Diclaimer: Los personajes son propiedad de Stephenie Meyer, solo la trama es mía.


Impredecible

-Prólogo-

Jasper

Reduje la velocidad de mi vehículo cuando traspasé el cartel que me indicaba que acababa de entrar en Holland. Todavía no estaba muy convencido de la decisión que había tomado, pero era plenamente consciente de que necesitaba alejarme de todo lo que conocía durante un tiempo. No me hacía gracia separarme de mi familia, obviamente, pero sí que agradecería permanecer lejos de todo aquel que me había herido en el pasado y, además, me habían ofrecido una buena oferta profesional que no me había apetecido ignorar.

Por eso me encontraba en Holland, un pequeño pueblo en el que residían mil ciento veintiún habitantes aproximadamente y que se encontraba situado en el condado de Bell, Texas. Aquello era casi todo lo que sabía del pueblo, aparte de que contaba con un colegio en el que pretendía dar clase de Educación Física. Además de eso, me había sorprendido enterarme de que el pueblo era lo suficientemente grande como para tener un equipo de fútbol al que se me había propuesto entrenar. Aún no había aceptado el puesto, pues tenía que pensármelo, pero quizá sería entretenido ser entrenador durante algunos meses.

Por supuesto, mi intención era quedarme en Holland seis o siete meses, hasta que finalizara el año escolar, ya que había solicitado un puesto de trabajo en un colegio de Oklahoma en el que tendría un mejor sueldo y más posibilidades que en Holland. Pero todavía no me habían respondido, por lo que no quería adelantar acontecimientos. Por el momento estaba en el condado de Bell, y hasta que no llegara junio no decidiría qué hacer con mi vida.

Bajé un poco la ventanilla de mi vehículo, dejando que el aire frío se colara dentro del coche, y fui observando detenidamente las calles casi desiertas de aquel pequeño pueblo. Muchas de las casas aún tenían puestos los adornos navideños a pesar de que hacía un par de días que habíamos despedido las fiestas de Navidad. Al día siguiente los niños regresarían al colegio tras las vacaciones y yo comenzaría a impartir clases como profesor de gimnasia.

Fruncí el ceño y aparqué el coche en un hueco que encontré libre, para después rebuscar en la guantera el dichoso papel en el que había apuntado el nombre del que sería mi hogar en esos próximos meses. Ni siquiera me había molestado en alquilar un piso; directamente había buscado una pensión acogedora y económica en Internet en la que pasar los próximos meses de mi vida. Había llamado y, tras comprobar que quedaba alguna habitación libre, la dueña de la pensión me la había reservado. Crystal, leí en voz baja. Me había apuntado la calle por si las moscas, pero me dije que lo más probable era que solo hubiera una pensión en el pueblo, por lo que me bajé del coche y me dispuse a preguntarle al primer transeúnte que pasara.

Y eso hice. Una mujer regordeta y bajita me indicó con alguna dificultad el camino, y tras darle las gracias, volví a subir a mi coche. Arranqué de nuevo y comencé a conducir con lentitud, fijándome detenidamente en el letrero de cada edificio por el que pasaba hasta que di con mi pensión. Se encontraba en una esquina de una calle poco transitada, pero así lo prefería. Cuanta más tranquilidad, mejor; ya tendría suficientes emociones dándoles clases a unos cuantos niños de primaria revoltosos.

Me bajé del coche de nuevo tras aparcarlo y comencé a sacar mis maletas del maletero. Me limpié la suela de los zapatos antes de entrar al recinto, pues a causa del frío el suelo estaba algo helado y se me habían llenado las suelas de barro. Abrí la puerta de la pensión causando el sonido de una campanita alegre sobre mi cabeza, y la cerré con rapidez al percatarme de que la calefacción estaba encendida. Me dirigí hasta el mostrador, en el que no había nadie, y esperé pacientemente tras escuchar pasos apresurados en el piso de arriba. Me detuve a observar detenidamente el recibidor del que sería mi hogar y la verdad es que no me disgustó. Sí que era una pensión algo más pequeña de lo que parecía en las fotos de Internet, pero era acogedora y se veía limpia. Con eso a mí me bastaba. Las paredes estaban empapeladas con un diseño de flores algo anticuado y los muebles eran de madera oscura algo deteriorada por el paso de los años.

Mis pensamientos se dispersaron cuando alguien se colocó tras el mostrador, y me di la vuelta para que me atendiera. Suponía que la señora que estaba delante de mí era la dueña, pues aparentaba tener unos sesenta y pico años, aunque su cabello no estaba tan lleno de canas como yo me había imaginado. No obstante, poseía un rostro cargado de arrugas, muchas causadas más por la risa que por la edad, y sus ojos claros eran bondadosos a la vez que sinceros.

–Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?

–Buenos días. Llamé la semana pasada para confirmar mi llegada. Reservé una habitación hace algunas semanas.

Ella frunció el ceño, como si no recordara haber hablado conmigo, y abrió un libro de cuentas que se encontraba en algún lugar bajo el mostrador. Se colocó las gafas que llevaba colgando del cuello y miró detenidamente la lista de gente que tenía apuntada para aquel día. Echándole un ojo por encima al libro, me fijé en que como mucho tendría a otra persona apuntada aparte de mí, no mucho más.

– ¿Usted es…Jasper Whitlock?

–Sí, señora. Así es.

–Oh, ya sé quién es. Recuerdo que tras hablar con usted pensé que por su voz debía de ser un muchacho apuesto, y no me he equivocado –apuntó la señora con un deje de diversión, consiguiendo hacerme reír.

Hacía menos de veinte minutos que estaba en el pueblo y ya me echaban un cumplido; era de agradecer.

–Vaya, muchas gracias. Me parece que vamos a llevarnos bien usted y yo.

–Eso ni lo dude, señor. Me llamo Adele Gordon y soy la propietaria de la pensión. ¿Me acompaña y le enseño su habitación?

–Por supuesto.

La señora Gordon cogió una de las llaves que había en el llavero y salió de detrás del mostrador. Yo, por mi parte, recogí mis maletas y seguí a la encantadora señora Gordon escaleras arriba. Una vez allí caminamos recto por un pasillo, y giramos a la izquierda al final. Adele se detuvo frente a la puerta veintiocho y ladeó la cabeza para mirarme. A continuación la abrió y me dejó pasar primero. La impresión inicial que tuve de la habitación fue que era pequeña, pero después me dije a mí mismo que eso poco importaba.

La pared estaba pintada de azul, y tanto el armario empotrado como la mesilla de noche, el cabecero de la cama y el escritorio eran de madera también oscura, como la de los muebles del vestíbulo. Había una cama individual en el centro con una colcha también azul, pero algo más oscuro que el de la pared, y en el fondo, frente a la cama, había un pequeño cuarto de baño con su retrete, su lavamanos y su ducha. Aparte de eso, había una ventana que daba a la otra calle y desde la que se veía algún comercio del pueblo. No estaba tan mal.

– ¿Le gusta? –me preguntó la señora Gordon cuando estuvo a mi lado dentro de la habitación.

–Sí. Es pequeña pero muy acogedora. Creo que me voy a sentir muy cómodo aquí.

–Eso espero, señor. Recuerdo que me dijo que se iba a quedar unos meses… ¿puedo preguntar si es por trabajo?

Miré a la señora Gordon y me dije que quizás tenía ganas de cotillear, y a mí no me importaría explicárselo. Total, dentro de nada lo sabría todo el pueblo.

–Soy el nuevo profesor de Educación Física del colegio.

– ¡Oh! ¿De veras? Entonces es probable que le dé clases a una de mis nietas, Judy, a la más pequeña. Tiene diez años.

–Lo más seguro es que sí –le respondí con una sonrisa.

–Es un placer haberle conocido, señor… Profesor Whitlock –hizo el ademán de marcharse, pero después se colocó la mano en la frente en un gesto descuidado. –Uy, casi se me olvida. Si se va a quedar unos meses, le pasaré el recibo de la habitación a final de cada mes, ¿le parece bien?

–Estupendo.

–Y las comidas las cobro a parte.

–De acuerdo.

–La pensión cierra a eso de la una y media de la noche los fines de semana y los festivos, y a las once y media los días de cada día, así que si algún día llega más tarde de esas horas… Me temo que tendrá que dormir en la calle.

Asentí en silencio, sintiéndome como si fuera un adolescente rebelde. Sin embargo, me gustaba el carácter de la señora Gordon.

–Dudo mucho que me quede hasta tarde en la calle, señora. No tengo intención de andar de despilfarre.

La señora Gordon se echó a reír.

–Ya me lo imagino, pero es mi obligación advertirle.

–Entiendo.

– ¿Le apetece tomar un café? –me preguntó de repente con una amplia sonrisa. –Mi otra nieta, Jessica, trabaja algunos días ayudándome en la pensión y prepara unos cafés muy buenos.

–No lo pongo en duda, pero me gustaría asearme un poco y salir a echarle una ojeada al pueblo. Quizá tome ese café más tarde.

–Cuando usted quiera, profesor. Le dejo solo para que se instale. Bienvenido a Holland.

Me despedí de ella con un movimiento de cabeza y con una leve sonrisa. Cuando cerró la puerta a sus espaldas caminé hasta que pude sentarme en la cama, comprobando que era algo dura. Me tumbé boca arriba en ella, y a los cinco minutos me volví a poner en pie. Tras asearme un poco y cambiarme de camisa, me puse el abrigo y los guantes y salí de la habitación con la intención de dar un paseo por el pueblo. Me despedí de la señora Gordon, que estaba tras el mostrador, y salí a la fría calle.

En aquellos momentos había algunos niños jugando con sus juguetes nuevos por las aceras y en los jardines de las pequeñas casas, por lo que sonreí dándome cuenta de que en poco tiempo algunos de ellos se convertirían en mis alumnos. Comencé a caminar sin rumbo, deteniéndome en los escaparates de las tiendas que permanecían cerradas por ser domingo y fijándome en las calles para no perderme. Sin embargo, dudaba que eso me sucediera en un pueblecito tan pequeño. Observé mi reloj y me di cuenta de que ya eran las doce y media, casi la hora de comer, por lo que busqué algún restaurante o algún establecimiento en el que almorzar. Sabía que me encontraba a dos calles de la pensión porque al salir me había fijado en una juguetería artesanal muy pequeña que me había hecho mucha gracia encontrar. Actualmente, con tanta videoconsola y con tanto ordenador los niños se estaban perdiendo los mejores juguetes, como los trenes de madera o los soldaditos de plomo que tanto me habían gustado durante mi infancia.

El caso era que me encontraba cerca de aquella juguetería, y justo enfrente, en la calle de delante, había una cafetería en la que también servían comidas y cenas, según rezaba un cartel que se encontraba fuera. Me acerqué un poco y miré detenidamente el nombre de la cafetería: Tuc's. No parecía muy grande, pero supuse que servirían buena comida, al menos. Me fijé en que había dos niños pequeños jugando fuera con una pelota de fútbol, y me pregunté si ellos pertenecerían al equipo local. Después sacudí la cabeza, negándomelo a mí mismo: eran demasiado pequeños.

Entré en la cafetería esperando encontrármela casi vacía, pero para mi sorpresa, estaban casi todas las mesas llenas. Seguramente era el lugar de encuentro de todos los lugareños, pues a pesar de que por fuera parecía un establecimiento viejo, por dentro estaba completamente remodelado, con el suelo bien encerado y las paredes pintadas de un agradable color crema. Busqué una mesa libre, pero solo había un par para cuatro personas, y me parecía algo grosero ocupar yo solo una mesa tan grande. Por eso me dirigí sin más remedio a uno de los asientos libres que había en la barra y sonreí sin muchas ganas a uno de los hombres que se encontraba a mi lado. Seguramente ese tipo era un habitual de la cafetería, pues después de no devolverme la sonrisa, había comenzado a hablar muy animadamente con una de las camareras, una chica de cabello largo y rizado, como si la conociera de toda la vida.

–Buenas, ¿ya sabe lo que va a pedir? –me preguntó de repente una voz aguda y musical, haciéndome levantar la cabeza.

Me topé de lleno con unos grandes ojos grises y con una sonrisa algo cansada, perteneciente a una chica menuda y con el cabello corto que me observaba desde el otro lado de la barra.

–Eh… no he podido mirar la carta –respondí ridículamente. Ni siquiera me había molestado en buscarla, la verdad. – ¿Cuál es el especial de hoy?

–Albóndigas con tomate y un trozo de ternera.

Me lo pensé brevemente y después asentí. Supuse que con eso tendría bastante.

–Está bien, tráigame eso mismo.

–Como quiera. ¿Y para beber?

–Una cerveza. ¿Tienen Heineken?

–Me temo que sí.

–Pues Heineken.

– ¿Botella o lata?

–Botella.

–Marchando.

Me la quedé mirando brevemente, lo justo para verla acercarse a la cocina y pedirle mi menú al cocinero. Después, sacó una cerveza de una de las neveras y la abrió con una facilidad asombrosa, como si lo hubiera hecho durante toda la vida. Regresó frente a mí, cogió un vaso limpio y echó un poco de cerveza para después dejar la botella y el vaso frente a mí.

–Usted no es de por aquí, ¿verdad?

–No. Acabo de llegar al pueblo –me pregunté si realmente quería o no entablar conversación con aquella camarera, y después me dije que estaría bien empezar a conocer gente. Al fin y al cabo, iba a pasar unos meses en Holland. –Soy el nuevo profesor de Educación Física del colegio.

– ¡Oh! Qué bien. Es una pena que Daniel tuviera que marcharse porque los niños le querían mucho, y ya temíamos que el nuevo profesor no llegaría nunca –me explicó, y tuve que suponer que el tal Daniel era el antiguo profesor al que iba a sustituir.

–Sí… el director me pidió que empezara mañana.

– ¿Y se ha instalado hoy?

–Sí. He llegado hace apenas una hora y media.

– ¿Dónde se hospeda?

Parpadeé seguidamente, sorprendido por la curiosidad interminable de aquella mujer.

–En la pensión Crystal.

–Ah, con la señora Gordon. Estará muy bien allí, se lo aseguro.

Le sonreí levemente, sabiendo que no debía sorprenderme que todos se conocieran en aquel pueblo tan pequeño. Entonces, alguien entró en la cafetería, una mujer quizá un poco más mayor que la camarera, y se acercó a la barra.

–Ya estoy aquí, Alice –le dijo entre jadeos a la chica con la que había estado hablando. –Perdona el retraso.

–No te preocupes.

– ¿Qué? ¿Te ha dado mucha guerra mi hijo esta noche?

–Qué va, pero si es un trozo de pan –comentó ella con una sonrisa. –Además, sabes que cuando se junta con Matty y se encierran en la habitación ya no hay niños.

–Y tanto, pero ojalá fuera así siempre –le respondió la recién llegada. –Bueno, pues me voy ya, que han venido los abuelos de Kevin y están ansiosos por verle.

–De acuerdo. Ya de paso, cuando salgas, dile al mío que entre, que se le van a congelar las orejas.

–Está bien. Muchas gracias por todo, Alice. Ya nos veremos.

La camarera se despidió de ella con la mano y después volvió a mirarme a mí, que había escuchado toda la conversación sin quererlo.

–Creo que no nos hemos presentado. Me llamo Mary Alice Brandon, pero todo el mundo me llama Alice –me tendió la mano y yo se la estreché con firmeza.

No me apetecía demasiado entablar más conversación con ella pues estaba algo cansado, pero me dije que tenía que ser educado.

–Jasper Whitlock.

Por el rabillo del ojo pude ver que un niño de no más de siete años se metía tras la barra y se acercaba a la camarera. Tenía el cabello castaño claro y las mejillas pecosas arreboladas. Entonces me di cuenta de que él era el niño que había visto jugando a fútbol en la entrada de la cafetería, por lo que supuse que el otro sería el tal Kevin que era un trozo de pan.

–Hola, cariño, ¿ya se ha marchado Kevin? –lo saludó la camarera echándole el cabello sudoroso hacia atrás.

–Sí. ¿Puedo ir a dormir a su casa la semana que viene? Ayer vino él a casa, así que ahora me toca ir a mí a la suya.

–Ya veremos, colega. Depende de cómo te portes y depende de lo que digan sus padres. Por cierto, saluda al señor Whitlock –me sobresalté cuando la tal Alice me nombró. –Será tu nuevo profesor de Educación Física.

El niño alzó la cabeza, pues la barra estaba algo alta para él, y me dedicó una sonrisa mellada que me hizo sonreír. Me fijé en que tenía los mismos ojos que la camarera y me pregunté si ese niño sería su hijo. Ella no parecía tener más de veinticinco años.

–Hola –me saludó él alegremente. –Me llamo Matt.

Su simpatía y sus ojos brillantes hicieron que me cayera bien de inmediato.

–Yo soy Jasper Whitlock. Espero que me ayudes un poco a orientarme en el colegio y con las clases. Ya sabes, por si hago algo mal o me pierdo.

–Claro. Le ayudaré.

Alice se echó a reír y volvió a acariciarle cariñosamente el cabello.

–Bueno, señorito, es hora de que vayas a la cocina a comer. Maggie te ha cortado la ternera.

–Quiero un helado, mami.

Aquella expresión disipó todas mis dudas. Sí que era su hijo, por lo que supuse que el padre del niño no estaría lejos. No obstante, me dije que no era asunto mío y que lo mejor sería que olvidara el tema antes de que me volviera tan entrometido como las mujeres del pueblo.

– ¿Un helado antes de comer y con el frío que hace? No vas tú listo ni nada.

–Joo, pero yo quiero un helado –el niño hizo un puchero que no consiguió ablandar a su madre.

–Ya hablaremos del tema cuando te hayas comido toda la comida –le dio una palmadita en el trasero al niño. –Venga, a comer –Alice me miró con una sonrisa que se le borró de la cara al instante. –Uy, su comida. Ahora mismo se la traigo.

Asentí en silencio, entretenido, y me dije que quizá mi estancia en aquel pueblecito no resultara ser tan aburrida, después de todo.


¡Hola de nuevo! Después de muuuuuuchos meses he vuelto por estos lares para empezar a subir (de una santa vez por todas) mi nueva historia. La verdad es que aún no he terminado de escribirla pero estoy muy cerca del final, así que creo que ya va siendo hora de que la publique.

Espero que os haya gustado el primer capítulo y que os animéis a acompañarme en esta nueva aventurilla ;) Supongo que subiré capítulo cada viernes, como solía hacer, así que si todo va bien cada semana tendréis un capítulo nuevo.

Y por ahora poco más tengo para decir, solo que espero (otra vez) que os haya gustado este prólogo y que nos leamos la semana que viene.

¡Hasta pronto! Xo