El barco es una caricatura en sí mismo. Emma mira por la ventana del estrecho espacio que funciona como comedor y se convence de que todo es una comedia macabra diseñada por un guionista borracho con un humor retorcido.
Sus padres, esos dos jóvenes enamorados que tienen casi su edad y de cuyo camarote salen ruidos que prefiere no considerar, duermen y comen junto a su archi enemiga, Regina. Una reina malvada que podría considerarse jubilada del cargo después de los últimos acontecimientos y que es la madrastra de la abuela de su hijo y abuelastra de Emma, madre biológica de Henry. Henry... la razón para estar todos juntos en un barco un tanto inestable y "perdido" en los mares de Nunca Jamás…
Porque por supuesto la tierra de Peter Pan y Disney existe, como no. Y Hook dirige el timón de la nave mientras a su lado el otro abuelo de Henry, un melancólico Gold, intenta averiguar el paradero aproximado del pequeño. Y prácticamente no intercambian insultos ni amenazas, a pesar de ser enemigos mortales.
Emma respira hondo buscando algo de agua aunque acaba acercándose la jarra de ron a falta de un poco de H2O que no tenga sal y esté rodeando el barco. Han sido dos días de viaje y calma previa a la tempestad. Son villanos y héroes compartiendo una misma misión y los últimos días ha difuminado aún más las fronteras entre buenos y malos. Cada uno parece estar meditando cuál es su nuevo papel y cómo encajarán ahora las piezas de un puzzle que durante años permaneció sentenciado e inamovible. Emma bebe un trago a la salud de un señor oscuro que está de luto por su hijo muerto, su nieto secuestrado y una novia que tuvo que dejar atrás; de un capitán que pregunta educado al asesino de su amor verdadero qué rumbo cree que seguirán; de dos reyes sin reino que hablan de batallas, planes y estrategias con la mujer cuya razón de vivir era destruir sus vidas; de una cruel, retorcida y poderosa alcaldesa que ha quedado convertida en una sombra deambulante, parca en palabras y gestos, hermética y con una actitud tan calmada que simula una falsa docilidad. Bebe otro trago porque ese viaje bien merece eso y más. Salud.
Si Hook es quien más mantiene su esencia, quien menos parece un pez fuera del agua, Regina es el polo opuesto. A su cabizbajo mutismo se le suma el color casi verde que toma su rostro en los momentos de mayor marejada. La ventaja es que está absuelta de su turno frente al timón, la desventaja es que de vez en cuando hace horas extra asomada por la borda, devolviendo a la naturaleza lo que la naturaleza le había procurado para comer, cenar o, a veces, incluso para desayunar.
Pero a pesar de todo, a pesar de las arcadas y los pasos inseguros, sigue siendo la alcaldesa. Callada, apagada y del color de la hierba. Pero Emma sabe que continúa ahí, sólo que diferente. Incluso Mary Margareth lo ha percibido. Sus padres esperaban que recurriese a la magia para evitar el zarandearse, dormir en un colchón del grosor de un lápiz o para no tener que comer simplemente pescado, pan y ron. Pero nada de esto le ha llevado a mover un solo ápice de magia. Entre las pocas palabras que ha dicho desde que embarcaron es que las cosas funcionan de forma distinta y no quiere arriesgarse a hacer un hechizo y que algo se descontrole. Sin embargo, Emma no necesita su poder para detectar que miente: Gold no ha dejado de usar magia desde que subieron para pequeños y medianos asuntos.
Emma admite al observarle que cada vez se siente más intrigada y menos incómoda por todo lo que rodea a la magia. Sus instintos defensivos están dando paso rápidamente a una curiosidad casi infantil. Además si supiera manejar ese atisbo de poder dentro de ella podría convertir ese ron templado en un refrescante gin tonic. Suspira resignada apoyándose contra la mesa para tener un punto de anclaje mientras se lleva el ron a los labios. Ha visto al señor Gold beber varios de estos y todos los tragos llevaban grabados en sus ojos el nombre de Neal.
No puede imaginar lo que debe estar sufriendo al perder a su hijo por segunda vez. Ha tratado de consolarle, de acompañarle en el sentimiento, pero Gold prefiere centrarse en encontrar a su nieto y se limita a sonreírle sin felicidad y murmurar: "Gracias querida, no creo que nadie me entienda mejor que tú".
Emma vuelve a beber para quitarse el sabor a culpabilidad de la boca. Es cierto que echa dolorosamente de menos a Neal y que no quiere imaginar la vida de Henry sin su padre de nuevo, pero duda que su tristeza alcance ni de lejos la de Gold o que se parezca a la que se siente por alguien amado. Bebe de nuevo. Es consciente de lo que dijo antes de soltar su mano, pero se cuestiona porqué lo dijo. Traga otro sorbo de ron. ¿Culpabilidad, pena, costumbre… cuándo dejó de amarle?
"¿Ha dejado algo para los demás, señorita Swan?"
Ni siquiera la escucha llegar.
Cuando esa voz llega a sus oídos trastabillea con la mesa y su trasero está cerca de dar con el suelo.
"Pensaba que todo el mundo estaba dormido" responde a Regina con la poca dignidad que le queda.
"¿Y por eso pensó en asaltar las reservas de alcohol?"
"Yo no…" responde dejando su vaso sobre la mesa. La imperceptible y disimulada sonrisa de la alcaldesa le advierte de que le toma el pelo. No sabe si está respondiendo peor a la primera broma de Regina en días o a la frase más larga que ha pronunciado. Decide empezar de cero para no hacerla retroceder al mutismo que ha imperado durante este viaje. "Aquí el que no duerme, bebe, señora alcaldesa"
La morena, vestida con los pantalones de su traje y la camisa de seda remangada por el calor del constante buen tiempo de Neverland, estudia la propuesta dos segundos.
"Me parece bien". Emma le tiende un segundo vaso y brindan por inercia antes de dar un sorbo, las dos de pie, frente a frente. La rubia busca algo que decir aunque sigue siendo raro contemplar a esa mujer como una aliada y no como su eterna competidora, pero podría acostumbrarse a esta rareza y a que la vida sea un poco más 'sencilla'.
"¿Cómo lo lleva? Los mareos y las náuseas…"
"Como si mi cuerpo entero estuviera de fiesta… y no me hubiera preguntado que me parece" responde sin rastro de humor aunque su compañera de bebida lo encuentra divertido. "Me voy acostumbrando pero lo peor son las noches"
"Por eso estás despierta…"
"Chin, chin" ratifica Regina dando un trago largo y torciendo el gesto por el sabor "¿Y usted?"
"Demasiadas cosas en las que pensar, no puedo cerrar los ojos sin que aparezcan preocupaciones saltando vallas en lugar de ovejitas" suspira apoyándose de nuevo en la mesa. Regina sigue su ejemplo y elige una de las mohosas paredes. "Pero quizás con un par de copas las preocupaciones se emborrachen y me dejen dormir…"
"Si funciona, avíseme"
"No va muy bien por ahora…" concluye resignada removiendo el contenido de su copa "Creo que si no me sintiese tan tonta sería más sencillo." El suspiro y las palabras escapan de su boca con una comodidad que le impide meditarlas antes. Hay algo en el alcohol, la situación o la nueva Regina que le provoca una tranquilidad que, quizás, debería preocuparla. Pero no lo piensa y sigue hablando "¿Cómo no lo vi venir?"
"No es la única que puede martirizarse con eso, Señorita Swan. Yo… debí reconocer a aquel maldito accidentado foráneo desde el primer día" masculló terminándose el ron como un auténtico pirata.
"¿Qué tenía contra ti para…?" la pregunta, libre de formalismos, sale disparada de sus labios pero Regina no parece notarlo.
"¿…Electrocutarme salvajemente? Cree que maté a su padre…" sisea sin denotar sentimiento alguno. Emma alza ambas cejas y no responde aunque su gesto lo dice todo "Puede creerme, en esta ocasión no tuve nada que ver" añade viendo como sólo desciende una de las dos cejas "Oh, por dios, padre e hijo aparecieron en el pueblo a los cuatro días de nacer Storybrooke, discúlpeme por no querer mancharme las manos de sangre tan pronto" Las cejas de Emma regresan a su sitio y la alcaldesa se da por satisfecha.
"¿Entonces qué ocurrió?"
"Que me encapriche del crio y de su ternura. Quise que se quedara aquí y no salió bien" resumió dejando de lado los detalles "Descubrieron que 'algo iba mal' en el pueblo y en su huida el hijo logro salir y el padre quedó dentro de la frontera" Regina toma aire y medita porqué está relatando una historia que odia. Los ojos pendientes y curiosos de sheriff, que le recuerdan en ocasiones a los de Henry, le recuerdan el motivo. "Traté de buscar la manera de borrar sus recuerdos para reunirles, pero sin mi magia, sin polvos de hadas ni nada semejante, tardé más de lo que debía. Una noche, el idiota de Ben intentó escapar y Graham, junto a otros dos agentes, trató de impedirlo. Era un buen montañista pero cuando alcanzó la línea del pueblo la nueva barrera mágica le repelió lanzándolo por los aires. Encontraron su cuerpo al final de un pequeño acantilado, justo donde fue enterrado. Maldito impaciente…" Las últimas palabras las farfulla con un mal humor que maquilla la tristeza. "Y su hijo, Owen o Greg, como quiera llamarse, es igual de inteligente… No sé cómo no le reconocí antes"
"No fue sólo usted, ninguno de nosotros sospechó nada y le dejamos el camino libre para destruir Storybrooke" suspira mirando detenidamente a Regina "Sabía que Tamara no era de fiar y aún así no supe prever lo que haría. Estamos empatadas"
"¿Y no fue a por ella?" cuestiona rellenando su vaso puesto que de momento no tiene intención de dormir "Me cuesta creerlo"
"Asalté su habitación…" La sonrisa de Regina regresa triunfal tras el vidrio con ron "Pero no encontré nada"
"Eso no debería haberla detenido" suspira con más reproche del que pretendía. Simplemente ella es la salvadora, esa era su tarea, proteger a todos los personajes de cuentos de los malos, ¿no? ¿Acaso no le había hecho la vida imposible a ella misma desde el primer día? Que aquella morena estirada fuera la prometida de Neal no debía convertirla en una excepción.
"¿Disculpe?" La postura de Emma pierde todo rastro de calma en pos de una actitud mucho más defensiva "Hice lo que pude pero nadie me creía. Henry y yo entramos a hurtadillas en el cuarto de Neal y…"
Regina sigue su ejemplo, tensa su cuerpo y tuerce el labio con su respuesta: "¿Llevó a Henry consigo? Esa mujer es una asesina, pudo haber puesto en peligro a mi hijo" interrumpe con un volumen que roza el grito.
"Nuestro hijo" matiza enfadada tragando después de esa extraña combinación de palabras. Por suerte, Regina las acoge extrañada y en silencio, dándole la oportunidad de seguir hablando "Y no le puse en peligro, jamás haría una cosa así" Ahora es Emma la que se acerca al bramido y no entiende como han acabado así, ninguna lo entiende.
"¿Jamás? ¿Y entonces qué hacemos en este barco, Señorita Swan?" la acusación sale cargada de rabia y la alcaldesa es incapaz de pararla aunque sepa que no es cierto, que no culpa a nadie excepto a sí misma.
"¿Se atreve a echarme la culpa de esto? Usted les puso sobre la pista de Storybrooke, usted y su manía de dominar todo y a todos. Si les hubiera dejado tranquilos no estaríamos aquí"
"Ese hombre es un maniaco y no trabaja sólo. Si no hubiera sido el habrían sido otros" gruñe estirándose y enfrentándose a ella "¿No tiene usted ese gran súper poder para detectar quién miente?" vuelve a la carga entre irónica y cabreada, y Emma escucha sintiendo que empieza a hervirle peligrosamente la sangre mientras la alcaldesa continúa atacando "Debió hacer algo, debió ir a por ellos sin importar sus asuntos personales" baja la voz, no necesita gritar cuando usa ese tono tan personal cargado de veneno.
"¿Asuntos personales?" gesticula Emma acercándose a ella sin amedrentarse y respondiendo a la actitud desafiante de Regina "¿De qué asuntos personales habla? Traté de averiguar más, pero nadie me creía, ¡no había nadie dispuesto a ayudarme excepto Henry!"
"¡¿Y por qué no acudió a mí?!" responde ahora si en un grito.
"¡Porque quería averiguar qué ocurría no acabar con una pila de cadáveres para la hora de la cena!" exclama furiosa. Regina cierra la boca y recula medio paso. Las dos, respirando agitadas e incómodas, se miden debatiendo quien dará el siguiente golpe. Los vasos de ron, sobre la mesa, han quedado tan olvidados como la cómoda conversación que habían empezado manteniendo.
"¿Eso es todo lo que cree que sé hacer? Matar, ¿no?"
"Ha tenido oportunidades para demostrar que no era así… y malgastó todas"
"¿Oportunidades? ¿Cómo cuando me acusasteis de asesinar a Archie?" cuestiona señalando a la mujer que está desquiciándola y dando rienda suelta al torbellino que desde días se ha ido formando dentro de ella.
"¡Yo creí en tu inocencia!" gruñe encarándose a la soberbia y prepotente mujer que siempre parece ir un paso por delante y jugar en una liga donde ella no llega ni a amateur.
"¿Durante cuánto? ¡¿Cinco minutos?!" exclama sarcástica recortando la distancia entre ambas con un pisotón enfadado.
"Tu madre nos manipuló, manipuló todo, Regina. ¡¿Qué podíamos hacer?!"
"Ese es el problema, señorita Swan. Los buenos siempre tenéis excusa y nunca hacéis nada mal a propósito. Pero los malos lo somos siempre, pase lo que pase, sino no tendríais a quien culpar"
"No funciona así, alcaldesa, eso no es cierto…"
"¿No? Snow mató a mi prometido y a mi madre, tus padres te abandonaron y tu diste a Henry en adopción, pero nada es culpa vuestra" Tuerce el rostro evaluando el efecto de sus palabras. Pero esa desquiciante sheriff digna hija de sus detestables padres no responde, sólo aprieta los labios y se reprime, lo que cabrea aún más a Regina "Todo el dolor que causáis, todo lo que destrozáis es por una causa mayor, no sé si sois imbéciles o los más listos pero vuestros actos no tienen consecuencias nunca" Emma consume sus últimas gotas de autocontrol golpe tras golpe de la alcaldesa. Lo que Regina confunde con ofensiva calma es en realidad un volcán a segundos de estallar. "Siempre con vuestros finales felices que no merecéis… Si se hubiera marchado de la ciudad como le sugerí, si no hubiera aparecido siquiera todos estarían bien, la vida de Henry habría sido mucho más segura y feliz. Destroza todo lo que toca, señorita Swan, incluyendo a su propio hi…"
Nunca termina la frase. El aire desaparece de sus pulmones cuando su espalda estampa violentamente contra la pared del comedor. El dolor seco y el antebrazo de Emma contra su tráquea le cortan la respiración. Los ojos de la rubia, a escasos milímetros de la suya, la están embistiendo con la mirada más peligrosa que nunca le ha dedicado.
"¡CÁLLATE!" No queda sitio para formalidades, sólo para la furia. Esta fuera de sí y no piensa, solo actúa. Quiere que deje de hablar, quiere causarle el mismo dolor que ella le está causando, quiere destrozar y al mismo tiempo huir… no sabe lo que quiere "Cállate de una maldita vez si no quieres que…"
"¿Si no quiero qué, sheriff?" pregunta con el hilo de voz que escapa de su garganta oprimida. Trata de resistirse pero la otra mano de Emma retuerce su brazo para mantenerla quietecita. Una técnica digna de un profesional. Regina sonríe con su pose más bastarda y sisea sin retirar la mirada. Se siente más viva que en los últimos días, que en años incluso "Vamos, ya hemos estado así antes. No se contenga, demuestre de lo que es capaz" le ordena en un ladrido que enciende las entrañas de la rubia.
Y Emma obedece.
Ahí, a milímetros de su archienemiga y fuera de control, se limita a obedecer y actuar. Embiste la boca de la alcaldesa con una agresividad que supera el violento empujón. Que duele incluso más que el antebrazo aun clavado en la garganta. Emma muerde más que besa y no se detiene hasta que advierte el sabor metálico de la sangre. Lame con recochineo el labio de la alcaldesa pero antes de cantar victoria es la morena quien muerde su lengua. Tira de ella marcándola con los dientes y obligándola a acercarse.
Sólo entonces Regina libera a su prisionera y marca la boca de Emma con su propia saliva. Un beso –ahora sí- que juega travieso en la frontera entre el placer y el dolor. La rubia se deja llevar un segundo, tiempo suficiente para que Regina se quite a Emma de encima y dé la vuelta a las tornas. El choque entre la espalda de la rubia y la madera del barco suena doloroso, pero no profiere ningún quejido, la boca de la malvada reina se lo impide. Como acto reflejo agarra la nuca de Regina pero cuando sus dedos se hunden entre los cortos mechones oscuros no trata de apartarla sino de forzar más cercanía. Los dientes chocan torpemente y se apartan. Las lenguas se encuentran y llevan esa guerra en forma de beso a otro nivel. Otro más loco, más desquiciante, más furioso y, a la fuerza, más apasionado.
Emma siente los recodos de la madera clavándose en su espalda y sabe que mañana dolerá pero es incapaz de detenerse. Tira del pelo de Regina obligándola a abrir aún más la boca y buscando que se rinda a los designios de su lengua.
Algo que no ocurre porque la reina es una luchadora nata, una superviviente. Le planta cara recorriendo cada rincón de esa boca desconocida al tiempo que trata de hacer llegar oxígeno a sus neuronas. Está besando (¡besando!) a Emma Swan-Charming y se esfuerza por detenerlo, por querer detenerlo, por descubrir cómo demonios detenerlo y hacerlo de una maldita vez. Sus manos permanecen apoyadas a ambos lados del rostro de su enemiga y trata de no moverlas de ahí. Quizás si se apoya en ellas, si usa toda su fuerza y se concentra pueda alejarse…
En ese destello de vacilación baja la guardia y Emma muerde descarada su boca, retándola. Esa insolente y descerebrada mujer juega con fuego sin saber que se enfrenta a un dragón. Agarra su cintura y hombro y tira de ella hasta que cierran distancias. Embiste su cuerpo una vez más clavándolo contra la pared, donde le corresponde. Y es entonces cuando la escucha. Gime, una mezcla entre jadeo y quejido y si Regina tuviera que señalar el punto de no retorno donde todo se descontroló es ese.
Trata de someterla de nuevo, de arrancarle más sonidos tan similares a una súplica y prueba una forma más creativa. Le besa el cuello, si es que es tolerable llamar a ese uso de labios, lengua y, sobre todo, dientes, besar. Una tortura lenta, húmeda e intoxicante que Regina sabe que debe detener. Hay mil motivos para hacerlo, pero las manos de Emma colándose bajo su camisa barren la mitad de ellos, y los otros 500 desaparecen cuando nota el pulso encabritado de la rubia al lamer su yugular.
Está levitando. Literalmente. No son cursilerías románticas ni metáforas. Emma la sostiene a duras penas contra su cuerpo y avanza sin cuidado hasta que la mesa del comedor se vuelve una dolorosa realidad contra las piernas de Regina. La reina le devuelve el golpe con un doloroso mordisco en la base del cuello que consigue de nuevo su preciado gemido.
"Cuidado" gruñe Emma en una tonalidad tan grave y rasgada que le hace perder cualquier credibilidad.
"Lo mismo digo" farfulla enfrentando sus ojos azules, ahora casi grises. La rabia sigue ahí, de pupila en pupila, pero negarle al sexo su papel protagonista en este preciso momento es ridículo. Esa bruma que nubla la lógica, enciende los sentidos y envía la cordura a suicidarse por la borda.
Si pudiera pensar, Regina no estaría clavando sus uñas en esos hombros ni besando los irritados labios de Emma, sino preguntándose qué hace jadeando en los brazos de una mujer. Si Emma permaneciera en sus cabales estaría discutiendo con la despiadada alcaldesa barra "evil queen" y no rodeando su cintura. Si pudiesen razonar no estarían caminando a trompicones por el oscuro pasillo de los camarotes, sino deseándose buenas noches educadamente y desapareciendo cada una tras la puerta de su cuarto. ¿Pero a quién le importan los "debería"?
Emma trata de continuar andando hasta el final del pasillo pero se ve arrastrada por una entrometida mano que divaga por sus vaqueros y tira de ella hacia la primera puerta. Sabe que corresponde al dormitorio de Regina, si es que esos habitáculos sin ventanas y con media cama pueden considerarse tal cosa, y se deja llevar. Acepta jugar en campo contrario pero a cambio retiene a la alcaldesa contra la puerta cuando trata de abrir el pomo. Cuela su pierna entre las de ella y presiona intencionadamente. La espalda de la morena se curva en favor de ese roce y Emma se ve recompensada con el primer y gutural sonido de Regina, quien hasta olvida girar el pomo.
"Majestad" se burla lamiendo su lóbulo y abriendo la puerta colando la mano tras el cuerpo de Regina. Antes de que se cierre con ambas mujeres dentro, la voz de la morena ya le ha replicado.
"Permítame sospechar que este no es su primer acercamiento con una mujer". Consigue que algo tan correcto suene irresistiblemente sucio y Emma no reprime una sonrisa de medio lado.
"Incluso en esta tesitura, alcaldesa, usted es la última persona en la faz de la tierra a quien daría explicaciones de mi historial sexual" ironiza moviéndose adrede contra las caderas de Regina.
"Así me gusta…" gime altiva pero imitando sus embestidas "…que no pierda las buenas costumbres y tenga claro el lugar que le corresponde"
"Siempre…" gruñe trasteando con los pequeños botones de la camisa de Regina y cubriendo la impertinente boca que parece estar esperándola. Se guarda bajo la manga un beso lento, profundo y casi asfixiante que distrae la atención de sus temblorosos dedos y de su lucha por hacer desaparecer la maldita prenda.
La tela se desliza hasta el suelo con una tranquilidad que choca con los movimientos bruscos y curiosos de ambas mujeres. Emma se deshace del botón de los pantalones con un tirón nada gentil que acrecienta el ritmo del beso y Regina pasea su dedo índice por el tórax de la sheriff. Sigue el recorrido del dedo de la reina viendo como quema la tela a su paso, calentando su piel y partiendo sin miramientos su camiseta. Quiere gruñir molesta pero la desfachatez de Regina altera algo dentro de ella muy por debajo de su vientre y decide cerrar la boca y suspirar con fuerza.
"¿Usando magia?" gruñe contra su barbilla mordisqueando la suave piel.
"Claro, señorita Swan. Ahora estoy en el bando de los buenos, sólo la utilizo con quien se porta mal" responde buscando sus labios con descaro. El crudo lloriqueo con el que la rubia responde retumba en Regina que se agarra a su cintura sonriendo encantada.
Emma no sabe con qué narices se vestirá al día siguiente pero ¿qué importa eso? Regina está recorriendo sus caderas, destrozando y arrancando sus pantalones y ella nunca ha deseado con tanta intensidad ser mala hasta la médula. Sus piernas, ahora desnudas, quieren vestirse de nuevo, pero con la piel de Regina. Devora una última vez los labios de su archi enemiga, con especial atención a la suculenta cicatriz, y desciende por su cuello, su clavícula y su esternón. Esquiva el tentador sujetador negro de la alcaldesa prometiéndose que se encargará pronto de él y muerde el firme vientre frente a ella.
"¡Oh, sí…!" jadea Regina balanceando sus caderas sin pretenderlo y tratando de contenerse cuando el gemido ya ha resonado por toda la habitación. El silencio casi placentero del barco ahora se está volviendo en su contra y ambas lo advierten. Emma se deshace de los pantalones sin cuidado y arrastra consigo la ropa interior de Regina. Regresa hasta el rostro acalorado jadeando con ella y dejando caer unas braguitas que aún sostenía.
"Vamos a tener que ser muy silenciosas" gime sabihonda lamiendo el largo cuello de la morena hasta perderse detrás de su oreja. Regina mueve sus manos, pero no las posa sobre ella aunque cada centímetro de piel de Emma exige ser tocada. La rubia muerde el carnoso lóbulo y observa como al son de las manos de la morena una tenue neblina morada recorre la habitación hasta desaparecer.
"Ahora puede hacer todo el ruido que desee, señorita Swan"
"Eso lo dejo a cargo de tus manos" masculla traviesa recorriendo con sus dedos el firme trasero de Regina para explicarse mejor. La morena gime con total libertad al escuchar sus palabras y decide ponerse manos a la obra tirando de la cinturilla de la ropa interior de Emma con brusquedad hasta pegarla a ella. Su forma de moverse, de tocar, de hablar, de provocarla… Cada vez tiene más claro que lo que para ella es una excitante novedad, para Emma no puede ser algo primerizo.
A pesar de la molesta barrera que suponen ambos sujetadores, el primer contacto de ambas sin casi ropa es demoledor. Regina jadea contra la aplicada boca de Emma y los dos cuerpos se funden en un calor insoportable. No, esto no puede provocarlo una novata sin experiencia, gime mentalmente estremeciéndose y sintiendo una pequeña y desagradable sensación recorriendo sus entrañas. Antes de poder siquiera analizar qué es, las manos de Emma tiran de su nuca y de su trasero, borrando de su mente cualquier preocupación que no sea el cuerpo unido al suyo. Lo quiere entero, desnudo, sólo para ella. Hay algo en esa intimidad, en esa vulnerabilidad inaudita en Emma que vuelve todo irresistible. Sus dedos se pierden por la sinuosa espalda buscando el broche de la última prenda en pie. Tira de la pieza una vez y una segunda, pero la lengua de Emma está acariciando cada rincón de su boca y no logra concentrarse. Lo intenta una tercera sin realmente esperar que funcione si el cuerpo frente a ella sigue contoneándose contra el suyo. Se separa para tomar aire y observa una sonrisa juguetona en los labios de Emma.
"¿Se está riendo de mí?" responde con toda la soberbia de la que es capaz estando semi desnuda frente a su gran enemiga "Se desabrochar el mío, no soy yo la que tiene experiencia previa en ajenos" añade incisiva ampliando la sonrisa de Emma a una carcajada de lo más sexy.
"No importa la experiencia…" susurra sobre los sensibles labios de Regina. Está tan perdida en la húmeda y lenta forma en que deja salir las palabras que no advierte la mano de Emma deslizándose en apenas un segundo contra el enganche "…importa la habilidad" Antes de terminar la frase el aire de la habitación roza sus pechos y el sujetador cae inerte sobre el suelo. Emma recorre con descaro su figura desnuda hasta pararse en sus labios y mirarla después a los ojos "Te reto a hacerlo sin magia" gruñe sonriente con el más crudo de los tonos y asaltando su boca usando sólo sus labios. Emma está metiéndose con ella, está burlándose de sus intentos, y aun así la voz de la rubia es lo más excitante que ha escuchado. Y hasta que pierda toda capacidad de raciocinio, no quiere dejar de escucharla… aunque eso puede ser dentro de muy poco.
Acepta la implícita burla y disfruta del beso caminando de espaldas, hasta que sus temblorosas rodillas tocan el colchón. Sin delicadezas tira de Emma hacia ella, apartándose en el último instante y obligándola a caer ridículamente sobre la cama boca abajo.
"¿Pero qué…?" Las manos de la Reina retienen sus brazos sobre su cabeza y el suave y firme cuerpo de Regina se coloca sobre el suyo. Nota sus caderas y el calor más que sugerente que desprenden sobre su trasero. Quiere revolverse y tener cara a cara a esa peligrosa y traicionera mujer, pero los besos de Regina contra su nuca mientras aparta su pelo convierten esa sumisa y expuesta postura en una delicia. Y no piensa moverse un centímetro. "¿Qué haces…?" jadea contra la almohada al paso de una lengua nada delicada por su columna. Toda su piel vibra en cada lametón y gime cuando los dedos de Regina se deshacen por fin del maldito enganche del sujetador. La reina escucha unas tenues carcajadas contra la cama y castiga a la presumida sheriff clavando tentadora sus caderas contra el trasero de Emma con una embestida. "Oh dios… Recuérdame que me ría más a menudo de ti"
"Siempre tan insolente" gruñe con una ronquez que agrava su voz y eriza el vello de Emma. La sensación de la boca de Regina sobre sus riñones la obliga a retorcerse sobre las sábanas y morder su labio inferior. La reina roza el límite de lo tolerable con sus dientes y rompe la sumisa paciencia de Emma. Se libera de su agarre, empuja su cuerpo y se gira hasta estar cara a cara con ella. Las mejillas encendidas de Regina, los labios hinchados y el brillo de sus ojos terminan con el temple de la rubia.
Arrasa la boca de su oponente y la envuelve con los brazos. Encajan y ruedan obligándose a gemir en boca ajena y Emma se afana por acariciar cada curva, pliegue y rincón de Regina. Defiende su posición, se coloca sobre ella, arrincona su cuerpo y la deja a su merced. Ahora es ella quien dirige y pasea su lengua por el irresistible espacio de la clavícula de Regina. También por sus hombros y su esternón. Y por supuesto por los turgentes pechos que la reciben orgullosos y erguidos.
Rodea la suculenta piel y lame, besa y muerde la dura punta oscura. El cuello de Regina se curva ante las atenciones nada gentiles y entierra su mano en los mechones rubios, apretándola contra sí. Un violento latigazo sacude su creciente excitación y los ruidos del dormitorio se multiplican. Las manos de la rubia vuelan sin delicadeza hasta el centro de Regina y la exploración de su boca se suma al paseo de sus dedos por la descarada humedad de la alcaldesa. Los labios dibujan formas abstractas sobre el agitado pecho y su mano se abre paso sin dificultad.
"Ohdiossí…" gime en voz alta sin apenas pronunciar, pero la siguiente súplica llega clara a los oídos de Emma "No pares…".
Emma se lame los labios y la mira desafiante. Es imposible no disfrutar de esto. "No me des ideas…" susurra regresando a su boca y besándola con toda la intensidad, saliva y pasión de la que es capaz. Sus dedos avanzan hasta rozar su clítoris hinchado y las caderas de Regina marcan el ritmo. Quiere jugar y disfrutar de cada gemido y espasmo que le arranca. Pero se olvida de con quien está hablando. Unas uñas recorren su vientre con suaves arañazos hasta hundirse en su centro con toda la palma de la mano y una fricción devastadora. "Hmmmmm… no pares"
La exclamación se escabulle sin control y suena como un ruego. Regina, entre jadeos, sonríe satisfecha. Prefiere jugar con ventaja, pero igualar el marcador tampoco es mala idea.
"Veo que nos entendemos" responde autoritaria dando sus primeros pasos por el calor de Emma. Un calor líquido e irresistible que le obliga a cerrar los ojos. El vaivén del cuerpo de Emma contra su mano buscando cada roce acelera su propia respiración y sus bruscos movimientos. No tiene respiro para darse cuenta de que está frotándose y dejándose llevar con una pasión feroz más propia de una adolescente inexperta que de una respetable alcaldesa.
Los dedos de Emma resbalan una vez más por sus labios empapados y no puede evitar pronunciar su nombre cuando tantea su entrada. Dos dedos la atraviesan lentamente, sólo un poco, calibrando su reacción. Regina detiene su propia mano y tuerce el rostro tratando de ahogar un devastador gemido contra la tela de la almohada. Para cuando los dedos de Emma se sumergen dentro de ella, Regina ya ha olvidado prodigar caricias sobre el centro de su atacante y sus manos se limitan a aferrar con fuerza los antebrazos de la sheriff, sin importar si es demasiada fuerza o si dejará su marca en forma de cinco alargados moratones.
Su cuerpo disfruta de su particular cuatro de julio y su piel amenaza con darse la vuelta allí donde Emma la toca. Su cuello, expuesto a los designios de los traviesos labios, vibra con cada mordisco, sus pechos atendidos alternativamente por los largos dedos de Emma piden más, y los dedos en su interior colapsan sus sentidos desencadenando un orgasmo que apaga su raciocinio y multiplica sus sentidos. Que cierra sus ojos con fuerza aunque juraría que ve luces. Los fuegos artificiales del cuatro de julio…
La única razón por la que su cuerpo no se contrae ni eleva sus caderas formando un ángulo casi recto tiene nombre, pelo rubio y una sonrisa de lo más satisfecha. El cuerpo de Emma cubriendo el suyo la retiene contra el colchón y prolonga los espasmos que aún resuenan en su anatomía. Pero la arrogancia de su sonrisita no esconde el resuello en que se ha convertido su respiración o el enloquecido ritmo de sus pulsaciones, Regina no necesita leer entre líneas.
Traga hondo con una saliva que ha huido de su boca y se obliga a reponerse, a recuperar su fachada de tener todo bajo control. Pero Emma no deja de sonreír.
"¿Algún problema, señorita Swan?" cuestiona enfrentando su rostro a milímetros del suyo. Sus brazos, que recuperan fuerzas poco a poco, se enredan en la espalda de Emma, buscando un lugar exacto. Los ojos verdes se cierran cuando las yemas de la alcaldesa dan con su destino y mantener su sonrisita impertinente se vuelve tarea imposible.
"Nin…guno" gime perdiendo toda su altanería en apenas un suspiro "¿Qué… qué me haces?"
"Tú sabrás de mujeres… pero yo sé de magia" arguye mordiendo su lóbulo. Aquellos rincones de su cuerpo que Regina recorre palpitan contra la mano de la alcaldesa y aumentan su temperatura con un delicioso calor.
"Regina…" Emma aprieta sus labios hasta dejarlos blancos pero vuelca todo su esfuerzo en mirarla dubitativamente. Es esa falta de chulería, esa pregunta casi indefensa en sus ojos y su sumisa espera la que termina con la voluntad de la reina malvada.
Sujeta su barbilla, muerde esos irresistibles labios obligando a que vuelva a correr la sangre por ellos y se separa para tirar de su mentón hasta que ambas miran el brazo de Emma. Ahí, con orgullo, descansa la silueta de lo que sin duda son los dedos de Regina grabados a fuego.
"No queremos preguntas indiscretas, ¿verdad?" cuestiona con su característica media sonrisa como si así aclarara todo. Para consuelo de Emma la explicación continua: la alcaldesa acaricia su piel y la abrasadora sensación regresa acelerando su respiración y quemando su sensible piel. Vuelve a gemir pero se obliga a mirar, tratando de ignorar a su trastornado torrente sanguíneo, concentrado en este mismo momento entre ese afortunado brazo y su centro. Al paso de la mano de Regina las marcas desaparecen y en su lugar queda una piel ultra sensible pero libre de marcas rojas y moradas.
"Preguntas indiscretas…" repite mirando atónita su piel. La risa suave y vaporosa de Regina reverbera contra su cuello, donde deposita húmedos y carnosos besos.
"Si, tu espalda parece un mapa…"
"¿Por qué será?" traga sin voz Emma, reservando fuerzas para no desplomarse sobre la morena mientras prosigue la mágica exploración. La mano derecha de Regina se pasea sobre su yugular y la cálida sensación se repite una vez más sobre tan sensible lugar poniendo su resistencia a prueba. "Hmmmmm… eso no es un golpe" jadea traviesa imaginando las manos de Regina borrando todo rastro de lo que han provocado sus dientes y sus labios.
"No, no lo era…" reconoce juguetona acariciando a Emma centímetro a centímetro y obligándola a gemir y revolverse con cada nuevo moratón borrado. Para cuando la sheriff empieza a empujar contra su cuerpo en busca de más contacto, más caricias, más de todo, sólo queda una marca por borrar. El recorrido de las uñas de Regina sobre el vientre de Emma. Quiere descender tortuosamente lenta pero la mano de la rubia, mandona y exigente, agarra su muñeca y empuja su mano descaradamente hacia donde necesita ser tocada.
"Aún quedan marcas…" susurra estudiando los ojos verdes, frente casi con frente.
"Esas no las verá nadie…" gruñe tratando de mover una vez más su muñeca.
"Por si acaso…" responde sobrevolando su vientre y desprendiendo intencionadamente más energía que en cualquier otro trozo de piel. Su mano se electrifica al sentir como el cuerpo de Emma responde instintivamente e invita a su magia a vincularse con la suya y fluir como un solo torrente. Tan poderosa y tan inocente, señorita Swan. Abandona el firme vientre de Emma relamiéndose al hundir sus dedos en la tentadora humedad, pero sin profundizar. La rubia abre sus piernas, fuerza una postura casi incómoda, pero no retira sus ojos de los almendra de Regina.
"¿A qué esperas…?" pregunta Emma con los mechones rubios atrapados en su mejilla por el sudor y con la voz dos tonos más grave, pero sin perder el toque provocativo que invita a aceptar el reto.
"¿No te callas nunca?"
"Cállame tú…" resuella acompañada de una sonrisita. La lengua de Regina se asegura un instante de silencio recorriendo la boca de Emma con una lentitud casi invasiva, pero que no encuentra resistencia sino rendición. Ahora, sin la voz de rubias molestas de fondo, su concentración regresa al chorreante asunto que tiene entre manos. Sin preámbulos introduce dos dedos tragando gustosa el gemido que nace desde las entrañas de Emma, ese mismo lugar donde los dedos de Regina están siguiendo una irresistible danza.
Se une un tercer dedo y el pulgar se desliza cuidadoso en cada embestida sobre el abultado clítoris. El cuerpo de Emma prácticamente baila sobre el de Regina y cada vez hay menos besos y más gemidos. La morena clava sus uñas en el terso trasero hasta que ambas caderas chocan, consciente de que su lívido está alcanzando de nuevo a la de su némesis. Eleva su pierna para aumentar el contacto de su muslo contra el centro de Emma y lo acompaña con embestidas más rápidas y profundas, temerosa de ser traicionada por su propia excitación. Sube una mano hasta la nuca de Emma dispuesta a dar la estocada final.
Devora su boca y tuerce los dedos hasta tocar ese punto que detona la riada sobre su mano y que sacude a Emma, obligando a la dura y tenaz sheriff a gemir contra sus labios y desplomarse como un muñeco de trapo sobre ella con el orgasmo.
Envuelve la temblorosa y calentita figura de Emma, y descarta la sola idea de buscar una manta con la que cubrirse, o podría salir ardiendo...
"Me he callado…" sisea bajito Emma contra un oído cercano. Regina detiene a tiempo una carcajada pero su voz deja escapar un poquito de ese humor contenido.
"Demasiado breve" responde tajante oliendo el cabello de Emma y distinguiendo ese característico toque entre almizclado y fresco que la sheriff suele dejar tras de sí. Antes de terminar de llenar sus pulmones con 'eau de toilette Emma', la cabeza rubia se gira hacía ella "¿Qué?" pregunta incómoda y recriminándose ese olisqueo tan absurdo.
"Mi magia… Bueno, ¿yo podría aprender a hacer… eso?" pregunta sosteniendo la mano de Regina entre las suyas, recordando como el poder recorrió su piel y curó cada golpe…. y cada 'no golpe'.
"No sé, ¿has recibido ya la carta de Hogwarts, pequeña?"
"No, Dumbledore" farfulla torciendo el morro "Pero aceptaría unas clases particulares"
"Acabas de compararme con un hombre barbudo de unos trescientos años. ¿Qué te hace creer que te enseñaré?" pregunta recuperando su escéptica y pedante entonación de alcaldesa.
"Que me muero por probarlo contigo…" susurra acariciando el cuello de Regina, siguiendo la marca de la magulladura que ella misma provocó. La simpleza y seguridad con la que responde golpea directamente el bajo vientre de la reina.
"¿Tú queriendo aprender magia? ¿Qué pensarían tus padres?" cuestiona tratando de controlar su voz, dado que el resto de su cuerpo está entregado a una excitante anarquía.
"Sinceramente…" Deja pequeños besitos por el tierno lóbulo antes de descender por su cuello "si mis padres me vieran ahora mismo no creo que mi curiosidad mágica fuera lo que más les preocupara…"
"Hmm-mmm..." responde con contundencia, mordiendo su labio inferior y torciendo el cuello dejando el camino libre al recorrido de Emma.
"Regina…" ronronea contra su oído y la morena admite molesta que, por escuchar su nombre así pronunciado, bien merece la pena convertirse en Dumbledore. Retiene una dichosa mano que pasea por el valle de sus pechos erizando su piel y provocándola y la coloca sobre su hombro, donde nota el dolor punzante de uno de los golpetazos.
"No lo explicaré dos veces…" gruñe mientras su aventajada alumna se distrae mordiendo un tentador brazo "Tu mano… mi mano… son meros catalizadores. La magia está dentro de ti y es instintiva, primaria… es deseo. ¿Quieres curar? Ordénalo" gime entrelazando sus largos dedos con los de Emma y dejando que su magia actúe de guía para enfocar la energía de la otra mujer. La rubia es un torbellino descontrolado de poder, un huracán arañando la superficie y deseando que llegue su momento de estallar. Si la mano de Emma no estuviera anclada en su hombro, abrasando placenteramente su piel y desconectando su cabeza de su cuerpo, Regina estaría abrumada por tal poder.
"¿Lo estás haciendo tú o lo hago yo?" La voz de Emma acompasa el movimiento de ambas manos unidas deslizándose tentadoramente hacia el tórax de Regina.
"Digamos que las dos…" gime mirando los rizos rubios deslizándose a lametones cerca de ambas manos, sobre un turgente pecho.
"Hmmmm… ¿Y sin tu ayuda no podría hacerlo?" inquiere alzando la vista y apartándose de la piel que mordisquea.
"Si, maldita sheriff impaciente…" responde enredando su mano libre entre los mechones amarillos para obligarla a pegarse a ella y regresar a su tarea "Pero esto es como aprender a montar en bici, si te suelto rápido no andarás ni dos centímetros sola…" jadea cuando Emma entiende su exigencia y muerde la piel cercana de su pecho, concentrándose al mismo tiempo en la poderosa sensación de su mano sobre Regina "Hmmmm… así, poco a poco… ¿Lo notas?" Sí, lo nota. Emma sabe que lo está haciendo, que ese intenso calor es magia, su magia, y que la tierna piel bajo su mano se deja curar y moldear por ella. Y es la sensación más increíble que recuerda. "Y… y ya vas tú sola… oh sí…" gime Regina desenredando sus dedos de otros que no necesitan más guía ni ayuda para dejar un rastro casi tangible de magia. Y qué magia… Se retuerce bajo sus atenciones, tratando de dominarse, pero ha olvidado la última vez que no se lamió ella misma las heridas y la suma de las manos y los besos de Emma es devastadora. Curarse es infinitamente mejor cuando lo hace otro… u otra.
Su mente evoca los momentos en que su madre hacía algo similar y reparaba los rasguños de una pequeña Regina. Pero normalmente ella había sido la causante, a veces al asustar intencionadamente al caballo que la niña montaba, otras por castigarla con limpiar el suelo de la cocina durante horas por manchar alguno de sus estúpidos vestidos. No, esto no tiene nada que ver… La magia negra y traicionera de su madre es una molesta tirita si se compara con las electrizantes caricias de la magia inocente y blanca de Emma.
Regina no quiere pensar, no quiere recordar. ¿Para qué? Tira del cuerpo de Emma, que acaricia su cuello y borra la última de las marcas rojas en su piel, y la besa hasta que el sabor de la rubia acude a su boca con un efecto casi narcótico.
"Eres… una alumna aventajada…" jadea sin abrir los ojos.
"Y aún no he terminado de recitar la lección" murmura descendiendo por su cuello, besando su tórax y siguiendo la fina línea de su vientre.
"Emma…" Es la primera vez que dice su nombre con ese timbre, con esa respiración desacompasada y esa excitante ronquez "Creo que ahí no hay marcas"
"Por si acaso…" ronronea imitando las palabras de la alcaldesa con la más ufana de las sonrisas y continuando con su camino descendiente.
"Oh síiii… ¡Oh, dios, Emma, sí!"
Veinte minutos más tarde todo es confuso, los miembros de Regina rodean a Emma agotados y la rubia, aún sobre ella, encaja cómodamente piel contra piel. Los jadeos antes inconexos y violentos, son ahora respiraciones profundas y silenciosas que van deteniendo los latidos de ambas mujeres. La alcaldesa, con los últimos resquicios de consciencia, cree distinguir la voz de Emma entre la bruma de la pasión recién satisfecha y la neblina del sueño que las reclama.
"¿Hogwart existe?"
Silencio… y más silencio. "Hare como que no he escuchado eso, señorita Swan"
"¿Por qué?" bosteza terminando de acomodar su rostro entre el hombro y el cuello de piel morena. Sin abrir los ojos, se imagina el gesto escéptico de Regina "Lo pillo. Nunca Jamás sí, Harry Potter no".
