JELLAL
Erza solía ser una persona bastante tranquila, aunque muchas veces no lo pareciera. Amaba a sus amigos y a su gremio incondicionalmente, quien habían sido su única familia desde pequeña; y, por supuesto, amaba a Jellal más de lo que ella creyera posible, y, cuando lo vio por última vez en el torneo de los Juegos Mágicos, pareció que las cosas volvieron a estar bien; que el río volviera otra vez a su cauce.
Soñaba incontables veces paseando con Jellal por el parque, libre de cualquier pecado, presentándole debidamente a sus amigos, y que ellos lo aceptaran sin importar los rastros difuminados de su pasado. Soñaba con su sonrisa, que sonriera mucho; que pudiese ser libre finalmente, sin ninguna atadura hacia el gobierno o la prisión: que pudiera recuperar de nuevo sus alas y volar.
Soñaba con sus besos. El momento en el que solo estaban ella y él, mirándose fugazmente, con solo la Luna de testigo, observando placientemente a la pareja.
Ella, quien había derrotado a cien monstruos a la vez, quien "Titania" no solo era un mísero apodo. Parecía de titanio realmente; es más, tenía que ser de titanio. Fuerte, tenaz y atrevida; irrompible.
Ella, quien había batallado con magos cien veces más fuerte que ella y los había derrotado.
Sí, ella.
Ella, que sabía enfrentarse a cualquier enemigo que le plantara cara, no podía pelear contra la única cosa a la que no podía enfrentarse: su corazón.
Guardado entre una fuerte coraza, intacta, para que absolutamente nadie lo pudiese manipular. Ya había sufrido bastante como para dejarse llevar otra vez, así que optó por mantenerlo entre una fuerte coraza de sentimientos, como las armaduras que ella llevaba con las que se sentía protegida.
Sentir a Jellal cerca de ella durante el torneo le hacía resquebrajar en pequeños trocitos la coraza. Le hacía sentir otra vez lo que para ella había sido, en cierto sentido, su primer y único amor. Había sido tan duro levantarse, observarse en el espejo, y no llevar armadura por temor a que alguien le hiciera realmente daño. Recordar cada mañana sus últimas palabras.
"Scarlet"
Sí. Recordar las últimas palabras con las que él la había reconocido, cada vez que se miraba en el espejo, y veía su pelo largo y escarlata, dolía. Dolía porque en el momento en el que le encerraron de por vida, sin ninguna posibilidad de volverse a ver nunca más, había recobrado parte de su memoria: reconocía su pelo, y por consiguiente su apellido, quien se lo había puesto él mismo.
Pero ahora todo es diferente. No hay necesidad alguna de esconder ese pequeño trozo en su corazón, guardado en una fuerte coraza que ahora se está rompiendo por momentos, si puede volver a verle una vez más.
Porque todos sabíamos que su corazón, por muy bien protegido que esté, por muy bien guardado que se encuentre, siempre tendrá un nombre inscrito de manera permanente en él:
Jellal.
