Mikhail, tenemos visitas.
—Kai, Katya. Kai, odio ese nombre o ¿es que parezco ángel? — la ama de llaves, subió la barbilla con autosuficiencia, aleccionando a Kai de que no se le permitía su malcriadez en casa. Por lo menos Garland sonrió a sus adentros, esa actitud sobre el jovencito significaba una cosa, era menor de edad.
Como dato extra supo que, Katya era quien se ocupaba tanto del chico como del hogar, después de que la señora Voltaire muriera de una fiebre fuerte hace unos ayeres, siete años en total, dejándole el señor Voltaire la tutoría del pequeño heredero. Garland consiguió saber, además, que existía otro heredero mayor que, por ser el primogénito, se le envió a estudiar a Francia el arte de los negocios.
La comida prosiguió sin muchos preámbulos, los platillos típicos de la región gustaron al invitado. Se limpió la boca con la servilleta de tela con encajes de tres rosas cruzadas, dándole un lapso para vislumbrar el comedor con grandes ventanales engalanados en cortinas de seda dejando entre ver la tenue luz de un sol escondido entre las nubes grisáceas que sólo mandaban copos blanquecinos. La gran mesa de pino pulida vestía un mantel sobrio en encajes de color marfil, reposando dos candeleros a cada extremo. El moreno alejó su plato, dejándose sonreír a la vista de Kai.
—¿Qué es gracioso, señor? —soltó irritado el muchacho al término de sus alimentos.
—Acabo de recordar que soñé con ese nombre —comentó observando que Kai rodaba los ojos toqueteando con los dedos la mesa. Esperaba una mejor explicación—. "Kai", soñé que alguien pasearía con usted —se encaminó hacia su interlocutor consiguiendo fruncir el ceño del menor de los Voltaire—. Resulta que soñé que le conocía de mucho, sin embargo, es la primera vez que le veo. No me explico esa sensación.
—Tal vez de mi padre escuchó el mote, él sabe cuánto odio mi nombre de pila.
—Pero no explica lo demás. Sólo queda creer sea una premonición —sin más, Garland se encaminó a la salida del comedor—. Espero nos llevemos mejor, Kai. No sería bueno para los negocios en caso contrario.
La noche cayó. Seguía nevando mas no con ferviente fuerza que la anterior. Iba a cerrar la puerta de la terraza cuando entre el mecer de los doseles figuró una hermosa mujer de melena azulada, le miraba con añoranza a pesar de no verse el color de sus ojos. Garland perplejo, corrió hasta ella, desapareciendo al atravesar el umbral. El frio fue desgarrador, torturando la respiración para caer al suelo. Intentándose masajear el pecho, sintió el vibrar de un bramido en su cuerpo y en el desespero, ahogó un grito, desmayándole al instante.
To be continued...
Es lo más crack que he escrito, y creo, porque no vi ni uno, ni uno.
