Se encontró a Perla en la playa, tumbada boca arriba. Observó que respiraba forzosamente y que le brillaban los ojos, a pesar de la distancia que había entre los dos.

Ella estaba llorando.

Sus ojos no eran reflejados por las estrellas, sus ojos brillaban culpa de las lágrimas.

Se le encogió el corazón, sin embargo se acercó.

A cada paso que daba, ella reprimía los sollozos. No se incorporó.

Se recostó junto a ella, mas no la miró.

La marea los relajaba, a penas mantenía los ojos abiertos. Por otro lado, Perla no estaba adormilada, ella no duerme.

Pensó en cogerle la mano.

Pensó en mirarla.

Pensó en irse.

Pensó tantas cosas...

–¿Qué ocurre?– Pero optó por preguntarle, porque la curiosidad era fuerte.

Ella había cesado de llorar.

–Quiero irme de aquí–

Sí, gran impacto.

–No me gusta este planeta, quiero irme lejos, quiero ir al espacio, es lo que más deseo, pero estoy atrapada aquí para siempre.– Suspiró –Y en cierta parte sería como traicionarlos...––Entonces no debiste venir aquí en un primer lugar.–

Las estrellas brillaban más que nunca, y ambos lo apreciaban.

–Por favor, vine por Rose... Hubiera ido al infierno si ella me lo hubiese pedido. Y es que este sarcasmo es cruel: porque huí de mi planeta para no tener que obedecer más órdenes, pero acabé obedeciéndolas de ella, y con gusto. Estoy muy perdida, en el fondo lo que más quiero es que me digan qué es lo que debo de hacer...– Y una vez más, lloró.

Desde la casa observaban Garnet, Amatista y Steven a una solitaria Perla. Ella estaba sola. no hablaba con nadie, había creado alguien imaginario, algo muy humano.